El encolerizarse... lo que hay tras ello
“AL REPRIMIR la facultad de encolerizarse con que Dios lo ha dotado, usted se está matando.” Esa fue la advertencia que dio un artículo citado en la revista Newsweek. Parece que, por años ya, muchos sicólogos han popularizado la idea de que el reprimir la cólera pudiera causar desórdenes como hipertensión arterial, enfermedades del corazón, depresión, ansiedad y alcoholismo.
Por otra parte, desde milenios atrás la Biblia ha dado esta amonestación: “Depón la cólera y deja la furia”. (Salmo 37:8.) El análisis bíblico va al grano: “No te dejes arrebatar por la cólera, porque la cólera se aloja en el pecho del necio”. (Eclesiastés 7:9, Nueva Biblia Española.)
¿Quién tiene razón? ¿Los expertos seglares, o la Biblia? En realidad, ¿qué está implicado en encolerizarse? ¿Nos conviene desfogar la cólera?
El desfogue de la cólera
Con “cólera” se describe, en sentido general, un fuerte sentimiento o una vigorosa reacción de desagrado y antagonismo. Otras palabras también revelan el grado de la cólera que se siente, o el modo de expresarla. Furia da la idea de una cólera muy intensa. El furor puede ser destructivo. Indignación puede referirse a cólera por una causa justa. Ira suele implicar venganza o castigo.
Por lo general la cólera es específica: hay algo que nos encoleriza. Pero la manera de expresar la cólera, o de manejarla, puede variar muchísimo.
Un dato interesante es que, aunque algunos expertos insisten en que es provechoso desfogar la cólera, estudios sicológicos recientes muestran que muchos de los que dan rienda suelta a la cólera se tienen a sí mismos en poca estima, sufren de depresión y sentimientos de culpa, tienden a hacerse más hostiles, o padecen ansiedad. Además, ese desfogue, en que quizás haya violentos arrebatos, gritos, llanto o hasta ataques físicos, por lo general crea más problemas de los que resuelve. El encolerizado sigue encolerizándose, y provoca resentimiento en otros. (Proverbios 30:33; Génesis 49:6, 7.)
Cuando gritamos y clamamos encolerizados, con frecuencia no se realiza lo que buscamos, porque tendemos a provocar a la otra persona a responder del mismo modo. Por ejemplo, suponga que usted va conduciendo su automóvil y otro conductor hace algo que le molesta. En respuesta, usted le grita y le toca bocina. Muy fácilmente esto pudiera impulsar a la otra persona a desquitarse. A veces, situaciones como esta han terminado en una tragedia. Por ejemplo: En Brooklyn, Nueva York, un hombre perdió la vida al implicarse en una riña por un espacio de estacionamiento. La Biblia subraya el problema cuando dice: “El hombre dado a la cólera suscita contiendas, y cualquiera dispuesto a la furia tiene muchas transgresiones”. (Proverbios 29:22.) ¡Cuán prudente es seguir este consejo: “No devuelvan mal por mal a nadie. [...] Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres”! (Romanos 12:17, 18.)
Como se ve, en sentido social el desfogue de la cólera no nos ayuda. Pero ¿nos aprovecha en sentido físico? Un número considerable de médicos ha concluido que no. Ciertos estudios han mostrado que las personas propensas a expresar la cólera tienen los más altos niveles de presión arterial. Se ha informado que el encolerizarse produce palpitaciones, dolores de cabeza, hemorragia nasal, mareos o incapacidad para hacerse entender al hablar. Por otra parte, el Dador de la vida nos explica: “Un corazón calmado es la vida del organismo de carne”. (Proverbios 14:30.) Jesús dijo: “Felices son los pacíficos, puesto que a ellos se llamará ‘hijos de Dios’”. (Mateo 5:9.)
Por qué nos encolerizamos
Entre las causas de la cólera están los ataques contra nuestro sentido de dignidad propia, la crítica personal, el insulto, el que a uno se le trate injustamente y el verse uno frustrado sin buena razón para ello. Cuando alguien se encoleriza con uno, le comunica un mensaje enfático: “¡Usted amenaza mi felicidad y seguridad! ¡Ha herido mi orgullo! ¡Me está despojando de mi dignidad! ¡Se está aprovechando de mí!”.
En algunos casos la cólera se usa para disfrazar otro sentimiento. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York un jovencito de 14 años estaba siempre encolerizado y metiéndose en peleas. Con la ayuda de un médico, al fin el joven confesó: “Yo no quería admitir que necesitaba ayuda, que necesitaba a alguien con quien pudiera hablar [...] Es que uno teme que no le va a caer bien a otros”. Lo que realmente quería era atención y cariño.
En California, un matrimonio se envolvía en estallidos de cólera cada vez que la esposa visitaba a una amiga suya. Cuando el esposo se encolerizaba, la esposa reaccionaba con enojos. En una sesión en busca de consejo, al fin el esposo le mencionó a su esposa algo que no le había dicho a nadie antes. Cuando su esposa lo dejaba solo, aunque fuera por poco tiempo, lo asaltaba el temor de que ella lo abandonara por completo, porque eso le había hecho su padre cuando él era muy joven. Cuando la esposa comprendió la razón tras la cólera de su esposo —el temor de verse abandonado—, esto la ayudó a deshacerse de su enojo con él e hizo que ella le asegurara que lo amaba.
El encolerizarse, pues, pudiera ser sintomático de otro problema. En esos casos, si se identifica la causa de la cólera, podemos aprender a manejarla debidamente.
[Fotografía en la página 4]
Un número considerable de médicos ha concluido que no es saludable desfogar la cólera