Nuestras cinco décadas de mantener integridad
Como lo relató Ramón Serrano
“¿SABÍAS, Ramoncito, que la Biblia dice que no tenemos alma inmortal, y que no existe un infierno de fuego?”
Aquella declaración sorprendente que hizo Francisca Arbeca, una criada analfabeta, me dejó atónito. Fue un punto de viraje en la vida de mi hermano menor, Francisco (Paco), y en la mía. Esto ocurrió en 1932, cuando yo tenía 15 años de edad.
Nuestra madre, una mujer piadosa, solía enviarnos para nuestra educación a una escuela bautista cercana, aquí en Barcelona, España. Allí, el señor Rosendo, el maestro y pastor, nos inculcaba las enseñanzas clásicas del protestantismo, del alma inmortal y de los tormentos del fuego del infierno. Por otra parte, nuestra criada Francisca se asociaba con el grupo local de los testigos de Jehová.
Pronto mi madre empezó a llevarnos a las reuniones de los testigos de Jehová que se celebraban en un hogar particular. Quedé muy impresionado en una de aquellas reuniones por la explicación de que Cristo “por su muerte redujera a la nada al que tiene el medio para causar la muerte, es decir, al Diablo.” (Heb. 2:14) “Si el Diablo va a ser reducido a la nada,” pensé yo, “¿cómo podría ser eterno el tormento del infierno?” Más tarde, cuando le formulé esta pregunta al señor Rosendo, él se enfureció por no tener respuesta.
EL COMIENZO DE LA PREDICACIÓN
Convencidos de que teníamos verdades bíblicas de las cuales otras personas podían beneficiarse, Paco y yo, con la ayuda de otro Testigo, empezamos a predicar de casa en casa. (Mat. 24:14) Yo tenía solo 17 años de edad y Paco solo 13. Mientras el hermano mayor cubría la ciudad vecina de Badalona, nosotros concentrábamos nuestros esfuerzos en Barcelona y en Tarrasa, una ciudad a unos 31 kilómetros de distancia. ¡Aquello representó un territorio de unos 750.000 habitantes entre los dos! Sin embargo, no nos sentimos achicados. Sabíamos que era la obra del Señor y la emprendimos con entusiasmo.
Más o menos en aquella época empezamos a usar el fonógrafo con discos de los discursos bíblicos del hermano Rutherford traducidos al español. A veces el motor se paraba antes de terminar el disco. Aún puedo recordar a Paco dando cuerda frenéticamente al aparato, a medio disco, para mantenerlo en marcha. ¡Cómo han cambiado las cosas en esta era de la electrónica!
PRUEBAS DE INTEGRIDAD DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Desde 1930 en adelante la situación política en España era muy inestable. El rey huyó al exilio en 1931 y el país fue declarado una república. Pero la población quedó dividida sobre la cuestión, y el odio político latía bajo la superficie. En julio de 1936 estalló la terrible guerra civil y, estando en Cataluña, nos encontramos en el lado republicano anticlerical del país. A pesar de las hostilidades, mantuvimos en marcha nuestra actividad de predicar de casa en casa.
Un día, mientras testificábamos en Horta, un barrio en las afueras de Barcelona, nos detuvo un miliciano comunista y nos llevó a la sede local para ser interrogados. En aquel tiempo yo tenía 18 años de edad y mi hermano 14. Un oficial local nos arengó, confiscó nuestra literatura y nos advirtió que no perdiéramos el tiempo predicando. Se me dijo que debería estar en el frente luchando con los camaradas. Aquí experimentamos realmente por primera vez los efectos de la guerra civil. Siendo jóvenes, quedamos afectados por esta experiencia, pero sabíamos que teníamos que continuar predicando las “buenas nuevas.”
En aquel tiempo —el año 1936— no teníamos una visión tan clara de la cuestión de neutralidad como la que tenemos hoy en día. (Juan 15:19) Este punto no se aclaró en La Atalaya sino hasta marzo de 1940. Todo lo que yo entendía era que, como cristiano, no podía matar.—Éxo. 20:13.
En 1937, a la edad de 19 años, me llamaron para el servicio militar con el ejército republicano. Al principio, para no participar en aquel conflicto fratricida, me escondí. Después de unos ocho meses me descubrieron y fui sometido a juicio ante el Tribunal de Espionaje y Alta Traición. Mis padres estaban convencidos de que me iban a ejecutar; tal era el ambiente del tiempo de guerra. El resultado fue que me condenaron a 30 años de cárcel. Sin embargo, después de unos meses en la cárcel me pusieron en libertad y me enviaron al frente en la provincia de Lérida. En aquel sector se estaba preparando una gran batalla.
Mi primera asignación resultó ser en una oficina, lo que significó que no tuve que usar armas. La situación pronto cambió cuando nuestra compañía recibió órdenes de ir al frente de batalla, cerca de un pueblo llamado Serós, a orillas del río Segre. Ahora, como los demás de los soldados, me encontré bajo fuego. En una ocasión, mientras trataba de protegerme de las balas en un hoyo de poca profundidad en la tierra, tenía a cada lado mío un sargento gritándome que tomara un rifle y que empezara a disparar. Hice caso omiso de la orden. A los pocos minutos de esto, los dos sargentos yacían muertos.
Finalmente nuestra compañía se batió en retirada y, después de unas tres semanas de marcha, fui capturado por las tropas italianas de la Brigada Littorio, tropas que luchaban junto con el ejército nacional de Franco. Ahora que era prisionero tuve algún alivio de la presión con la cual se me quería obligar a participar en la guerra. Estábamos a principios de 1939 y me asignaron a un campo de concentración de Deusto, Vizcaya, en el norte de España. Pero mis problemas no terminaron allí. A las horas de comer teníamos que ponernos de pie todos, cantar himnos fascistas y ejecutar el saludo fascista con el brazo levantado. Yo me mantenía sentado atrás y continuaba comiendo discretamente. Afortunadamente, soy algo bajo de estatura, por lo que pasaba inadvertido. Más tarde me transfirieron a trabajar en un batallón disciplinario. Allí se me ordenó hacer el saludo fascista junto con los demás. Basándome en la objeción de conciencia, rehusé participar en lo que consideraba un acto idolátrico. Los otros prisioneros pensaban que estaba loco. Estando España embrollada en una guerra civil, mi actitud era equivalente al suicidio.
Se me llamó fuera de las filas delante de todos y se me mandó hacer el saludo fascista. Rehusé hacerlo. Un oficial me golpeó e intentó levantar mi brazo por la fuerza, pero no pudo. Luego me ataron un saco pesado de arena a la espalda y me hicieron correr en círculo, mientras me azotaban las piernas con un cinturón. Finalmente me desmayé, caí al suelo, y me pusieron en aislamiento penal. Para fortalecer mi espíritu, empecé a escribir textos bíblicos en la pared de la celda. Me visitaron dos oficiales e intentaron persuadirme a hacer el saludo. Mi negativa rotunda a efectuar una cosa tan sencilla los desconcertó, máxime teniendo en cuenta que estaba a punto de ser puesto en libertad. Por fin me llevaron ante un grupo de oficiales y médicos militares, quienes decidieron enviarme al hospital para que se investigara si estaba en mi juicio. Pocas semanas después me pusieron en libertad y, terminada la guerra, me enviaron a casa en abril de 1939. Aquellas experiencias angustiosas estaban ya en el pasado, y yo había mantenido la integridad hasta como mejor pude.
DIFICULTADES EN LA POSGUERRA
La guerra civil de España terminó el 1 de abril de 1939, pero las heridas abiertas que había causado continuaron supurando de odio durante los años siguientes. Por todas partes reinaba el miedo a las represalias, la venganza y la denuncia anónima. Prevalecía un ambiente de terror, intensificado por los estragos de la guerra y la escasez de alimentos.
Fue en medio de estas circunstancias que volví a Barcelona para encontrar que se habían suspendido las reuniones del pueblo de Jehová y que la obra de predicar había cesado. Sin demora, Paco y yo colaboramos con otras personas para reanudar las reuniones en la casa de Francisca Arbeca. (Heb. 10:24, 25) Las celebrábamos los domingos, y basábamos nuestros estudios en la Biblia, en números atrasados de La Atalaya y en libros tales como Gobierno, Liberación y Riquezas. Nuestra actividad de predicar se limitaba a contactos informales.
Debido al comienzo de la guerra en 1936, nuestra comunicación con la Sociedad Watch Tower de Brooklyn, Nueva York, había sido interrumpida. Aunque la guerra había terminado, no podíamos comunicarnos con la Sociedad. ¿Por qué no? Porque existía censura de la correspondencia, y la gente tenía la obligación de escribir lemas patrióticos en el sobre. Por lo tanto, parecía mejor que evitáramos escribir cartas.
En 1946 la prensa española publicó una noticia sobre la Asamblea Teocrática “Naciones Alegres” de los Testigos de Jehová que se celebró en Cleveland, Ohio, E.U.A. Aquella noticia revivificó nuestras esperanzas. Para entonces ya no era necesario escribir lemas en la correspondencia. Ansiosamente escribimos a la Sociedad pidiendo más información. ¡Qué regocijo sentimos cuando, unas semanas después, recibimos una carta y un paquete de revistas! Por fin verdades bíblicas frescas caían paulatinamente en nuestro reseco campo.
CASAMIENTO EN UNA DICTADURA CATÓLICA
El año 1946 fue feliz para Paco y para mí por otra razón. Yo tenía casi 29 años de edad y Paco 25, y ambos estábamos cortejando a dos chicas catalanas, Carmen y María, que también estudiaban la Biblia y asistían a las reuniones. Mi hermano y yo estábamos muy conscientes de la necesidad de casarnos “solo en el Señor” y, por lo tanto, habíamos ejercido paciencia. (1 Cor. 7:39) Los cuatro queríamos casarnos el mismo día. Solo había un problema. La única ceremonia de boda que realmente había disponible en aquella época era la católica. La cuestión era: ¿Cómo podíamos evitar el rito católico? Con el tiempo encontramos a un sacerdote que, por una gratificación, estuvo dispuesto a permitir una ceremonia sencilla en su iglesia sin ningún compromiso religioso. Con el fin de cubrirse, estuvo ausente el día de la boda y dejó el asunto en las manos del sacristán. Así, en octubre de 1946 me casé con María Royo, y Paco se casó con Carmen Parera.
UN MISIONERO DE GALAAD NOS ENSEÑA A PREDICAR
En diciembre de 1947 John Cooke, quien había recibido entrenamiento misional en la Escuela de Galaad, llegó a Barcelona. La verdad sea dicha, antes de su llegada nuestras reuniones se parecían más a debates ásperos que a otra cosa. Pero él nos mostró cómo debería conducirse una reunión cristiana, y pronto los que no apreciaron el arreglo se fueron.—1 Cor. 14:33.
Luego vino el verdadero desafío. El hermano Cooke nos dijo que tendríamos que empezar a predicar de casa en casa si esperábamos que alguna vez se cubriera España con las “buenas nuevas.” “¡No debes estar en tus cabales, hermano Cooke!” le dijimos. “No se puede predicar de esa manera aquí en la España de Franco. ¡Tal vez se pueda hacer en Londres o en Nueva York, pero no aquí!” Cuando vio que no estábamos dispuestos a ceder, ¿qué hizo él? Salió a predicar solo y nos mostró que era posible hacerlo. Aquello nos avergonzó y nos obligó a actuar. Si él, un extranjero, con su marcado acento, estaba dispuesto a dar el testimonio a nuestro pueblo, también nosotros estábamos dispuestos a hacerlo. Nos enseñó a predicar discretamente, zigzagueando por el territorio en vez de visitar todos los pisos de un edificio, para que la policía no nos capturara.
Muchas personas respondieron a nuestro mensaje por toda Barcelona, y pronto nuestro grupo se convirtió en una congregación. Con el tiempo, pudimos formar varias congregaciones en la ciudad. Debido a la buena expansión, Paco y yo decidimos que ahora podíamos ‘extender nuestras alas’ y trasladarnos a las ciudades cercanas de Hospitalet, Prat de Llobregat y otros municipios costeros con el fin de dar más ímpetu a la obra de testificar. Cuando miramos atrás, nos causa verdadera satisfacción ver que ahora hay 52 congregaciones grandes en la ciudad de Barcelona, 9 en Hospitalet y varias más en los municipios que se extienden a lo largo de la costa, donde hemos tenido la oportunidad de servir de ancianos. Por supuesto, no nos atribuimos el mérito por este aumento, pero nos alegra el haber participado en él.—1 Cor. 3.5-9.
BENDICIONES DE FAMILIA
El 10 de junio de 1951 fue una fecha “histórica” para nuestra familia. Aquel día en un estanque pequeño en el jardín del hermano Brunet, cinco de nosotros nos bautizamos... Carmen, María, Paco y yo, así como también nuestra madre. Las circunstancias nos habían obligado a esperar muchos ayes para aquella ocasión gozosa.
Durante los difíciles años cincuenta, María y yo tuvimos tres bendiciones sobresalientes... el nacimiento de nuestros tres hijos: David, Francisco (Paquito) e Isabel. Esto nos aportó la enorme responsabilidad de educarlos en el ‘camino conforme para ellos,’ sabiendo que, con toda probabilidad, al adelantar en edad no se desviarían de él.—Pro. 22:6.
HOSTIGAMIENTO POLICIAL
En 1955, y en una fecha que coincidía con una visita del hermano F. W. Franz, se hicieron arreglos para celebrar una asamblea secreta en los bosques del monte Tibidabo, que domina Barcelona. Normalmente celebrábamos nuestras asambleas como si fueran comidas campestres por si acaso se presentaba la policía. En este caso la ‘comida campestre’ fue grande, pues asistieron más de 500 personas. Otro factor nada conveniente fue el hecho de que la policía había allanado la casa de un hermano la semana anterior y había confiscado un ejemplar del suplemento del Informador que había anunciado los arreglos de esta asamblea. María y yo estuvimos presentes en esta ‘comida campestre’ con nuestros dos hijitos, David y Paquito.
El programa empezó y parecía que todo iba bien hasta que, de repente, vimos a cuatro hombres que subían por el monte corriendo, uno de ellos con una pistola en la mano. Nos ordenaron que no nos moviéramos. Sí, tiene usted razón, era la policía vestida de paisano. Pensaban que realmente habían efectuado un buen golpe y nos apiñaron a todos —hombres, mujeres y niños— en camiones en los cuales nos transportaron a la jefatura de policía para identificación e interrogatorio. ¡Imagínese el disgusto de algunos de ellos cuando se dieron cuenta de que habían hecho una redada contra familias inofensivas que se habían reunido para estudiar la Biblia, más bien que contra un grupo político clandestino! Aunque nada resultó de todo ello, esta experiencia sirvió para fortalecer nuestra integridad y nos ayudó a apreciar la protección de Jehová.—Sal. 34:7.
AZOTA LA TRAGEDIA
Para 1963 nuestros hijos David, Paquito e Isabel tenían 13, 11 y 9 años respectivamente, y adelantaban bien en la verdad. Era un gozo para nosotros verlos participar en el servicio del campo y disfrutar con nosotros de las reuniones para el estudio de la Biblia en casas particulares.
Entonces, un día de marzo de aquel año, Paquito llegó a casa del colegio quejándose de unos dolores fuertes en la cabeza. En cuestión de tres horas había muerto de meningitis.
Quedamos tan profundamente afectados por esta pérdida terrible que no sé cómo logramos hacer los preparativos para el entierro, pues hasta para esto tuvimos que luchar con la Iglesia Católica. Por supuesto, queríamos un entierro civil, y para esto tuvimos que conseguir el visto bueno del cura de la parroquia local. Con un documento que acreditaba que éramos testigos de Jehová, se superó aquel obstáculo.
Más de mil hermanos, amigos y personas relacionadas con nuestro negocio acudieron a la casa. ¡Imagínese la conmoción que esto causó en el vecindario! Se interrumpió el tráfico, y en la calle la gente preguntaba quién era la persona importante que había muerto. Aquella persona muy importante era nuestro querido hijo, Paquito. Lo único que nos sostuvo a través de aquel trance tan difícil fue el conocimiento de la esperanza de la resurrección. (Juan 5:28, 29; 11:23-25) Siendo padres amorosos, María y yo anhelamos el día en que volvamos a ver a nuestro hijo y podamos continuar su educación, pero en el nuevo sistema de cosas que Dios ha prometido para esta Tierra.—2 Ped. 3:13; Isa. 25:8, 9.
Dos semanas después del funeral me llamaron a la jefatura de policía y me interrogaron durante dos horas. Sus agentes habían estado espiando entre la muchedumbre que acudió al entierro y fue evidente que la asistencia masiva de Testigos provocó esta reacción. Sus preguntas se hacían con el intento de conseguir información acerca de los hermanos que dirigían la obra en España en aquel tiempo. Yo estaba al tanto de sus maniobras y tomé la decisión de no decirles nada que pudiera implicar a cualquier otra persona. Les dije sin ambages que no era ningún Judas. Aunque amenazaron con imponerme una fuerte multa, su intimidación no tuvo éxito, pues no tenían evidencia para acusarme.
LA LIBERTAD POR LARGO TIEMPO ESPERADA
En 1967 el gobierno español aprobó la Ley de Libertad Religiosa que garantizaba un mayor grado de libertad para las religiones acatólicas. Nos preguntábamos si los Testigos llegarían a beneficiarse de esta ley y si se les concedería el reconocimiento legal. Pareció claro que nuestra posición relacionada con la predicación de casa en casa y la neutralidad cristiana fue un obstáculo para las autoridades políticas y eclesiásticas, pues nuestra inscripción en el registro oficial de religiones acatólicas se retrasó hasta julio de 1970.
Por más de 30 largos años Paco y yo habíamos esperado ese día. Ahora podíamos practicar nuestra religión al amparo de la ley, sin temor. Imagínese lo regocijados que nos sentimos al asistir a la inauguración del primer Salón del Reino de Barcelona en febrero de 1971. Nuestros corazones rebosaron de gozo aquel día a medida que cantamos en unión canciones del Reino, algo que los testigos de Jehová no habían podido hacer en España por muchos años.
LA INTEGRIDAD Y SUS MUCHAS BENDICIONES
Al mirar atrás a las casi cinco décadas de servicio a Jehová, tengo que admitir que Su bondad amorosa y Su bendición nos han acompañado a medida que nos hemos esforzado por andar en el camino de la integridad. (Sal. 26:1-3) Él ha bendecido a María y a mí con hijos leales que han continuado en los caminos de la verdad. Hasta este día somos una familia feliz y unida, con un fuerte vínculo de afecto. Nuestro hijo, David, fue encarcelado en 1972 debido a su posición cristiana de neutralidad. Esta era la primera vez que se separaba de la familia, y fue una experiencia desgarradora para todos nosotros. Pero entendíamos la razón para ello y nos fortaleció verlo mantener su integridad cristiana durante tres años de encarcelamiento. Cuando salió en libertad en 1976, tuvo el privilegio adicional de servir en Betel, las instalaciones de la Sociedad Watch Tower aquí en Barcelona. Más tarde se casó con una cristiana dedicada que también sirvió allí con él durante un tiempo. Recientemente nos dieron la bendición feliz de ser abuelos por primera vez, al nacer su hijo, Jonatán.
En 1976 nuestra hija, Isabel, empezó a testificar como precursora (proclamadora del Reino de tiempo completo). Ahora está acompañando a su marido en la obra de circuito, y visita a las congregaciones aquí en Cataluña.
Jehová nos ha sostenido a través de muchas pruebas difíciles durante los años. Y la verdad sea dicha, somos gente muy corriente, con las debilidades que son comunes a toda la humanidad. No obstante, nuestras experiencias como familia nos han enseñado a apoyarnos con paciencia en Jehová y a esperar el cumplimiento de su voluntad. Estamos resueltos a continuar cumpliendo la resolución de David expresada en Salmo 26:11, 12: “En cuanto a mí, andaré en mi integridad. Oh redímeme y muéstrame favor. Mi propio pie ciertamente estará plantado en un lugar llano; entre las multitudes congregadas bendeciré a Jehová.”
[Ilustraciones en la página 25]
Francisco (izq.) y Ramón Serrano