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  • Escalé la mejor montaña
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1989
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1989
w89 1/12 págs. 28-30

Escalé la mejor montaña

NACÍ y me crié en un pueblecito de las montañas del este de Europa. Mis padres eran católicos romanos, pero no me obligaban a ir a la iglesia, y en casa no orábamos juntos ni hablábamos de asuntos religiosos. Por eso, como muchos otros jóvenes, dediqué mi tiempo y mis energías a los deportes, la educación y los viajes.

En nuestro pueblo había un grupo muy activo de alpinistas bajo la dirección de un amable montañero experimentado. Gracias a él me hice muy diestro en el alpinismo. Yo tenía entonces 18 años, y pronto quedé encantado con los hermosos paisajes que contemplaba desde las altas cimas, la emoción de afrontar situaciones peligrosas y sobrevivir, y la amistad que desarrollaba con otros alpinistas.

Recuerdo un incidente que ocurrió cinco años después de haberme unido al grupo. Mientras escalaba una montaña de fácil ascenso, me descuidé justamente antes de llegar a la cumbre. Cuando ya estaba sobre una masa rocosa, aquella roca empezó a aflojarse. Lo único que pude hacer fue lanzarme a un lado y gritarle un aviso a mi compañero. Una piedra desprendida cortó la cuerda que nos unía, y caí. Para mi bien, una pequeña meseta a solo 4 metros (12 pies) debajo de nosotros detuvo mi caída. Sin embargo, ¡no siempre sale todo tan bien en este deporte!

A los 24 años de edad me gradué de la universidad y asumí la dirección del grupito de alpinistas de mi pueblo. Después de algún tiempo acumulamos suficiente dinero como para comprar una furgoneta para viajar con nuestro equipo a montañas más lejanas. Pero el vehículo estaba en malas condiciones, y pasé tres meses, día y noche, reparándolo. Cuando ya estaba listo, buscamos empleos peligrosos que pagaran bien, como trabajos de construcción en lugares altos, y así ahorramos los fondos que necesitábamos para viajar a Irán. Allí escalamos, en 1974, el volcán Demavend, de 5.800 metros (18.900 pies) de altura. Aunque el ascenso fue fácil al principio, se nos hizo difícil cerca de la cumbre debido a la mucha nieve, la falta de aire por la altitud, y los vapores nocivos que salían de las grietas volcánicas.

Mientras regresábamos a casa hicimos planes para escalar el monte Ararat, pero tuvimos que cancelarlos por las tensiones políticas. En 1975 esquiamos en los Alpes austriacos, y a la vez iniciamos un concurso fotográfico nacional que llamamos “Hombres y Montañas”. Ese concurso aún se celebra anualmente. A mis compañeros y a mí nos parecía que vivíamos una vida llena de experiencias agradables y satisfaciente.

Desilusión

No obstante, cuando tenía casi 30 años comencé a aburrirme del alpinismo, y me preguntaba: ‘¿Será esto todo cuanto hay en la vida?’. Algunos me decían que me casara, pero yo tenía amigos casados que no parecían muy felices. Hasta parejas cuyas relaciones se habían desarrollado en medio del peligro y la emoción del alpinismo parecían perder su felicidad cuando regresaban a la rutina diaria de la vida. Yo no comprendía qué los hacía infelices, pero por mucho que hubiera deseado casarme no quería ser infeliz como ellos.

También noté un cambio en los jóvenes alpinistas. Antes, siempre había existido un espíritu de disciplina, cooperación y compañerismo en los campamentos. Pero ahora los jóvenes inexpertos no eran disciplinados, y no les satisfacía adelantar gradualmente en el deporte. Querían lucirse y escalar en lugares demasiado difíciles y peligrosos para ellos. Sumido en la desilusión, conversé mucho sobre ello con mi amigo Bonjo. Finalmente él me sugirió que hablara con Henry, un compañero alpinista.

Henry me prestó el libro La verdad que lleva a vida eterna, y me sorprendí al ver que este libro consideraba preguntas que yo mismo me había hecho. Resultó que Henry estudiaba la Biblia con los testigos de Jehová, así que le pregunté si podía estudiar junto con él. Concordó, y por dos años estudié intensamente la Biblia y toda la literatura bíblica que pude conseguir.

El estudio de la Biblia

Mientras más aprendía de la Biblia, mayor era mi gozo. Era poco lo que yo sabía de la religión católica romana, pero quedé sorprendido al ver que el cristianismo de la Biblia no dependía de ceremonias, tradiciones ni emociones irracionales. Más bien, envolvía elevados principios morales que afectaban la vida entera del cristiano. Además, me asombró notar que la Biblia es muy lógica y no contradice las teorías científicas que tienen prueba sólida.

El Testigo que estudiaba con nosotros no nos obligaba a cambiar de opinión ni de estilo de vida. Solo nos explicaba claramente lo que la Biblia decía. Por eso, seguí siendo alpinista durante los primeros dos años de mis estudios bíblicos. A medida que adelanté en conocimiento, me di cuenta de que el alpinismo era para mí como una adicción. Además, el accidente que tuve por la roca que se desprendió me recordó las palabras de Jesús a Satanás cuando este lo desafió diciéndole que se arrojara del almenaje del templo. Jesús le dijo: “No debes poner a prueba a Jehová tu Dios”. (Mateo 4:5-7.) Comprendí que esta actividad mostraba falta de respeto a la vida que Jehová me había dado.

Por lo tanto, pasé a otro alpinista experimentado la responsabilidad de nuestro grupo y no se me hizo difícil cruzar del alpinismo al cristianismo. Después de haber regalado o vendido todo mi equipo —esquís, garfios para trepar, anillos para la cuerda, martillos, clavos con ganchos y una piqueta—, puedo decir con sinceridad, usando palabras como las del apóstol Pablo, que para mí aquellas cosas habían llegado a ser “un montón de basura”. (Filipenses 3:8.) Me alegré muchísimo cuando pude participar en la gran obra de alabar públicamente el nombre de Dios. En 1977 Henry y yo simbolizamos nuestra dedicación a Jehová por bautismo en agua.

Testifico a otros

En aquel tiempo había unos 15 miembros del grupo de alpinistas en nuestro pueblo, y poco a poco Henry y yo les testificamos a todos. ¡Qué gozo sentí cuando mi hermano —miembro del grupo— y su esposa empezaron a estudiar la Biblia, y luego él se bautizó en 1981! Poco después, Bonjo y otro miembro del grupo también abrazaron la verdad... un total de cinco miembros del club de alpinistas. Ya no escalábamos altas montañas. Nuestro mayor placer era visitar a la gente del valle que apreciaba la verdad bíblica. Este cambio también fue un gran alivio para mi madre, a quien tenían muy nerviosa las actividades de mi hermano y las mías como alpinistas. Con el tiempo, ella también aceptó la adoración limpia de Jehová.

Ya no tenía prisa por casarme. Gracias a la Palabra de Dios conocía los principios que me ayudarían a tener un matrimonio de éxito, pero ahora disfrutaba de mi soltería y de servir a Jehová sin distracción. Salomón dijo: “La esposa discreta es de parte de Jehová”. (Proverbios 18:22; 19:14.) Por eso decidí esperar pacientemente hasta que Jehová me diera ese regalo, y mientras tanto vivía de manera que pudiera ser buen esposo cuando me casara. En 1982 Jehová me bendijo con una excelente esposa.

Mi esposa y yo todavía vivimos en las montañas, que aún me encantan. Pero lo que más nos interesa ahora es ayudar a la gente a subir por otra montaña. ¿Cuál? La que se menciona en la profecía de Isaías: “En la parte final de los días tiene que suceder que la montaña de la casa de Jehová llegará a estar firmemente establecida por encima de la cumbre de las montañas, y ciertamente será alzada por encima de las colinas; y a ella tendrán que afluir todas las naciones. Y muchos pueblos ciertamente irán y dirán: ‘Vengan, y subamos a la montaña de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y él nos instruirá acerca de sus caminos, y ciertamente andaremos en sus sendas’. Porque de Sión saldrá ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová”. (Isaías 2:2, 3.) Para mí ha sido un gozo ascender a esta montaña, ¡la mejor de todas! (Contribuido.)

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