Preguntas de los lectores
¿Mostró Dios parcialidad al escoger a hombres de la misma raza y nacionalidad —todos ellos judíos— para que formaran el cuerpo gobernante de la congregación primitiva?
No, en absoluto. Los primeros discípulos de Jesús fueron todos judíos. Más tarde, en el Pentecostés de 33 E.C., los primeros a quienes se ungió con espíritu santo para gobernar con Cristo en el cielo fueron judíos y prosélitos circuncisos. No se incluyó a samaritanos ni a gentiles incircuncisos conversos sino hasta después de este tiempo. Por consiguiente, es comprensible que el cuerpo gobernante lo formaran en aquel entonces judíos, es decir, “los apóstoles y ancianos [de] Jerusalén”, según se menciona en Hechos 15:2. Estos hombres tenían un fundamento más amplio de conocimiento bíblico y años de experiencia en la adoración verdadera, y habían tenido más tiempo para convertirse en ancianos cristianos maduros. (Compárese con Romanos 3:1, 2.)
Para cuando se celebró la reunión del cuerpo gobernante que se menciona en el capítulo 15 de Hechos, muchos gentiles —de África, Europa y otros lugares— se habían hecho cristianos. No obstante, las Escrituras no indican que en el cuerpo gobernante se hubiera incluido a gentiles para hacer el cristianismo más atractivo a los no judíos. Aunque los cristianos gentiles recién convertidos eran por igual miembros del “Israel de Dios”, debieron respetar la madurez y mayor experiencia de los cristianos judíos, como los apóstoles, que eran parte del cuerpo gobernante de aquel tiempo. (Gálatas 6:16.) Hechos 1:21, 22 pone de relieve cuánto se valoraba esa experiencia. (Hebreos 2:3; 2 Pedro 1:18; 1 Juan 1:1-3.)
Por muchos siglos Dios trató de manera especial con la nación de Israel, de la cual Jesús escogió a sus apóstoles. No fue un error ni una injusticia que no se escogiera a ningún apóstol de lo que hoy es Sudamérica, África o el Lejano Oriente. Con el tiempo, tanto hombres como mujeres de esos lugares tendrían la oportunidad de disfrutar de privilegios mucho mayores que ser un apóstol en la Tierra, pertenecer al cuerpo gobernante del siglo primero o tener cualquier otro nombramiento en el pueblo de Dios hoy día. (Gálatas 3:27-29.)
Un apóstol se sintió impulsado a decir que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hechos 10:34, 35.) Es cierto, todo el mundo puede beneficiarse del rescate de Cristo, sin ninguna parcialidad. Y habrá personas de toda tribu, lengua y nación en el Reino celestial y en la gran muchedumbre que vivirá para siempre en la Tierra.
A muchas personas les preocupan los antecedentes raciales, lingüísticos o nacionales. Puede ilustrarlo lo que leemos en Hechos 6:1 acerca de una cuestión que provocó una murmuración entre los cristianos de habla griega y los de habla hebrea. Tal vez crecimos con las susceptibilidades modernas en cuanto a raza, lengua o etnia, o las hemos adquirido. En vista de esta posibilidad real, debemos resolvernos a amoldar nuestros sentimientos y reacciones al punto de vista de Dios, a saber, que todos los seres humanos somos iguales ante él, prescindiendo de nuestra apariencia externa. Cuando Dios hizo que se escribieran los requisitos para los ancianos y siervos ministeriales, no mencionó ni raza ni nacionalidad. No, él puso de relieve las cualidades espirituales que deberían tener los que procuraran tales responsabilidades. Así es en el caso de los ancianos locales, superintendentes viajantes y personal de las sucursales hoy día, del mismo modo que lo fue en el caso del cuerpo gobernante en el siglo primero.