“El amor nunca falla”
RELATADO POR SAMUEL D. LADESUYI
Cuando reflexiono en lo que se ha logrado en todos estos años, me quedo asombrado. Jehová ha hecho cosas maravillosas en toda la Tierra. En Ilesha (Nigeria), éramos muy pocos cuando comenzamos a predicar, en 1931, pero hemos llegado a ser 36 congregaciones. Los aproximadamente cuatro mil publicadores que había en Nigeria cuando llegaron los primeros graduados de la Escuela Bíblica de Galaad, en 1947, han aumentado a más de ciento ochenta mil. En aquellos primeros días no nos imaginábamos, ni siquiera en sueños, el aumento que tendría lugar. ¡Cuánto le agradezco a Jehová que me haya concedido participar en esta obra maravillosa! Permítame contarle.
MI PADRE vendía armas y pólvora de aldea en aldea, y rara vez estaba en casa. Que yo sepa, tenía siete esposas, aunque no todas vivían con él. Mi madre, con quien yo vivía, fue la herencia que le dejó su hermano al morir; ella llegó a ser su segunda esposa.
Cierto día, papá llegó a casa después de visitar a su primera esposa en una aldea cercana. Estando allá, se enteró de que mi medio hermano asistía a la escuela. Puesto que ambos teníamos 10 años de edad, mi padre decidió que yo también debería asistir. Me dio nueve peniques, tres para el libro de texto y seis para una pizarra. Aquello sucedió en 1924.
Se forma un grupo de estudio bíblico
Desde pequeño sentí un gran amor por la Palabra de Dios, la Biblia. Me encantaban las clases bíblicas de la escuela, y mis maestros de la escuela dominical siempre me elogiaban. Por ello, en 1930 aproveché la oportunidad de asistir al discurso que pronunció un visitante, uno de los primeros Estudiantes de la Biblia que predicaron en Ilesha. Al terminar el discurso, me dejó el libro El Arpa de Dios en yoruba.
Como asistía con regularidad a la escuela dominical, comencé a llevar El Arpa de Dios y a utilizarlo para refutar algunas doctrinas que allí se enseñaban. Las discusiones no se hicieron esperar, y a menudo los dirigentes de la Iglesia me advirtieron que dejara esta ‘nueva enseñanza’.
Al año siguiente, mientras daba un paseo por la calle, me encontré a un grupo de personas que escuchaban un discurso. El orador era J. I. Owenpa, un Estudiante de la Biblia. Lo había enviado William R. Brown (conocido comúnmente como “Brown el de la Biblia”), quien supervisaba la predicación del Reino desde Lagos.a Me enteré de que en Ilesha se había formado un pequeño grupo para estudiar El Arpa de Dios, así que me uní a él.
Yo era el más joven del grupo, un escolar de apenas 16 años. Lo normal hubiese sido que me sintiera cohibido, o incluso temeroso, al reunirme con hombres mayores de 30 años; pero ellos estaban contentos conmigo y me alentaban. Fueron como padres para mí.
El clero se opone
Pronto tuvimos que enfrentarnos a la enconada oposición del clero. Los católicos, los anglicanos y otras confesiones religiosas más, que antes peleaban entre sí, se unieron contra nosotros. Se confabularon con los jefes locales para desanimarnos. Enviaron a la policía a confiscar nuestros libros con el pretexto de que perjudicaban a la gente. Sin embargo, el oficial del distrito les advirtió que no tenían derecho a recogerlos, de modo que dos semanas después los devolvieron.
Ante aquello, se nos convocó a una reunión con el oba, o jefe principal, y otras personas respetables de la aldea. Cabe decir que en aquel entonces éramos unos treinta. Tenían la intención de hacernos desistir de leer los libros “peligrosos”. Primero preguntaron si éramos extranjeros; después, cuando nos miraron con cuidado a la cara, dijeron: “Son hijos de nuestro pueblo, pero entre ellos hay algunos extraños”. Nos dijeron que no querían que siguiéramos estudiando los libros de una religión que nos causaría daño.
Nos fuimos a casa sin pronunciar palabra, resueltos a no prestar atención a aquellas personas distinguidas. La mayoría de nosotros nos sentíamos muy contentos con lo que habíamos aprendido y estábamos decididos a continuar estudiando. Por eso, aunque unos cuantos se dejaron intimidar y abandonaron el grupo, los demás seguimos estudiando en una carpintería. Nadie dirigía las reuniones. Comenzábamos con oración y después sencillamente nos turnábamos para leer los párrafos del libro. Al cabo de una hora hacíamos otra oración y nos íbamos a casa. Como se nos estaba vigilando, los jefes y los guías religiosos continuaron llamándonos cada dos semanas para advertirnos que no estudiáramos las publicaciones de los Estudiantes de la Biblia.
Al mismo tiempo, tratábamos de usar nuestro escaso conocimiento para ayudar a la gente, y muchos comenzaron a darnos la razón. Una persona tras otra fue uniéndose a nosotros. Sin embargo, aunque nos sentíamos felices, todavía no conocíamos bien la religión que habíamos abrazado.
A principios de 1932 vino un hermano de Lagos para ayudarnos a tener una mejor organización, y en abril nos visitó “Brown el de la Biblia”. Cuando vio que éramos un grupo de unas treinta personas, nos preguntó cuánto habíamos progresado mediante la lectura. Le dijimos todo lo que sabíamos, y él indicó que estábamos preparados para el bautismo.
Era la temporada de sequía, así que nos dirigimos a un río que distaba 14 kilómetros de Ilesha; allí fuimos bautizados unos treinta. Desde ese momento nos consideramos predicadores del Reino, y empezamos a ir de casa en casa. Antes no habíamos pensado hacer eso, pero ahora sentíamos el anhelo ferviente de comunicar a los demás lo que habíamos aprendido. Teníamos que prepararnos bien para poder refutar con la Biblia las doctrinas falsas que se nos presentaban. Con ese fin, solíamos analizar dichas doctrinas en nuestras reuniones, y nos ayudábamos unos a otros con lo que sabíamos.
Nuestra predicación
Predicamos en todo el distrito. La gente se burlaba de nosotros y nos gritaba, pero no nos importaba. Aunque todavía teníamos mucho que aprender, nuestra alegría era inmensa, pues poseíamos la verdad.
Todos los domingos íbamos de casa en casa. Las personas hacían preguntas, que procurábamos contestar. Los domingos por la noche presentábamos un discurso público. No contábamos con un Salón del Reino, así que celebrábamos las reuniones al aire libre. Reuníamos a las personas, pronunciábamos una conferencia y las invitábamos a hacer preguntas. A veces predicábamos en las iglesias.
También fuimos a lugares donde la gente nunca había oído hablar de los testigos de Jehová. La mayoría de las veces viajábamos en bicicleta, pero en ocasiones alquilábamos un autobús. Cuando llegábamos a una aldea, tocábamos con fuerza una corneta, que se oía por todo el lugar. La gente se apresuraba a ver qué sucedía. Acto seguido les dábamos el mensaje. Después de terminar, casi nos arrebataban las publicaciones que llevábamos. Distribuíamos muchísimos ejemplares.
Esperábamos con ansia la venida del Reino de Dios. Recuerdo que cuando recibimos el 1935 Yearbook (Anuario 1935), un hermano observó que traía textos para todo el año, por lo que preguntó: “¿Significa esto que va a transcurrir otro año completo antes de que llegue el Armagedón?”.
Como respuesta, el conductor de la reunión le preguntó: “¿Cree usted, hermano, que si el Armagedón llegara mañana dejaríamos de leer el Anuario?”. Cuando el hermano contestó que no, el conductor le dijo: “Entonces, ¿por qué se preocupa?”. Hoy anhelamos igual que entonces la llegada del día de Jehová.
Los años de la guerra
Durante la II Guerra Mundial se prohibió la importación de nuestros libros. Un hermano de Ilesha ofreció el libro Riquezas a un policía sin darse cuenta. Este le preguntó: “¿De quién es este libro?”. El hermano contestó que era suyo. El oficial dijo que era un libro prohibido, se llevó al hermano a la comisaría y lo encerró.
Fui a la comisaría, y después de algunas averiguaciones, logré sacarlo pagando una fianza. Luego llamé por teléfono al hermano Brown, que estaba en Lagos, y le conté lo sucedido. Además le pregunté si existía alguna ley que prohibiera la distribución de nuestros libros. Él me dijo que solo estaba proscrita su importación, no su distribución. Al cabo de tres días, el hermano Brown envió a un hermano de Lagos para ver qué sucedía. Este hermano nos dijo que todos debíamos salir a predicar con revistas y libros al día siguiente.
Tomamos rumbos distintos. Después de casi una hora, me dieron la noticia de que se había detenido a la mayoría de los hermanos. Por lo tanto, el hermano visitante y yo nos dirigimos a la comisaría. La policía no quiso escucharnos cuando dijimos que los libros no estaban prohibidos.
Los 33 hermanos que habían sido aprehendidos fueron llevados al juzgado de paz de Ife, y yo fui con ellos. La gente que vio cómo nos llevaban se puso a gritar: “Hasta aquí llegaron; nunca volverán”.
Los cargos se presentaron ante el juez, que era nigeriano. Se exhibieron todos los libros y las revistas. Él preguntó quién había autorizado la detención de todas esas personas. El jefe de la policía dijo que había obedecido las instrucciones del oficial del distrito. El juez llamó a su despacho al jefe de la policía y a cuatro de nosotros como representantes del grupo.
Preguntó quién era el señor Brown. Le contestamos que era el representante de la Sociedad Watch Tower en Lagos. Entonces nos dijo que el señor Brown le había enviado un telegrama con relación a nosotros. Ese día suspendió el caso y fijó una fianza para todos los hermanos. Al día siguiente los absolvió, los dejó en libertad y ordenó a la policía que devolviese todos los libros.
Regresamos a Ilesha cantando. Una vez más la gente comenzó a gritar, pero esta vez decía: “¡Han vuelto de nuevo!”.
Se aclara la norma de Jehová sobre el matrimonio
En 1947 llegaron a Nigeria los primeros tres graduados de Galaad. Uno de ellos, Tony Attwood, todavía sirve aquí, en el Betel de Nigeria. A partir de ese momento presenciamos grandes cambios en la organización de Jehová en Nigeria. Uno de los más trascendentales fue el de nuestro punto de vista sobre la poligamia.
Yo me había casado con Olabisi Fashugba en febrero de 1941, y sabía lo suficiente como para no tener más esposas. Pero hasta 1947, cuando llegaron los misioneros, la poligamia era común en las congregaciones. Se decía a los hermanos polígamos que se habían casado con más de una mujer debido a falta de conocimiento. Por eso, aunque tuvieran dos, tres, cuatro o más esposas, podían continuar con ellas, pero no debían tomar más. Esa era la norma que seguíamos.
Muchas personas querían unirse a nosotros, especialmente las que pertenecían a la Sociedad de Querubines y Serafines de Ilesha. Decían que los testigos de Jehová éramos los únicos que enseñaban la verdad. Concordaban con nuestras enseñanzas y querían convertir sus iglesias en Salones del Reino. Estábamos trabajando arduamente para lograr ese cometido. Hasta teníamos centros donde preparábamos a sus ancianos.
Entonces llegó la instrucción relativa a la poligamia. Uno de los misioneros pronunció un discurso en una asamblea de circuito de 1947. Habló de la buena conducta y los buenos hábitos. Acto seguido, citó 1 Corintios 6:9, 10, que dice que los injustos no heredarán el Reino de Dios, y añadió: “Y los polígamos no heredarán el Reino de Dios”. Algunas personas del auditorio clamaron: “¡Qué! ¡Los polígamos no heredarán el Reino de Dios!”. Se formó una división. Parecía una guerra. Muchos nuevos se retiraron diciendo: “Gracias a Dios que no hemos llegado a ser Testigos”.
No obstante, la mayoría de los hermanos corrigió su vida dejando en libertad a sus esposas. Les daban dinero y les decían: ‘Todavía eres joven; busca otro esposo. Cometí un error al casarme contigo. Ahora debo tener una sola esposa’.
Pero entonces surgió otro problema. Algunos de los que habían optado por tener una sola esposa y deshacerse de las demás, cambiaban de parecer, llamaban a una de las despedidas y se deshacían de la que habían escogido originalmente. Las dificultades comenzaron de nuevo.
Desde la oficina central de Brooklyn nos llegó una nueva directriz basada en Malaquías 2:14, que menciona a “la esposa de tu juventud”. La instrucción decía que los maridos debían permanecer con su primera esposa. De ese modo se zanjó definitivamente la cuestión.
Privilegios de servicio
En 1947 la Sociedad comenzó a fortalecer a las congregaciones y a organizarlas en circuitos. Se deseaba nombrar ‘siervos para los hermanos’ (llamados hoy superintendentes de circuito) a varones maduros que tuviesen un amplio conocimiento. El hermano Brown me preguntó si aceptaría una asignación como esa. Le dije que si me había bautizado, había sido para hacer la voluntad de Jehová, y añadí: “Usted me bautizó. Al presentárseme una oportunidad de servir más plenamente a Jehová, ¿cree que la voy a rechazar?”.
En octubre de ese año se nos pidió a siete de nosotros que fuéramos a Lagos, y se nos preparó para emprender la obra de circuito. En aquellos años los circuitos eran muy extensos. Todo el país estaba dividido en solo siete circuitos. Había pocas congregaciones.
Nuestro trabajo de siervos para los hermanos era difícil. Todos los días caminábamos varios kilómetros, a menudo bajo el calor sofocante de la selva tropical. Íbamos de aldea en aldea todas las semanas. A veces sentía que las piernas me fallaban. En ocasiones me parecía que iba a morir. Pero también tuve inmensas alegrías, sobre todo cuando veía la gran cantidad de personas que aceptaban la verdad. Imagínese, ¡en solo siete años se cuadruplicó la cantidad de publicadores del país!
Participé en la obra de circuito hasta 1955. Ese año la mala salud me obligó a regresar a Ilesha, donde se me nombró superintendente de ciudad. Una vez allí, pude dedicar más tiempo a ayudar espiritualmente a mi familia. Hoy, mis seis hijos sirven fielmente a Jehová.
El amor nunca falla
Cuando medito en los años transcurridos, hallo muchas cosas por las cuales estar agradecido. Aunque sufrí decepciones, preocupaciones y enfermedades, también tuve muchos gozos. Nuestro conocimiento y nuestra comprensión han aumentado con el transcurso de los años, pero la experiencia me ha enseñado el significado de 1 Corintios 13:8, que dice: “El amor nunca falla”. Cuando se ama a Jehová y se le sirve con perseverancia, él ayuda a vencer las dificultades y bendice abundantemente.
La luz de la verdad se hace cada vez más intensa. En aquellos días, cuando la obra empezaba, pensábamos que el Armagedón vendría pronto, y esa idea nos impulsó a hacer con urgencia todo lo que pudimos. Pero todo lo que hicimos fue para nuestro bien. Por ello hago mías las palabras del salmista: “Alabaré a Jehová mientras dure mi vida. Ciertamente produciré melodía a mi Dios mientras yo sea”. (Salmo 146:2.)
[Nota a pie de página]
a Al hermano Brown solía llamársele “Brown el de la Biblia” por su costumbre de referirse a la Biblia como autoridad final. (Véase “La siega de un verdadero evangelizador”, de La Atalaya del 1 de septiembre de 1992, página 32.)
[Fotografía en la página 23]
Samuel con Milton Henschel en 1955
[Fotografía en la página 24]
Samuel con su esposa, Olabisi