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  • La lucha de la Biblia española por sobrevivir
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 15/6 págs. 8-11

La lucha de la Biblia española por sobrevivir

UN DÍA de octubre de 1559, unos 200.000 católicos españoles se reunieron en la ciudad norteña de Valladolid. Los atrajo allí un auto de fe, en el cual “dos de las víctimas fueron quemadas vivas; diez, estranguladas”. Esas víctimas eran “herejes”.

El popular y joven rey Felipe II presidió personalmente el acto público. Cuando uno de los condenados pidió clemencia, el rey replicó: “Si mi propio hijo fuera tan malvado como usted, yo mismo cargaría el haz de leña para quemarlo”. ¿Qué delito había cometido la desventurada víctima? Simplemente había estado leyendo la Biblia.

Al mismo tiempo, el aparato de la Inquisición católica estaba ocupado en la ciudad andaluza de Sevilla. Allá un grupo de monjes del monasterio de San Isidro del Campo acababa de recibir un envío secreto de la Biblia en español. ¿Los traicionarían los delatores? Algunos que se dieron cuenta de que peligraba su vida huyeron del país. Pero a 40 de los que permanecieron no les fue tan bien, pues se les quemó en la hoguera, entre ellos el mismísimo hombre que había introducido de contrabando las Biblias en el país. La España del siglo XVI fue un sitio peligroso para los lectores de la Biblia; pocos escaparon de las garras de la Inquisición.

Entre aquellos pocos estuvo un ex monje, Casiodoro de Reina (c. 1520-1594). Él huyó a Londres, pero ni siquiera allá pudo encontrar seguridad. La Inquisición puso precio a su cabeza, y el embajador español en la corte inglesa conspiró para atraerlo de un modo u otro de vuelta a territorio bajo control español. En poco tiempo se presentaron contra él acusaciones falsas de adulterio y homosexualidad, que lo obligaron a marcharse de Inglaterra.

Con escasos recursos y una familia creciente que mantener, él halló refugio primero en Francfort. Más tarde su búsqueda de asilo religioso lo condujo a Francia, a Holanda y finalmente a Suiza. No obstante, durante todo ese tiempo se mantuvo ocupado. “Sacado el tiempo que nos han llevado o enfermedades, o viajes, [...] no hemos soltado la pluma de la mano”, explicó él. Pasó muchos años traduciendo la Biblia al español. La impresión de 2.600 ejemplares de la Biblia de Reina empezó por fin en 1568 en Suiza y terminó en 1569. Un rasgo sobresaliente de la traducción de Reina fue que él usó Iehoua (Jehová) en vez de Señor para verter el Tetragrámaton, las cuatro letras hebreas del nombre personal de Dios.

Preparación de la Biblia española

Es paradójico que, en un tiempo en que se multiplicaban las Biblias en Europa gracias a la invención de la prensa de imprimir, en España se estuvieran convirtiendo en una rareza. No siempre había sido así. Por siglos la Biblia había sido el libro de mayor distribución en España. Hubo disponibles copias manuscritas en latín y, por varios siglos, hasta en la lengua gótica. Cierto historiador explicó que, durante la Edad Media, “la Biblia como fuente de inspiración y autoridad, como norma de fe y conducta, era más conocida y estimada en España que en Alemania e Inglaterra”. Diversas historias bíblicas, salterios (o salmos), glosarios, relatos morales y obras similares se convirtieron en libros de mayor venta de la época.

Copistas adiestrados reprodujeron concienzudamente exquisitos manuscritos bíblicos. Aunque a 20 escribas les tomaba todo un año producir un solo manuscrito de primera clase, muchas Biblias latinas y millares de comentarios sobre la Biblia latina circulaban en España para el siglo XV.

Además, cuando el idioma español empezó a desarrollarse, surgió interés en tener la Biblia en el lenguaje vernáculo. Tan temprano como en el siglo XII, la Biblia se tradujo al romance o español antiguo, el lenguaje que hablaba la gente común.

Despertamiento efímero

Pero el despertamiento no iba a durar mucho. Cuando los valdenses, los lolardos y los husitas usaron las Escrituras para defender sus creencias, la reacción fue rápida y violenta. Las autoridades católicas vieron con desconfianza a los que leían la Biblia, y se dejó oír la censura franca de las traducciones recién producidas en los lenguajes comunes.

El Concilio católico de Tolosa (Francia), que se reunió en 1229, declaró: “Prohibimos asimismo que no se permita a los laicos tener los libros del Antiguo y Nuevo [Testamento], en tal caso el Salterio o el Breviario [libro de himnos y rezos] [...] si alguno por devoción [los] quiere tener; pero no tengan los libros mencionados traducidos en romance”. Cuatro años más tarde, Jaime I de Aragón (rey sobre una gran región de la península) dio solo ocho días a todos los que tuvieran una Biblia en la lengua común para que la entregaran al obispo local con el fin de quemarla. De no obrar así, fuera clérigo o laico, se consideraría sospechoso de herejía al poseedor.

A pesar de esas proscripciones —que no siempre se observaban estrictamente—, algunos españoles podían jactarse de poseer una Biblia en romance durante la última parte de la Edad Media. Tal situación terminó bruscamente al establecerse la Inquisición española bajo la reina Isabel y el rey Fernando en 1478. En 1492, tan solo en la ciudad de Salamanca, se quemaron 20 copias manuscritas de la Biblia cuyo valor era incalculable. Los únicos manuscritos bíblicos en romance que sobrevivieron fueron los que se hallaban en las bibliotecas personales del rey o de algunos nobles poderosos que estaban fuera de sospecha.

Por los siguientes doscientos años la única Biblia católica oficial publicada en España —aparte de la Vulgata latina— fue la Políglota complutense, la primera Biblia políglota, patrocinada por el cardenal Cisneros. Fue en verdad una obra erudita, que indudablemente no se preparó para el hombre de la calle. Solo se imprimieron 600 ejemplares, y pocos podían entenderla porque contenía el texto bíblico en hebreo, arameo, griego y latín; no en español. Además, su precio era exorbitante. Costaba tres ducados de oro (el equivalente al salario de un obrero común por seis meses).

La Biblia española pasa a ser clandestina

A principios del siglo XVI surgió un “Tyndale” español en la persona de Francisco de Enzinas. Este, hijo de un rico terrateniente español, empezó a traducir las Escrituras Griegas Cristianas al español mientras todavía era un joven estudiante. Luego consiguió que se imprimiera su traducción en los Países Bajos, y en 1544 trató valientemente de obtener la autorización real para distribuirla en España. El emperador de España, Carlos I, estaba entonces en Bruselas, y Enzinas aprovechó esa oportunidad a fin de solicitar el permiso real para su proyecto.

La sorprendente conversación que hubo entre ambos hombres se ha informado como sigue: “¿Qué obra es esa?”, preguntó el emperador. Enzinas contestó: “Es la parte de las Sagradas Escrituras que se llama Nuevo Testamento”. “¿Quién es el autor del libro?”, se le preguntó. “El Espíritu Santo”, fue su respuesta.

El emperador autorizó la publicación, pero con una condición: que su confesor personal, un monje español, también le diera su aprobación. Desgraciadamente para Enzinas, no recibió tal aprobación, y pronto se halló encarcelado por la Inquisición. Después de dos años, consiguió escaparse.

Pocos años más tarde se imprimió una edición revisada de esa traducción en Venecia, Italia, y fue tal edición de las Escrituras la que Julián Hernández introdujo secretamente en Sevilla, España. Pero él fue prendido y, tras dos años de tortura y encarcelamiento, fue ejecutado junto con otros compañeros que estudiaban la Bibliaa.

En el Concilio de Trento (1545-1563), la Iglesia Católica reiteró su condenación de las traducciones de la Biblia en los lenguajes vernáculos. Publicó un índice de libros prohibidos, entre los cuales estaban todas aquellas traducciones de la Biblia que se habían producido sin la aprobación de la iglesia. En la práctica eso significó la proscripción de todas las Biblias vernáculas en español, y que la simple posesión de una podía terminar en que se ordenara la muerte de la persona.

Varios años después de publicarse la traducción de Reina, Cipriano de Valera, otro ex monje que escapó de la ira de la Inquisición en Sevilla, la revisó. Esta versión se imprimió en Amsterdam en 1602 E.C., y algunos ejemplares se introdujeron secretamente en España. La traducción Reina-Valera de la Biblia, en su versión original y sus versiones revisadas, todavía es la que se usa más extensamente entre los protestantes hispanohablantes.

Se abren las compuertas

Por fin en 1782 el tribunal de la Inquisición decretó que se podía publicar la Biblia, con tal que incluyera anotaciones históricas y dogmáticas. En 1790 el obispo católico de Segovia, Felipe Scío de San Miguel, usó la Vulgata latina para traducir una Biblia al español. Desgraciadamente era cara —1.300 reales, un precio prohibitivo en aquel tiempo—, y sus expresiones eran tan confusas que un historiador español la calificó de “desdichadísima”.

Años después, el rey español Fernando VII ordenó al obispo de Astorga, Félix Torres Amat, que hiciera una traducción mejorada, basada también en la Vulgata latina. Esta traducción salió en 1823 y recibió una distribución más extensa que la traducción de Scío. Sin embargo, puesto que no se basaba en el hebreo y el griego originales, tenía las desventajas comunes de la traducción de una traducción.

A pesar de ese progreso, la iglesia y los gobernantes del país todavía no estaban convencidos de que la gente común debiera leer las Escrituras. Cuando George Borrow, representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, pidió permiso durante los años treinta del siglo pasado para imprimir Biblias en España, el ministro gubernamental Mendizábal le dijo: “Lo que aquí necesitamos, mi buen señor, no son Biblias, sino cañones y pólvora para acabar con los facciosos y, sobre todo, dinero para pagar a las tropas”. Borrow pasó a traducir el Evangelio de Lucas al lenguaje de los gitanos españoles, ¡y en 1837 fue encarcelado por sus esfuerzos!

Finalmente no se pudo contener más la ola. En 1944 la iglesia española imprimió su primera traducción de las Santas Escrituras basada en los idiomas originales... unos 375 años después de la traducción de Casiodoro de Reina. Fue la traducción de los escriturarios católicos Nácar y Colunga. A esta le siguió en 1947 la traducción de Bover y Cantera. Desde entonces ha habido una inundación de traducciones españolas de la Biblia.

La victoria está asegurada

Aunque la Biblia española tuvo que luchar por siglos para sobrevivir, por fin ganó la batalla. Los grandes sacrificios de traductores valientes como Reina ciertamente no fueron en vano. ¿Cuántas personas que compran una Biblia hoy se ponen a pensar en el tiempo en que se prohibía poseer una?

Hoy día la Biblia es uno de los libros de mayor venta en España y en países hispanohablantes, y hay muchas traducciones disponibles. Entre ellas están la Versión Moderna (1893), que usa de modo consecuente el nombre de Dios, Jehová; la versión de la Biblia producida por Ediciones Paulinas (1964), que utiliza el nombre Yavé en las Escrituras Hebreas; la Nueva Biblia Española (1975), que lamentablemente no emplea ni Jehová ni Yavé; y la Traducción del Nuevo Mundo (1967), publicada por la Sociedad Watch Tower, que usa Jehová.

Los testigos de Jehová visitan los hogares de millones de hispanohablantes cada semana para ayudarlos a apreciar y comprender el valor de la Santa Biblia... un libro por el cual vale la pena morir, un libro conforme al cual vale la pena vivir. En realidad, la historia de la lucha de la Biblia española por sobrevivir es una prueba adicional de que ‘la palabra de nuestro Dios durará hasta tiempo indefinido’. (Isaías 40:8.)

[Nota a pie de página]

a En aquel tiempo no podía importarse ningún libro en absoluto sin licencia especial, y ningún librero podía abrir un cargamento de libros sin el permiso oficial del Santo Oficio (la Inquisición).

[Fotografía en la página 10]

Se ha reproducido la Políglota complutense, y por eso puede examinarse fácilmente. (Véase la página 8.)

[Reconocimiento]

Cortesía de la Biblioteca Nacional, Madrid, España

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