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  • Unidos en el servicio de Dios en las buenas y en las malas

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  • Unidos en el servicio de Dios en las buenas y en las malas
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
w96 1/3 págs. 23-27

Unidos en el servicio de Dios en las buenas y en las malas

Relatado por Michel y Babette Muller

“LES tengo una mala noticia —dijo el médico—. Pueden olvidarse de su vida misional en África.” Mirando a mi esposa, Babette, dijo: “Usted tiene cáncer de seno”.

Esa noticia nos dejó anonadados. Muchas cosas nos pasaron por la cabeza. Creíamos que esta consulta médica sería un simple chequeo final. Ya habíamos comprado los pasajes para regresar a Benín (África occidental), y esperábamos estar allí en menos de una semana. En nuestros veintitrés años de matrimonio habíamos pasado por tiempos buenos y malos. Ahora, confundidos y temerosos, nos preparábamos para luchar contra el cáncer.

Empecemos desde el principio. Michel nació en septiembre de 1947, y Babette, en agosto de 1945. Nos criamos en Francia, y nos casamos en 1967. Vivíamos en París. Cierta mañana de principios de 1968, a Babette se le había hecho tarde para ir al trabajo. Una señora llegó a la puerta, le ofreció un folleto religioso y preguntó: “¿Puedo volver con mi marido para hablar con usted y su esposo?”.

Preocupada por el trabajo y deseosa de que la señora se fuera, Babette contestó: “Sí, está bien”.

Michel relata: “A mí no me interesaba la religión, pero el folleto me llamó la atención y lo leí. Unos días después, Joceline Lemoine regresó con su esposo, Claude. Él conocía bien la Biblia y contestó todas mis preguntas. Quedé impresionado.

”Babette era una buena católica, pero no tenía la Biblia, lo cual no es raro entre los católicos. Le emocionó ver y leer la Palabra de Dios. En el estudio aprendimos que muchas de las ideas religiosas que se nos habían enseñado eran falsas. Comenzamos a hablar con nuestros familiares y amigos de lo que estábamos aprendiendo. En enero de 1969 nos bautizamos como testigos de Jehová. Poco después se bautizaron nueve de nuestros familiares y amigos.”

Predicamos donde la necesidad es mayor

Después de bautizarnos, nos preguntamos: ‘Dado que no tenemos hijos, ¿por qué no emprendemos el ministerio de tiempo completo?’. En 1970 dejamos nuestro empleo, nos hicimos precursores regulares y nos trasladamos a Magny-Lormes, un pueblecito cercano a Nevers, en el centro de Francia.

Era una asignación difícil. Casi nadie quería estudiar la Biblia. No conseguíamos empleo y, como resultado, teníamos poco dinero. A veces solo teníamos papas para comer. Durante el invierno, soportábamos temperaturas muy por debajo de los 18 °C bajo cero. Nos referíamos a aquel período como los tiempos de las siete vacas flacas. (Génesis 41:3.)

Sin embargo, Jehová nos sustentó. Un día que casi no nos quedaba comida, el cartero nos entregó una caja grande de queso que nos había enviado la hermana de Babette. Otro día, al llegar del servicio, hallamos en casa a unos amigos que habían viajado 500 kilómetros para visitarnos. Se habían enterado de nuestra situación y habían cargado de comida sus dos autos.

Al cabo de año y medio, la sucursal nos nombró precursores especiales. Por los siguientes cuatro años servimos en Nevers, en Troyes y finalmente en Montigny-lès-Metz. En 1976 se nombró a Michel superintendente de circuito en el sudoeste de Francia.

Dos años más tarde, durante una escuela para los superintendentes de circuito, la Sociedad Watch Tower nos envió una carta en la que nos invitaba a servir de misioneros en el extranjero, y decía que podíamos elegir entre Chad y Burkina Faso (entonces Alto Volta). Escogimos Chad. Poco después se nos informó que nos habían asignado a servir bajo la supervisión de la sucursal de Tahití. Habíamos pedido ir al vasto continente de África, pero pronto nos hallamos en una pequeña isla.

Servicio en el Pacífico Sur

Tahití es una hermosa isla tropical del Pacífico Sur. Unos cien hermanos fueron a recibirnos al aeropuerto. Nos dieron la bienvenida con collares de flores, y aunque estábamos cansados debido al largo viaje desde Francia, nos sentimos muy felices.

Cuatro meses después viajamos en un pequeño velero lleno de cocos secos. A los cinco días llegamos a nuestra nueva asignación: la isla de Nuku Hiva, en las islas Marquesas. Contaba con unos mil quinientos habitantes, de los cuales nosotros éramos los únicos Testigos.

Las condiciones de vida eran primitivas. Vivíamos en una casa pequeña de hormigón y bambú sin electricidad. Había un grifo que solo funcionaba a veces, y cuando funcionaba, salía agua turbia. Casi siempre utilizábamos el agua de lluvia que se acumulaba en una cisterna. No había carreteras asfaltadas, solo senderos.

Para hacer viajes largos, teníamos que alquilar caballos. Las sillas eran de madera y muy incómodas, especialmente para Babette, que nunca había montado a caballo. Llevábamos un machete para cortar el bambú que se había caído en el camino. No se vivía como en Francia.

Celebrábamos la reunión del domingo, aunque solo asistíamos nosotros dos. En lugar de programar las demás reuniones, solo leíamos la información juntos, puesto que no había nadie más presente.

Transcurridos unos meses decidimos que no era conveniente reunirnos de esa manera. Michel relata: “Dije a Babette: ‘Debemos vestirnos apropiadamente. Tú te sentarás allí y yo aquí. Empezaré con oración y luego celebraremos la Escuela del Ministerio Teocrático y la Reunión de Servicio. Yo haré las preguntas y tú responderás, aunque seas la única persona en el auditorio’. Esa medida fue provechosa, porque es fácil hacerse negligente en sentido espiritual cuando no hay una congregación”.

Tomó tiempo convencer a las personas de que asistieran a las reuniones cristianas. Nos reunimos solos durante los primeros ocho meses. Luego empezaron a asistir una, dos y a veces tres personas. Cierto año nosotros dos empezamos la Cena del Señor. Diez minutos después llegaron algunas personas, de modo que comencé el discurso de nuevo.

Actualmente hay 42 publicadores y 3 congregaciones en las islas Marquesas. Aunque nuestros sucesores realizaron la mayor parte del trabajo, algunas de las personas a quienes predicamos en aquel tiempo ya están bautizadas.

Los hermanos son de gran valor

En Nuku Hiva aprendimos a ser pacientes. Con excepción de las cosas indispensables, teníamos que esperar para recibir todo lo demás. Por ejemplo, si deseábamos un libro, había que pedirlo por escrito y esperar de dos a tres meses para recibirlo.

También aprendimos que los hermanos son de gran valor. Cuando visitamos Tahití y asistimos a una reunión, se nos saltaron las lágrimas al oír a los hermanos cantar. Puede que sea difícil llevarse bien con algunos hermanos, pero cuando uno está solo, se da cuenta de lo bueno que es estar con la hermandad. En 1980 la Sociedad decidió que regresáramos a Tahití, donde yo serviría de superintendente de circuito. La amorosa hospitalidad de los hermanos y su amor a la predicación nos animó mucho. Serví en el circuito en Tahití por tres años.

De isla en isla

Después se nos asignó por unos dos años a un hogar misional de Raïatéa, otra isla del Pacífico Sur. Luego fui superintendente de circuito en las islas Tuamotú. Visitamos en barco 25 de las 80 islas. Fue muy difícil para Babette, pues se mareaba cada vez que viajaba en barco.

Ella cuenta: “¡Era terrible! Me mareaba siempre que viajábamos en barco. Si pasábamos cinco días en el mar, estaba enferma los cinco días. Ningún medicamento me ayudaba. A pesar de todo, me encantaba el mar. Constituía un espectáculo grandioso. Los delfines competían con el barco como si estuvieran en una carrera. A menudo saltaban del agua cuando dábamos palmadas”.

Tras servir cinco años en la obra del circuito, se nos reasignó a Tahití por dos años, donde gozamos mucho de la predicación. En año y medio el número de publicadores de nuestra congregación aumentó de 35 a 70. Doce de nuestros estudiantes se bautizaron poco antes de nuestra partida. Algunos ya son ancianos de congregación.

Pasamos doce años en el Pacífico Sur. Luego la Sociedad nos dijo que ya no necesitaba misioneros en las islas, dado que las congregaciones estaban fuertes. Había unos cuatrocientos cincuenta publicadores en Tahití cuando llegamos, y más de mil cuando nos despedimos.

¡Por fin, África!

Regresamos a Francia, y al mes y medio la Sociedad nos dio una nueva asignación: Benín (África occidental). Estábamos muy contentos, pues ya habíamos querido ir a África trece años atrás.

Llegamos a Benín el 3 de noviembre de 1990. Figurábamos entre los primeros misioneros que llegaron cuando se levantó la proscripción de nuestra obra, que había durado catorce años. Fue muy emocionante. No nos costó nada ajustarnos a la vida allí porque es muy similar a la de las islas del Pacífico. La gente es muy amigable y hospitalaria. Uno puede hablar con cualquiera en la calle.

Unas semanas después de haber llegado a Benín, Babette se detectó un bulto en el seno. Fuimos a una clínica pequeña cerca de la nueva sucursal. El médico la examinó y dijo que necesitaba una operación de urgencia. Al día siguiente nos dirigimos a otra clínica, donde la examinó una ginecóloga francesa. También nos aconsejó que debíamos ir inmediatamente a Francia para que Babette se operara. Dos días después nos encontrábamos en un avión con rumbo a Francia.

Nos entristecía dejar Benín. Ahora que había libertad de cultos, a los hermanos les alegraba tener a nuevos misioneros, y a nosotros nos encantaba servir allí. Por eso nos molestaba decir adiós después de haber estado en Benín unas cuantas semanas.

Cuando llegamos a Francia, el cirujano examinó a Babette y concordó en que necesitaba una operación. Los doctores actuaron rápidamente, realizaron una pequeña operación y dieron de alta a Babette al día siguiente. Creíamos que el problema había terminado.

Ocho días después nos reunimos con el cirujano. Fue entonces cuando nos dijo que Babette tenía cáncer de seno.

Al reflexionar en su reacción ante la noticia, Babette comenta: “Al principio no estaba tan acongojada como Michel, pero al día siguiente no sentía nada. No podía llorar. No podía sonreír. Pensaba que iba a morir. Para mí, el cáncer significaba muerte. Mi actitud era: ‘Haremos lo que tengamos que hacer’”.

La lucha contra el cáncer

El viernes recibimos la mala noticia, y el martes se operaría de nuevo a Babette. Nos alojábamos en el pequeño apartamento de la hermana de Babette; pero ella también estaba enferma, de modo que no podíamos permanecer allí.

No sabíamos dónde quedarnos. Entonces recordamos a Yves y Brigitte Merda, una pareja muy hospitalaria con la que nos habíamos hospedado anteriormente. Llamamos a Yves por teléfono y le explicamos que Babette necesitaba una operación y que no teníamos alojamiento. También le dijimos que Michel necesitaba un empleo.

Yves le dio un trabajo, que consistía en realizar tareas en la casa. Los hermanos nos apoyaron y estimularon con muchos actos bondadosos. También nos ayudaron económicamente. La Sociedad pagó las facturas médicas de Babette.

La operación fue de envergadura. Tuvieron que removerle los ganglios linfáticos y el seno. Enseguida empezaron a aplicarle quimioterapia. Al cabo de una semana, Babette salió del hospital, pero tenía que regresar cada tres semanas para recibir el tratamiento.

Durante el tiempo que duró el tratamiento de Babette, los hermanos de la congregación nos ayudaron mucho. Una hermana que también había tenido cáncer de seno resultó ser una fuente de mucho ánimo. Dijo a Babette qué esperar y le dio mucho consuelo.

De todas maneras, nos preocupaba el futuro. Al darse cuenta de ello, Michel and Jeanette Cellerier nos invitaron a comer a un restaurante.

Les comentamos que habíamos tenido que dejar el servicio misional y que no podríamos regresar a África. El hermano Cellerier preguntó: “¿Cómo? ¿Quién dijo que tienen que dejar ese servicio? ¿El Cuerpo Gobernante? ¿Los hermanos de Francia? ¿Quién lo dijo?”.

—Nadie —contesté—, soy yo quien lo dice.

—¡No, no! —dijo el hermano Cellerier—. ¡Ustedes regresarán!

Después de la quimioterapia vinieron las radiaciones, tratamiento que terminó a fines de agosto de 1991. Los doctores no veían problema en que regresáramos a África con tal de que Babette volviera a Francia para examinarse regularmente.

Regresamos a Benín

Escribimos a la sede mundial, en Brooklyn, pidiendo permiso para reanudar nuestro servicio misional. Esperamos la respuesta con anhelo. Los días parecían eternos. Finalmente, Michel no pudo esperar más y telefoneó a Brooklyn para saber si habían recibido nuestra carta. Dijeron que la habían examinado y que podíamos regresar a Benín. ¡Qué agradecidos estábamos a Jehová!

La familia Merda organizó una maravillosa reunión social para celebrar la noticia. En noviembre de 1991 volvimos a Benín, donde los hermanos nos recibieron con una fiesta.

Babette parece estar bien ahora. Regresamos periódicamente a Francia para que le practiquen un examen completo, y los doctores no han hallado ninguna señal de cáncer. Nos alegra estar de nuevo en nuestra asignación misional. Nos sentimos útiles en Benín, y Jehová ha bendecido nuestra labor. Desde que volvimos hemos ayudado a catorce personas a bautizarse. Cinco sirven ahora de precursores regulares y uno de los hermanos es siervo ministerial. También hemos visto a nuestra congregación pequeña crecer y dividirse en dos.

Con el paso de los años hemos servido a Jehová como matrimonio, hemos disfrutado de múltiples bendiciones y hemos llegado a conocer a muchas personas maravillosas. Pero Jehová también nos ha enseñado a aguantar las dificultades y nos ha fortalecido para hacerles frente. Al igual que Job, no siempre comprendimos por qué las cosas resultaban de cierta manera, pero sí sabíamos que Jehová siempre estaba allí para ayudarnos. Como dice la Palabra de Dios, “¡miren! La mano de Jehová no se ha acortado demasiado, de modo que no pueda salvar, ni se ha hecho su oído demasiado pesado, de modo que no pueda oír”. (Isaías 59:1.)

[Ilustración de la página 23]

Michel y Babette Muller con el traje típico de Benín

[Ilustraciones de la página 25]

Participando en la obra misional entre los polinesios de la isla tropical de Tahití

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