BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w98 1/8 págs. 4-6
  • Al fin, justicia para todos

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Al fin, justicia para todos
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Una promesa en la que podemos confiar
  • La injusticia se puede vencer
  • Sembremos semillas de justicia
  • ¿Alguna vez se hará justicia en el mundo?
    Otros temas
  • Jehová: la fuente de verdadera justicia y derecho
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
  • “Todos sus caminos son justos”
    Acerquémonos a Jehová
  • Imitemos a Jehová actuando con justicia y conforme a derecho
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
w98 1/8 págs. 4-6

Al fin, justicia para todos

“Pondremos todo nuestro empeño en oír de nuevas formas [...] a las voces heridas, a las voces ansiosas, a las voces que han perdido la esperanza de que alguien las oiga [...]. Lo que falta es que lo escrito en la ley cobre vida para garantizar que, al fin, tal como todos nacen iguales en dignidad ante Dios, todos nazcan iguales en dignidad ante los hombres.”—Richard Milhous Nixon, presidente de Estados Unidos. Discurso de investidura, 20 de enero de 1969.

REYES, presidentes y primeros ministros suelen hablar de justicia cuando acceden a su cargo. Richard Nixon, ex presidente de Estados Unidos, no fue una excepción. Sin embargo, sus elocuentes palabras pierden el brillo al contemplarlas a la fría luz de la historia. Aunque prometió “dar la vida por la ley”, posteriormente se le halló culpable de quebrantarla y se le obligó a renunciar a su cargo. Tres décadas después, las ‘voces heridas, ansiosas y que han perdido la esperanza’ siguen clamando para que alguien las escuche.

No es tarea fácil oír esas voces y atender a sus quejas, como han descubierto innumerables líderes bienintencionados. La consigna “justicia para todos” ha resultado ser una ilusión. Hace muchos siglos, sin embargo, se hizo una promesa que merece nuestra atención, una promesa singular acerca de la justicia.

A través del profeta Isaías, Dios aseguró a Su pueblo que le enviaría un “siervo” que Él mismo escogería. “He puesto mi espíritu en él —dijo Jehová—. Justicia para las naciones es lo que él sacará.” (Isaías 42:1-3.) Ningún gobernante humano se atrevería a hacer una declaración tan abarcadora como esa, que entrañara justicia duradera para todas las naciones. ¿Es fidedigna esa promesa? ¿Alguna vez se hará realidad un logro tan extraordinario?

Una promesa en la que podemos confiar

Una promesa es tan fidedigna como quien la hace. En este caso, no es sino el Dios Todopoderoso el que declara que su “siervo” implantará la justicia en todo el mundo. A diferencia de los políticos, Jehová no hace promesas a la ligera. La Biblia nos asegura que ‘es imposible que mienta’ (Hebreos 6:18). Dios declara enfáticamente: “Lo que he decidido se cumplirá” (Isaías 14:24, Biblia del Peregrino).

El historial del “siervo” escogido de Dios, Jesucristo, refuerza nuestra confianza en esa promesa. Quien vaya a implantar la justicia debe amarla y vivir de acuerdo con ella. Jesús tuvo una trayectoria intachable como un hombre que ‘amó la justicia y odió el desafuero’ (Hebreos 1:9). Sus dichos, su modo de vivir y hasta la forma en que murió demostraron que era verdaderamente justo. A la muerte de Jesús, un oficial del ejército romano, que al parecer presenció tanto su juicio como su ejecución, se sintió impelido a exclamar: “Verdaderamente este hombre era justo” (Lucas 23:47).

Además de llevar personalmente una vida recta, Jesús combatió la injusticia tan común en su tiempo, no con métodos subversivos o revolucionarios, sino enseñando la justicia verdadera a cuantos quisieron escucharle. Su Sermón del Monte es una exposición magistral del modo en que deben practicarse la justicia y la rectitud auténticas (Mateo, capítulos 5-7).

Jesús puso por obra lo que predicó. No despreció a los desdichados leprosos, los “intocables” de la sociedad judía. Más bien, habló con ellos, los tocó y hasta los curó (Marcos 1:40-42). Todos aquellos con quienes se encontraba eran importantes para él, incluso los pobres y oprimidos (Mateo 9:36). “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré”, les dijo (Mateo 11:28).

Sobre todo, Jesús no dejó que la injusticia que lo rodeaba lo corrompiera o amargara. Nunca devolvió mal por mal (1 Pedro 2:22, 23). Aun transido de dolor, rogó a su Padre celestial por los mismísimos soldados que lo fijaron a un madero. “Padre, perdónalos —suplicó—, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34.) Sin lugar a dudas, Jesús ‘aclaró a las naciones lo que es la justicia’ (Mateo 12:18). ¿Qué mayor prueba tenemos de que Dios desea establecer un mundo justo que el ejemplo vivo de su propio Hijo?

La injusticia se puede vencer

En el mundo de hoy también hallamos una prueba viviente de que la injusticia se puede vencer. Los testigos de Jehová, tanto a título individual como colectivo, se oponen al prejuicio, la parcialidad, el racismo y la violencia. Veamos el siguiente ejemplo.

Pedroa creía que las actividades subversivas constituían el único medio de conseguir la justicia en el País Vasco, la zona de España donde residía. Con ese objetivo se incorporó a una organización terrorista que le dio un adiestramiento paramilitar en Francia. Una vez concluido este, le encargaron la formación de un comando terrorista y la voladura de un cuartel de policía. Su equipo ya estaba preparando los explosivos cuando la policía arrestó a Pedro. Pasó dieciocho meses en prisión, pero incluso entre rejas prosiguió su actividad política, pues participó en huelgas de hambre y se cortó las venas en una ocasión.

Pedro creía que luchaba por la justicia. Entonces le hablaron de Jehová y sus propósitos. Mientras estaba encarcelado su mujer empezó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, y cuando salió en libertad, ella lo invitó a que asistiera a una de las reuniones. Tanto disfrutó de la ocasión que solicitó un estudio bíblico, el cual lo condujo a efectuar cambios de envergadura en su modo de ver la vida y de vivir. Finalmente, tanto Pedro como su esposa se bautizaron en 1989.

“Le agradezco a Jehová que nunca llegara a matar a nadie durante mis años de terrorista —dice—. Ahora empleo la espada del espíritu de Dios, la Biblia, para llevar a la gente un mensaje de paz y justicia verdaderas: las buenas nuevas del Reino de Dios.” Pedro, que en la actualidad sirve de anciano de los testigos de Jehová, visitó no hace mucho el mismo cuartel que en otro tiempo pretendió destruir. Esta vez, con el objetivo de predicar un mensaje de paz a las familias que lo habitan.

Los testigos de Jehová efectúan esos cambios porque anhelan un mundo justo (2 Pedro 3:13). Aunque confían sin reservas en la promesa de Dios de establecerlo, comprenden que también están bajo la obligación de vivir en armonía con la justicia. La Biblia no deja lugar a dudas de que Dios espera que cumplamos nuestra parte.

Sembremos semillas de justicia

Hay que admitir que cuando nos enfrentamos a la injusticia quizá sintamos la inclinación de exclamar: “¿Dónde está el Dios de justicia?”. Ese fue el clamor de los judíos del tiempo de Malaquías (Malaquías 2:17). ¿Pensó Dios que su queja era válida? Al contrario, lo hicieron sentirse “fatigado”, porque, entre otras cosas, ellos mismos traicionaban a sus esposas mayores divorciándose de ellas con excusas banales. Jehová manifestó su preocupación por ‘las esposas de la juventud, con las cuales ellos mismos habían tratado traidoramente, aunque ellas eran sus socias y las esposas de su pacto’ (Malaquías 2:14).

¿Tenemos derecho a quejarnos de la injusticia cuando nosotros mismos obramos injustamente? Por otro lado, demostramos que de verdad amamos la justicia cuando tratamos de imitar a Jesús y desarraigamos del corazón el prejuicio y el racismo, tratamos a todo el mundo con imparcialidad y amor, y no devolvemos mal por mal.

Para que seguemos la justicia, la Biblia nos insta a que ‘sembremos semilla en justicia’ (Oseas 10:12). Prescindiendo de lo insignificante que parezca, cualquier victoria sobre la injusticia es importante. Como escribió Martin Luther King, Jr. en su Carta desde la prisión de Birmingham: “La injusticia, en cualquier parte que se cometa, constituye una amenaza para la Justicia en todas partes”. Las personas que Dios selecciona para que hereden su justo nuevo mundo ya cercano son aquellas que ‘buscan la justicia’ (Sofonías 2:3).

No podemos basar nuestras esperanzas de justicia en los inestables cimientos de las promesas humanas, pero sí podemos confiar en la palabra de nuestro Creador amoroso. De ahí que Jesús enseñara a sus discípulos que pidieran a Dios la venida de Su Reino (Mateo 6:9, 10). Jesús, el Rey nombrado de ese Reino, “librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará” (Salmo 72:12, 13).

Es patente que la injusticia no durará. La gobernación de Cristo sobre toda la Tierra la derrotará para siempre, tal como Dios nos asegura por medio del profeta Jeremías: “Vienen ya los días [...] en que yo llevaré a efecto la palabra o promesa buena [...]. En aquellos días [...] yo haré brotar de la estirpe de David un germen de justicia, el Mesías, el cual gobernará con rectitud, y establecerá la justicia en la tierra” (Jeremías 33:14, 15, Torres Amat, 1993).

[Nota]

a Nombre sustitutivo.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir