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  • Por qué podemos confiar en las profecías bíblicas
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
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Por qué podemos confiar en las profecías bíblicas

EL REY Pirro de Epiro, región situada en el noroeste de Grecia, había estado implicado en un conflicto con el Imperio romano durante mucho tiempo. Puesto que anhelaba desesperadamente saber en qué acabaría todo, fue a consultar el oráculo de Delfos. La respuesta que recibió podía interpretarse de dos maneras: 1) “Te digo que tú, hijo de Éaco, puedes vencer a los romanos. Irás, regresarás, nunca perecerás en la guerra”. 2) “Digo que los romanos pueden vencerte, hijo de Éaco. Irás, nunca regresarás, perecerás en la guerra.” Él prefirió entender el oráculo de la primera forma y, por lo tanto, emprendió la guerra contra Roma. Pirro sufrió una gran derrota.

Debido a casos como este, los oráculos antiguos tenían fama de imprecisos y enigmáticos. Pero ¿qué puede decirse de las profecías bíblicas? Algunos críticos sostienen que las profecías que se hallan en la Biblia no son mejores que los oráculos. Dichos críticos afirman que estas eran tan solo predicciones astutas de sucesos futuros que pronunciaban personas muy inteligentes y perspicaces, por lo común de la clase sacerdotal. Supuestamente, estos hombres preveían el curso natural que tomarían ciertos acontecimientos solo gracias a su experiencia y a sus buenos contactos. Al comparar las diversas características de las profecías bíblicas con las de los oráculos, estaremos mejor preparados para sacar conclusiones acertadas.

En qué difieren

El sello característico de los oráculos era su ambigüedad. En Delfos, por ejemplo, las respuestas constituían sonidos ininteligibles que los sacerdotes tenían que traducir, para lo que creaban versos que se prestaban a interpretaciones contradictorias. Un clásico ejemplo de ambigüedad es la respuesta que recibió Creso, rey de Lidia, cuando consultó al oráculo: “Si Creso cruza el Halis, destruirá un poderoso imperio”. De hecho, el “poderoso imperio” destruido fue el suyo. Cuando cruzó el río Halis para invadir Capadocia, sufrió la derrota a manos de Ciro el Persa.

En marcado contraste con los oráculos paganos, las profecías bíblicas destacan por su exactitud y claridad. Tomemos, por ejemplo, el caso de la profecía sobre la caída de Babilonia, escrita en el libro bíblico de Isaías. Unos doscientos años antes de que este suceso tuviese lugar, el profeta Isaías predijo con detalle y precisión que Medopersia derrocaría a Babilonia. La profecía desvelaba el nombre del conquistador, Ciro, y la mismísima estrategia que este emplearía, secar el río que a modo de foso defendía la ciudad fortificada, a la que accedería por sus puertas abiertas. Todo ocurrió justo así (Isaías 44:27–45:2). Profetizó también correctamente que, con el tiempo, Babilonia quedaría deshabitada por completo (Isaías 13:17-22).

Observe, asimismo, la naturaleza explícita de esta advertencia declarada por el profeta Jonás: “Solo cuarenta días más, y Nínive será derribada” (Jonás 3:4). No hay ninguna ambigüedad en esta afirmación. El mensaje fue tan rotundo y franco que los hombres de Nínive inmediatamente “empezaron a poner fe en Dios, y procedieron a proclamar un ayuno y a ponerse saco”. Como consecuencia de su arrepentimiento, Jehová no trajo la calamidad sobre los ninivitas en aquella ocasión (Jonás 3:5-10).

Los oráculos se utilizaban para influir en la política. Los gobernantes y los jefes militares citaban a menudo la interpretación que les favorecía con el fin de promover sus propios intereses personales y proyectos, a los que atribuían así un “origen divino”. Sin embargo, los mensajes proféticos de Dios no favorecían los intereses personales de nadie.

Para ilustrarlo: El profeta de Jehová, Natán, no se retuvo de censurar al rey David cuando este pecó (2 Samuel 12:1-12). Durante el reinado de Jeroboán II sobre las diez tribus de Israel, los profetas Oseas y Amós criticaron severamente al rey rebelde y a sus partidarios por su apostasía y por su conducta que deshonraba a Dios (Oseas 5:1-7; Amós 2:6-8). Especialmente incisiva fue la advertencia que dio Jehová al rey por boca del profeta Amós: “Yo ciertamente me levantaré contra la casa de Jeroboán con una espada” (Amós 7:9). La casa de Jeroboán fue aniquilada (1 Reyes 15:25-30; 2 Crónicas 13:20).

Los oráculos tenían casi siempre un precio. El que pagaba más recibía el oráculo que le agradaba. Las personas que consultaban los oráculos de Delfos pagaban precios desorbitados a cambio de información sin ningún valor, lo que llenaba el templo de Apolo y los demás edificios de grandes tesoros. En cambio, las profecías y advertencias bíblicas se daban sin costo y sin ningún tipo de parcialidad, independientemente de la posición o la riqueza de la persona a quien se dirigían, pues no se podía sobornar a un profeta verdadero. Por ello, el profeta y juez Samuel pudo preguntar con sinceridad: “¿De mano de quién he aceptado dinero con que se compra el silencio para que cubriera mis ojos con él?” (1 Samuel 12:3).

Dado que los oráculos solo se daban en ciertos lugares, requería mucho esfuerzo llegar hasta allí a fin de recibirlos. La mayoría de estos santuarios eran casi inaccesibles para la gente común porque se ubicaban en parajes tales como Dodona, situada en el monte Tomarus de Epiro, y Delfos, en el centro montañoso de Grecia. Normalmente, solo los ricos y poderosos podían consultar a los dioses en estos sitios. Además, solo se revelaba “la voluntad de los dioses” durante unos cuantos días al año. En marcado contraste, Jehová Dios enviaba a sus mensajeros los profetas directamente a las personas para que les declarasen las profecías que debían oír. Durante el exilio de los judíos en Babilonia, por ejemplo, Dios tenía al menos tres profetas entre el pueblo: Jeremías en Jerusalén, Ezequiel junto a los exiliados y Daniel en la capital del Imperio babilonio (Jeremías 1:1, 2; Ezequiel 1:1; Daniel 2:48).

Por lo general, los oráculos se daban en privado para que el destinatario pudiera utilizar la interpretación en su propio beneficio. En cambio, las profecías bíblicas se daban a menudo en público para que todo el mundo pudiese oír el mensaje y comprender sus implicaciones. El profeta Jeremías habló públicamente en Jerusalén muchas veces, aunque sabía que su mensaje era impopular entre los caudillos y los habitantes de la ciudad (Jeremías 7:1, 2).

En la actualidad, se consideran los oráculos como parte de la historia antigua. No tienen valor práctico para los que vivimos en estos tiempos críticos. Ninguno de ellos habla de nuestro día o de nuestro futuro. Sin embargo, las profecías bíblicas forman parte de “la palabra de Dios [que] es viva, y ejerce poder” (Hebreos 4:12). Las profecías de la Biblia ya cumplidas ejemplifican cómo trata Jehová con las personas y revelan aspectos esenciales de sus propósitos y de su personalidad. Además, todavía quedan importantes profecías bíblicas por cumplirse en el futuro cercano. Hablando de lo que se avecina, el apóstol Pedro escribió: “Hay nuevos cielos [el Reino mesiánico celestial] y una nueva tierra [una sociedad humana justa] que esperamos según [la] promesa [de Dios], y en estos la justicia habrá de morar” (2 Pedro 3:13).

Esta breve comparación entre las profecías bíblicas y los oráculos de la religión falsa podría, perfectamente, llevarnos a una conclusión similar a la que aparece en el libro The Great Ideas (Las grandes ideas): “En lo que tiene que ver con el conocimiento del futuro por parte del hombre mortal, los profetas hebreos parecen ser inigualables. Al contrario que los agoreros o adivinos paganos, [...] ellos no tienen que emplear artes o estratagemas para penetrar en los secretos divinos. [...] Gran parte de los discursos proféticos, a diferencia de los de los oráculos, no parecen contener ambigüedades. Al menos la intención es, aparentemente, la de revelar, no la de esconder, el plan de Dios con relación a ciertos asuntos a medida que Él mismo desee que el hombre prevea el curso de la providencia”.

¿Confiará usted en las profecías bíblicas?

Podemos confiar en las profecías bíblicas. De hecho, podemos hacer que nuestra vida gire en torno a Jehová y el cumplimiento de su palabra profética. Esta no es una colección caduca de predicciones ya cumplidas. Muchas profecías de las Escrituras se están realizando o se realizarán en el futuro cercano, y a juzgar por el pasado, podemos estar absolutamente seguros de que estas tampoco fallarán. Puesto que tales profecías se centran en nuestro tiempo e implican nuestro mismísimo futuro, hacemos bien en tomarlas en serio.

Sin duda, podemos confiar en la profecía bíblica que se encuentra en Isaías 2:2, 3: “En la parte final de los días tiene que suceder que la montaña de la casa de Jehová llegará a estar firmemente establecida por encima de la cumbre de las montañas [...]. Y muchos pueblos ciertamente irán y dirán: ‘Vengan, y subamos a la montaña de Jehová, [...] y él nos instruirá acerca de sus caminos, y ciertamente andaremos en sus sendas’”. Efectivamente, en la actualidad millones de personas están abrazando la adoración elevada de Jehová y aprendiendo a caminar en sus sendas. ¿Aprovechará usted la oportunidad de aprender más sobre los caminos de Dios y de adquirir conocimiento exacto de él y de sus propósitos para caminar en sus sendas? (Juan 17:3.)

El cumplimiento de otra profecía exige que actuemos con urgencia. Con relación al futuro cercano, el salmista cantó proféticamente: “Los malhechores mismos serán cortados [...]. Solo un poco más de tiempo, y el inicuo ya no será” (Salmo 37:9, 10). ¿Qué cree que se necesita para no perecer en la inminente destrucción de los inicuos, entre los que se encuentran aquellos que se burlan de las profecías bíblicas? El mismo Salmo responde: “Los que esperan en Jehová son los que poseerán la tierra” (Salmo 37:9). Esperar en Jehová significa poner total confianza en sus promesas y conformar nuestra vida a sus normas (Proverbios 2:21, 22).

¿Cómo será la vida cuando los que esperan en Jehová posean la Tierra? De nuevo, las profecías bíblicas revelan que a la humanidad obediente le aguarda un futuro maravilloso. El profeta Isaías escribió: “En aquel tiempo los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos mismos de los sordos serán destapados. En aquel tiempo el cojo trepará justamente como lo hace el ciervo, y la lengua del mudo clamará con alegría. Pues en el desierto habrán brotado aguas, y torrentes en la llanura desértica” (Isaías 35:5, 6). El apóstol Juan dejó constatadas estas tranquilizadoras palabras: “[Jehová] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado. Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: ‘[...] Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas’” (Revelación [Apocalipsis] 21:4, 5).

Los testigos de Jehová saben que la Biblia es un libro de profecías confiables. Y están completamente de acuerdo con la exhortación de Pedro: “Tenemos la palabra profética hecha más segura; y ustedes hacen bien en prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro, hasta que amanezca el día y el lucero se levante, en sus corazones” (2 Pedro 1:19). Esperamos sinceramente que le hayan animado las maravillosas perspectivas que las profecías bíblicas ofrecen para el futuro.

[Ilustraciones y recuadro de la página 6]

EL ORÁCULO DE DELFOS

fue el más famoso de la antigua Grecia.

La pitonisa pronunciaba sus oráculos sentada sobre un trípode

Unos vapores embriagadores conducían a la pitonisa al éxtasis

Se creía que los sonidos que ella articulaba contenían revelaciones del dios Apolo

[Reconocimiento]

Trípode: del libro Dictionary of Greek and Roman Antiquities; Apolo: The Complete Encyclopedia of Illustration/J. G. Heck

[Ilustración de la página 7]

Las predicciones que se daban en el oráculo de Delfos no eran en absoluto confiables

[Reconocimiento de la página 7]

Delfos (Grecia)

[Ilustraciones de la página 8]

Podemos confiar totalmente en las profecías bíblicas sobre el nuevo mundo

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