BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w02 1/1 págs. 23-28
  • Jehová proporcionó “poder que es más allá de lo normal”

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Jehová proporcionó “poder que es más allá de lo normal”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2002
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Una niña enfermiza con muchas preguntas
  • “¡Este libro te ha corrompido!”
  • Una nueva vida
  • Asistimos a nuestros hermanos necesitados
  • En viajes a menudo, en peligros
  • Una vida plena con el poder de Jehová
  • Jehová nunca nos abandonó
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
  • Se ofrecieron para ayudar en Albania y Kosovo
    Experiencias de los testigos de Jehová
  • Se sació mi sed espiritual
    ¡Despertad! 2003
  • Una vida de bendiciones en el servicio de Jehová
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2002
w02 1/1 págs. 23-28

Biografía

Jehová proporcionó “poder que es más allá de lo normal”

RELATADA POR HELEN MARKS

Era un día sofocante del verano de 1986. Yo era la única persona en la aduana de uno de los aeropuertos más tranquilos de Europa: Tirana, capital de Albania, país que se había autoproclamado “el primer estado ateo del mundo”.

CON una mezcla de indecisión y miedo, observé que un agente armado empezaba a revisar mi equipaje. Cualquier cosa que hiciera o dijera y que levantara sus sospechas podría significar la expulsión del país para mí y la cárcel o la reclusión en un campo de trabajos forzados para quienes me esperaban afuera. Afortunadamente, logré que el oficial de aduanas se portara de manera más amigable ofreciéndole goma de mascar y galletas. Pero ¿cómo es que a los sesenta y tantos años me metí en tales aprietos? ¿Por qué renuncié a una vida cómoda y me arriesgué a fomentar los intereses del Reino en uno de los últimos baluartes del marxismo leninismo?

Una niña enfermiza con muchas preguntas

Mi padre murió de pulmonía dos años después de mi nacimiento, ocurrido en Ierápetra (Creta) en 1920. Mamá era pobre y, además, analfabeta. Yo era la menor de cuatro hermanos. A causa de la ictericia, estaba pálida y enfermiza, por lo que los vecinos opinaban que mi madre debía dedicar su atención y limitados recursos a sus tres hijos sanos y dejarme morir. Me alegra que no siguiera sus consejos.

A fin de garantizar que el alma de papá descansara en el cielo, mamá visitaba con frecuencia su tumba, por lo común empleando los servicios de un sacerdote ortodoxo, los cuales, por cierto, no eran nada baratos. Recuerdo que un gélido día de Navidad, mamá volvía del cementerio, conmigo a su lado intentando mantenerme a su paso. Acabábamos de entregarle al sacerdote todo el dinero que nos quedaba. Cuando llegamos a casa, mamá coció unas hortalizas para nosotros y se fue a otro cuarto, con el estómago vacío y las mejillas empapadas de lágrimas de desesperación. Pasado un tiempo me armé de valor y fui a preguntarle al sacerdote por qué había muerto papá y por qué mi pobre madre tenía que pagarle a él por sus servicios. Me contestó en voz baja y con tono avergonzado: “Dios se lo llevó. Así es la vida; lo superarás”.

Me resultaba difícil conciliar su respuesta con la oración del padrenuestro, la cual había aprendido en la escuela. Aún tengo frescas en la memoria las hermosas y significativas palabras de apertura: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:9, 10). Si Dios quería que su voluntad se efectuara sobre la Tierra, ¿por qué teníamos que sufrir tanto?

Por poco obtengo la respuesta en 1929, cuando visitó nuestro hogar Emmanuel Lionoudakis, predicador de tiempo completo de los testigos de Jehová.a Mi madre le preguntó qué se le ofrecía, y Emmanuel se limitó a entregarle, sin decir una sola palabra, una tarjeta de testimonio, que ella me dio a leer. Casi no entendí nada, pues tenía apenas nueve años. Mamá, concluyendo que el visitante era mudo, le dijo: “¡Pobrecito! Usted no puede hablar, y yo no sé leer”, y con cortesía le indicó la puerta de salida.

Sin embargo, unos años después por fin encontré la contestación a mi pregunta. Mi hermano, Emmanuel Paterakis, recibió del mismo ministro de tiempo completo el folleto ¿Dónde están los muertos?, editado por los testigos de Jehová.b Lo leí, y sentí un gran alivio al enterarme de que Dios no se había llevado a mi padre. Aprendí que la muerte es consecuencia de la imperfección humana y que a papá le espera la resurrección en una Tierra paradisíaca.

“¡Este libro te ha corrompido!”

La verdad bíblica nos abrió los ojos. Encontramos una vieja Biblia de papá y comenzamos a estudiarla, muchas veces a la luz de una vela junto a la chimenea. Como yo era la única mujer joven de la zona que tenía interés en la Biblia, el pequeño grupo de Testigos no me incluía en sus actividades. De hecho, durante algún tiempo estuve convencida, erróneamente, de que era una religión exclusiva de varones.

El entusiasmo de mi hermano por la predicación fue para mí una fuente de estímulo. No pasó mucho tiempo sin que la policía prestara atención especial a nuestra familia y nos hiciera visitas frecuentes a todas horas del día y de la noche, buscando a Emmanuel y las publicaciones. Recuerdo vívidamente el día en que un sacerdote fue a convencernos de que volviésemos a la iglesia. Cuando Emmanuel le mostró con la Biblia que el nombre de Dios es Jehová, el sacerdote la agarró, la sacudió amenazante frente a la cara de mi hermano y gritó: “¡Este libro te ha corrompido!”.

En 1940 detuvieron a Emmanuel y lo enviaron al frente albanés porque rehusó prestar el servicio militar. Perdimos la comunicación con él y lo dimos por muerto. Pero dos años después recibimos una inesperada carta que nos había enviado desde la prisión. ¡Estaba vivo! Uno de los textos bíblicos que citó en aquella carta se grabó de forma indeleble en mi mente: “En cuanto a Jehová, sus ojos están discurriendo por toda la tierra para mostrar su fuerza a favor de aquellos cuyo corazón es completo para con él” (2 Crónicas 16:9). ¡Necesitábamos tanto ese estímulo!

Emmanuel se las arregló desde la prisión para que unos hermanos me visitaran, y enseguida se organizaron reuniones cristianas secretas en una granja a las afueras del pueblo. Lo que no sabíamos era que se nos vigilaba. Cierto domingo, un grupo de policías armados nos rodearon y nos subieron a un camión descubierto, en el que nos pasearon por las calles del pueblo. Todavía puedo escuchar las burlas y los desprecios de la gente, pero Jehová nos proporcionó paz interior mediante su espíritu.

Nos llevaron a otro pueblo y nos arrojaron en celdas muy oscuras y sucias. El inodoro de la mía era un cubo sin tapa que debía vaciarse una vez al día. Fui sentenciada a ocho meses de cárcel por considerárseme la “maestra” del grupo. Sin embargo, uno de los hermanos apresados le pidió a su abogado que se hiciera cargo de nuestro caso, y este consiguió nuestra libertad.

Una nueva vida

Al salir de prisión, Emmanuel comenzó a visitar congregaciones de Atenas en calidad de superintendente viajante. En 1947, yo me mudé a esa ciudad, donde por fin conocí a un grupo numeroso de Testigos compuesto, no solo de varones, sino también de mujeres y niños. Me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová en julio de aquel año. Soñaba con ser misionera, así que tomé clases nocturnas de inglés. Me hice precursora en 1950, el mismo año en que se mudó a vivir conmigo mamá, quien abrazó la verdad bíblica y siguió siendo testigo de Jehová hasta el día de su muerte, treinta y cuatro años después.

También en 1950 conocí a John Marks (Markopoulos), un ciudadano norteamericano muy respetado y espiritual. Era natural del sur de Albania, pero emigró a Estados Unidos, donde llegó a ser testigo de Jehová. Su presencia en Grecia se debía a que intentaba conseguir un visado para Albania, nación que en aquel tiempo se hallaba cerrada al mundo exterior bajo el más inflexible tipo de comunismo. A John le negaron la entrada al país a pesar de no haber visto a su familia desde 1936. Me impresionaron su celo ardiente por el servicio a Jehová y su amor profundo a la hermandad. Nos casamos el 3 de abril de 1953, después de lo cual me mudé con él a nuestro nuevo hogar en Nueva Jersey (EE. UU.).

Para sostenernos mientras predicábamos a tiempo completo, atendíamos un pequeño negocio en la costa de Nueva Jersey, que consistía en preparar desayunos para los pescadores. Trabajábamos desde el amanecer hasta las nueve de la mañana, solo durante los meses de verano. Al mantener sencilla la vida y dar prioridad a los asuntos espirituales, nos fue posible dedicar la mayor parte del tiempo al ministerio. Con el paso de los años se nos pidió mudarnos a diferentes localidades donde había gran necesidad de predicadores, y en ellas, con el apoyo de Jehová, ayudamos a personas interesadas, formamos congregaciones y participamos en la construcción de Salones del Reino.

Asistimos a nuestros hermanos necesitados

Al poco tiempo se nos presentó una emocionante perspectiva. Los hermanos que llevaban la delantera querían comunicarse con los cristianos de los países balcánicos en los que nuestra obra estaba proscrita. Los Testigos de aquellos lugares llevaban años incomunicados de la hermandad internacional, recibiendo poco o ningún alimento espiritual y soportando cruel oposición. A la mayoría de ellos los tenían bajo constante vigilancia, y había muchos en la cárcel o en campos de trabajos forzados. Precisaban con urgencia publicaciones bíblicas, guía y estímulo. Por ejemplo, un mensaje en clave que recibimos de Albania decía: “Oren al Señor por nosotros. Confiscación de publicaciones casa por casa. No se nos permite estudiar. Tres confinados”.

Así que en noviembre de 1960 iniciamos un recorrido de seis meses por aquellas tierras. Estaba claro que nos haría falta “poder que es más allá de lo normal” y que Dios nos diera valor, firmeza e ingenio para cumplir la misión (2 Corintios 4:7). El primer destino: Albania. Compramos un automóvil en París y nos dirigimos a Roma, donde solicitamos visados para ese país. Como solo mi esposo lo consiguió, yo proseguí el viaje hasta Atenas (Grecia) y lo esperé allá.

John entró al país a finales de febrero de 1961 y se quedó hasta los últimos días de marzo. Treinta hermanos se entrevistaron con él en Tirana. Les emocionó muchísimo recibir las publicaciones y el estímulo que tanto les hacían falta: no habían tenido ninguna visita del exterior en veinticuatro años.

A mi esposo le impresionó observar la integridad y el aguante de aquellos hermanos. Se enteró de que muchos habían perdido su empleo y estaban en prisión por no participar en las actividades del Estado comunista. Le enterneció sobre todo recibir de dos hermanos, ambos mayores de 80 años, un donativo para la obra de la predicación de unos 100 dólares, que habían estado ahorrando por años de sus escasas pensiones estatales.

El último día que John pasó en Albania fue el 30 de marzo de 1961, fecha de la Conmemoración de la muerte de Cristo, y él pronunció el discurso ante una concurrencia de treinta y siete personas. Al concluir, los hermanos sacaron de prisa a John por la puerta trasera y lo llevaron al puerto de Durazzo, donde abordó un barco mercante turco con rumbo a El Pireo (Grecia).

Me alegró recibirlo sano y salvo. Ya podíamos continuar con nuestro peligroso recorrido por otros tres países balcánicos que habían proscrito la obra. La empresa era atrevida, dado que transportábamos publicaciones bíblicas, máquinas de escribir y otros artículos, pero tuvimos el privilegio de conocer a hermanos y hermanas muy leales, dispuestos a arriesgar el empleo, la libertad e incluso la vida por Jehová. Su celo y amor sincero fueron una fuente de ánimo. Asimismo nos impresionó el hecho de que Jehová proporcionaba “el poder que es más allá de lo normal”.

Una vez finalizado el itinerario, regresamos a Estados Unidos. No obstante, durante los años subsiguientes nos valimos de diferentes métodos para enviar publicaciones a Albania y recibir informes de la actividad de nuestros hermanos.

En viajes a menudo, en peligros

Pasó el tiempo, y en 1981, tras la muerte de John a los 76 años, me quedé sola. Me acogieron mi sobrina, Evangelia, y su esposo, George Orphanides, quienes desde entonces me han brindado su inestimable apoyo, tanto en sentido emocional como en cuestiones prácticas. Ellos mismos experimentaron el sustento de Jehová mientras sirvieron bajo proscripción en Sudán.c

Con el tiempo hubo que hacer un nuevo esfuerzo para comunicarse con los hermanos de Albania. Dado que la familia de mi esposo vivía allí, se me preguntó si estaría dispuesta a viajar al país. ¡Claro que iría!

Después de varios meses de insistencia, en mayo de 1986 conseguí un visado en la embajada de Albania en Atenas. Los diplomáticos me advirtieron severamente que no esperara recibir ninguna ayuda del exterior si me pasaba algo. Un agente de viajes se quedó pasmado cuando le pedí un pasaje de avión para Albania. Sin dejar que el miedo me detuviera, me hallé al poco tiempo a bordo del único vuelo semanal de Atenas a Tirana, en compañía de tan solo otros tres albaneses mayores que habían ido a Grecia por cuestiones de salud.

En cuanto aterrizó el avión, se me condujo a un cobertizo vacío que servía de aduana. El hermano y la hermana de mi esposo, a pesar de no ser testigos de Jehová, estaban dispuestos a ayudarme a establecer contacto con los pocos hermanos albaneses que había. Puesto que la ley les exigía informar de mi llegada al jefe de la comunidad, la policía me vigilaba muy de cerca; de modo que sugirieron que me quedara en su casa mientras ellos buscaban a dos Testigos que vivían en Tirana y los llevaban a donde yo estaba.

En aquel entonces se sabía de nueve cristianos dedicados en toda Albania. Los años de proscripción, persecución y estricta vigilancia los habían vuelto muy cautelosos y habían marcado sus rostros con profundas arrugas. Cuando me gané la confianza de los dos hermanos, su primera pregunta fue: “¿Dónde están las revistas La Atalaya?”. Durante años, no habían tenido más que dos libros antiguos, ni siquiera una Biblia.

Hablaron con todo detalle de las crueles medidas que el régimen había tomado contra ellos, y me contaron el caso de un querido hermano que se había resuelto a permanecer neutral durante ciertas votaciones políticas. Dado que el Estado ejercía un control absoluto, su decisión significaba que se privaría a la familia de toda ración alimenticia y que sus hijos casados, con sus respectivas familias, irían a prisión, a pesar de no tener nada que ver con sus creencias religiosas. Se dice que la noche antes de las votaciones, unos asustados parientes lo asesinaron, arrojaron su cuerpo en un pozo y luego dijeron que se había suicidado por miedo.

La pobreza de aquellos cristianos era desgarradora. Aun así, rechazaron el billete de 20 dólares que intenté darle a cada uno, diciendo: “Solo queremos alimento espiritual”. Aquellos queridos hermanos llevaban décadas bajo un régimen totalitario que había logrado convertir al ateísmo a la mayoría de sus ciudadanos, pese a lo cual su fe y su determinación eran tan firmes como las de cualquier otro Testigo del planeta. Cuando partí de Albania, dos semanas después, me había dejado una profunda huella la capacidad de Jehová de proporcionar “poder que es más allá de lo normal”, incluso en las circunstancias más difíciles.

Tuve el privilegio de volver a visitar Albania en 1989 y 1991. El número de adoradores de Jehová creció con rapidez al ir floreciendo la libertad religiosa y de expresión. El puñado de cristianos dedicados que había en 1986 asciende ahora a más de dos mil doscientos publicadores activos, entre quienes se cuenta Melpo, la hermana de mi esposo. ¿Se puede dudar de la bendición de Jehová sobre aquel grupo de cristianos fieles?

Una vida plena con el poder de Jehová

Al mirar en retrospectiva, tengo la certeza de que nuestra labor (la mía y la de John) no ha sido en vano y de que empleamos nuestro vigor juvenil de la forma más provechosa. La carrera en el ministerio de tiempo completo ha sido más significativa que cualquier otra que hubiésemos elegido. Me regocija haber ayudado a muchas personas amadas a aprender la verdad de la Palabra de Dios. Ahora que soy mayor puedo animar de todo corazón a los más jóvenes a ‘acordarse de su Magnífico Creador en los días de su mocedad’ (Eclesiastés 12:1).

Sigo siendo publicadora de las buenas nuevas de tiempo completo a pesar de mis 81 años. Me levanto temprano y predico en las paradas de autobús, en los estacionamientos, en las calles, en las tiendas o en los parques. Los problemas de la edad avanzada me hacen difícil la vida, pero mis amorosos hermanos espirituales —mi gran familia espiritual—, así como la familia de mi sobrina, han demostrado ser un verdadero apoyo. Sobre todo, he aprendido que “el poder que es más allá de lo normal [es] de Dios y no el que procede de nosotros” (2 Corintios 4:7).

[Notas]

a La biografía de Emmanuel Lionoudakis se publicó en La Atalaya del 1 de septiembre de 1999, págs. 25-29.

b La biografía de Emmanuel Paterakis se publicó en La Atalaya del 1 de noviembre de 1996, págs. 22-27.

c Véase el Anuario de los testigos de Jehová 1992, pág. 92, editado por los testigos de Jehová.

[Ilustración de la página 25]

Arriba: John (extremo izquierdo), yo (en el centro), mi hermano Emmanuel (a mi izquierda) y mamá (a su izquierda) con un grupo de betelitas (Atenas, 1950)

[Ilustración de la página 25]

Izquierda: con John, en nuestro negocio en la costa de Nueva Jersey (1956)

[Ilustración de la página 26]

Asamblea de distrito en Tirana (Albania, 1995)

[Ilustración de la página 26]

Edificios de Betel (Tirana, Albania), terminados en 1996

[Ilustración de la página 26]

Arriba: artículo de una revista La Atalaya de 1940 traducida en secreto al albanés

[Ilustración de la página 26]

Con mi sobrina, Evangelia Orphanides (derecha), y su esposo, George

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir