¿Acepta usted la disciplina?
‘HOY DÍA los padres solo tocan el tam tam (tambor de baile), pero no tocan a sus hijos.’ Este fue el comentario que hicieron varias estudiantes de una universidad de África. ¿Qué quisieron decir? Que la disciplina está pasada de moda. Los padres no quieren administrarla, y los hijos están muy felices de no recibirla.
¿Es sabio desplegar tal actitud? Cierto diccionario en inglés dice que la disciplina es esencialmente un “entrenamiento que corrige, moldea o perfecciona las facultades mentales o el carácter moral”. ¿Puede alguien realmente arreglárselas sin esa clase de disciplina? ¿A qué se debe que aquellas estudiantes africanas —y sus padres— pensaron que no la necesitaban?
En realidad, la actitud negativa respecto a la disciplina no se limita a estas alumnas africanas y sus padres. Parece que la mayoría de las personas hoy día consideran cualquier consejo o disciplina como intromisión injustificada en su libertad, una restricción a sus derechos. Sin embargo, tal actitud no es peculiar del siglo XX. Hace miles de años, Dios mismo notó que “la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud”. (Génesis 8:21.) Señalando al resultado final de miles de años de dicha inclinación mala, el apóstol Pablo escribió: “Los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin autodominio, feroces, sin amor de lo bueno, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo”. (2 Timoteo 3:2-4.) ¡No es de extrañar que la disciplina no sea popular!
¿Es realmente tan mala la disciplina?
En realidad, ¿necesita la disciplina el cristiano? Pues, Jesús dijo que el camino que conduce a la vida es “estrecho”. (Mateo 7:13, 14.) Es fácil desviarse de este camino. De modo que, ¿no sería sabio aceptar la disciplina o entrenamiento, tal como la llama el diccionario? Considere el caso de un viajero que accidentalmente se desvía de su camino y va a parar demasiado cerca de una zona peligrosa. Si un desconocido ofreciera mostrarle al viajero cómo regresar a su ruta, ¿cómo reaccionaría este? ¿Rechazaría airadamente la ayuda, insistiendo en que él tiene el derecho de ir a donde él quiera? ¿Acusaría al amigable desconocido de estar violando sus derechos? Difícilmente. Estaría agradecido por la ayuda ofrecida.
Así mismo, el cristiano sabio está agradecido cuando se le ofrece ayuda en la forma de disciplina bondadosa. Las palabras del profeta son verdaderas, prescindiendo de nuestra edad o experiencia en la vida: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso”. (Jeremías 10:23.) Por eso, todos necesitamos disciplina.
Rechazaron la disciplina
Uno que rechazó la disciplina fue Caín, quien estaba celoso de su hermano Abel. En vista de que Caín estaba empezando a desviarse del camino correcto, Jehová mismo lo amonestó al preguntarle: “¿Por qué estás enardecido de cólera, y por qué se te ha decaído el semblante? Si te diriges a hacer lo bueno, ¿no habrá ensalzamiento? Pero si no te diriges a hacer lo bueno, hay pecado agazapado a la entrada, y su deseo vehemente es por ti; y tú, por tu parte, ¿lograrás el dominio sobre él?”. (Génesis 4:6, 7.) Pero Caín no escuchó. Mató a su hermano Abel y así introdujo el asesinato en la historia humana. (Génesis 4:8-16.)
En los días de Samuel, los hijos de Elí tampoco aceptaron la disciplina. Su padre era el sumo sacerdote del santuario de Jehová, pero sus hijos se aprovecharon de sus posiciones para robar de las ofrendas y para inducir a las mujeres a cometer inmoralidad con ellos. Su padre los reprendió —débilmente—, pero no escucharon. ¿El resultado? Por rechazar la disciplina, estos dos hombres murieron en batalla, y la conmoción debido a esta noticia causó la muerte del mismísimo Elí. (1 Samuel 2:12-17, 22-25; 3:11-18; 4:1-4, 10-18.)
Algunos sí escucharon
No obstante, otros sí aceptaron la disciplina. David —rey y hombre de guerra— cometió un horrible crimen al causar la muerte de Urías, el esposo de la mujer con quien David había cometido adulterio. Pero David aceptó la reprensión que Dios envió mediante el profeta Natán, por lo cual Jehová no lo rechazó completamente. (2 Samuel 12:1-14.) En efecto, la disciplina nos puede ayudar a recuperarnos hasta de pecados muy serios.
Cuando Job recibió consejo del joven Elihú, él pudiera haberlo rechazado airadamente. Aunque Job había sufrido terriblemente a manos de Satanás, rehusó ‘maldecir a Dios, y morir’. Con tal registro, él pudiera haber pensado que no había razón para escuchar el consejo de aquel joven. Pero Job sí escuchó, y aprendió que, aunque era un mantenedor de integridad, tenía que ajustar su actitud. Entonces tuvo el privilegio de recibir consejo de parte de Jehová mismo y finalmente fue recompensado con muchas bendiciones. (Job 2:9, 10; 32:6; 42:12-16.) Así, la disciplina puede ayudar hasta a los que tienen un sobresaliente registro de aguante y fidelidad.
El apóstol Pedro también recibió disciplina. Recuerde, Pedro era un apóstol de Jesucristo, un testigo de la transfiguración de Jesús y aquel a quien Cristo confió “las llaves del reino”. (Mateo 16:18, 19.) No obstante, en cierta ocasión el apóstol Pablo, quien era un seguidor de Jesús relativamente nuevo, disciplinó públicamente a Pedro debido a la conducta que desplegó en la congregación de Antioquía. Es patente que Pedro aceptó la disciplina, pues más tarde habló de “nuestro amado hermano Pablo”. (2 Pedro 3:15; Gálatas 2:11-14.) Por lo tanto, un cristiano que tiene muchos privilegios pudiera recibir disciplina también.
Los cristianos del día moderno y la disciplina
No debería sorprendernos el que una persona madura de la congregación nos aconseje. Pero los que están principalmente encargados de la responsabilidad de velar sobre nuestros intereses son los ancianos nombrados. Es a estos pastores espirituales que la Biblia dice: “Debes conocer positivamente la apariencia de tu rebaño. Fija tu corazón en tus hatos”. (Proverbios 27:23.)
Algo que nos ayudará a aceptar la disciplina es el reconocer que para que los ancianos den consejo, se requiere tanto verdadero amor como valor de parte de ellos. A menudo, los ancianos son rechazados cuando tratan de ayudar. Por ejemplo, un anciano africano habló con una hermana que llevaba muchos años de ser cristiana y le advirtió que ella se estaba envolviendo en un asunto poco cristiano. A él se le hizo difícil dar este consejo, y fue aun más difícil cuando ella se ofendió. Finalmente, ella rechazó el consejo y ya no quiso ningún trato con el anciano que había tratado de ayudarla. ¡Cuánto más sabio hubiera sido si ella hubiera recordado que ‘las heridas infligidas por un amigo amoroso son fieles’! (Proverbios 27:6.)
La disciplina puede ayudarnos a aplicar otro proverbio bíblico: “Sagaz es el que ha visto la calamidad y procede a ocultarse, pero los inexpertos han pasado adelante y tienen que sufrir la pena”. (Proverbios 22:3.) Estas palabras hubieran ayudado a cierto cristiano del mismo país. Este desarrolló el hábito de ir a restaurantes públicos sin su esposa e hijo. Esto perturbó a algunos por el hecho de que en esa zona las meseras de muchos de los restaurantes eran en realidad prostitutas en busca de clientes. De modo que los ancianos de la localidad le hablaron en varias ocasiones acerca de este asunto. Pero rechazaba el consejo, a menudo con mucha vehemencia. Finalmente, cayó en la trampa de la inmoralidad. ¡Cuán sabio hubiera sido el que este hombre hubiera prestado atención al bienintencionado consejo!
Si nos olvidamos por un momento de nuestro propio punto de vista y nos esforzamos por ver las cosas como Jehová las ve, estaremos más dispuestos a aceptar la disciplina. Es cierto que la disciplina pudiera ser un recordatorio desagradable de nuestras propias imperfecciones. Pudiera resultar en que perdiéramos un poco de nuestra autoridad. Pero piense en lo contento que Jehová se siente cuando sus siervos actúan sabiamente y evitan el lazo del pecado. Su Palabra dice: “Sé sabio, hijo mío, y regocija mi corazón, para que pueda responder al que me está desafiando con escarnio”. (Proverbios 27:11.) Si podemos tragarnos el orgullo y aceptar la disciplina que se nos ofrece, estaremos entre los que dan a Jehová una respuesta a los desafíos de Satanás.
La disciplina produce buen fruto
Como hemos visto, la disciplina es para todos. La necesitan los hombres y las mujeres, los jóvenes y los ancianos, los que llevan mucho tiempo en la verdad y los nuevos. Por eso, debemos esperar que se nos dé disciplina, y hasta debemos procurarla. Estudie la Palabra de Dios y note lo que esta dice respecto al consejo que aplica a usted. (2 Timoteo 3:16, 17.) Asista a las reuniones y escuche cuidadosamente para ver qué aplica a usted. (Hebreos 10:24, 25.) Si se le da personalmente disciplina amorosa basada en la Biblia, acéptela con el mismo espíritu con el cual se le ofrece. Aproveche cualquier entrenamiento correctivo procedente de Jehová.
Pablo dijo a los hebreos: “Es cierto que ninguna disciplina parece por el presente ser cosa de gozo, sino penosa; sin embargo, después, a los que han sido entrenados por ella, da fruto pacífico, a saber, justicia”. (Hebreos 12:11.) En consecuencia, aunque pudiera dolernos a veces, la disciplina produce buenos resultados. El aceptarla puede ayudarnos a estar entre los que agradan a Jehová. La disciplina nos ayuda a ‘andar libre de falta, practicar la justicia y hablar la verdad en nuestro corazón’. (Salmo 15:1, 2.) Por lo tanto, aceptemos la disciplina.