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  • ¿Quién tiene la culpa?

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  • ¿Quién tiene la culpa?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1995
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  • Desilusión con los hijos
  • Estancamiento espiritual
  • La excusa concluyente
  • Enfréntese a la realidad
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1995
w95 1/2 págs. 26-29

¿Quién tiene la culpa?

EL PRIMER hombre, Adán, dio comienzo a esta tendencia. Después de pecar le dijo a Dios: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí”. De hecho estaba diciendo: “¡Yo no tengo la culpa!”. La primera mujer, Eva, respondió del mismo modo al decir: “La serpiente... ella me engañó, y así es que comí”. (Génesis 3:12, 13.)

De este modo el ser humano estableció el precedente en el jardín de Edén de no estar dispuesto a responsabilizarse de sus propias acciones. ¿Ha incurrido usted alguna vez en este error? Cuando surgen problemas, ¿culpa usted inmediatamente a otros? ¿O analiza la situación para ver quién tiene en realidad la culpa? En la vida cotidiana es muy fácil caer en la trampa de culpar a los demás de nuestras faltas y decir: “¡Yo no tengo la culpa!”. Veamos algunas situaciones comunes y lo que algunas personas suelen hacer. Más importante aún, reflexione en lo que usted haría en las mismas circunstancias.

Dificultades económicas

“Yo no tengo la culpa: es la economía, la falta de honradez de los comerciantes, el alto costo de la vida”, puede ser que digan algunos cuando se hallan en problemas económicos. Pero ¿tienen en realidad la culpa estos factores? Es posible que la inseguridad del momento les lleve a embarcarse en aventuras comerciales cuestionables o especulativas. En ocasiones la codicia eclipsa la objetividad, y la gente se halla nadando en aguas desconocidas, convirtiéndose en presa fácil para los tiburones. Olvidan el dicho: “Si parece que es demasiado bueno para ser verdad, normalmente lo es”. Recaban el consejo que quieren oír, pero cuando la dificultad económica hace acto de presencia, buscan a quien culpar. Desafortunadamente, esto ocurre a veces en la congregación cristiana.

Algunos se han visto entrampados en inversiones imprudentes o incluso fraudulentas, como comprar diamantes que no existían, financiar programas de televisión de éxito que rápidamente fracasan, o apoyar explotaciones inmobiliarias que fueron a la quiebra. Un deseo desmedido de riqueza puede haberles hecho olvidar el consejo bíblico: “Los que están resueltos a ser ricos caen en tentación y en un lazo [...] y se han acribillado con muchos dolores”. (1 Timoteo 6:9, 10.)

Los gastos desmesurados también pueden llevar a la ruina económica. Algunos piensan que tienen que parecerse a la gente que sale en las últimas revistas de moda, invertir en vacaciones costosas, comer en restaurantes caros y comprar los últimos “juguetes” para adultos: vehículos recreativos, barcos, cámaras y equipo estereofónico. Por supuesto, es posible que algunos puedan conseguir con el tiempo estas cosas mediante una buena planificación y ahorro. Pero los que tienen prisa en poseerlas corren el peligro de contraer fuertes deudas. Si lo hacen, ¿de quién es la culpa? Obviamente han pasado por alto el consejo sabio de Proverbios 13:18: “El que descuida la disciplina para en pobreza y deshonra”.

Desilusión con los hijos

“Por culpa de los ancianos mis hijos dejaron la verdad —puede que digan algunos padres—, no dieron suficiente atención a mis hijos.”

Los ancianos tienen la responsabilidad de pastorear y cuidar al rebaño, pero ¿qué puede decirse de los mismos padres? ¿Producen el fruto del espíritu de Dios de manera ejemplar en su vida diaria? ¿Llevaron a cabo el estudio de familia regularmente? ¿Mostraron celo en el servicio de Jehová y ayudaron a sus hijos a prepararse para participar en él? ¿Vigilaron las compañías de sus hijos?

De igual manera, es fácil que un padre diga con respecto a la trayectoria escolar de sus hijos: “Los maestros tuvieron la culpa de que mi hijo fracasara en los estudios. Mi hijo no les caía bien. Y, de todos modos, esa escuela tiene un bajo nivel de enseñanza”. Pero ¿hubo una buena comunicación del padre con la escuela? ¿Se interesó el padre en cómo le iban los estudios a su hijo? ¿Tenía el hijo un tiempo programado para hacer los deberes y se le ofreció ayuda cuando la necesitó? ¿Es el problema subyacente una cuestión de actitud o pereza del hijo, o del padre?

En vez de quejarse de la escuela, es mucho más positivo que los padres den los pasos necesarios para asegurarse de que sus hijos tienen la actitud correcta y que están aprovechando las oportunidades de aprender que les brinda la escuela.

Estancamiento espiritual

A veces oímos a algunos decir: “Yo estaría más fuerte espiritualmente, pero no es culpa mía. Los ancianos no me dedican suficiente atención. No tengo amigos. El espíritu de Jehová no está en esta congregación”. Pero, al mismo tiempo, otros miembros de la congregación tienen amigos, se sienten felices y progresan espiritualmente; y la congregación goza de crecimiento y prosperidad espiritual. Entonces, ¿por qué tienen problemas algunos?

Pocas personas quieren estar con compañeros que manifiestan un espíritu negativo y quejumbroso. La lengua mordaz y las quejas continuas pueden causar mucho desánimo. Es posible que algunos cristianos, a fin de no debilitarse espiritualmente, limiten su relación social con tales personas. Estas pueden interpretar que la congregación las trata con frialdad y empezar una migración de una congregación a otra. Como las manadas migratorias de las llanuras africanas que siempre están buscando pastos más frescos, los cristianos “migratorios” siempre están buscando la congregación apropiada. Se sentirían mucho más felices si, en lugar de eso, buscaran las buenas cualidades de otras personas y se esforzaran por manifestar de manera más plena el fruto del espíritu de Dios en su vida. (Gálatas 5:22, 23.)

Algunos lo logran esforzándose especialmente por hablar con alguien distinto en cada reunión del Salón del Reino y encomiarlo sinceramente por algo específico, como, por ejemplo, el buen comportamiento de sus hijos, su asistencia regular a las reuniones, sus comentarios bien preparados en el Estudio de La Atalaya, su hospitalidad al ofrecer su hogar para el Estudio de Libro de Congregación y reuniones para el servicio del campo, etc. Si se pone como objetivo mirar por debajo de la capa exterior de imperfección, sin duda descubrirá cualidades nobles en sus hermanos y hermanas cristianos. De este modo se hará querer y verá que no le faltan amigos leales.

La excusa concluyente

“Es la voluntad de Dios.” “El Diablo tiene la culpa.” Probablemente la excusa concluyente sea culpar a Dios o al Diablo de nuestros propios fallos. Es verdad que tanto Dios como el Diablo pueden influir sobre algunos sucesos de nuestra vida. Sin embargo, algunos piensan que casi todo lo que les acontece en la vida, tanto lo bueno como lo malo, es el resultado de la intervención de Dios o de Satanás. No ven nada de lo que les sucede como consecuencia de sus propias acciones. “Si Dios quiere que tenga un nuevo automóvil, lo tendré.”

Tales personas suelen vivir imprudentemente, y toman sus decisiones incluso las de índole económica con la confianza de que Dios acudirá en su ayuda. Si sus acciones imprudentes resultan en algún fracaso, económico o de otra naturaleza, culpan al Diablo. No solo sería presuntuoso, sino también antibíblico, actuar de forma precipitada, sin ‘calcular los gastos’, y luego culpar a Satanás del fracaso, o, peor aún, esperar que Jehová intervenga en favor nuestro. (Lucas 14:28, 29.)

Satanás intentó provocar en Jesús esa actitud, de modo que no se responsabilizara de Sus acciones. Con respecto a la segunda tentación, Mateo 4:5-7 informa: “El Diablo lo llevó consigo a la ciudad santa, y lo apostó sobre el almenaje del templo y le dijo: ‘Si eres hijo de Dios, arrójate abajo; porque está escrito: “A sus ángeles dará encargo acerca de ti, y te llevarán en sus manos, para que nunca des con tu pie contra una piedra”’”. Jesús se dio cuenta de que no podía esperar que Jehová interviniera en su favor si actuaba de manera temeraria o, peor aún, suicida. Por ello, replicó: “Está escrito: ‘No debes poner a prueba a Jehová tu Dios’”.

Los que propenden a culpar al Diablo o a Dios de sus propias acciones cuestionables tienen mucho en común con los seguidores de la astrología, quienes sencillamente sustituyen a Dios o al Diablo por las estrellas. Totalmente convencidos de que no pueden ejercer control sobre nada de lo que les sucede, pasan por alto el principio sencillo expuesto en Gálatas 6:7: “Cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará”.

Enfréntese a la realidad

Nadie pone en duda el hecho de que estamos viviendo en un mundo imperfecto. Los problemas que hemos discutido son reales. La gente se va a aprovechar económicamente de nosotros. Algunos patronos serán injustos. Las amistades pueden influir de forma negativa en nuestros hijos. Algunos maestros y escuelas deben mejorar. Los ancianos a veces podrían demostrar más amor e interés. Pero tenemos que reconocer el efecto de la imperfección y que, como dice la Biblia, “el mundo entero yace en el poder del inicuo”. De modo que no es realista esperar que nuestro camino por la vida estará siempre libre de obstáculos. (1 Juan 5:19.)

Además, tenemos que reconocer nuestras propias imperfecciones y limitaciones, y darnos cuenta de que muchas veces nuestros problemas son el resultado de nuestros propios desatinos. Pablo aconsejó a los cristianos de Roma: “Digo a cada uno que está allí entre ustedes que no piense más de sí mismo de lo que sea necesario pensar”. (Romanos 12:3.) Este consejo tiene la misma fuerza hoy. Cuando algo va mal en nuestra vida, no debemos seguir inmediatamente el ejemplo de nuestros antepasados, Adán y Eva, y decir: “No es culpa mía”. En vez de eso, tenemos que preguntarnos: ‘¿Qué podría haber hecho de manera diferente para haber evitado este resultado infeliz? ¿Actué con sensatez y busqué consejo de una fuente competente? ¿Di a la otra parte o partes envueltas el beneficio de la duda, respetando su dignidad?’.

Si seguimos los principios cristianos y somos sensatos, tendremos más amigos y menos problemas. Muchos de los problemas innecesarios de nuestra vida cotidiana se resolverán. Tendremos gozo al tratar con otros y no nos atormentará la pregunta: “¿Quién tiene la culpa?”.

[Fotografías en la página 28]

Los padres pueden hacer mucho por ayudar a sus hijos a progresar espiritualmente

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