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  • Segunda pregunta: ¿Qué me pasará si muero?
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2012
w12 1/11 págs. 6-7

Segunda pregunta: ¿Qué me pasará si muero?

ROMAN era solo un niño cuando un amigo suyo murió en un accidente de tráfico. “La muerte de mi amigo me traumatizó durante años —confiesa⁠—. No podía dejar de preguntarme qué nos ocurre al morir.”

¿Qué motiva esta pregunta?

A todos los seres humanos les cuesta aceptar la muerte. Sin importar cuánto hayan vivido, ninguno quiere morir. Muchos incluso temen lo que hay tras la muerte.

¿Cómo la responden algunos?

Muchos dicen que, al morir, algo de la persona sobrevive. Creen que los buenos recibirán su recompensa en los cielos, mientras que los malos serán castigados por la eternidad. También hay quienes dicen que la persona que muere deja de existir y que con el tiempo cae en el olvido.

¿Qué implican esas respuestas?

Una da a entender que nadie muere realmente, y la otra que la vida carece de sentido. Quienes creen esto último tal vez adopten la actitud fatalista de “comamos y bebamos, porque mañana hemos de morir” (1 Corintios 15:32).

¿Qué enseña la Biblia?

Que no hay nada que sobreviva a la persona que muere. Inspirado por Dios, el rey Salomón escribió: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto” (Eclesiastés 9:5). Quienes “no tienen conciencia de nada” no saben lo que pasa a su alrededor, de modo que no pueden sentir ni hacer nada. Así pues, es imposible que los muertos ayuden o perjudiquen a los vivos.

Muchos piensan que Dios creó a los seres humanos para morir. Pero nada más lejos de la realidad. Él creó al primer hombre, Adán, para que viviera eternamente en la Tierra. Solo mencionó la muerte en una ocasión: cuando avisó a Adán de cuál sería el castigo si desobedecía el mandato de no comer de cierto árbol del jardín. “Ciertamente morirás”, le advirtió (Génesis 2:17, Reina-Valera, 1960). Si Adán y Eva hubieran obedecido, tanto ellos como sus descendientes leales a Dios habrían vivido para siempre en la Tierra.

Sin embargo, Adán no hizo caso: pecó al desobedecer a Dios y, como resultado, murió (Romanos 6:23). Nada de su persona sobrevivió a su muerte. Adán sencillamente dejó de existir. Dios le había dicho: “Con el sudor de tu rostro comerás pan hasta que vuelvas al suelo, porque de él fuiste tomado. Porque polvo eres y a polvo volverás” (Génesis 3:19). Como todos los seres humanos descendemos de él, todos heredamos el pecado y la muerte (Romanos 5:12).

Aun así, la mala decisión de Adán no impedirá que Dios cumpla su propósito. Él quería que la Tierra se llenara de descendientes perfectos de Adán, y así será (Génesis 1:28; Isaías 55:11). Jehová pronto devolverá la vida a la mayoría de las personas que han muerto. En palabras del apóstol Pablo, “va a haber resurrección así de justos como de injustos” (Hechos 24:15).

Roman, citado antes, estudió la Biblia y lo que esta enseña acerca de la muerte y de Dios. En el artículo titulado “La Biblia les cambió la vida” podrá leer cuánto le impactó a él lo que aprendió.

Hallará más información sobre lo que pasa tras la muerte en el capítulo 6 del libro ¿Qué enseña realmente la Biblia? Puede descargarlo de www.jw.org/es

¿Qué enseñó Jesús sobre la muerte?

Aunque algunos líderes religiosos de sus días no creían en la resurrección de los muertos, Jesús no compartía esa opinión (Lucas 20:27). Él tampoco enseñó que algo sobrevive cuando uno muere. Entonces, ¿qué enseñó Jesús?

Comparó la muerte a un sueño. Cuando Lázaro murió, Jesús dijo: “Nuestro amigo Lázaro está descansando, pero yo me voy allá para despertarlo del sueño”. Al no entender a qué se refería, sus discípulos le dijeron: “Señor, si está descansando, recobrará la salud”. Según el relato, “Jesús había hablado de la muerte de aquel. Pero ellos se imaginaban que él estaba hablando de descansar en el sueño. Entonces, [...] Jesús les dijo francamente: ‘Lázaro ha muerto’” (Juan 11:11-14).

Dijo que habrá una resurrección. Cuando Jesús llegó a la ciudad de Lázaro, este ya llevaba cuatro días muerto. Para consolar a su hermana Marta, Jesús le dijo: “Tu hermano se levantará”. Después hizo una solemne promesa: “Yo soy la resurrección y la vida. El que ejerce fe en mí, aunque muera, llegará a vivir”. Acto seguido demostró que no estaba hablando por hablar y resucitó a Lázaro delante de muchos testigos (Juan 11:23, 25, 38-45).

Durante una revelación al apóstol Juan, Jesús repitió su promesa de resucitar a los muertos. Profetizó la llegada del día en que la muerte, simbólicamente hablando, pondrá en libertad a sus cautivos (Revelación [Apocalipsis] 20:13).

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