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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/5 págs. 14-15

El códice Washingtoniano de los Evangelios

EN DICIEMBRE de 1906, en Gizeh, Egipto, Charles L. Freer, acaudalado industrial estadounidense y coleccionista de obras de arte, adquirió de un comerciante árabe llamado Alí unos manuscritos antiguos. Alí dijo que los manuscritos venían del monasterio Blanco, cerca de Sohag, pero parece más probable que procedieran de las ruinas del monasterio del Viñador, cerca de la tercera pirámide de Gizeh, en el delta del Nilo.

Freer recibió tres manuscritos y “un ennegrecido y deteriorado bulto de pergamino que por fuera era tan duro y quebradizo como pegamento”. El bulto medía unos 17 centímetros (6,5 pulgadas) de largo, 11 centímetros (4,5 pulgadas) de ancho, y 4 centímetros (1,5 pulgadas) de grueso, y se vendió junto con los manuscritos simplemente porque se hallaba con ellos, no porque tuviera algún supuesto valor por sí solo. Fue una obra de esmero y delicadeza el separar la masa endurecida de hojas fragmentarias, pero con el tiempo se descubrieron 84 de ellas, todas de un códice del siglo V o VI E.C. que contenía las cartas de Pablo.

Uno de los otros tres manuscritos era de los libros de Deuteronomio y Josué. Otro era de los Salmos, según la traducción Septuaginta griega. Sin embargo, el tercero y más importante de todos era un manuscrito de los cuatro Evangelios.

Ese último manuscrito consta de 187 hojas de pergamino fino, principalmente de piel de carnero, escritas en unciales (mayúsculas) griegas inclinadas. No hay mucha puntuación, pero con frecuencia hay espacios pequeños entre las frases. Las orillas del manuscrito estaban muy deterioradas, pero se ha conservado la mayor parte de lo escrito. Más tarde fue regalado a la Galería Freer de Arte de la Institución Smithsoniana, de Washington, D.C. Se le llamó Códice Washingtoniano de los Evangelios, y se le designó con la letra “W”.

Se ha dicho que el pergamino data de fines del siglo IV o principios del siglo V E.C., de modo que en importancia no está muy alejado del importante trío de manuscritos Sinaítico, Vaticano y Alejandrino. Los Evangelios (completos, excepto por dos hojas perdidas) están en el llamado orden occidental: Mateo, Juan, Lucas y Marcos.

La lectura del manuscrito revela una mezcla desacostumbrada de diferentes tipos de texto, cada uno representado por grandes secciones continuas. Parece que se copió de fragmentos que quedaron de diversos manuscritos, cada uno de un tipo textual diferente. El profesor H. A. Sanders indicó que esto pudiera remontarse a la persecución súbita (en 303 E.C.) de los cristianos por el emperador Diocleciano, quien en un edicto ordenó que se quemara públicamente toda copia de las Escrituras. Por los registros históricos sabemos que en aquel tiempo se escondieron algunos manuscritos. Parece que décadas después un desconocido copió las partes que quedaron de diferentes manuscritos y produjo el texto del Códice Washingtoniano. Posteriormente los primeros cinco cuadernillos de Juan (Juan 1:1 a 5:11) se perdieron en algún momento y tuvieron que escribirse de nuevo en el siglo VII E.C.

Hay algunas variaciones interesantes en el texto y una rara —por eso no se la toma en cuenta— añadidura al capítulo 16 de Marcos, probablemente originada de una nota marginal. El valor especial del manuscrito estriba en su relación con las versiones latina y siriaca antiguas. Las manchas causadas en el pergamino por gotas de sebo de vela indican que se le daba mucho uso al escrito.

Sorprende cómo, a pesar de la persecución y la oposición, además de los estragos del tiempo, la Biblia ha sido conservada para nosotros en manuscritos de muchos tipos. En verdad, “el dicho de Jehová dura para siempre”. (1 Pedro 1:25; Isaías 40:8.)

[Reconocimiento en la página 15]

Cortesía de Freer Gallery of Art, Smithsonian Institution

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