Casos notorios de abuso del poder en tiempos modernos
EN LA ley dada por medio de Moisés, el Creador condenó fuertemente el que los jueces aceptaran soborno. (Éxodo 23:8; Deuteronomio 10:17; 16:19.) Al examinar algunos casos de abuso del poder en tiempos modernos por parte de funcionarios oficiales, podemos ver cuánta sabiduría hubo en aquellas instrucciones.
En uno de esos casos está envuelto el juez Martin T. Manton. En 1918 él intentó frustrar los esfuerzos que hicieron los Estudiantes de la Biblia, como se llamaba para entonces a los testigos de Jehová, por sacar de la cárcel, bajo fianza, a J. F. Rutherford y a sus siete compañeros. A estos ocho ministros cristianos se les acusó de interferir con los esfuerzos en pro de la guerra y se les envió a la penitenciaría federal de Atlanta, Georgia (E.U.A.). El tribunal de apelaciones a cargo del caso estaba integrado por tres jueces, entre los que se encontraba Manton. Él disintió, pero los otros dos jueces concedieron la apelación, y la sentencia indebida fue revocada.
¿Qué clase de juez fue Manton? La prensa lo llamó “el oficial jurídico de más alto rango [en los Estados Unidos] junto a los nueve magistrados del Tribunal Supremo”. También fue una de las personas más distinguidas en ese país, y el papa lo nombró “Caballero de San Gregorio”. La caída de Manton vino cuando se le condenó y se le impuso una sentencia de dos años de prisión y una multa de $10.000 (E.U.A.). ¿Por qué razón? Por vender sus decisiones judiciales. Aun más, tuvo la osadía de chantajear a los que comparecían ante él, amenazándolos de juzgar en su contra si no le pagaban una suma considerable de dinero. El periódico The New York Times dijo concerniente a él: “De la corte federal emana el chantaje”. ¡Qué abuso del poder judicial!
Años después surgió otro caso notorio en el que se encontraba involucrado Spiro Agnew, vicepresidente de los Estados Unidos desde 1969 hasta 1973. Se le acusó de estafar al gobierno miles de dólares y, por ello, renunció. Y aún en 1983 tuvo que pagar al estado de Maryland más de $250.000 por haber aceptado sobornos.
Luego surgió el caso de Richard M. Nixon, quien había escogido a Agnew como candidato a la vicepresidencia. El comité del Senado de los Estados Unidos que trató el caso Watergate recomendó que se encausara a Nixon por tres cargos: abuso de su poder presidencial; obstaculización de la justicia; y por desatender las citaciones a comparecer ante la corte. Lo más probable es que usted sepa que él renunció a su puesto el 9 de agosto de 1974, faltándole por cumplir dos años y medio de su período presidencial.
Tal abuso del poder existe por todo el mundo. Por ejemplo, la revista canadiense Maclean’s del 15 de julio de 1985 publicó un informe sobre “orgías que celebraban miembros del Parlamento [...] y sobre pagos financieros que se hicieron sin autorización”. Se relató que en una de las fiestas un funcionario superior del personal del gobierno le dijo a una mujer de 30 años de edad: “Si no te desvistes te quedarás sin empleo”.
En esos días, una revista noticiera internacional publicó un artículo intitulado “La corrupción retrasa el cambio de China”. Decía: “Casi todos los días la prensa oficial informa de casos de engaños financieros en los que están envueltos funcionarios de alto rango”.
Aún más recientemente, el periódico New Zealand Herald, bajo el encabezamiento “La corrupción, una maldición que se ha convertido en una gran amenaza en el ‘País afortunado’”, informó el punto de vista de un juez ya jubilado: “Australia, a mediados de la década de los ochenta, es rica, segura y corrupta”. El artículo habla de “un sistema judicial que el año pasado vio poner en prisión a uno de los jueces del más alto tribunal del país y que casi diariamente se tambalea ante la alarmante evidencia de sobornos policiales”.
Es obvio que todos los que abusan del poder desconocen el principio declarado por Cristo: “Nada hay encubierto que no haya de llegar a descubrirse, ni secreto que no haya de llegar a saberse”. (Mateo 10:26.)