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  • Justino... filósofo, apologista y mártir
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 15/3 págs. 28-31

Justino... filósofo, apologista y mártir

SUPLICAMOS que se investiguen [cuidadosamente] los crímenes que se imputan a los mismos [a los cristianos] y que si se demuestra que esos crímenes son verdaderos se les castigue como sea justo. Pero si nadie puede demostrar semejante cosa, la recta razón no permite que por un mal rumor se haga injusticia a hombres inocentes [...] Porque, conocida la causa, no cabrá después excusa ante Dios si no procedierais con justicia.” (Las palabras entre corchetes son parte de la cita.)

Con esas palabras apeló Justino Mártir, profesante del cristianismo en el siglo II E.C., al emperador romano Antonino Pío. Justino pidió que se efectuara una seria investigación judicial de la vida y las creencias de los que afirmaban ser cristianos. Esa petición de justicia procedió de un hombre de antecedentes y filosofía muy interesantes.

Crianza y educación

Justino era un gentil que había nacido alrededor de 110 E.C. en Samaria, en la ciudad de Flavia Neápolis, la moderna Nablus. Se consideraba samaritano, aunque es probable que su padre y su abuelo fueran romanos o griegos. Su educación en costumbres paganas, junto con una sed de la verdad, lo llevó a un estudio diligente de la filosofía. Insatisfecho con su búsqueda entre los estoicos, los peripatéticos y los pitagóricos, siguió las ideas de Platón.

En una de sus obras Justino habla de su deseo de conversar con filósofos, y dice: “Me puse en manos de un estoico. Pasé con él bastante tiempo; pero dándome cuenta que nada adelantaba en el conocimiento de Dios, sobre el que tampoco él sabía palabra [...], me separé de él y me fuí a otro” (Diálogo con Trifón).

Justino fue luego a un peripatético que estaba más interesado en el dinero que en la verdad. “Este me soportó bien los primeros días —dice Justino—; pero pronto me indicó que habíamos de señalar honorarios, a fin de que nuestro trato no resultara sin provecho. Yo le abandoné por esta causa, pues ni filósofo me parecía en absoluto.”

Ansioso de oír lo “más excelente en la filosofía”, Justino dice: “Me dirigí a un pitagórico, reputado en extremo, hombre que tenía muy altos pensamientos sobre su propia sabiduría”. Añade Justino: “Me puse al habla con él, con intención de hacerme oyente y discípulo suyo: —¡Muy bien! —me dijo—; ¿ya has cursado música, astronomía y geometría? ¿O es que te imaginas vas a contemplar alguna de aquellas realidades [piadosas] que contribuyen a la felicidad, sin aprender primero esas ciencias[?] [...] Confesándole yo que las ignoraba, me despidió”.

Justino, aunque desanimado, siguió buscando la verdad por medio de volverse a los famosos platónicos. Declara: “Justamente, por aquellos días había llegado a nuestra ciudad un hombre inteligente, una eminencia entre los platónicos, y con éste tenía yo mis largas conversaciones y adelantaba y cada día hacía progresos notables [...]; me imaginaba haberme hecho sabio en un santiamén, y —concluye Justino— [esa era] mi necedad”.

La búsqueda de la verdad que había realizado Justino mediante sus contactos con filósofos había sido en vano. Pero mientras meditaba a la orilla del mar conoció a un cristiano de edad avanzada, “un anciano, de aspecto no despreciable, que daba señas de poseer blando y venerable carácter”. La conversación resultante dirigió la atención de Justino a enseñanzas bíblicas fundamentales que se concentran en la necesidad de adquirir conocimiento exacto de Dios. (Romanos 10:2, 3.)

El cristiano de nombre desconocido dijo a Justino: “Existieron hace mucho tiempo unos hombres más antiguos que todos estos tenidos por filósofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los cuales [...] predijeron lo porvenir, aquello justamente que se está cumpliendo ahora; son los que se llaman profetas. Estos son los solos que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, [...] llenos del Espíritu Santo”. Para abrirle más el apetito a Justino, el cristiano dijo: “Sus escritos se conservan todavía, y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas”. (Mateo 5:6; Hechos 3:18.) Siguiendo el consejo del amable caballero, Justino examinó diligentemente las Escrituras, y parece que adquirió cierta medida de aprecio por ellas y por la profecía bíblica, como se ve en sus escritos.

Un examen más detallado de sus obras

Justino quedó impresionado por la intrepidez de los cristianos ante la muerte. También apreció las enseñanzas veraces de las Escrituras Hebreas. Para apoyar los argumentos que presenta en su Diálogo con Trifón, Justino citó de Génesis, Éxodo, Levítico, Deuteronomio, 2 Samuel, 1 Reyes, Salmos, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Jonás, Miqueas, Zacarías y Malaquías, así como de los Evangelios. Su aprecio a esos libros de la Biblia se ve en el diálogo con Trifón, en el cual Justino trató sobre el judaísmo que creía en el Mesías.

Se informa que Justino fue evangelizador, pues declaraba las buenas nuevas en toda oportunidad. Es probable que viajara extensamente. Pasó parte de su vida en Éfeso, y al parecer residió en Roma por tiempo considerable.

Entre las obras literarias de Justino hay apologías o defensas del cristianismo. En su Apología I procura disipar la densa oscuridad de la filosofía pagana por medio de la luz procedente de las Escrituras. Declara que la sabiduría de los filósofos es falsa y vana en contraste con las palabras y obras vigorosas de Cristo. (Compárese con Colosenses 2:8.) Justino aboga por los despreciados cristianos, con quienes se identifica. Después de su conversión, continuó llevando el atavío de un filósofo, pues decía que había conseguido la única filosofía verdadera.

A los cristianos del segundo siglo se les consideraba ateos porque rehusaban adorar a los dioses paganos. Justino respondió: “No somos ateos, [...] cuando nosotros damos culto al Hacedor de este universo, [...] Jesucristo [...] ha sido nuestro maestro en estas cosas [...] el hijo del mismo verdadero Dios”. Respecto a la idolatría, Justino dijo: “[Ellos] hacen cosas que luego llaman dioses. Esto no solamente es contrario a la razón, sino que además es, a nuestro juicio, injurioso a Dios [...] ¡Qué estupidez decir que hombres intemperantes fabrican y transforman dioses para ser adorados[!]”. (Isaías 44:14-20.)

Con numerosas referencias a las Escrituras Griegas Cristianas, Justino expresa su creencia en la resurrección, la moralidad cristiana, el bautismo, la profecía bíblica (especialmente acerca de Cristo) y las enseñanzas de Jesús. Con relación a Jesús, Justino cita de Isaías y declara: “Sobre sus hombros [los de Cristo] debe estar el imperio que le pertenece”. Justino también dice: “Si esperáramos un reino humano, negaríamos [a nuestro Cristo]”. Él considera las pruebas y obligaciones de los cristianos, sostiene que el servicio apropiado a Dios requiere que uno sea hacedor de Su voluntad, y dice luego que “habían de ser enviados por El algunos para predicar estas cosas a todo el género humano”.

La Apología II de Justino (considerada simplemente una continuación de la primera) va dirigida al Senado romano. Justino apela a los romanos por medio de relatarles las experiencias de los cristianos, quienes fueron perseguidos después de llegar a conocer con exactitud a Jesucristo. La excelencia moral de las enseñanzas de Jesús, reflejada en la conducta de los ciudadanos cristianos, parecía de poco valor para las autoridades romanas. Contrario a lo que debería ser, el solo confesar que uno era discípulo podía tener consecuencias mortales. En cuanto a un ex maestro de doctrinas cristianas, Justino citó a un individuo llamado Lucio, quien preguntó: “¿Por qué motivo has castigado de muerte a un hombre a quien no se le ha probado ser adúltero, ni fornicador, ni asesino, ni ladrón, ni salteador, ni reo, en fin, de crimen alguno, sino que ha confesado sólo llevar el nombre de cristiano?”.

El alcance del prejuicio contra los que afirmaban ser cristianos en aquel tiempo lo indica esta declaración de Justino: “Yo también espero ser objeto de asechanzas por parte de alguno de estos que he mencionado y ser por ello atado al palo, o acaso por ese buscarruidos Crescente, amigo de la ostentación. Porque no es digno ni siquiera del nombre de filósofo, porque afirma públicamente de nosotros cosas que ignora en absoluto, a saber, que los cristianos somos impíos y ateos, y lo dice para dar gusto a la engañada muchedumbre del bajo pueblo. Porque si no habiendo leído la doctrina de Cristo nos persigue, sin embargo, es ciertamente perversísimo y mucho peor que los hombres ignorantes, que frecuentemente tienen cuidado de no hablar de las cosas que ignoran para no dar de ellas un falso testimonio”.

Su muerte

Fuera por Crescente u otros cínicos, Justino fue denunciado a la prefectura romana como persona subversiva y fue condenado a morir. Alrededor de 165 E.C. fue decapitado en Roma y llegó a ser un “mártir” (que significa “testigo”). Por eso se le llama Justino Mártir.

Puede que el estilo de redacción de Justino carezca del lustre y la discreción de otros hombres instruidos de su tiempo, pero parece que su celo por la verdad y la justicia eran genuinos. No puede decirse con certeza hasta qué grado vivió de acuerdo con las Escrituras y las enseñanzas de Jesús. No obstante, las obras de Justino son estimadas por su contenido histórico y sus muchas referencias bíblicas. Suministran perspicacia para comprender la vida y las experiencias de los que profesaban el cristianismo en el segundo siglo.

Son notables los esfuerzos de Justino por mostrar a los emperadores la injusticia de la persecución que se dirigía contra los cristianos. Su rechazamiento de la religión pagana y la filosofía, en favor del conocimiento exacto de la Palabra de Dios, nos recuerda que en Atenas el apóstol Pablo habló con denuedo a filósofos epicúreos y estoicos acerca del Dios verdadero y de Jesucristo resucitado. (Hechos 17:18-34.)

Justino mismo tenía algún conocimiento de una resurrección de los muertos durante el Milenio. ¡Y cuánto fortalece la fe la verdadera esperanza de la resurrección que da la Biblia! Ha sostenido a los cristianos a pesar de la persecución que han aguantado, y los ha capacitado para enfrentarse a grandes pruebas, hasta la muerte misma. (Juan 5:28, 29; 1 Corintios 15:16-19; Revelación 2:10; 20:4, 12, 13; 21:2-4.)

Por lo tanto, Justino buscó la verdad y rechazó la filosofía griega. Como apologista, defendió las enseñanzas y prácticas de los que afirmaban ser cristianos. Y sufrió el martirio por su propia profesión del cristianismo. Fueron especialmente notables el aprecio de Justino a la verdad y su testificar denodado a pesar de la persecución, pues estas cualidades se hallan en la vida de los seguidores genuinos de Jesús hoy día. (Proverbios 2:4-6; Juan 10:1-4; Hechos 4:29; 3 Juan 4.)

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