El Reino de Dios... el remedio seguro
“EL HOMBRE ha dominado al hombre para perjuicio suyo.” Esta declaración, que se halla registrada en la Biblia en Eclesiastés 8:9, ha seguido siendo cierta a través de la historia hasta nuestro mismísimo día. ¿Por qué ha resultado ser así? ¿Por qué no ha podido el hombre mejorar la situación a que se enfrenta durante estos tiempos críticos?
“El conocer algo de la naturaleza humana nos convencerá de que, para la inmensa mayoría de la humanidad —escribió Jorge Washington en 1778—, el interés [personal] es el principio dominante; y de que casi todo hombre está más o menos bajo su influencia. [...] Pocos hombres están dispuestos a sacrificar de continuo, para beneficio de todos, sus conveniencias o ventajas personales. Es inútil clamar en contra de la depravación de la naturaleza humana debido a esto; es un hecho, la experiencia de toda era y nación lo ha probado, y tenemos que cambiar en gran medida la constitución del hombre antes de que podamos cambiar tal situación.”
Puesto que todo hombre es imperfecto y pecador desde su nacimiento, ningún hombre ha podido tratar de modo absolutamente perfecto y justo a su prójimo (Romanos 5:12). Los intereses personales egoístas alteran o dominan nuestro juicio y nuestras acciones. Y aunque el hombre trate de legislar contra estas debilidades inherentes, ningún gobierno humano puede eliminarlas. “Jamás se ha concebido un sistema de gobierno —sea éste por un monarca, un dictador, un tirano, una aristocracia, una oligarquía, una república, pura democracia, o el partido comunista— que garantice que los que han de gobernar al estado serán siempre líderes buenos y sabios —escribe Laurence Beilenson en The Treaty Trap—. Esto se debe a que han sido personas quienes los han elegido o aceptan su régimen [...] Tampoco son buenas ni sabias las personas sobre quienes gobiernan los gobernantes. Cuando el hombre logre amar a su prójimo como a sí mismo, entonces las leyes que establecen restricciones, los policías que se encargan de que éstas se cumplan, y las fuerzas armadas que sirven de protección, al igual que los tratados, llegarán a ser cosas innecesarias.”
Aunque, como muchas otras personas, Beilenson opina que tal ‘día feliz no está cerca’, dicho parecer no toma en cuenta el propósito de Dios para la Tierra. El que el hombre no haya podido gobernar sabia ni pacíficamente, prescindiendo de las medidas que haya tomado, ha demostrado claramente que la humanidad no puede gobernarse a sí misma. La única solución radica en el Reino de Dios, bajo la gobernación de su Hijo Jesucristo. Por eso, cuando Jesús enseñó la oración modelo a sus discípulos, les enseñó a orar a Dios lo siguiente: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:10.)
La voluntad de Dios es que su Reino, establecido ya en los cielos, sea el medio de traer paz total a la Tierra. Respecto a la gobernación de su Hijo, el “Príncipe de Paz”, el relato inspirado dice: “Se sentará en el trono de David; extenderá su poder real a todas partes y la paz no se acabará; su reinado quedará bien establecido, y sus bases serán la justicia y el derecho desde ahora y para siempre. Esto lo hará el ardiente amor del Señor todopoderoso”. (Isaías 9:6, 7, Versión Popular.)
Este Reino no solo hará que la paz verdadera abarque todo el globo terráqueo, sino que logrará lo que ningún otro gobierno ha podido lograr: la eliminación de las tendencias egoístas del hombre, que se deben a la imperfección heredada. Pues, bajo la gobernación del Reino, la humanidad será libertada del pecado y de su condenación a la muerte y tendrá la perspectiva de disfrutar de vida eterna y perfecta en una tierra paradisíaca (Romanos 6:23). Con este fin, Dios “limpiará toda lágrima de [los] ojos [de ellos], y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”. Y Jehová promete: “¡Mira! Estoy haciendo nuevas todas las cosas” (Revelación 21:4, 5). Éste será el remedio seguro para nuestros tiempos críticos.