Una singular roca ateniense
AL OESTE de la famosa Acrópolis de Atenas y separado de ésta por un estrecho valle hay un afloramiento de piedra caliza que los griegos llaman el Areópago. Sus dimensiones no son particularmente impresionantes, pues mide unos 300 metros (1.000 pies) de largo por un poco más de 120 metros (400 pies) en la parte más ancha, y se eleva a una altura de unos 115 metros (370 pies). Lo singular de esta roca es la extraordinaria historia, seglar y bíblica, que se asocia con ella.
El nombre Areópago significa literalmente “Colina de Ares”, o “Colina de Marte”, pues Marte era el equivalente romano del nombre griego Ares, dios de la guerra. Según la leyenda, la primera audiencia judicial, sobre un caso extraño de asesinato entre los dioses, se celebró aquí. Ares fue sometido a juicio por haber asesinado al hijo de Poseidón, dios del mar. Por eso, la roca adquirió importancia en los asuntos políticos y judiciales de la Atenas antigua. Con el tiempo llegó a ser la sede del primer tribunal de la ciudad, que adoptó el nombre de Tribunal, o Consejo, del Areópago, o simplemente Areópago.
No se sabe con certeza cuándo el Tribunal comenzó sus funciones. Pero para aproximadamente el siglo VII a. de la E.C., ya ejercía considerable poder sobre todos los asuntos de la ciudad, y a sus miembros se los elegía de entre los aristócratas y los ricos, la elite del pueblo. Sin embargo, a medida que transcurrió el tiempo, mucho de su poder se transfirió a los magistrados de la ciudad y al tribunal popular. Su jurisdicción se limitó a los casos de homicidio y a los asuntos que tenían que ver con la religión y la educación.
Por ejemplo, se dice que durante la época de Pericles (c. 495-429 a. de la E.C.) los areopagitas procesaban a los que profanaban los “olivos sagrados”, de los cuales se extraía el aceite de oliva para el servicio sagrado. A los areopagitas se les consideraba los guardianes y fideicomisarios de las normas morales y la religión, y protegían la ciudad de cualesquiera “deidades extranjeras” indeseables. Como dato curioso, los estudiantes de historia recordarán que el tribunal ateniense condenó al famoso filósofo Sócrates (470-399 a. de la E.C.) precisamente por dichas razones: “corromper a la juventud” y “despreciar los dioses que la ciudad adora y practicar novedades religiosas”.
Cuando el Areópago celebraba sesiones sobre casos de homicidio, éstas generalmente se conducían al aire libre para que “los jueces y el acusador no se fueran a contaminar por estar bajo el mismo techo con el transgresor”. Los procedimientos exigían que el acusador se sentara en una piedra llamada Inexorabilidad, y el acusado en otra llamada Ultraje. Hoy, en lo alto de la colina, se pueden ver dos piedras blancas donde se dice que estuvo el tribunal. Es probable que las audiencias sobre otros asuntos se celebraran en el llamado “Pórtico Real” (Stoa Basileios) del ágora, o la plaza de mercado, que estaba situada en el valle que quedaba más abajo del Areópago.
Sin embargo, el suceso histórico más conocido que tuvo lugar en el Areópago es el que se registra en el capítulo 17 del libro bíblico de los Hechos... la visita del apóstol Pablo a Atenas, donde dio su memorable discurso “en medio del Areópago”. (Hechos 17:22.)
Cuando Pablo visitó a Atenas, “se irritó [...] al contemplar que la ciudad estaba llena de ídolos”, lo cual lo movió a entablar muchas conversaciones, sobre “las buenas nuevas de Jesús y de la resurrección”, con la gente que se hallaba en el ágora. Evidentemente este mensaje despertó la curiosidad de la gente, especialmente la de los filósofos epicúreos y los estoicos, de modo que hicieron que Pablo diera una explicación más detallada sobre las “deidades extranjeras” y la “nueva enseñanza” en el Areópago. (Hechos 17:16-34.)
Pablo se puso a la altura de las circunstancias y defendió valiente y vigorosamente las buenas nuevas de Jesús. Su discurso es una obra maestra de lógica y refutación; su efecto sigue siendo tan poderoso ahora como lo fue cuando los atenienses lo escucharon por primera vez. Hoy, hay una placa de bronce al pie de la roca, en el lado occidental, que conmemora el suceso. El discurso de Pablo está grabado en ella en grandes letras unciales o letras mayúsculas griegas, lo cual permite que todos lo vean. Sirve de testimonio mudo, no solo de la larga y singular historia de la roca, sino también de la autenticidad histórica de la Biblia.