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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
w99 1/7 págs. 4-7

¿Cómo puede Jesús cambiar nuestra vida?

JESUCRISTO fue un Gran Maestro que vivió en Palestina hace casi dos mil años. Se sabe muy poco sobre su infancia. Sin embargo, está constatado que cuando tenía unos 30 años, empezó el ministerio de “dar testimonio acerca de la verdad” (Juan 18:37; Lucas 3:21-23). Los cuatro discípulos que escribieron los relatos de su vida se centraron en los tres años y medio que él dedicó a esta obra.

Durante su ministerio, Jesucristo dio a sus discípulos un mandamiento que podría ser el antídoto contra muchos de los males que afligen al mundo. ¿En qué consistía? Jesús dijo: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros” (Juan 13:34). En efecto, muchos de los problemas de la humanidad se solucionarían con amor. Cuando en otra ocasión le preguntaron cuál era el mayor mandamiento, él contestó: “‘Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente’. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a él, es este: ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo’” (Mateo 22:37-40).

Jesús nos enseñó de palabra y obra a amar a Dios y al prójimo. Analicemos unos cuantos ejemplos y veamos lo que podemos aprender de él.

Sus enseñanzas

Durante uno de los sermones más conocidos de la historia, Jesucristo dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas” (Mateo 6:24). ¿Sigue siendo la enseñanza de Jesús de poner a Dios en primer lugar en la vida una enseñanza práctica hoy día, cuando tanta gente cree que el dinero resuelve todos los problemas? Es cierto que necesitamos dinero para salir adelante (Eclesiastés 7:12). Sin embargo, si dejamos que las “Riquezas” sean nuestro amo, “el amor al dinero” nos controlará y gobernará toda nuestra vida (1 Timoteo 6:9, 10). Muchos de los que han caído en esta trampa han acabado perdiendo a su familia, su salud e incluso la vida.

Por otra parte, aceptar a Dios como Amo da sentido a nuestra existencia. Como Creador, es la Fuente de la vida, por lo que es el único que merece nuestra adoración (Salmo 36:9; Revelación [Apocalipsis] 4:11). Los que llegan a conocer sus cualidades y a amarle se ven motivados a obedecer sus mandamientos (Eclesiastés 12:13; 1 Juan 5:3). Y al hacerlo, se benefician a sí mismos (Isaías 48:17).

En el Sermón del Monte, Jesús también enseñó a sus discípulos a amar al prójimo. Él dijo: “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos” (Mateo 7:12). La palabra hombres que Jesús utilizó en este contexto incluye también a los propios enemigos. En el mismo sermón aconsejó: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen” (Mateo 5:43, 44). ¿No resolvería esta clase de amor muchos de los problemas a los que nos enfrentamos hoy? El dirigente hindú Mohandas Gandhi creía que sí. Señaló: “Cuando [...] obre[mos] en conformidad con las enseñanzas de Cristo en este Sermón del Monte, habremos resuelto [...] los problemas [...] del mundo entero”. Si las enseñanzas de Jesús sobre el amor se llevan a la práctica, pueden solucionar muchos de los males de la humanidad.

Sus obras

Jesús no solo enseñó verdades profundas sobre el amor, sino que también practicó lo que enseñaba. Por ejemplo, antepuso los intereses de otras personas a los suyos. Un día, él y sus discípulos estaban tan ocupados ayudando a la gente que ni siquiera tuvieron tiempo para comer. Jesús vio la necesidad de que sus discípulos descansaran un poco, por lo que los llevó a un lugar solitario. Pero cuando llegaron allí, encontraron a una muchedumbre esperándolos. ¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotros al ver a una multitud aguardando a que trabajásemos cuando lo que necesitábamos era un pequeño descanso? Pues bien, Jesús “se enterneció por ellos” y “comenzó a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6:34). Su interés por las personas siempre lo motivó a socorrerlas.

Jesús no se limitó a enseñar a la gente. También le brindó ayuda práctica. Por ejemplo, en una ocasión alimentó a más de cinco mil personas que le estuvieron escuchando hasta muy tarde. Poco después, alimentó a otra gran muchedumbre, esta vez de más de cuatro mil personas, que le habían escuchado por tres días y a quienes no les quedaba nada que comer. La primera vez utilizó cinco panes y dos pescados, y la última, siete panes y unos cuantos pescaditos (Mateo 14:14-22; 15:32-38). ¿Fueron milagros? En efecto, Jesús hizo milagros.

Jesús también sanó a muchos enfermos. Curó a ciegos, cojos, leprosos y sordos, e incluso levantó a muertos (Lucas 7:22; Juan 11:30-45). Una vez un leproso le suplicó: “Si tan solo quieres, puedes limpiarme”. ¿Cómo respondió Jesús? “Con esto, él se enterneció, y extendió la mano y lo tocó, y le dijo: ‘Quiero. Sé limpio’.” (Marcos 1:40, 41.) Los milagros que realizó demostraron que amaba a los afligidos.

¿Le resulta difícil creer en los milagros de Jesús? A algunas personas sí. No obstante, debemos recordar que los efectuó en público. Incluso sus opositores, que intentaban encontrar faltas en él constantemente, no pudieron negar el hecho de que los hacía (Juan 9:1-34). Además, estos milagros tenían un propósito. Ayudaron a la gente a identificarle como Aquel a quien Dios había enviado (Juan 6:14).

Cuando realizaba milagros, Jesús no intentaba llamar la atención sobre sí mismo. Más bien, glorificaba a Dios, la Fuente de su poder. En cierta ocasión se encontraba en una casa de Capernaum repleta de gente. Un paralítico deseaba curarse, pero no podía entrar. De modo que sus amigos lo bajaron en una camilla a través del techo. Al darse cuenta de la fe de estos hombres, Jesús sanó al paralítico. Como consecuencia, los que estaban presentes “glorificaron a Dios, y dijeron: ‘Jamás hemos visto cosa semejante’” (Marcos 2:1-4, 11, 12). Los milagros de Jesús resultaron en la alabanza de Jehová, su Dios, y ayudaron a los que se encontraban en necesidad.

Ahora bien, la curación milagrosa de los enfermos no fue el objetivo principal de su ministerio. Uno de los hombres que relató la vida de Jesús dijo: “Estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre” (Juan 20:31). En efecto, Jesús vino a la Tierra para que los que creyeran en él obtuviesen la vida.

Su sacrificio

“¿Vino Jesús a la Tierra? —puede que usted se pregunte—. ¿Y de dónde vino?” Jesús mismo afirmó: “He bajado del cielo para hacer, no la voluntad mía, sino la voluntad del que me ha enviado” (Juan 6:38). Tuvo una existencia prehumana como Hijo unigénito de Dios. ¿Cuál era, entonces, la voluntad del que le había enviado a la Tierra? “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito —dice Juan, uno de los evangelistas—, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16.) ¿Cómo fue esto posible?

La Biblia revela de qué modo llegó a ser la muerte el fin inevitable de la humanidad. Dios otorgó la vida a la primera pareja humana y también la perspectiva de vivir para siempre. Sin embargo, esta optó por rebelarse contra su Hacedor (Génesis 3:1-19). A raíz de dicha rebelión, que constituyó el primer pecado humano, la descendencia de Adán y Eva heredó el desagradable legado de la muerte (Romanos 5:12). Para proporcionar a la humanidad la vida que realmente lo es, hay que eliminar el pecado y la muerte.

Ningún científico puede acabar con la muerte valiéndose de algún tipo de ingeniería genética. No obstante, el Creador del hombre puede hacer que los seres humanos obedientes alcancen la perfección y vivan para siempre. A esta provisión se la denomina en la Biblia el rescate. La primera pareja humana se vendió a sí misma y vendió a su descendencia en esclavitud al pecado y la muerte. Cambiaron su vida humana perfecta en obediencia a Dios por una vida independiente de Él, en la que decidían por sí mismos lo que era correcto e incorrecto. Para recomprar esta vida humana perfecta que perdieron nuestros primeros padres, se debía de pagar un precio que fuera equivalente a ella. Al haber heredado la imperfección, el ser humano no estaba capacitado para pagar dicho precio (Salmo 49:7).

De modo que Jehová Dios acudió en su ayuda. Transfirió la vida perfecta de su Hijo unigénito a la matriz de una virgen, que dio a luz a Jesús. Hace décadas quizá se hubiera rechazado la idea de que una virgen pudiese tener un hijo. Sin embargo, en la actualidad los científicos clonan mamíferos e introducen genes de un animal en otro. ¿Quién, por tanto, tiene razones para cuestionar que el Creador pueda prescindir del proceso natural de procreación?

Con la existencia de una vida humana perfecta se podía pagar el precio requerido para redimir al hombre del pecado y la muerte. Pero el bebé que vino al mundo con el nombre de Jesús tenía que crecer hasta convertirse en el “médico” capaz de proporcionar el “medicamento” necesario para curar los males de la humanidad. Y lo hizo llevando una vida perfecta, sin pecado alguno. Jesús no solo vio la angustia que trajo el pecado al ser humano, sino que experimentó sus limitaciones físicas, lo cual hizo de él un médico aún más compasivo (Hebreos 4:15). Las curaciones milagrosas que efectuó a lo largo de su vida en la Tierra probaron que él quiere y puede curar a los enfermos (Mateo 4:23).

Tras un ministerio de tres años y medio en la Tierra, los opositores de Jesús lo mataron. Él demostró que un hombre perfecto puede obedecer al Creador a pesar de las pruebas más severas (1 Pedro 2:22). Su vida humana perfecta sacrificada fue el precio del rescate que permitió redimir a la humanidad del pecado y la muerte. Jesucristo dijo: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos” (Juan 15:13). Al tercer día de su muerte, Jesús fue resucitado a la vida espiritual y algunas semanas más tarde ascendió al cielo para presentar el precio del rescate a Jehová Dios (1 Corintios 15:3, 4; Hebreos 9:11-14). Así, Jesús pudo aplicar el valor de su sacrificio de rescate a sus seguidores.

¿Está dispuesto usted a beneficiarse de este medio de alcanzar curación espiritual, emocional y física? Si así es, tiene que poner fe en Jesucristo. ¿Por qué no se acerca al Médico usted mismo? Puede hacerlo aprendiendo acerca de él y de su papel como salvador de la humanidad fiel. Los testigos de Jehová estarán encantados de ayudarle.

[Ilustración de la página 5]

Jesús quiere y puede curar a los enfermos

[Ilustración de la página 7]

¿Cómo nos afecta la muerte de Jesús?

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