El placer puesto en el lugar que corresponde a Dios... ¿por qué?
“USTED no es el único”, dice un anuncio en letras grandes de trazo grueso. “El domingo, otros 61.000.000 de adultos estadounidenses optaron también por no ir a la iglesia.” El anuncio mismo tiene el objetivo de lograr que algunos de esos millones de personas, que equivalen a 41 por 100 de todos los estadounidenses de 18 años de edad o más, vayan a la iglesia.
En otras partes, señaladamente en la Europa occidental, el cuadro es parecido, sólo que el porcentaje es mucho más alto. Por ejemplo, en Gran Bretaña, en cualquier domingo determinado, cerca de 98 por 100 de los 28.000.000 de miembros de la Iglesia Anglicana no se toman la molestia de ir a la iglesia. A pesar de registrarse algunos aumentos aquí y allá, la tendencia descendente es patente por todo el mundo.
Por qué se alejan
¿Cuál es la causa de que haya tantas personas alejándose de las iglesias? Es obvio que esa es una pregunta muy compleja. A ello han contribuido el ateísmo, el materialismo, el fracaso de las iglesias en satisfacer a la gente, y muchos otros factores. Pero ¿se han alejado todas esas personas porque han dejado de creer en Dios, y por eso no necesitan más la religión? Evidentemente no.
En su libro The Search for America’s Faith, los coautores George Gallup, hijo, y David Poling manifestaron el asombro que les causó el descubrir que “los que no pertenecen a ninguna iglesia son en su gran mayoría creyentes; y, en la mayoría de los casos, no es la pérdida de fe lo que ha hecho que la gente deje de pertenecer a alguna iglesia”. Así, pues, ¿qué los mantiene alejados?
Gallup y Poling notaron cuatro factores claves que atraen a los que no pertenecen a ninguna iglesia:
“1. Los deportes, las actividades recreativas y los pasatiempos
2. Las actividades sociales entre amigos
3. Un plan de trabajo que dificulta el asistir a alguna iglesia
4. El deseo de ‘tener más tiempo para mí mismo y/o mi familia’”.
¿No es cierto que la mayoría de las personas hoy considera el domingo principalmente como tiempo para descansar y relajarse, y por eso lo esperan con anhelo? Para muchas que pueden permitirse el lujo, una vuelta en automóvil por el campo, una comida campestre o una excursión es muchísimo más refrescante que el asistir a servicios religiosos. El correr al trote, el esquiar, el jugar golf, el pescar o cualquiera de una serie de otros deportes es mucho más vigorizador que el aburrido sermón. Y, por lo general, esas actividades se practican con tal dedicación y celo que pudiera avergonzar al devoto promedio.
¿Cuál es el resultado? Es obvio que ese punto de vista de amar los placeres ha restado mucho apoyo a las iglesias. Pero, lo que es aún más grave para los individuos, ha significado que el amor a los placeres ha reemplazado el amor a Dios. La religión, o lo que resta de ella, ha quedado postergada, excepto en unas cuantas ocasiones especiales en la vida, como bodas y funerales, cuando la piedad se considera todavía necesaria. La diversión profana ha tomado el lugar de la devoción espiritual.
La ola creciente de profanidad entre las personas que afirman creer en Dios coincide con lo que el apóstol Pablo tenía presente cuando habló de hombres que llegarían a ser “amadores de placeres más bien que amadores de Dios”. Y, al hablar de tales personas, las utilizó como advertencia y como rasgo para indicar la llegada de “los últimos días”, cuando se presentarían “tiempos críticos, difíciles de manejar” (2 Timoteo 3:1, 2, 4). El hecho de que multitudes de personas hoy día ‘ponen el placer en el lugar de Dios’, como predijo Pablo, es una de las muchas pruebas de que vivimos en los últimos días. (Versión de J. M. González Ruiz.)