Querubines en la adoración de Israel... ¿por qué no fue idolatría?
LOS Diez Mandamientos para Israel fueron presentados en un ambiente impresionante que estuvo lleno del poder y la gloria de Dios, pues él “descendió sobre [el monte Sinaí] en fuego; y seguía ascendiendo su humo como el humo de un horno de calcinación, y toda la montaña estaba temblando muchísimo.” En aquella ocasión Dios dijo: “No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirles, porque yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva.” Según lo explicó Moisés, el Dios verdadero se había presentado con tanta magnificencia “para que el temor de él continúe delante del rostro de ustedes para que no pequen.”—Éxo. 19:18; 20:4, 5, 20.
En vista de que esta ley en contra de la idolatría se había recalcado a los israelitas con tanto énfasis, algunas personas tal vez se pregunten por qué se mandó a la nación de Israel que hiciera dos querubines de oro para montarlos sobre la cubierta del arca del pacto que estaba dentro del Santísimo del tabernáculo. Además, toda la armazón de la estructura estaba cubierta con telas de lino, bordadas en la parte que daba al interior con figuras de querubines llenas de colorido.—Éxo. 25:18; 26:1.
Cuando este tabernáculo fue reemplazado luego por el templo de Salomón, “todas las paredes [del templo] en derredor las entalló con entalladuras grabadas de querubines,” e “hizo en el cuarto más interior [el Santísimo] dos querubines de madera de árbol oleífero, de diez codos de altura cada uno.” También, las puertas del templo y las paredes laterales de las carretillas de cobre cuyo uso estaba relacionado con el templo estaban decoradas con querubines y otras figuras.—1 Rey. 6:29, 32, 23; 7:27-29.
¿No constituía un acto de idolatría el hacer querubines y otras imágenes talladas para el templo?
No todas las imágenes son ídolos
Un ídolo es una imagen, una representación de cualquier cosa o un símbolo que sirve de objeto de devoción, sea que se trate de algo tangible o algo imaginario. La idolatría con el uso de imágenes y símbolos se practica extensamente. Hasta en el reino de 10 tribus de Israel se hicieron dos becerros de oro que se usaron en culto idolátrico y, durante el reinado de uno de los reyes posteriores, se estableció el culto del dios Baal, para el cual se erigieron un altar y un poste sagrado.—1 Rey. 12:28; 16:29, 31-33.
Sin embargo, la ley de Dios en contra de hacer imágenes no se aplicaba a la fabricación de toda forma de representación tangible ni a todo tipo de estatuas. Como se acaba de indicar, se usaron figuras de querubines para decorar el tabernáculo en el desierto y en el templo de Salomón en Jerusalén. Según la antigua tradición judía, estos querubines tenían forma humana. Representaban criaturas angelicales. A los que estaban sobre la cubierta del arca del pacto se les describió como “querubines gloriosos.” (Heb. 9:5) En todo detalle fueron hechos “conforme [al] . . . modelo” que Moisés recibió de Jehová.—Éxo. 25:9.
Estos querubines señalaban la presencia real de Jehová, quien dijo: “Allí ciertamente me presentaré a ti y hablaré contigo desde encima de la cubierta, desde entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio.” (Éxo. 25:22) Por lo tanto, de manera representativa, podía decirse que Jehová estaba “sentado sobre [o “entre”] los querubines.” (1 Sam. 4:4; 2 Rey. 19:15) De esta manera, el sumo sacerdote que estaba sirviendo a la nación de Israel, y que era el único a quien se permitía entrar en el Santísimo una vez al año, tenía ante sí un recordatorio impresionante de que Jehová, por ser Dios, era el Soberano de Israel.—Heb. 9:7; Isa. 33:22.
Los subsacerdotes que oficiaban podían ver las otras representaciones de querubines que estaban en el tabernáculo y en el interior del templo. Así, ellos también quedaban profundamente impresionados por la santa presencia de Jehová.
Como acabamos de ver, estas representaciones de querubines no eran inventos de los hombres. Jehová mismo ordenó que se colocaran en el templo con el propósito de hacer que el sacerdocio estuviera plenamente consciente de Su presencia. Además, aquellos querubines no podían llegar a ser objetos de veneración para el pueblo, puesto que éste en general no los veía y por lo tanto no podía sentirse inducido a tratarlos de manera idolátrica. (Núm. 4:4-6, 17-20) Más bien que incitar a los israelitas a la idolatría, estas representaciones de querubines constantemente recordaban al sacerdocio israelita la relación que tenía con el Altísimo, el Rey reinante de Israel, el que exigía devoción exclusiva.—Deu. 6:13-15.
La primera ocasión en la cual seres humanos se encararon a verdaderos querubines ocurrió fuera del jardín de Edén, después que Adán y Eva habían pecado y Jehová Dios los había expulsado del jardín “y situó al este del jardín de Edén los querubines y la hoja llameante de una espada que daba vueltas continuamente para guardar el camino al árbol de la vida.” El hombre había desafiado la posición de Dios como Gobernante Soberano, y los querubines como sostenedores del trono de Jehová cerraron el camino que conducía a la renovación de una relación íntima con Jehová en el paraíso terrestre.—Gén. 3:23, 24.
No obstante, los querubines que más tarde extendían su sombra sobre la cubierta propiciatoria del Arca mostraban que Jehová estaba nuevamente entre su pueblo Israel. Dios se sentaba entre los querubines para indicar que él había abierto el camino que conducía a una relación apropiada con él.
Los sacerdotes de Israel llevaban la mayor responsabilidad, es decir, la de mantener al pueblo en relación correcta con Jehová, pues “los labios de un sacerdote son los que deben guardar el conocimiento, y la ley es lo que la gente debe buscar de su boca.” (Mal. 2:7) El “temor de Jehová,” como el “principio del conocimiento” y “el comienzo de la sabiduría,” había de incluirse en lo que enseñaban los sacerdotes. (Pro. 1:7; 9:10) El servicio que rendían en el tabernáculo, y luego en el templo, les servía constantemente de recordatorio de la presencia de Jehová e implantaba en sus propios corazones un temor apropiado de Jehová de modo que ellos, a su vez, pudieran inculcar este temor en la gente.
No obstante, ¿qué ocurrió en los días del profeta Ezequiel? Lamentablemente, el pueblo, bajo la guía de sus ancianos, se desvió de la presencia de Jehová. En una visión, Ezequiel fue llevado al patio interior del templo para que viera a 70 hombres de entre los ancianos de la casa de Israel cometiendo idolatría en una de las cámaras interiores del templo. Estos decían: “Jehová no nos está viendo. Jehová ha dejado la tierra.” (Eze. 8:9-12) Esto ocurría dentro del templo sin que lo estorbaran los sacerdotes. Debido a esta idolatría, Dios causó la destrucción de Jerusalén y su templo, incluso de las decoraciones querúbicas, en el año 607 a. de la E.C. La destrucción les sobrevino, no debido a idolatría que estuviera relacionada con las decoraciones querúbicas, sino debido a que los israelitas habían olvidado precisamente lo que los querubines deberían haberles recordado, a saber, la presencia de Jehová como el Dios que exige devoción exclusiva.
Por lo tanto, como cristianos en este tiempo, adhirámonos firmemente a nuestra fe, “teniendo muy presente la presencia del día de Jehová.” Obremos bajo el impulso de la fe como si estuviéramos viendo a Aquel que es invisible, Jehová.—Heb. 11:27; 2 Ped. 3:12.