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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
w99 1/1 págs. 26-29

Jerónimo: polémico pionero de la traducción bíblica

EL CONCILIO de Trento decretó el 8 de abril de 1546 que la Vulgata “está aprobada [...] en la Iglesia [católica] [...], y que nadie, por cualquier pretexto, sea osado o presuma rechazarla”. Pese a haberse realizado hacía más de mil años, la Vulgata y su traductor, Jerónimo, eran objeto de una larga controversia. Ahora bien, ¿quién fue Jerónimo? ¿Por qué generaron polémicas él y su versión latina de la Biblia? ¿Qué influencia tiene su obra en la traducción bíblica actual?

La formación del docto

Jerónimo, que recibió el nombre latino de Eusebius Hieronymus, nació en torno al año 346 de nuestra era en Estridón, localidad de la provincia romana de Dalmacia, cerca de la actual frontera entre Italia y Eslovenia.a De familia bastante acomodada, ya a corta edad disfrutó de las ventajas del dinero al poder estudiar con el afamado gramático Donato en Roma, donde demostró grandes dotes para la gramática, la retórica y la filosofía, e inició sus estudios de griego.

Abandonó Roma en el año 366 y, tras diversos viajes, acabó instalándose en la ciudad italiana de Aquileya, donde entró en contacto con las enseñanzas del ascetismo. Atraído por esta corriente, que favorecía la renuncia extrema, dedicó los siguientes años, junto con un círculo de amigos, a ese tipo de vida.

En el año 373, un conflicto del que no hay detalles disolvió el grupo. Decepcionado, Jerónimo viajó por las regiones orientales de Bitinia, Galacia y Cilicia, y finalmente arribó a Antioquía de Siria.

Aquel largo viaje lo dejó maltrecho. Agotado y enfermo, a punto estuvo de sucumbir a la fiebre. “¡Ojalá en este instante el Señor Jesucristo me concediera de repente ser trasladado junto a ti [...]!”, escribió a un amigo, y añadió: “Frecuentes dolencias quebrantan mi pobre cuerpo, débil aun estando sano”.

Por si fueran pocas las enfermedades, la soledad y las luchas internas, no tardó en afrontar otro problema: una crisis espiritual. Soñó que era “arrastrado hasta el tribunal del juez”, es decir, Dios. Jerónimo cuenta lo que hizo cuando le pidió que se identificara: “Respondí que era cristiano”. Pero el presidente replicó: “Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano”.

Hasta aquel momento, el ansia de saber le había llevado a centrarse más en los clásicos paganos que en la Palabra de Dios. Dijo: “Me atormentaba [...] el fuego de mi conciencia”. Con intención de enmendarse, juró en el sueño: “Señor, si alguna vez tengo libros seculares y los leo, es que he renegado de ti”.

Aunque luego razonó que no podía responsabilizársele por un voto formulado en sueños, estaba decidido a cumplirlo, siquiera en esencia. De modo que dejó Antioquía y se retiró a Calcis, en el desierto de Siria, para vivir como eremita, enfrascado en el estudio de la Biblia y la teología. Dijo: “Leí con tanto ahínco los libros divinos cuanto no había puesto antes en la lectura de los profanos”. También aprendió siriaco, la lengua del país, y se inició en el estudio del hebreo, ayudado por un judío que se había convertido al cristianismo.

La comisión del Papa

Tras unos cinco años de vida monástica, regresó a Antioquía para proseguir sus estudios. Allí vio la Iglesia muy dividida. De hecho, ya en una carta enviada desde el desierto en busca de consejo, le había dicho al papa Dámaso: “La Iglesia se halla escindida en tres facciones y cada una tiene empeño en atraerme hacia sí”.

Jerónimo acabó decantándose por Paulino —uno de los tres eclesiásticos que pretendían ser el obispo de Antioquía—, y dejó que este le ordenara sacerdote, pero con dos condiciones. Primero, deseaba tener la libertad de llevar una vida monástica. Segundo, insistió en que le eximiera de atender una parroquia.

En el año 381 fue con Paulino al Concilio de Constantinopla y luego a Roma, donde el papa Dámaso no tardó en reconocer su sapiencia y erudición filológica, de modo que en menos de un año le concedió el prestigioso cargo de secretario privado suyo.

En el desempeño de este cometido, Jerónimo no eludió la polémica; diríase, más bien, que la fomentó. Por ejemplo, continuó su vida ascética en medio de la fastuosa corte pontificia. Además, al defender su austeridad de vida y criticar con vehemencia los excesos y la mundanalidad del clero, se granjeó multitud de enemigos.

Pese a los detractores, contó con el respaldo absoluto del papa Dámaso. Este tenía buenas razones para alentarle a continuar su investigación bíblica: le preocupaba que en aquel entonces se utilizase un buen número de versiones latinas de las Escrituras —a menudo traducciones descuidadas que contenían errores flagrantes— y que el idioma estaba dividiendo las regiones orientales y occidentales de la Iglesia, pues en Oriente pocos sabían latín, y muchos menos conocían el griego en Occidente.

Por ello, el Papa ansiaba contar con una versión revisada de los Evangelios que fuera fiel al original griego y utilizase un latín claro y digno. Jerónimo era de los pocos doctos que podían acometer esta empresa, para la que era idóneo por su dominio del griego, el latín y el siriaco, así como por sus nada desdeñables conocimientos del hebreo. De modo que, comisionado por Dámaso, emprendió una labor que le consumiría más de veinte años.

Arrecia la controversia

Aunque tradujo muy rápido los Evangelios, empleó una técnica precisa y erudita. Comparó todos los manuscritos griegos de que disponía y corrigió el texto latino, tanto estilística como conceptualmente, para acomodarlo mejor al griego.

La versión de los Evangelios fue bien acogida, al igual que su revisión del Salterio latino, basada en la Septuaginta griega. Pero también tuvo críticos, de modo que escribió: “Algunos individuos me denigran con todo ahínco porque, contra la autoridad de los antiguos y el sentir del mundo entero, me he atrevido a corregir algunos pasos [o pasajes] de los evangelios”. Las acusaciones aumentaron tras la muerte de Dámaso, en el año 384. Dado que su relación con el nuevo pontífice no era nada buena, decidió marcharse de Roma y volver a Oriente.

La formación del hebraísta

En el año 386 se afincó en Belén, donde acabaría sus días. Le siguieron unos cuantos discípulos, entre ellos Paula, adinerada matrona romana que había adoptado la vida ascética al oír su predicación. Con su apoyo económico se fundó un monasterio dirigido por Jerónimo, el cual se entregó a sus labores eruditas y completó la mayor empresa de su vida.

La vida en Palestina le permitió mejorar sus conocimientos de hebreo. Contrató a varios tutores judíos para que le aclararan algunos de los aspectos más arduos del idioma. Pero no era fácil ni con el auxilio de maestros. De uno de ellos dijo: “Dios sabe con qué esfuerzo y a qué precio [...] tuve a Baranina [de Tiberíades] como profesor nocturno”. ¿Por qué estudiaban de noche? Porque Baranina tenía miedo de que la comunidad judía viera mal que se relacionara con un “cristiano”.

En aquellos tiempos, los judíos se mofaban de los gentiles porque cuando hablaban hebreo eran incapaces de pronunciar bien los sonidos guturales. Pero, con gran esfuerzo, Jerónimo los dominó. Por otro lado, transliteró al latín gran cantidad de términos hebreos, lo que no solo le ayudó a recordarlos, sino que conservó la pronunciación hebrea de la época.

La mayor polémica de Jerónimo

Aunque no esté claro cuántos libros de la Biblia deseaba Dámaso que vertiera Jerónimo, no cabe duda de la entrega y resolución del traductor: ansiaba elaborar algo “útil a la Iglesia, digno de la posteridad”. De ahí que decidiera realizar una revisión de toda la Biblia latina.

Con las Escrituras Hebreas pensaba basarse en la Septuaginta, versión griega de las Escrituras Hebreas realizada en el siglo III antes de nuestra era, a la que muchos consideraban inspirada directamente por Dios, lo que justificaba su amplia difusión entre los cristianos de habla griega.

No obstante, al ir procediendo con su labor, halló en los manuscritos griegos divergencias semejantes a las de los latinos, lo que le incomodó sobremanera. Terminó por concluir que, a fin de conseguir una traducción fiable, tendría que dejar de lado los manuscritos griegos, incluida la veneradísima Septuaginta, y acudir directamente a las fuentes hebreas.

Esta decisión suscitó acaloradas protestas. Le acusaron de falsificar el texto, profanar a Dios y dejar las tradiciones eclesiásticas para seguir a los judíos. El propio Agustín, el teólogo más destacado del momento, le imploró que regresara al texto de la Septuaginta: “Si tu traducción empieza a imponerse en la lectura de muchas iglesias, va a ser cosa muy dura que las iglesias latinas discrepen de las griegas”.

Agustín temía que surgiera un cisma si las iglesias occidentales acogían el texto latino de Jerónimo, basado en las fuentes hebreas, y las orientales mantenían la Septuaginta.b Además, manifestó sus dudas de que debiera desecharse la Septuaginta en favor de una versión defendible tan solo por Jerónimo.

¿Cómo reaccionó Jerónimo ante sus críticos? Fiel a su idiosincrasia, no hizo caso y siguió traduciendo directamente del hebreo; así, para el año 405 había acabado la Biblia latina. Con los años terminó denominándose Vulgata (femenino del latín vulgatus, “común, divulgado”), o sea, versión aceptada comúnmente.

Logros perdurables

La versión jeronimiana de las Escrituras Hebreas fue mucho más que una revisión del texto existente. Cambió por generaciones el curso del estudio y la traducción de la Biblia. La “Vulgata —señaló el historiador Will Durant— [...] se distingue como la realización literaria más influyente del siglo IV”.

Cierto es que Jerónimo tenía una lengua mordaz y un carácter contencioso, pero no lo es menos que él solo reorientó la investigación bíblica al texto hebreo inspirado. Con fina vista, estudió y cotejó manuscritos bíblicos hebreos y griegos que ya han desaparecido. Precedió con su obra a los masoretas judíos. Por consiguiente, la Vulgata es una valiosa referencia a la hora de comparar lecturas alternativas de los textos bíblicos.

Sin excusar el extremismo de sus acciones y doctrinas, quienes aman la Palabra de Dios pueden valorar los grandes esfuerzos de este polémico pionero de la traducción bíblica. En efecto, logró algo “digno de la posteridad”.

[Notas]

a No existe unanimidad entre los historiadores sobre la datación y el orden de algunos sucesos de su vida.

b La historia muestra que las iglesias de Occidente acabaron aceptando la versión jeronimiana como Biblia fundamental, mientras en Oriente perdura la Septuaginta hasta el día de hoy.

[Ilustración de la página 28]

Estatua de Jerónimo en Belén

[Reconocimiento]

Garo Nalbandian

[Reconocimiento de la página 26]

Parte superior izquierda, manuscrito hebreo: por cortesía del Shrine of the Book, Israel Museum (Jerusalem); parte inferior izquierda, manuscrito siriaco: reproducido por gentileza de The Trustees of the Chester Beatty Library (Dublin); parte superior central, manuscrito griego: por cortesía de Israel Antiquities Authority

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