¿Agradece usted lo que Jesús hizo?
¿CÓMO se podría expresar la gratitud de modo más sencillo y directo si no es con la palabra “gracias”? Sin embargo, no todo el que dice “gracias” realmente aprecia lo que ha recibido. Esta palabra puede decirse por otras razones, como por mera cortesía en respuesta al gesto de otra persona. Es un uso apropiado, pero mecánico.
No obstante, son sumamente apropiadas las expresiones sinceras de gratitud cuando uno recibe un regalo, especialmente uno preciado. Un regalo puede hacernos felices; puede satisfacer cierta necesidad. Si logra ambos objetivos, es un don de valor excepcional. Pero si después se pasa por alto el regalo o se hace mal uso de él, cualquier expresión de agradecimiento habrá resultado vacía. Por lo tanto, el aprecio, o la falta de este, frecuentemente se demuestra por nuestra actitud hacia el regalo y por el uso que hacemos de él.
El Creador de la humanidad, Jehová, nos dio por regalo su posesión más valiosa... su Hijo. Juan 3:16 dice: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. Tal regalo nos hará felices y satisfará nuestras necesidades si mostramos gratitud genuina. Pero, si Jehová es el Dador, ¿por qué agradecérselo a Jesús?
Lo que Jesús ha hecho por usted
‘¿Qué hizo Jesús por mí?’, quizás pregunte usted. Aun antes de que usted naciera, Jesús hizo algo por usted. ¿Qué hizo? Renunció a su existencia celestial prehumana para nacer como humano de la virgen María. (Lucas 1:26-33.) Esto no fue una pequeñez. ¿Estaría usted dispuesto a mudarse de un hogar pacífico, seguro y sano, rodeado de amigos leales, para residir en un lugar donde constantemente hay discordia, peligro y enfermedad, y donde enemigos están tramando su muerte? ‘De ninguna manera’, contestaría la mayoría de las personas. Sin embargo, eso fue lo que Jesús hizo. (Juan 17:5; Filipenses 2:5-8.)
Debido a que el Padre de Jesús fue Jehová Dios, y no algún humano, él estaba libre de pecado. (Lucas 1:34, 35.) En ninguna ocasión transgredió en pensamiento, palabra u obra. A pesar de las condiciones pecaminosas en torno suyo y de la oposición que tuvo que afrontar, él pudo decir a sus opositores: “¿Quién de ustedes me prueba culpable de pecado?”. ¡Ninguno de ellos pudo hacerlo! Como dijo el apóstol Pedro: “Él no cometió pecado ni en su boca se halló engaño”. (Juan 8:46; 1 Pedro 2:22.) Basándonos en estos hechos, ilustremos un poco más cómo usted está implicado en este asunto.
A muchas personas no les agrada visitar enfermos en el hospital y mucho menos vivir con ellos. Jesús era perfecto en cuerpo, de modo que su salud era perfecta. Sin embargo, él no se aisló de los demás ni procuró vivir en un ambiente estéril. Más bien, por amor, Jesús de buena gana comió, durmió y se asoció con la humanidad enferma y moribunda. (Mateo 15:30-37; Marcos 1:40-42.)
Luego, Jesús renunció voluntariamente a su existencia humana perfecta para beneficiar a la humanidad. Por ser perfecto, él tenía derecho a una vida humana sin fin, y lo sacrificó para darnos una gran oportunidad. Como él mismo declaró: “El Hijo del hombre [...] vino [...] para servir y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mateo 20:28.) A este respecto, sus apóstoles dieron un testimonio parecido: “Contemplamos a Jesús, que había sido hecho un poco inferior a los ángeles, [...] para que por la bondad inmerecida de Dios gustase la muerte por todo hombre”. (Hebreos 2:9.) El que Jesús diera su vida por la humanidad fue la expresión más grande de amor que cualquier humano podía hacer. Por este medio, él proporcionó el mayor regalo o don que nosotros como criaturas humanas imperfectas podíamos recibir, a saber, la oportunidad de alcanzar vida eterna. (Juan 3:16; 15:13.)
‘Jesús ciertamente ha hecho mucho por mí —quizás concluya usted—, pero ¿cómo puedo mostrar que estoy agradecido?’