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  • ¿Por qué examinar ideas nuevas?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1989
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1989
w89 15/1 págs. 3-4

¿Por qué examinar ideas nuevas?

AL IRSE levantando la niebla, el comodoro estadounidense Matthew C. Perry divisó el monte Fujiyama desde la cubierta de su buque insignia, el Susquehanna. Había anhelado visitar Japón y al fin se halló allí el 8 de julio de 1853, tras un viaje de más de siete meses. Había estudiado cuanta información había conseguido sobre Japón. ¿Por qué? Porque esperaba abrir al mundo las puertas de aquel país, que por su propia decisión se había aislado del extranjero.

Sí, más de 200 años antes Japón se había desvinculado comercial y culturalmente de todo país excepto China, Corea y Holanda. Desde entonces había dormitado en aquella condición, satisfecho de sí mismo. Se parecía, así, a muchas personas que se niegan a examinar lo nuevo y a escuchar opiniones que difieran de la suya. En cierto sentido esto pudiera ser consolador, ya que las ideas nuevas pueden ser inquietantes, hasta aterradoras. Pero ¿es sabio adoptar tal postura? Pues bien, considere los resultados de la política japonesa de negarse a tratar con otros países.

¿Qué llevó a Japón al aislamiento?

Japón tuvo sus razones para aislarse. En 1549, el misionero jesuita Francisco Javier llegó a Japón para propagar su religión. En poco tiempo la fe católica romana alcanzó prominencia en aquel país. Los gobernantes de aquel tiempo habían tenido que luchar contra la rebelión religiosa de una secta budista, y veían que lo mismo podía suceder con relación a los católicos. Por eso, proscribieron el catolicismo, aunque la proscripción no se hizo cumplir estrictamente.

Los gobernantes, que afirmaban que Japón era “la nación divina”, no tenían ninguna intención de permitir que una religión “cristiana” amenazara su sistema. Entonces, ¿por qué no impusieron con mayor severidad la proscripción del catolicismo? Porque los misioneros católicos llegaban en buques mercantes portugueses, y el gobierno buscaba el lucro que aquellas naves significaban para él. Pero poco a poco el temor a la influencia católica dominó sobre el deseo de lucro del gobierno. Esto dio lugar a edictos para un control más estricto del comercio con el exterior, la emigración y los “cristianos”.

El que unos “cristianos” perseguidos y oprimidos se rebelaran contra el señor feudal de una localidad precipitó la reacción gubernamental. El gobierno central shogunal expulsó a los portugueses y prohibió el viaje de los japoneses al extranjero. Con este edicto de 1639 se hizo realidad el aislamiento de Japón.

Los únicos occidentales a quienes se permitió comerciar con Japón fueron los holandeses, que quedaron limitados a Dejima, un islote en la bahía de Nagasaki. Por 200 años la cultura occidental se filtró en Japón solamente por Dejima. Cada año el director del centro de intercambio de aquella isla presentaba el “Informe holandés”, que comunicaba al gobierno lo que sucedía en el mundo exterior. Pero el régimen shogunal se aseguraba de que nadie más viera aquellos informes. Como resultado, los japoneses vivieron en aislamiento hasta que el comodoro Perry tocó a sus puertas en 1853.

Termina el aislamiento

Al entrar en la bahía de Yedo los grandes buques negros de Perry, arrojaban vapor al aire, y esto asombró a los pescadores locales, que creyeron que veían volcanes en movimiento. Los ciudadanos de Yedo (ahora Tokio) se aterraron, y muchos huyeron de la ciudad con sus pertenencias. El éxodo fue tan grande que el gobierno tuvo que emitir un aviso oficial para calmar a la gente.

Aquella gente que había vivido aislada no solo se sorprendió sobremanera por los buques de vapor del comodoro Perry, sino también por los regalos de Perry para Japón. Una demostración de telegrafía entre dos edificios maravilló a los japoneses. El libro Narrative of the Expedition of an American Squadron to the China Seas and Japan (Informe sobre la expedición de una escuadra estadounidense a los mares de China y a Japón), compilado bajo la supervisión de Perry, menciona que unos funcionarios japoneses no pudieron resistir la tentación de montarse sobre una pequeña locomotora que “difícilmente podía transportar a un niño de seis años de edad”. Hasta “un respetable mandarín” se dejó llevar por la locomotora “mientras sus vestiduras holgadas flotaban al aire”.

La segunda visita de Perry, un año después, al fin abrió por completo las puertas de Japón. El gobierno cedió a la presión y abrió el país al trato con el mundo exterior. Los aislacionistas intransigentes que querían mantener aislado a Japón recurrieron al terrorismo, asesinaron al ministro principal del gobierno y atacaron a los extranjeros. Algunos señores aislacionistas abrieron fuego contra las flotas extranjeras. No obstante, con el tiempo aquellos ataques disminuyeron, y el emperador se apoderó de las riendas gubernamentales del shogunado de los Tokugawa.

Para cuando Perry logró que Japón abriera sus puertas, las naciones occidentales ya habían experimentado su Revolución Industrial. El aislamiento había atrasado mucho a Japón. Los países industrializados habían aprovechado la energía del vapor. Para los años treinta del siglo pasado era común el uso de motores y máquinas de vapor. La industrialización estaba muy atrasada en Japón debido a su política aislacionista. La primera delegación japonesa enviada a Europa vio esto claramente. En una exposición celebrada en Londres en 1862, lo que Japón expuso era de papel y madera, como “lo que se vería en una tienda de antigüedades”, según un delegado a quien avergonzó aquello.

A delegados japoneses enviados a Europa y los Estados Unidos les pareció urgente industrializar su país, y se apresuraron a introducir en Japón invenciones e ideas modernas. Sesenta y cuatro años después de la primera visita de Perry, el último miembro sobreviviente de su tripulación visitó Japón y dijo: “El progreso de Japón en poco más de sesenta años me dejó pasmado”.

Como se ve, el aislamiento de Japón limitó en gran manera su potencial de desarrollo. El disponerse a recibir ideas nuevas le fue muy beneficioso a aquella nación. Sin embargo, hoy algunos japoneses se quejan del “aislamiento mental” que despliegan algunos en aquel país, y dicen que es un problema que pide solución. En realidad el vencer la tendencia a oponerse a ideas nuevas es un desafío, no solo para los japoneses modernos, sino para toda la humanidad. ¿Qué se puede decir de usted respecto a la cuestión del “aislamiento mental”? ¿Le beneficiaría ser receptivo a ideas nuevas, como le fue de beneficio a Japón allá a mediados del siglo pasado?

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