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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 15/10 págs. 30-31

Preguntas de los lectores

¿Hasta qué punto deben preocuparse los cristianos por la posibilidad de que se añadan a los productos alimenticios componentes sanguíneos, como plasma desecado?

Si existe base válida para creer que efectivamente se está usando sangre animal (o uno de sus componentes) en los productos alimenticios que se venden en la localidad, entonces los cristianos deben proceder con cautela. Sin embargo, no sería aconsejable preocuparse por una simple sospecha o vivir con un temor infundado.

A principios de la historia del hombre, nuestro Creador determinó que los humanos no deberían comer sangre. (Génesis 9:3, 4.) Declaró que esta representa la vida, un don procedente de él. La sangre extraída de una criatura solo podía usarse en sacrificios, como los que se ofrecían sobre el altar. De lo contrario, tenía que derramarse sobre el suelo o, en cierto sentido, devolverse a Dios. Su pueblo no podía usar la sangre para sustentar la vida. Dios decretó: “No deben comer la sangre de ninguna clase de carne, porque el alma de toda clase de carne es su sangre. Cualquiera que la coma será cortado”. (Levítico 17:11-14.) La prohibición que Dios hizo tocante a comer la sangre se repitió a los cristianos. (Hechos 15:28, 29.) De modo que los cristianos primitivos tenían que evitar alimentos que contuvieran sangre, como la carne de animales estrangulados o las morcillas.

No obstante, en términos prácticos, ¿cómo procederían aquellos cristianos para apegarse a su decisión de ‘guardarse de sangre’? (Hechos 21:25.) ¿Deberían simplemente aplicar las palabras del apóstol Pablo: “Todo lo que se vende en la carnicería, sigan comiéndolo, sin inquirir nada por causa de su conciencia”?

No. Esas palabras registradas en 1 Corintios 10:25 se refieren a la carne que pudiera provenir de un animal sacrificado en un templo de ídolos. En aquel tiempo la carne que sobraba en los templos se vendía a los tenderos, y ellos podían incluirla en el surtido de carne para la venta. El punto que Pablo quería comunicar era que la carne procedente de un templo no era mala ni estaba contaminada en sí misma. Al parecer se tenía la costumbre de desangrar a los animales ofrecidos en sacrificio y usar su sangre en los altares paganos. De modo que si parte de la carne sobrante se vendía en el mercado, sin que existiera ninguna vinculación clara con un templo o con los conceptos paganos erróneos, los cristianos podían comprarla como carne limpia y debidamente desangrada, apta para el consumo.

Sin embargo, sería diferente si aquellos cristianos se enteraban de que entre la carne que se vendía en los mercados locales había carne de animales estrangulados (o morcillas). Tendrían que ser cuidadosos al escoger la carne. Tal vez pudieran reconocer los productos que contuvieran sangre por su color característico (así como hoy por lo general se pueden reconocer las morcillas en los lugares donde son comunes), o quizás pudieran preguntar a un carnicero de confianza. Si no había ninguna razón para creer que cierta carne contuviera sangre, simplemente podían comprarla y comerla.

Pablo también escribió: “Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes”. (Filipenses 4:5.) Estas palabras podrían aplicarse al asunto de comprar carne. Ni la Ley dada a Israel ni el decreto del cuerpo gobernante cristiano del primer siglo indicaban que los adoradores de Dios estuvieran obligados a indagar mucho sobre la carne, o incluso hacerse vegetarianos, porque hubiera algún asomo de duda en cuanto a si la carne contenía sangre.

Cuando un cazador israelita mataba un animal, tenía que escurrir la sangre. (Compárese con Deuteronomio 12:15, 16.) Si su familia no podía consumir toda la carne, podía vender parte de esta. Incluso la carne de res debidamente desangrada contendría una pequeña cantidad de sangre, pero no hay nada en la Biblia que indique que un judío que comprara carne tuviera que ir al extremo de averiguar cuántos minutos pasaron entre la muerte del animal y su desangrado, qué arteria o vena le cortaron para que corriera la sangre, y cómo se colgó al animal y por cuánto tiempo. Además, el cuerpo gobernante no escribió que los cristianos tuvieran que tomar precauciones extraordinarias al respecto, como si necesitaran conocer todos los detalles antes de comer carne.

En la actualidad la ley, la costumbre o la práctica religiosa de muchos países hacen que los productos cárnicos disponibles en el mercado provengan de animales desangrados (con contadas excepciones, como sucede en el caso de las morcillas). Así que en esos lugares normalmente no es necesario que los cristianos se preocupen por los métodos empleados en la matanza o en la elaboración de tales productos. En un sentido amplio, simplemente ‘siguen comiendo carne apropiada para el consumo sin inquirir nada’, y pueden tener la conciencia limpia de que están absteniéndose de sangre.

No obstante, en ocasiones algunos cristianos se han sentido perturbados por ciertos informes técnicos acerca del uso comercial de la sangre. Algunos empresarios de la industria cárnica estiman que se pueden acumular grandes cantidades de la sangre de animales sacrificados y usarla para propósitos prácticos y con fines lucrativos, como en la elaboración de fertilizantes y alimentos para animales. Los investigadores han estudiado la posibilidad de usar esta sangre (o sus componentes) en las carnes procesadas. Incluso varias firmas comerciales han producido cantidades limitadas de plasma líquido, congelado o en polvo (o incluso glóbulos rojos decolorados) para reemplazar pequeños porcentajes de carne en embutidos o en paté. Otros estudios han centrado su atención en el uso de derivados sanguíneos en polvo como relleno, para ligar el agua y la grasa en la carne molida, como aditivo en productos de panadería o para añadir hierro y proteína a otros alimentos y bebidas.

Vale la pena notar, sin embargo, que aunque esta clase de investigación se ha venido realizando por décadas, parece ser que en la mayoría de los países tales productos se usan muy poco o nada. Algunos informes típicos muestran por qué:

“La sangre es una fuente de proteínas de valor nutritivo y funcional. Sin embargo, la sangre de res se ha usado para el consumo humano directo solo en cantidades limitadas debido a su color intenso y sabor característico” (Journal of Food Science, tomo 55, número 2, 1990).

“Las proteínas del plasma sanguíneo tienen propiedades útiles tales como un alto grado de solubilidad, actividad emulsionante y poca afinidad con el agua (hidrofobia) [...] y su uso en el tratamiento de alimentos ofrece grandes ventajas. A pesar de esto, no se ha ideado en Japón un sistema efectivo para higienizar el plasma, especialmente después de su deshidratación” (Journal of Food Science, tomo 56, número 1, 1991).

Algunos cristianos de vez en cuando examinan las etiquetas de los alimentos empaquetados, ya que muchos gobiernos exigen que se indiquen los ingredientes usados, y quizás deseen hacerlo normalmente en el caso de productos respecto a los cuales haya razón para creer que contengan sangre. Por supuesto, debemos evitar aquellos productos que contengan cosas como sangre, plasma sanguíneo, plasma, globina (o globulina) o hierro de hemoglobina (o globina). Una firma europea dedicada a este campo reconoció: “La información respecto al uso de globina como ingrediente de un producto debe aparecer en el envase de tal forma que el consumidor no se confunda en cuanto a la composición o el valor del alimento”.

Pero incluso al revisar las etiquetas o al preguntar a los carniceros hay que ser razonables. No es que por todo el mundo cada cristiano deba examinar las etiquetas e ingredientes de todos los alimentos empaquetados o interrogar a los empleados de los restaurantes o las tiendas de comestibles. El cristiano debería primero preguntarse: ‘¿Existe alguna prueba verificada de que se está utilizando sangre y sus derivados en los productos alimenticios normales en esta zona o en este país?’. En la mayoría de los casos la respuesta es: No. Por lo tanto, muchos cristianos han decidido no dedicar mucho tiempo y atención a comprobar posibilidades remotas. Si alguien piensa de otro modo, debe seguir los dictados de su conciencia, sin juzgar a otros que tal vez resuelvan el asunto de distinta manera pero con buena conciencia delante de Dios. (Romanos 14:2-4, 12.)

Incluso si se están elaborando productos alimenticios con sangre, bien pudiera ser que la práctica no esté muy difundida por motivos económicos, legales o de otra índole. Por ejemplo, la publicación Food Processing (septiembre de 1991) comentó: “Para los fabricantes que hallan problemático el menos del 1% de plasma hidrolizado presente en la mezcla (en las hamburguesas terminadas), hay una mezcla que puede reemplazarlo hecha a base de proteína de suero concentrada, la cual se puede calificar de kosher” (permitido por la religión judía).

Hay que recalcar que debido a la ley, la costumbre o el gusto, en muchos países la sangre de animales sacrificados normalmente se derrama y no se usa en productos alimenticios. Si no hay base sustancial que indique que la situación es diferente donde usted vive o que ha habido un cambio importante recientemente, los cristianos no deberían perturbarse por simples posibilidades o rumores. Sin embargo, si se sabe que se está usando sangre ampliamente o es muy probable que se esté utilizando, ya sea como alimento o en tratamientos médicos, debemos estar resueltos a obedecer el mandato de Dios de abstenernos de sangre.

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