Usos debidos e indebidos de las pinturas religiosas
EL ESCENARIO es San Petersburgo (Rusia) el 2 de agosto de 1914. Una multitud enfervorizada que agita iconos se ha congregado en el palacio del zar. En el centro de un gran salón se ha instalado un altar. Sobre este hay un cuadro de una mujer con un niño en brazos. Este icono se llama “La Madre de Dios de Vladímir”. La muchedumbre lo considera el tesoro más sagrado de Rusia.
La gente hasta afirma que el icono obra milagros. En 1812, cuando los ejércitos rusos se dirigían al encuentro de Napoleón, el general Kutuzov rezó ante esta imagen. Hoy, tras entregar su país a la guerra, el zar Nicolás II se halla ante el icono. Con su diestra alzada, hace este juramento: “Juro solemnemente que nunca habrá paz mientras quede un solo enemigo en suelo ruso”.
Dos semanas después, el zar hace una peregrinación a Moscú para pedir la bendición divina de las tropas. En la Catedral de la Asunción se postra para orar ante un gran iconostasio enjoyado: una mampara con pinturas de Jesús, María, ángeles y “santos”.
Estas devociones no impidieron el desastre. En menos de cuatro años murieron más de seis millones de combatientes rusos y se perdió gran parte del territorio. Además, el zar, la zarina y sus cinco hijos fueron asesinados brutalmente. En lugar de la monarquía secular, un gobierno revolucionario y antirreligioso tomó las riendas del país. La confianza del zar Nicolás en los iconos fue inútil.
Aun así, millones de personas de Rusia y otros países siguen venerando los iconos. Este hecho suscita preguntas importantes. ¿Cómo ve Dios las muestras de devoción realizadas ante estos cuadros? ¿Cómo considera la costumbre de colgarlos en las paredes de las casas?
¿Qué dice la Biblia?
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, obedeció la Ley que Dios había transmitido mediante Moisés. Esta comprendía los llamados Diez Mandamientos, el segundo de los cuales estipula: “No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva”. (Éxodo 20:4, 5.)
Por consiguiente, Jesús no se valió de cuadros ni de estatuas hechas por el hombre para adorar a Dios. Más bien, su adoración se conformó a la declaración de su Padre: “Yo soy Jehová. Ese es mi nombre; y a ningún otro daré yo mi propia gloria, ni mi alabanza a imágenes esculpidas”. (Isaías 42:8.)
Además, Jesús explicó por qué hay que adorar a Dios sin la ayuda de objetos materiales. “La hora viene —dijo Jesús— en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren. Dios es un Espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad.” (Juan 4:23, 24.)
Igual que Jesús, sus verdaderos discípulos enseñaron a otros el modo correcto de adorar. Por ejemplo, en cierta ocasión el apóstol Pablo discursó ante un grupo de filósofos griegos que se valían de ídolos para adorar a sus dioses invisibles. Les habló del Creador del hombre y les dijo: “No debemos imaginarnos que el Ser Divino sea semejante a oro, o plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre”. Posteriormente, el mismo apóstol explicó que los cristianos “andamos por fe, no por vista” y debemos ‘huir de la idolatría’. (Hechos 17:16-31; 2 Corintios 5:7; 1 Corintios 10:14.)
Una experiencia del apóstol Pedro indica que él siempre estaba listo para corregir toda acción que pudiera llevar a la idolatría. Cuando Cornelio, oficial del ejército romano, cayó a los pies de Pedro, este se opuso y lo alzó, diciéndole: “Levántate; yo mismo también soy hombre”. (Hechos 10:26.)
Por otra parte, el apóstol Juan quedó tan impresionado por las visiones divinas que cayó a los pies de un ángel. Este, no obstante, le aconsejó: “¡Ten cuidado! ¡No hagas eso! Yo simplemente soy coesclavo tuyo y de tus hermanos que son profetas, y de los que están observando las palabras de este rollo. Adora a Dios”. (Revelación 22:8, 9.) El apóstol agradeció el consejo. Amorosamente puso por escrito el incidente para nuestro provecho.
Pero ¿qué relación tienen estas experiencias con el uso de cuadros religiosos? Bueno, si era incorrecto que Cornelio se prosternara ante un apóstol de Cristo, ¿qué puede decirse de la veneración a los cuadros inertes de los “santos”? Y si era impropio que un apóstol se postrara ante un ángel vivo, ¿cómo se consideraría la veneración de las imágenes inanimadas de los ángeles? Sin duda, tales actos contravienen la advertencia de Juan: “Hijitos, guárdense de los ídolos”. (1 Juan 5:21.)
Ayudas pedagógicas y objetos de decoración
Lo anterior no quiere decir que la simple posesión de un cuadro de tema bíblico sea idolatría. Esta revista da uso adecuado a las pinturas de sucesos bíblicos como ayudas docentes. Además, estas escenas pueden decorar las paredes de los hogares y otros edificios. Sin embargo, el cristiano verdadero no quiere exhibir imágenes de conocidos objetos de veneración, ni colgar en la pared un cuadro que represente mal la Biblia. (Romanos 14:13.)
En la mayoría de los iconos de la cristiandad una corona luminosa rodea la cabeza de Jesús, María, los ángeles y los “santos”. Esta corona recibe el nombre de halo. ¿Cuál es su origen? “Su origen no es cristiano —admite The Catholic Encyclopedia (edición de 1987)—, pues con él representaban los artistas y escultores paganos la gran dignidad y poder de los diversos dioses.” Además, el libro The Christians, de Bamber Gascoigne, contiene una fotografía, cedida por el Museo Capitolino de Roma, donde aparece un dios solar con un halo al que daban culto los romanos paganos. Posteriormente, explica Gascoigne, “el halo del sol” fue “incorporado al cristianismo”. Sí, el halo está relacionado con el culto solar pagano.
¿Es apropiado colgar en los hogares cuadros que mezclan sucesos bíblicos con símbolos paganos idolátricos? No, pues la Biblia aconseja: “¿Qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? [...] ‘“Por lo tanto, sálganse de entre ellos, y sepárense —dice Jehová—, y dejen de tocar la cosa inmunda”’; ‘“y yo los recibiré”’”. (2 Corintios 6:16, 17.)
Con el tiempo, los que afirmaban ser cristianos desoyeron este consejo. Como habían predicho Jesús y sus apóstoles, se declaró la apostasía. (Mateo 24:24; Hechos 20:29, 30; 2 Pedro 2:1.) En la primera parte del siglo IV E.C., el emperador romano Constantino hizo del cristianismo apóstata la religión estatal. A partir de entonces, multitud de paganos se declararon “cristianos”. Estos tenían la costumbre de dar culto a las imágenes del emperador. También colgaban cuadros de sus antepasados y de personajes célebres. “En conformidad con el culto del emperador —explica John Taylor en su libro Icon Painting—, se adoraba su retrato pintado sobre lienzo y madera, y de ahí a la veneración de iconos mediaba solo un paso.” Así, se sustituyó el culto pagano a las pinturas por la veneración de los cuadros de Jesús, María, los ángeles y los “santos”.
¿Cómo justifican esta práctica los dirigentes eclesiásticos?
Según The Encyclopedia of Religion, los guías eclesiásticos emplearon los viejos argumentos de los filósofos paganos. Hombres como Plutarco, Dión, Crisóstomo, Máximo de Tiro, Celso, Porfirio y Juliano admitieron que los ídolos no tenían vida, pero justificaron su empleo afirmando que eran ayudas para adorar a los dioses invisibles. El iconógrafo ruso Leonid Ouspensky admite en su libro The Meaning of Icons: “Los Padres de la Iglesia se valieron de la filosofía griega como instrumento, adaptando su concepción y lenguaje a la teología cristiana”. (Compárese con Colosenses 2:8.)
Muchos hallaron difícil de entender la justificación teológica de la veneración de imágenes. “La distinción entre adorar un icono por lo que representa o adorarlo por sí mismo [...] era tan sutil que solo podían entenderla las personas muy cultas”, explica John Taylor en el libro Icon Painting.
Por otra parte, lo que dice la Biblia acerca de las imágenes religiosas es fácil de entender. Tomemos como ejemplo a Emilia, residente en Johannesburgo (Sudáfrica). Era una católica devota que se postraba ante los cuadros. Un día, una testigo de Jehová llamó a su puerta. A Emilia le entusiasmó ver en una Biblia portuguesa que Dios tiene un nombre: Jehová. (Salmo 83:18, Almeida.) En el transcurso de sus estudios bíblicos preguntó: “¿Qué he de hacer para no desagradar a Jehová?”. La Testigo le señaló los cuadros que tenía en la pared y le pidió que leyera Salmo 115:4-8. Aquella noche, cuando el esposo de Emilia llegó a casa, ella le dijo que quería deshacerse de sus cuadros religiosos. Él concordó. Al día siguiente mandó a sus dos hijos, Tony y Manuel, que rompieran y quemaran los cuadros. Hoy, unos veinticinco años después, ¿siente Emilia remordimientos por lo que hizo? No. Por el contrario, ha ayudado a muchos vecinos, además de a su familia, a hacerse adoradores felices de Jehová.
Hay muchas experiencias semejantes a esta. Como resultado de la obra mundial de hacer discípulos de los testigos de Jehová, millones de personas aprenden a adorar a Dios “con espíritu y con verdad”. Usted también puede recibir las bendiciones de esta manera de adorar superior pues, como dijo Jesús, “el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren”. (Juan 4:23, 24.)
[Fotografía en la página 26]
El zar Nicolás II se vale de un icono para bendecir a sus tropas
[Reconocimiento]
Foto de C.N.