Hablando con la “misma forma de pensar” acerca de nuestro servicio a Dios
SIN duda usted ya ha tenido la oportunidad de leer La Atalaya del 1 de junio de 1976 y la información que ésta suministra en cuanto a los términos “ministro” y “ministerio.” ¿Qué efecto tendrá esta información bíblica en nuestro servicio a Dios?
En realidad, nuestro servicio a Dios continúa siendo lo que siempre ha sido. La información en los artículos de La Atalaya simplemente nos ayuda a tener un punto de vista más claro de ese servicio, realzando nuestro aprecio por él. También nos ayuda a entender con mayor exactitud el significado de ciertos términos bíblicos y a usarlos de una manera que exponga más cabalmente su sentido y “sabor” original. Nos ayuda a evitar que hagamos que las personas del mundo lleguen a tener una idea equivocada por medio de nuestra habla, pues no estaremos usando términos de manera contraria al sentido en que generalmente se entienden en el español del día actual. Y, finalmente, sea cual sea nuestro idioma, nos ayuda a poner nuestra manera de pensar y hablar en escala mundial en mayor armonía, teniendo la “misma forma de pensar,” sólidamente basada en las Escrituras.—1 Cor. 1:10.
Como usted notará, el nombre de la publicación mensual que por muchos años se había llamado “Ministerio del Reino” se ha cambiado a “Nuestro Servicio del Reino,” comenzando con este número de julio de 1976. De esta manera se comunica más cabalmente la idea de servicio que se expresa en el término diakonía en las Escrituras Griegas. En su mayor parte este cambio solo afecta a unos cuantos idiomas: Español, francés, inglés, italiano y portugués. ¿Por qué a éstos? Porque en los otros idiomas en los que se imprime esta publicación mensual el título ya contiene la palabra correspondiente para “servicio,” lo cual se debe a las dificultades de traducir con exactitud la palabra “ministerio” a esos idiomas. De modo que este nuevo título en nuestro idioma pone el nombre de esta publicación en más estrecha armonía con el que se ha estado usando en otras partes del mundo.
Junto con el Ministerio del Reino de febrero de 1976 usted recibió su “Programa para la Escuela Teocrática durante 1976 y 1977.” Tal vez haya notado que en él a la Escuela se le llama simplemente “Escuela Teocrática” en vez de “Escuela del Ministerio Teocrático” como se hacía en el pasado. De ahora en adelante usaremos ese nombre: “Escuela Teocrática.” Esto simplificará el nombre de la Escuela en otros idiomas además de los cinco que se mencionan anteriormente. Por ejemplo, en alemán, debido a no tener un término correspondiente para “ministerio” en un sentido religioso nuestros hermanos tuvieron que desarrollar un término sustituto y por eso la llamaban: “Escuela Teocrática para el Servicio de Predicación” (Theokratische Predigtdienstschule).
A la “Escuela del Ministerio del Reino” se le seguirá dando el mismo nombre en español. Aquellos a quienes actualmente se invita son ancianos y por lo tanto son personas a las que virtualmente les ha ‘impuesto las manos,’ asignándoles a efectuar un servicio en la congregación o “ministerio.” (Hech. 13:2, 3; 1 Tim. 4:14; 5:22) Así es que el nombre de esta Escuela sigue siendo apropiado en español.
Uso del término “ministro” en el servicio del campo
¿Qué hay en cuanto a usar el término “ministro” en la actividad de predicar que efectuamos en el campo? Puesto que el significado original de la palabra “ministro” es el de un “siervo,” no sería incorrecto que un proclamador del Reino hablara de sí mismo como un “ministro” en el sentido de ser un “siervo” de Dios. Pero, ¿entenderían correctamente la manera en que usamos este término las personas a quienes llevamos el mensaje del Reino? O, ¿haría surgir en la mente de éstos preguntas que de otra manera no surgirían, en particular si mujeres o tal vez jóvenes se presentaran como “ministros”? ¿Ayudaría verdaderamente a abrir la mente y el corazón de las personas al mensaje que llevamos? Estas son preguntas que debemos considerar.
Por ejemplo, en el país de Grecia, donde se escribieron partes de las Escrituras Griegas Cristianas, un Testigo no iría a las puertas de la gente y hablaría de sí mismo como un diákonos. ¿Por qué no? Porque la gente pensaría que él quería decir que era un “diácono” en la iglesia, ya que esta es la manera en que se usa la palabra en Grecia hoy en día.
En ciertos países los hermanos han hallado que aunque su idioma tiene una palabra para “ministro,” no es muy prudente usarla. Por ejemplo, en la mayoría de los países latinoamericanos la mayor parte de la gente pertenece a la religión católica. Puesto que en español y portugués por la palabra ministro la gente por lo general se refiere a un predicador protestante o evangélico, el usarla pudiera predisponer a personas católicas en contra del proclamador del Reino.
Además, sería bueno tener presente la declaración del apóstol Pablo en cuanto a la manera en que se esforzó por llevar el mensaje de la verdad a la gente. Dice en 1 Corintios 9:20-23: “A los judíos me hice como judío, para ganar a judíos; a los que están bajo ley me hice como bajo ley, aunque yo mismo no estoy bajo ley, para ganar a los que están bajo ley. A los que están sin ley me hice como sin ley, aunque yo no estoy sin ley para con Dios sino bajo ley para con Cristo, para ganar a los que están sin ley. A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho toda cosa a gente de toda clase, para que de todos modos salve a algunos. Mas hago todas las cosas por causa de las buenas nuevas, para hacerme partícipe de ellas con otros.”
Al hablar a personas en sus hogares, ¿no es nuestro principal deseo el presentarnos a nosotros mismos como sus semejantes, sus vecinos que nos interesamos en ellos y en su bienestar? De ese modo ellos se sentirán, por decirlo así, a nuestro “mismo nivel” y, esperamos, que nos hablen libremente. Si nos presentamos usando el término “ministro,” ¿no comunicaría esto a la mente de ellos un sentido de superioridad, como si estuviéramos en un nivel superior al de ellos? Sabemos que en este mundo los clérigos que son llamados “ministros” consideran esta designación como un título de considerable prestigio, uno que les da un sentimiento de distinción superior, apartándolos del resto del rebaño en sus iglesias. Así es que también deseamos considerar este factor al decidir si en realidad sería provechoso usar el término “ministro” al dar testimonio a las personas en nuestro territorio o si sería preferible presentarse de otra manera. Al meditar en estos puntos, quizás usted se dé cuenta que desde hace unos cuantos meses las publicaciones de la Sociedad no han usado la expresión “ministerio del campo” con relación a nuestro servicio del campo.
Su uso al tratar con funcionarios
De vez en cuando quizás se requiera que contestemos las preguntas de un funcionario en cuanto a nuestra posición con relación a la congregación cristiana. Quizás nos pregunten si somos “ministros” y, si así es, si uno ha sido “ordenado.” Como señaló La Atalaya del 1 de junio en la página 349, párrafo 23: “Por el término ‘ministro’ esas agencias gubernamentales no describen o dan a entender el servicio que todo individuo cristiano, hombre o mujer, desempeñara en sus esfuerzos personales por compartir las buenas nuevas con otras personas. Al contestar las preguntas que se le hicieran, pues, uno razonablemente contestaría en armonía con lo que los investigadores oficiales estuvieran tratando de saber, en vez de imponer uno su propia definición en tales términos.”
El haber sido “ordenado,” según el término se entiende, no se refiere a llegar a ser un discípulo cristiano al tiempo de su bautismo. La ordenación se refiere al nombramiento de una persona a cierta responsabilidad en la congregación, a servir a favor de otros discípulos cristianos en la congregación. Aplica especialmente a los que están efectuando la obra de pastoreo dentro de la congregación, aunque notamos que la palabra griega diákonos, que a menudo se vierte “ministro,” también aplica a los que son “siervos ministeriales.”
Como se declaró anteriormente, a los que sirven como ancianos y siervos ministeriales sí se les ha ‘impuesto las manos’ en el sentido de que se les ha nombrado para servir en la congregación en posiciones de responsabilidad. (1 Tim. 3:1-10, 12, 13; 5:22) En este sentido pudiera decirse que éstos han sido “ordenados,” de la manera en que generalmente se entiende la ordenación hoy en día. No los consideramos como una clase “clerical” o superior al resto de la congregación como si estos otros formaran una clase “lega.” Más bien, son siervos nombrados de la congregación, y se les pone en estas asignaciones para trabajar a favor de la congregación y servir los intereses de sus miembros. Así es que, aunque todos los cristianos bautizados son siervos de Dios, no a todos se les da asignaciones de trabajo en la congregación o posiciones de servicio.
Para ilustrar el principio que está envuelto en este asunto, considere la actividad de enseñanza que efectúan los miembros de la congregación. La Palabra de Dios da instrucciones a todos los padres cristianos de que sean maestros de sus hijos. (Efe. 6:4) Las mujeres de edad avanzada deben ser “maestras de lo que es bueno” haciendo volver “a su sentido a las mujeres jóvenes.” (Tito 2:3, 4) Y los cristianos en general sirven como “iluminadores en el mundo,” lo cual exige que ellos enseñen a las personas del mundo que preguntan en cuanto a los propósitos de Dios, como lo hacemos en nuestra actividad de estudios bíblicos. (Fili. 2:15) Así es que a todos los siervos de Dios se les invita a enseñar. Pero, ¿significa eso que todos deben recibir la designación de “maestros” en la congregación, o que se les debe considerar como maestros “ordenados”?
Sabemos que esto no es así, ¿verdad? Por eso el discípulo Santiago dice en Santiago 3:1: “No muchos de ustedes deberían hacerse maestros, hermanos míos, sabiendo que recibiremos juicio más severo.” Él se estaba refiriendo a los que son maestros en la congregación, asignados a efectuar tal obra de enseñanza. (Vea Efesios 4:11, 12; 1 Corintios 12:28, 29.) Fue en cuanto a esto que el apóstol Pablo escribió: “No permito que la mujer enseñe, ni que ejerza autoridad sobre el hombre.” (1 Tim. 2:11, 12) Por tanto, aunque todos los cristianos pueden participar en la actividad de enseñanza de un modo u otro, no se designa a todos para servir de “maestros” en la congregación, teniendo una asignación para servir como tales.
Esto nos ayuda a entender por qué el apóstol Pablo podía referirse a Febe como diákonos de la congregación de Cencrea. (Rom. 16:1, 2) Como muestra The Kingdom Interlinear Translation, así estaba declarando que ella era una “sierva” de la congregación. Esto evidentemente no significa que ella hubiera sido nombrada como una sierva de la congregación, tal como lo es un anciano o siervo ministerial, sino sencillamente que ella prestaba un servicio voluntario a la congregación de una manera encomiable y notable. Sin duda el servicio que ella efectuaba era de una clase como el de las mujeres que anteriormente habían ‘servido [ministrado N. W.] [diakonéo] a Jesús y a sus apóstoles de sus bienes.’ (Luc. 8:1-3) De modo similar, quizás notemos que Felipe el evangelista tenía cuatro hijas que “profetizaban.” (Hech. 21:8, 9; compare con 1 Corintios 11:5; 13:8.) Sin embargo, esto no significa que se les hubiera designado como “profetas” y que por lo tanto estaban después de los “apóstoles” en términos del servicio vital que rendían dentro de la estructura de la congregación. (1 Cor. 12:28, 29) Solo a hombres se les llama “profetas” cristianos, como puede verse en textos como Hechos 11:27, 28; 13:1; 15:32.
Así es que vemos que todos los cristianos sirven (o ministran), pero no todos reciben asignaciones de congregación para efectuar servicios, como en el caso de los ancianos y siervos ministeriales. Esto no causa una división en la congregación, tal como la división que existe entre el clero y los legos en las muchas religiones de la cristiandad. Más bien es una copia fiel de la estructura de la congregación de cristianos verdaderos del primer siglo y los arreglos inspirados por el espíritu que entonces prevalecían, tal como se revelan en las Escrituras. No hay nada malo con los arreglos de congregación que Jesucristo instituyó al dar “dones en la forma de hombres,” ni con tener procedimientos por medio de los cuales se asignaría o nombraría a algunos a desempeñar ciertos deberes de servicio dentro de la congregación. (Efe. 4:8, 11) Es la manera en que se comportan los que son asignados lo que determina si el arreglo produce buenos resultados para nosotros y tiene un efecto unificador, o resulta en mal, produciendo un efecto divisivo. (Vea Hebreos 13:7.) La apostasía que produjo la cristiandad fue a gran grado el resultado del mal uso de la estructura de congregación y de pervertir su propósito para obtener ventajas egoístas.—Hech. 20:29, 30.
Puesto que de vez en cuando los funcionarios piden alguna evidencia de “ordenación” de parte de los que sirven en tal calidad, se ha preparado un “Certificate for Ordained Minister,” (“Certificado para Ministro Ordenado”) y se suministrará a petición de los ancianos o siervos ministeriales que lo necesiten. Este suministrará la fecha, no de su bautismo, sino de cuándo se les nombró para servir en tal calidad y por lo tanto de cuándo, en el caso de ellos, se efectuó la ‘imposición de las manos.’
Cuando un anciano o siervo ministerial se muda, sería aconsejable que el cuerpo de ancianos donde él estaba sirviendo escribiera al cuerpo de ancianos de la congregación a la que él se ha mudado, dando su recomendación de que se le continúe usando en la calidad en que servía, más bien que esperar hasta que el cuerpo de ancianos quizás escriba pidiendo esa información. Así, si la “ordenación” de la persona es un punto en disputa en sus tratos con los funcionarios, y si al cuerpo de ancianos le parece correcto el recomendar que continúe sirviendo en la calidad de anciano o siervo ministerial (tomando en consideración la recomendación del cuerpo de ancianos donde él servía previamente), es posible que se pueda evitar cualquier interrupción aparente en su servicio como “ministro ordenado.”
Pero, ¿qué hay de los que están participando en el servicio de tiempo cabal como precursores o miembros de las familias de Betel? Las Escrituras muestran claramente que el ser un anciano o un siervo ministerial no es algo que uno pueda solicitar por medio de llenar un formulario, tal como un formulario de solicitud de precursor o un formulario de solicitud para Betel. Ni tampoco es principalmente el número de horas que se dedique a compartir las buenas nuevas con otros lo que lo califica a uno para las responsabilidades de congregación de ser anciano o siervo ministerial. Más bien, los que reciben tal nombramiento son los que satisfacen los requisitos que las Escrituras suministran en 1 Timoteo 3:1-10, 12, 13; Tito 1:5-9 y textos relacionados.
Muchos de los que son precursores o que sirven como miembros de las familias de Betel sí llenan los requisitos necesarios para que se les reconozca como ancianos o siervos ministeriales. Aquellos que no los llenan, por supuesto, hacen voluntariamente del servicio directo de Dios su vocación, ofreciéndose de tiempo cabal a ese servicio. Su nombramiento como precursor o miembro de la familia de Betel es un reconocimiento de tal servicio voluntario. Sin embargo, ese nombramiento no tiene el mismo significado que “ordenación” según el término se entiende generalmente. Y el hecho de que se acepta a hermanas y también a personas jóvenes en sus años de adolescencia para el servicio de precursor y el servicio de Betel muestra que no sería apropiado aplicar ese término. Puesto que la Biblia misma solamente establece dos posiciones de responsabilidad en la congregación, las de anciano y siervo ministerial, limitamos nuestra aplicación del término “ministro ordenado” a los que están dentro de ese arreglo bíblico.
No obstante, en los Estados Unidos algunas agencias gubernamentales, como el Sistema de Selección para el Servicio Militar, han usado el término “ministro regular” además del término “ministro ordenado” para describir al que no ha sido “ordenado” pero que por vocación predica y enseña las creencias de una religión. Por esa razón, el que es precursor o miembro de una familia Betel y no es anciano o siervo ministerial, pero desea alguna evidencia para probar que su vocación es el servicio de tiempo cabal a Dios, puede pedir un certificado con ese propósito. El certificado suministrará la fecha en que él llegó a ser un precursor o miembro de la familia de Betel, declarando que, en virtud de haber hecho de ese servicio de tiempo cabal su vocación, él satisface los requisitos necesarios para estar incluido en la definición gubernamental de “ministro regular.”
¿Cambia de alguna manera esta información que hemos considerado la posición que bíblicamente ocupamos como individuos? No, no la cambia. ¿Cómo podría hacerlo cuando nuestros hermanos que hablan otros idiomas además de los cinco ya mencionados están sirviendo de la misma manera que nosotros y nunca se han aplicado a sí mismo los términos que corresponden al uso moderno de “ministro” y “ministro ordenado”? En realidad, nuestro hablar armonizará ahora más estrechamente con el de ellos. Así, en vez de afectar lo que somos, nuestro ajuste sencillamente pone nuestro uso de los términos “ministro” y “ministro ordenado” en conformidad con lo que la mayoría de las personas que hablan español y otros idiomas que se basan en el latín quieren decir al usar esos términos, y también elimina la distinción entre nuestra manera de hablar y la de nuestros hermanos en otros países. Cada uno de nosotros continúa siendo lo que él o ella era... un siervo de Dios, en algunos casos teniendo un nombramiento de congregación para alguna asignación de servicio, y en otros casos no.
De modo que, sirvamos unidamente, teniendo la “misma forma de pensar” que nuestros hermanos en todas partes del mundo, y que nuestro amor “abunde todavía más y más con conocimiento exacto y pleno discernimiento.” (Fili. 1:9) Reconozcamos que es Dios el que capacita a una persona para asignaciones particulares de responsabilidad y servicio en la congregación. (2 Cor. 3:4-6) Si hemos sido asignados de esta manera, efectuemos nuestro ministerio o asignación de servicio sin quejarnos y libres de cualquier motivo egoísta o deseo de glorificación propia, confiando en “la fuerza que Dios suministra.” (1 Ped. 4:11; 5:2; 2 Cor. 4:1, 5; Rom. 12:6-8) Que los que hayan sido asignados de esta manera demuestren ser como el apóstol Pablo y sus colaboradores asociados que estaban interesados en que ‘no se hallara nada censurable’ en el ministerio de servicio que se les había asignado y que debido a eso estaban sufriendo humilde y anuentemente penalidades de toda clase a fin de ‘recomendarse como verdaderos ministros o siervos de Dios.’—Lea 2 Corintios 6:3-10; 11:23-28.
Sí, que todos unidamente continuemos rindiendo “servicio sagrado” a Jehová Dios y a nuestro Señor Jesucristo de ahora en adelante y para siempre jamás.—Rom. 12:1; Rev. 7:15.