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  • La luz pone fin a una era tenebrosa
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
w96 15/1 págs. 26-29

La luz pone fin a una era tenebrosa

EL MUNDO en que se movieron Jesucristo y sus apóstoles era muy distinto del que existía cuando se redactaron las Escrituras Hebreas. El lector de la Biblia que ignore este hecho tal vez suponga que hubo continuidad social y religiosa entre el profeta Malaquías y el evangelista Mateo, pues apenas capta lo que sucedió en los cuatrocientos años que los separan.

Malaquías, libro que figura en el último lugar de las Escrituras Hebreas en la mayoría de las Biblias actuales, termina cuando el resto de Israel ya ha sido liberado del cautiverio en Babilonia y ha repoblado su tierra natal. (Jeremías 23:3.) A los judíos devotos se les instaba entonces a esperar el día de juicio, en el que Dios eliminaría este mundo impío e instauraría la era mesiánica. (Malaquías 4:1, 2.) Entretanto, vivían bajo la dominación de Persia, que tenía tropas acuarteladas en Judá a fin de mantener la paz y hacer valer los edictos imperiales con la fuerza de las armas. (Compárese con Esdras 4:23.)

Pero en los siguientes cuatro siglos no perduró la estabilidad en las tierras bíblicas. Las tinieblas y el caos afectaron la espiritualidad. El Oriente Próximo se vio sacudido por la violencia, el terrorismo, la opresión, el radicalismo religioso, la filosofía especulativa y el choque de culturas.

Por otro lado, cuando se redactó Mateo, el primer libro de las Escrituras Griegas Cristianas, la coyuntura había cambiado. Reinaba la paz impuesta por las legiones, la Pax Romana. La gente piadosa ansiaba el advenimiento del Mesías, que pondría fin al sufrimiento, la tiranía y la indigencia, y arrojaría luz sobre la vida, la prosperidad y la tranquilidad. (Compárese con Lucas 1:67-79; 24:21; 2 Timoteo 1:10.) Veamos con más detalle qué fuerzas operaron los cambios de la sociedad judía durante los siglos previos al nacimiento de Jesucristo.

La vida judía en la época persa

Tras el edicto de 537 a.E.C., por el que Ciro emancipó a los hebreos, salió de Babilonia un resto con inclinaciones espirituales integrado por una multitud de judíos y sus compañeros gentiles. Volvió a una tierra de ciudades en ruinas y yermos que había perdido su antigua extensión al ocuparla edomitas, fenicios, samaritanos, tribus árabes y otros grupos. Con los despojos de Judá y Benjamín se formó la provincia de Judá, circunscrita a la satrapía de Abar Nahara, cuyo nombre significa “Más allá del Río”. (Esdras 1:1-4; 2:64, 65.)

Durante la dominación persa, Judá vivió “un período de expansión y crecimiento demográfico”, señala The Cambridge History of Judaism. Tocante a Jerusalén, esta obra dice: “Labriegos y peregrinos traían sus ofrendas; el Templo y la ciudad se enriquecían, y su prosperidad atraía a mercaderes y artesanos extranjeros”. Los persas, muy tolerantes con las administraciones y las religiones de cada zona, exigían onerosos tributos, pagables únicamente en metales preciosos. (Compárese con Nehemías 5:1-5, 15; 9:36, 37; 13:15, 16, 20.)

Los últimos años del Imperio persa fueron tumultuosos, con frecuentes revueltas de los sátrapas. Muchos judíos intervinieron en un alzamiento que tuvo lugar en la costa mediterránea, por lo que fueron deportados a lugares tan septentrionales como Hircania, a orillas del Caspio. Parece, sin embargo, que la mayor parte de Judá no padeció las represalias persas.

El período helénico

Para 332 a.E.C., año en el que Alejandro Magno se abalanzó como un leopardo sobre el Oriente Próximo, ya estaban en boga los objetos importados de Grecia. (Daniel 7:6.) Consciente de que podía usar la cultura griega para sus fines políticos, Alejandro se propuso helenizar su creciente imperio. El griego pasó a ser la lengua internacional. El breve reinado de Alejandro fomentó el amor por la sofistería, el deporte y la estética. Hasta el legado judío fue cediendo a los encantos del helenismo.

Tras la muerte de Alejandro, en 323 a.E.C., los generales que le sucedieron en Siria y Egipto fueron los primeros en representar los papeles de “rey del norte” y “rey del sur”, según las denominaciones que emplea el profeta Daniel. (Daniel 11:1-19.) Durante el imperio del monarca egipcio Tolomeo II Filadelfo (285-246 a.E.C.), posterior “rey del sur”, se empezó a traducir las Escrituras Hebreas a la coiné, el griego común. De esta versión, que se llamaría la Septuaginta, se citarían muchos versículos en las Escrituras Griegas Cristianas. La lengua griega resultó idónea para comunicar con precisión ideas iluminadoras a un mundo que, espiritualmente hablando, estaba sumido en el caos y las tinieblas.

Cuando Antíoco IV Epífanes se convirtió en rey de Siria y dominador de Palestina (175-164 a.E.C.), combatió de tal modo el judaísmo que casi lo erradicó. Obligó a los hebreos, so pena de muerte, a abjurar de Jehová Dios y hacer sacrificios solo a los dioses griegos. En diciembre de 168 a.E.C. levantó sobre el gran altar de Jehová del templo de Jerusalén un ara pagana, en la que inmoló animales al Zeus Olímpico. Escandalizados, muchos campesinos hicieron acopio de valor y, capitaneados por Judas Macabeo, lucharon encarnizadamente hasta tomar Jerusalén. Se volvió a dedicar el templo a Dios, y a los tres años justos de la profanación, se ofrecían de nuevo los sacrificios diarios.

En los años restantes del período helénico, la comunidad de Judea adoptó una política expansionista con la meta de restituir el territorio a su antigua extensión. Pero utilizó su nuevo poderío militar de forma impía, obligando a sus vecinos paganos a convertirse a punta de espada. Por otro lado, las ciudades y pueblos siguieron rigiéndose por la teoría política griega.

En aquella época, los aspirantes al sumo sacerdocio fueron en su mayoría hombres corruptos. Su oficio estuvo manchado por maquinaciones, asesinatos e intrigas políticas. Cuanto más dominaba la impiedad a los judíos, más populares se volvían los deportes griegos. Era indignante ver a jóvenes sacerdotes descuidar sus deberes para participar en los juegos. Los atletas judíos llegaban a borrarse las señales de la circuncisión mediante una operación dolorosa a fin de no pasar bochorno mientras competían desnudos con los gentiles. (Compárese con 1 Corintios 7:18.)

Cambios religiosos

Al inicio de la etapa postexílica, los fieles judíos se resistieron a fusionar filosofías y conceptos paganos con la religión verdadera revelada en las Escrituras Hebreas. Así, el libro de Ester, escrito tras más de sesenta años de estrecha relación con Persia, no contiene ni un solo vestigio de zoroastrismo. Tampoco se observa influjo alguno de esta doctrina persa en los libros de Esdras, Nehemías y Malaquías, que se redactaron en los comienzos del período persa (537-443 a.E.C.).

Los expertos creen que a finales de la etapa persa, muchos judíos asimilaron creencias de los adoradores de Ahura Mazda, la principal deidad persa. Este hecho se evidencia en las supersticiones populares y las creencias esenias. Los judíos llegaron a aplicar a los espíritus malignos y los monstruos nocturnos del folclor babilonio y persa los nombres hebreos de bestias del desierto, como los chacales, y de aves nocturnas.

La actitud judía ante las ideas paganas fue modificándose. Conceptos como el cielo, el infierno, el alma, la Palabra (Logos) y la sabiduría cobraron nuevos sentidos. Además, al enseñarse que Dios estaba tan distante que no se comunicaba con los hombres, se hicieron imprescindibles los intermediarios. Para los griegos eran los démones, espíritus intercesores y tutelares. Al abrazar los hebreos la creencia de que los démones (o demonios) podían ser benéficos o maléficos, cayeron en las garras diabólicas.

Hubo un cambio edificante con relación al culto local. Se multiplicaron las sinagogas, locales donde se reunían las congregaciones de judíos para recibir educación religiosa y celebrar el culto. No se sabe a ciencia cierta cuándo, cómo y dónde surgieron las sinagogas. Dado que los hebreos de tierras lejanas que no podían tributar adoración en el templo suplieron esta carencia con las sinagogas, su institución se suele ubicar en la etapa exílica o postexílica. Es digno de mención que fueron foros adecuados para que Jesús y sus discípulos ‘declarasen en público las excelencias de Dios, que llama a la gente de la oscuridad a su luz maravillosa’. (1 Pedro 2:9.)

Surgen varias corrientes de opinión en el judaísmo

Durante el siglo II a.E.C. fueron aflorando varias corrientes de opinión. No constituían organizaciones religiosas escindidas, sino asociaciones judías de clérigos, filósofos y activistas políticos, todos con el judaísmo como denominador común, que pretendían influir en el pueblo y dominar a la nación.

Los saduceos, bando muy politizado y plutocrático, gozaban de la reputación de ser diplomáticos hábiles desde el alzamiento asmoneo de mediados del siglo II a.E.C. Predominaban los sacerdotes, aunque también había comerciantes y hacendados. Para cuando Jesús nació, la mayoría simpatizaba con el dominio romano en Palestina, pues les parecía más estable y proclive a mantener el statu quo imperante. (Compárese con Juan 11:47, 48.) Una facción minoritaria, los herodianos, creía que el gobierno de los Herodes cuadraría mejor con los ideales patrios. En todo caso, ningún saduceo deseaba que la nación cayera en manos de los judíos fanáticos ni que controlara el templo alguien ajeno al sacerdocio. Su credo conservador, fundado principalmente en su interpretación de los escritos mosaicos, revelaba su oposición a la poderosa secta farisea. (Hechos 23:6-8.) Rechazaban las profecías de las Escrituras Hebreas por parecerles especulativas. Enseñaban que los libros bíblicos de carácter histórico, poético y proverbial no eran inspirados ni esenciales.

Los fariseos aparecieron en el período helénico como reacción radical al helenismo antisemita. Para la época de Jesús se habían convertido en inflexibles maestros tradicionalistas que pecaban de legalismo, soberbia y afán proselitista; vivían pagados de su propia justicia, y se aprovechaban de la enseñanza en las sinagogas para manipular a la nación. Principalmente de clase media, despreciaban al vulgo. Pero a los ojos de Jesús, la mayoría eran hombres egoístas, avaros inmisericordes e hipócritas redomados. (Mateo, capítulo 23.) A la par que aceptaban todas las Escrituras Hebreas, según su interpretación, atribuían tanta o más importancia a sus tradiciones orales, que, en sus palabras, eran “una valla alrededor de la ley”. Pero lejos de ser una valla, sus tradiciones invalidaban la Palabra de Dios y eran desconcertantes. (Mateo 23:2-4; Marcos 7:1, 9-13.)

Los esenios, místicos que al parecer vivían en comunidades aisladas, se consideraban el verdadero resto de Israel, y esperaban recibir en un estado de pureza al Mesías prometido. Llevaban una vida contemplativa y ascética, y buena parte de sus creencias reflejaban conceptos persas y griegos.

En cuanto a los celotes, nacionalistas religiosos a ultranza, había varias facciones terroristas que veían como enemigo a todo el que dificultara la creación del estado judío independiente. Este grupo, que guarda ciertas semejanzas con los asmoneos, atraía principalmente a jóvenes aventureros e idealistas. Bandoleros criminales para unos, soldados de la resistencia para otros, su empleo de la guerra de guerrillas convirtió los caminos rurales y las plazas públicas en lugares peligrosos y acrecentó las tensiones de la época.

En Egipto, la filosofía griega hizo furor entre los judíos de Alejandría, desde donde se difundió a Palestina y a los hebreos dispersos en la Diáspora. Algunos teóricos judíos, autores de libros apócrifos y seudoepigráficos, interpretaron los escritos mosaicos como alegorías indefinidas e insípidas.

Al advenimiento de la era romana, la helenización ya había transformado irreversiblemente Palestina en los ámbitos sociopolítico y filosófico. El judaísmo, una fusión de ideas babilonias, persas y griegas que incorporaba verdades de la Biblia, había suplantado a la religión bíblica de los hebreos. El conglomerado de saduceos, fariseos y esenios no representaba ni el siete por ciento de la población. En el centro de este torbellino de fuerzas contrapuestas estaban las masas del pueblo judío, “desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor”. (Mateo 9:36.)

Fue en aquel mundo tenebroso en el que se presentó Jesucristo con una invitación reconfortante: “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré”. (Mateo 11:28.) ¡Qué emocionantes fueron sus palabras: “Yo soy la luz del mundo”! (Juan 8:12.) Sin duda, fue maravilloso escuchar esta alentadora promesa: “El que me sigue, de ninguna manera andará en oscuridad, sino que poseerá la luz de la vida”. (Juan 8:12.)

[Ilustración de la página 26]

Jesús dejó claro que los jefes religiosos del judaísmo se hallaban espiritualmente en tinieblas

[Ilustración de la página 28]

Moneda con la efigie de Antíoco IV Epífanes

[Reconocimiento]

Pictorial Archive (Near Eastern History) Est.

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