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  • Jehová me ha fortalecido
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/12 págs. 26-29

Jehová me ha fortalecido

SEGÚN LO RELATÓ EKUMBA OKOKA

NACÍ en un hogar “cristiano” en un país de África central y me crié amando a Dios. Mi padre era un celoso predicador seglar, y a menudo yo lo acompañaba cuando él iba a enseñar en la iglesia o asistía a sesiones de oración en hogares privados. Puesto que yo parecía ser un jovencito devoto, otros predicadores seglares me escogieron para servir junto al sacerdote en la misa. Hasta me dijeron que pudiera ser que algún día llegara a ser sacerdote.

Sin embargo, por las noches yo era el cantante y bailarín principal de una orquesta local, la Matumba-Ngomo. Como tal, junto con los jóvenes de nuestro distrito, hombres y mujeres, cometía toda clase de inmoralidad. Con todo, anhelaba tener solo una esposa y con el tiempo ir al cielo para vivir con los “santos”. No me parecía que tuviera que cambiar de costumbres porque, según la doctrina católica, el sábado por la noche se me perdonaban todos los pecados en la confesión.

Empiezan las dificultades

En 1969, mientras estudiaba en la universidad, me empezaron a doler las coyunturas. No sabía por qué, pero en los meses siguientes el dolor se intensificó. Aunque mis padres eran católicos muy conocidos, decidieron llevarme a diferentes fetichistas, quienes dijeron que alguien me había hechizado, pero que con la ayuda de sus oraciones y medicinas podrían curarme. No obstante, empecé a cojear, y para 1970 casi no podía caminar, ni siquiera con un bastón. Llegué a creer que nunca más volvería a andar.

En febrero de 1972 mi padre finalmente decidió llevarme al hospital de Wembo Nyama. ¡Estuve tanto tiempo en el hospital que la gente empezó a decir que allí yo era el dueño! Había gente que iba al hospital, se curaba, salía, y algún tiempo después regresaba con alguna otra enfermedad, ¡y yo todavía estaba allí! Mi padre tuvo que regresar a casa para la siega del arroz; pero para entonces yo estaba casado y tenía dos hijos, y mi querida esposa, aunque solo tenía 21 años de edad, me cuidaba, y trabajaba para la familia.

Sin embargo, aquella situación me deprimía mucho. A los 24 años de edad mi situación empeoraba, mientras que a mis amigos les iba bien, y muchos de ellos tenían empleos permanentes. Me pareció que lo mejor para todos sería que me quitara la vida. Por eso, distribuí todas mis pertenencias a mis hijos y hermanos sin decirles lo que pensaba hacer. Lo repartí todo menos mi camisa favorita, pues quería que me enterraran con ella.

Comienzo una nueva vida

Entonces pusieron a un testigo de Jehová en una cama que estaba al lado de la mía. Aunque casi no podía ver por un ojo y estaba en peligro de perder la vista por el otro, enseguida empezó a explicarme lo que la Biblia dice acerca de Jehová y del Reino. Unos días después salió del hospital, pero me encomendó al cuidado de unos Testigos que lo habían visitado. Después de varias conversaciones ellos tuvieron que irse también, pero uno de ellos siguió estudiando la Biblia conmigo por correspondencia. También me dio varias publicaciones para estudiar la Biblia, y las leí con gran placer.

Así recibí alimento espiritual, y poco a poco mi depresión fue transformándose en felicidad. Me parecía que mi iglesia me había estado dando “ácido” de beber, pero ahora recibía gratis el agua de la vida. Di gracias a Jehová desde el corazón por haberme librado de creencias de base supersticiosa, como las de la Trinidad, la inmortalidad del alma, el temor a los muertos y la adoración de antepasados.

Para aquel tiempo quería salir del hospital. Entonces me enteré de que dos familias de ministros de tiempo completo iban a ser asignadas a Wembo Nyama, y decidí quedarme hasta que ellos llegaran. ¡Qué felicidad sentí cuando por fin vinieron a verme al hospital! Ahora podía recibir mi estudio de la Biblia personalmente en vez de por correspondencia.

Unos días después pregunté a los Testigos si celebraban reuniones en un Salón del Reino, como había leído en las revistas. Bondadosamente me indicaron que tenían todas sus reuniones en la choza donde vivía uno de ellos. ¡También me dijeron que con gusto me llevarían allí en bicicleta! A pesar del dolor intenso que sentía en la espina dorsal y en todas las coyunturas, asistí gozosamente a todas las reuniones. Cuando satisfice los requisitos, hasta pude entregar un informe cada mes como publicador no bautizado, a partir de abril de 1974.

Tres meses después simbolicé mi dedicación a Jehová mediante inmersión en agua. Predicaba al personal médico del hospital, a los pacientes, a los misioneros protestantes que visitaban a los enfermos, y a mis parientes... a pesar de la enconada oposición de estos. En aquel tiempo predicaba desde la cama o sentado en una silla de ruedas que el hospital me proveyó hasta que pude comprar una.

El aguante trae beneficios

A pesar de la oposición de mi familia seguí en el camino de Jehová, y recibí muchas bendiciones. Mi esposa aceptó la verdad y se bautizó en 1975. Decidimos vivir en Katako-Kombe, donde ya se había establecido una congregación. Mis padres se preocupaban por nosotros porque alguien les había dicho que todos los Testigos morirían en 1975. Porque no quisimos dejar de asociarnos con los Testigos, mis padres dejaron de enviarnos alimento, lo que nos causó mucho daño en sentido material. Recuerdo que una vez mi hijo menor se desmayó de hambre, después que pasamos día y medio sin comer. Pero entonces nuestros hermanos cristianos nos trajeron pescado y harina. Después mis padres empezaron a ayudarnos de nuevo, pero nuestros hermanos nunca dejaron de suplirnos ayuda material.

En febrero de 1975 quedé paralizado del brazo derecho, que empezó a deteriorar. Pero retuve la fe, y seguí resuelto a continuar sirviendo con gozo a Jehová. Me alegra decir que recobré la fuerza en el brazo y todavía puedo moverlo, lo que me permite abrir la Biblia y usar las publicaciones de la Sociedad.

Valeroso ante las autoridades

En 1977 el comisario local me acusó ante la comisaría regional, que acababa de ordenar el arresto de un precursor especial de una congregación vecina. Cierto día vino a buscarme un soldado que traía una citación judicial. Oré con mi familia, animé a la congregación y entonces acompañé al soldado. Gracias al espíritu de Jehová pude defenderme bien de los cargos, y después de una larga conversación con los representantes de las autoridades civiles y militares, tanto el precursor especial como yo salimos libres.

Unos meses después me llamó a comparecer ante él otro comisario, y de nuevo, con la ayuda de Jehová, pude defender las buenas nuevas con gozo y valor. Tuve una larga conversación con aquel hombre, quien finalmente me dejó ir, y hasta me empujó en la silla de ruedas hasta fuera de la oficina. Entonces me dijo en voz baja: “Visíteme esta noche en mi casa”. Después de hacerle varias visitas, empecé a estudiar la Biblia con él. Con el tiempo conduje siete estudios bíblicos en el hogar de diferentes personas que ocupaban puestos de autoridad. La mayoría de ellas empezaron a asistir a las reuniones de congregación que se habían organizado en la localidad.

Servicio especial

Le pedí a Jehová que, a pesar de mi enfermedad, me ayudara a cumplir mi voto de servirle con todas mis fuerzas. Sin haber emprendido oficialmente el servicio de precursor auxiliar, me esforcé por satisfacer sus requisitos. Jehová me ayudó, y por eso llené una solicitud para participar en aquel servicio durante los meses de junio a octubre. Después, en noviembre de 1976, la Sociedad me aceptó para empezar a servir de precursor regular. En septiembre de 1977 mi gozo fue completo cuando recibí una asignación de precursor especial con la congregación de Katako-Kombe.

¿Cómo pude cumplir con aquel servicio? Abarcaba el territorio en mi silla de ruedas con la ayuda de mi querida esposa y los hermanos de la congregación. A veces tomaba las muletas y me iba a predicar solo. Sufrí una o dos caídas. Pero esperaba sin moverme en el suelo hasta que algún transeúnte me ayudaba a levantarme y me daba las muletas. Siempre recordaba la resolución de los apóstoles y discípulos de Jesús. (Hechos 14:21, 22; Hebreos 10:35-39.) Cada vez que me caía le oraba a Jehová que no permitiera que esto me desanimara, sino que me diera las fuerzas para seguir sirviéndole. Siempre recordaba la maravillosa promesa, en la profecía de Isaías, de que “el cojo trepará justamente como lo hace el ciervo”. (Isaías 35:6.)

Mientras más aumentaba mi servicio, más me sobreponía a mis limitaciones físicas. En 1978 tuve el privilegio de asistir a la Escuela del Ministerio del Reino en Lubumbashi, para lo cual tuve que viajar 2.000 kilómetros (1.200 millas) en camión, bote y tren. En mi caso Jehová de veras me hizo abundar en plena potencia para este viaje. (Isaías 12:2; 40:29.) Ahora puedo caminar —aunque con gran dificultad— hasta 100 metros (300 pies) sin muletas. Estoy convencido de que Jehová oyó mi oración allá en 1973, cuando le pedí que me diera fortaleza para servirle resueltamente.

Nueva asignación

En 1984, después de servir siete años en la congregación de Katako-Kombe, recibí la nueva asignación de trabajar con la congregación de Lodja-Centre. Un año más tarde empezamos un nuevo estudio de libro a unos 12 kilómetros (7 millas) de distancia, y poco después comenzamos otro a unos 30 kilómetros (20 millas) de ese lugar. Al poco tiempo este estudio de libro fue reconocido como grupo aislado, y en 1988 fue aceptado como congregación, y en ella sirvo actualmente de anciano.

El servicio de precursor ha sido muy bueno para mí, tanto en sentido espiritual como físico. Al participar en el servicio con mis muletas he hecho el ejercicio que me han recomendado los médicos. Ahora me siento mucho más fuerte que cuando empecé a servir de precursor, y deseo perseverar hasta el fin en esta obra. Anhelo ver cómo Jehová me ayudará a ‘trepar justamente como lo hace el ciervo’ cuando ya no tenga que soportar los dolores intensos de esta enfermedad.

De todo corazón estoy agradecido a nuestro Padre celestial, quien me ha fortalecido y me ha dado valor y me ha permitido servirle de tiempo completo. Hoy tengo 36 años de edad, y, después de 11 años en la obra de precursor espero seguir en ella prescindiendo de lo que encierre el futuro. Estoy resuelto a usar toda mi fuerza vital para la honra y alabanza del gran Dios Jehová.

[Fotografía de Ekumba Okoka en la página 26]

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