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  • Pablo da testimonio con denuedo ante dignatarios
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
w98 1/9 págs. 30-31

Hicieron la voluntad de Jehová

Pablo da testimonio con denuedo ante dignatarios

EL CONTRASTE entre ambos hombres no podía ser más pronunciado. Uno llevaba corona, mientras que el otro estaba en cadenas. Uno era rey; el otro, prisionero. Tras haber pasado dos años en la cárcel, el apóstol Pablo se hallaba ahora de pie ante el gobernante de los judíos, Herodes Agripa II. Este rey y su consorte, Berenice, habían llegado “con mucha pompa, y [habían entrado] en la audiencia junto con comandantes militares así como varones de eminencia de la ciudad” (Hechos 25:23). Una obra de consulta dice: “Probablemente había varios centenares de personas presentes”.

Festo, el recién nombrado gobernador, se había encargado de los preparativos de la reunión. El gobernador anterior, Félix, se había conformado con dejar a Pablo languidecer en prisión, pero Festo cuestionó la validez de las acusaciones contra este. De hecho, Pablo insistió tanto en su inocencia que había exigido que se le permitiera presentar su caso ante César. El caso de Pablo despertó la curiosidad del rey Agripa. “Yo mismo también quisiera oír al hombre”, dijo. Festo se encargó de ello enseguida, pues probablemente le interesaba saber lo que el rey opinaba de este prisionero singular (Hechos 24:27–25:22).

Al día siguiente, Pablo se halló ante una gran multitud de dignatarios. “Me considero feliz de que sea ante ti ante quien haya de presentar mi defensa este día —dijo a Agripa—, especialmente por cuanto eres perito en todas las costumbres así como también en las controversias entre los judíos. Por eso te ruego que me oigas con paciencia.” (Hechos 26:2, 3.)

Pablo se defiende con denuedo

Primero, Pablo le contó a Agripa que en el pasado había perseguido a los cristianos. “Trataba de obligarlos a hacer una retractación”, dijo. “Fui hasta el extremo de perseguirlos hasta en las ciudades de afuera.” Luego relató la asombrosa visión que tuvo en la que el resucitado Jesús le preguntó: “¿Por qué me estás persiguiendo? Te resulta duro seguir dando coces contra los aguijones”a (Hechos 26:4-14).

Jesús entonces comisionó a Saulo para dar testimonio a gente de todas las naciones “tanto de cosas que has visto como de cosas que haré que veas respecto a mí”. Pablo mencionó que se había esforzado diligentemente por cumplir su asignación. No obstante, “por estas cosas —dijo a Agripa— los judíos me prendieron en el templo e intentaron matarme”. Apelando al interés de Agripa en el judaísmo, Pablo recalcó que en su testimonio “no [dijo] ninguna cosa salvo las que los Profetas así como Moisés declararon que habían de efectuarse” respecto a la muerte y resurrección del Mesías (Hechos 26:15-23).

Interrumpiendo, Festo exclamó: “¡El gran saber te está impulsando a la locura!”. Pablo respondió: “No estoy volviéndome loco, excelentísimo Festo, sino que expreso dichos de verdad y de buen juicio”. Entonces Pablo dijo lo siguiente respecto a Agripa: “El rey a quien hablo con franqueza de expresión bien sabe de estas cosas; porque estoy persuadido de que ni siquiera una de estas cosas hay de la que él no se dé cuenta, porque esto no se ha hecho en un rincón” (Hechos 26:24-26).

Pablo luego se dirigió directamente a Agripa: “¿Crees tú, rey Agripa, a los Profetas?”. No cabe duda de que la pregunta incomodó al rey. Al fin y al cabo tenía una imagen que cuidar, y si concordaba con Pablo apoyaría lo que Festo denominó “locura”. Pablo probablemente percibió su vacilación, y por eso contestó su propia pregunta. “Yo sé que crees”, dijo. Entonces Agripa habló, pero evitó comprometerse. “En poco tiempo me persuadirías a hacerme cristiano.” (Hechos 26:27, 28.)

Pablo empleó con maestría el comentario evasivo de Agripa para declarar una poderosa verdad. “Desearía de Dios —dijo— que, fuera en poco tiempo o en mucho tiempo, no solo tú, sino también todos los que me oyen hoy llegaran a ser tales hombres como lo que yo también soy, a excepción de estas cadenas.” (Hechos 26:29.)

Agripa y Festo no encontraron ningún motivo por el que Pablo mereciera la muerte o la cárcel. No obstante, ya no se podía anular su petición de presentar su causa ante César. Por eso, Agripa dijo a Festo: “Este hombre podría haber sido puesto en libertad si no hubiera apelado a César” (Hechos 26:30-32).

Lección para nosotros

Pablo nos dio un sobresaliente ejemplo de cómo dar testimonio ante los dignatarios. Fue discreto al hablar con el rey Agripa. Debió estar al tanto del escándalo en que estaban involucrados Agripa y Berenice. Su relación era incestuosa, pues Berenice era hermana de Agripa. Pero en esta ocasión Pablo optó por no hablar de la moralidad. Antes bien, destacó los asuntos que él y Agripa tenían en común. Además, aunque Pablo fue educado por el sabio fariseo Gamaliel, reconoció que Agripa era perito en las costumbres judías (Hechos 22:3). Pese a la conducta inmoral de Agripa, Pablo le habló con respeto porque ocupaba una posición de autoridad (Romanos 13:7).

Cuando damos testimonio con denuedo, nuestro objetivo no es exponer o condenar las prácticas inmundas de los oyentes, sino recalcar los aspectos positivos de las buenas nuevas y destacar las esperanzas que tenemos en común, para que así se les haga más fácil aceptar la verdad. Al hablar con personas mayores o que tienen autoridad debemos reconocer su posición (Levítico 19:32). De esta manera imitamos a Pablo, que dijo: “Me he hecho toda cosa a gente de toda clase, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:22).

[Nota]

a La expresión “dando coces contra los aguijones” se refiere a la acción del toro que se lastima a sí mismo al dar coces contra la vara puntiaguda con que se le conduce. De igual manera, al perseguir a los cristianos, Saulo solo estaba causándose daño a sí mismo, pues luchaba contra un pueblo que contaba con el respaldo de Dios.

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