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  • Epafras: “fiel ministro del Cristo”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
w97 15/5 págs. 30-31

Epafras: “fiel ministro del Cristo”

¿QUIÉN fundó las congregaciones cristianas de Corinto, Éfeso y Filipos? Quizás no vacile en responder que fue ‘Pablo, el “apóstol a las naciones”’. (Romanos 11:13.) Está en lo cierto.

Ahora bien, ¿quién estableció las congregaciones de Colosas, Hierápolis y Laodicea? Aunque no podemos afirmarlo categóricamente, pudo haber sido un hombre llamado Epafras. Sea como fuere, es probable que quiera saber algo más acerca de este evangelizador, ya que se le califica de “fiel ministro del Cristo”. (Colosenses 1:7.)

Evangelizador del valle del Lico

El nombre Epafras es la forma abreviada de Epafrodito, mas no hay que confundirlo con el Epafrodito de Filipos. Epafras era natural de Colosas, uno de los tres centros de la comunidad cristiana del valle del río Lico, en Asia Menor. La ciudad distaba solo 18 kilómetros de Laodicea y 19 de Hierápolis, en la antigua región de Frigia.

La Biblia no dice de forma explícita cómo llegaron las buenas nuevas del Reino de Dios a Frigia. Sin embargo, el día de Pentecostés del año 33 E.C. había frigios en Jerusalén, algunos de ellos quizás provenientes de Colosas. (Hechos 2:1, 5, 10.) Durante el ministerio de Pablo entre los efesios (alrededor de los años 52 a 55) se dio un testimonio tan intenso y eficaz en aquella zona que no solo estos, sino también “todos los que habitaban en el distrito de Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos”. (Hechos 19:10.) Parece que Pablo no había predicado las buenas nuevas en el valle del Lico, pues muchos que abrazaron el cristianismo en dicha región nunca lo habían visto. (Colosenses 2:1.)

Según Pablo, fue Epafras quien enseñó a los colosenses sobre “la bondad inmerecida de Dios en verdad”. El hecho de que el apóstol llame a este colaborador suyo “un fiel ministro del Cristo a favor nuestro”, indica que Epafras era un evangelizador activo en la región. (Colosenses 1:6, 7.)

Tanto el apóstol Pablo como el evangelizador Epafras tenían profundo interés por el bien espiritual de sus hermanos en la fe del valle del Lico. Como el “apóstol a las naciones”, Pablo debió de alegrarse mucho al recibir noticias del progreso de aquellos. Fue nada menos que Epafras quien le informó del estado espiritual de los colosenses. (Colosenses 1:4, 8.)

El informe de Epafras

La seriedad de los problemas a los que se enfrentaban los colosenses motivó a Epafras a efectuar el largo viaje a Roma con el propósito expreso de tratar estos asuntos con Pablo. Parece que fue el informe detallado de Epafras lo que movió a Pablo a escribir dos cartas a aquellos hermanos, por lo demás desconocidos para él. Una fue la carta a los colosenses; la otra, que por lo visto no se conservó, fue enviada a los laodicenses. (Colosenses 4:16.) Es razonable pensar que su contenido respondía a las necesidades que Epafras había advertido en aquellos cristianos. ¿De qué necesidades se percató él? ¿Qué revela esto sobre su personalidad?

La carta a los Colosenses parece indicar que a Epafras le inquietaba el peligro que entrañaban para los cristianos de Colosas ciertas filosofías paganas relacionadas con el ascetismo, el espiritismo y la superstición idolátrica. También la enseñanza judía sobre la abstinencia de algunos alimentos y la observancia de ciertos días pudo haber influido en algunos miembros de la congregación. (Colosenses 2:4, 8, 16, 20-23.)

El hecho de que Pablo escribiera sobre dichos asuntos es una muestra de lo atento y vigilante que se mantenía Epafras a las necesidades de sus compañeros cristianos. Él mostró interés amoroso por el bien espiritual de ellos, siendo consciente de los peligros que entrañaba el ambiente en que vivían. Epafras buscó el consejo de Pablo, lo cual revela su humildad; quizás sintió que necesitaba recibir el consejo de una persona más experimentada. En todo caso, Epafras obró con sabiduría. (Proverbios 15:22.)

Un hombre que valoraba la oración

Al final de su epístola a los cristianos colosenses, Pablo dijo: “Epafras, que es de entre ustedes, esclavo de Cristo Jesús, les envía sus saludos, y siempre está esforzándose a favor de ustedes en sus oraciones, para que al fin estén de pie completos y con firme convicción en toda la voluntad de Dios. Yo verdaderamente doy testimonio de él, que se empeña mucho a favor de ustedes y de los que están en Laodicea y de los que están en Hierápolis”. (Colosenses 4:12, 13.)

En efecto, aun mientras era “compañero en cautiverio” de Pablo en Roma, Epafras pensaba en sus amados hermanos de Colosas, Laodicea y Hierápolis, y oraba por ellos. (Filemón 23.) Literalmente, ‘luchaba’ por ellos en sus oraciones. De acuerdo con el erudito D. Edmond Hiebert, el vocablo griego usado aquí denota “actividad extenuante, con gran costo o sacrificio”, algo semejante a la “agonía” que sintió Jesucristo mientras oraba en el jardín de Getsemaní. (Lucas 22:44.) Epafras deseaba intensamente que sus hermanos espirituales consiguieran estabilidad y alcanzaran plena madurez cristiana. ¡Qué bendición debió de ser para las congregaciones tener a un hermano de inclinación tan espiritual!

Puesto que a Epafras se le llamó un “amado coesclavo”, no cabe duda de que se granjeó el cariño de sus compañeros cristianos. (Colosenses 1:7.) Cuando las circunstancias lo permitan, todos los miembros de la congregación deben dar de sí libremente, con afecto y amor. Por ejemplo, pueden asistir a los enfermos, a los de edad avanzada y a otras personas que tienen necesidades especiales; quizás haya diversos deberes que atender en la congregación, o tal vez sea posible contribuir a la construcción de edificios para uso teocrático.

Orar por otros, como hizo Epafras, es una forma de servicio sagrado accesible a todos. En estas oraciones podemos expresar nuestro interés por los adoradores de Jehová que tienen que enfrentarse a diversos peligros o dificultades de índole física o espiritual. Si nos esforzamos intensamente por hacer esto, seremos como Epafras. Cada uno de nosotros puede tener el privilegio y la dicha de ser un “amado coesclavo” en la familia de fieles siervos de Jehová.

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