Una labor gratificante
1 El mensaje bíblico reconforta a todos los que lo aceptan y lo ponen en práctica en su vida (Sal. 19:7, 8). Les ayuda a liberarse de las enseñanzas falsas y las prácticas dañinas, y ofrece una esperanza confiable para el futuro. Sin embargo, las buenas nuevas de la verdad bíblica no solo benefician a las personas que las reciben; también sirven de estímulo a quienes las imparten (Pro. 11:25).
2 El ministerio nos revitaliza. Jesús aseguró que los que aceptaran el yugo del discipulado cristiano, que incluye la labor de predicar y hacer discípulos, hallarían “refrigerio para sus almas” (Mat. 11:29). Al propio Jesús le resultó fortalecedor ocuparse en dar testimonio. Para él era como alimento (Juan 4:34). Los setenta discípulos a quienes él envió a predicar se regocijaron al ver que Jehová respaldaba su labor (Luc. 10:17).
3 Hoy en día, participar en la predicación también vigoriza a los cristianos. Una hermana dijo: “El ministerio me satisface porque da sentido y orientación a mi vida. Cuando estoy predicando, los problemas personales y las tensiones cotidianas pasan a un segundo plano”. Otra ministra celosa comentó: “El ministerio [...] me ayuda a percibir diariamente que Jehová es real y me proporciona una paz y una felicidad que no pueden obtenerse de ninguna otra forma”. Nosotros también tenemos el gran honor de ser “colaboradores de Dios” (1 Cor. 3:9).
4 El yugo de Cristo es suave. Aunque a los cristianos se nos exhorta a ‘esforzarnos vigorosamente’, Jesús no nos exige más de lo que podemos dar (Luc. 13:24). De hecho, nos extiende la bondadosa invitación de ‘ponernos bajo su yugo con él’ (Mat. 11:29, nota). Quienes tienen que lidiar con circunstancias difíciles pueden estar seguros de que Dios se complace mucho en el servicio que, a pesar de las limitaciones, le ofrecen de toda alma (Mar. 14:6-8; Col. 3:23).
5 ¡Qué animador es servir a un Dios que valora todo lo que hacemos por su nombre! (Heb. 6:10.) Esforcémonos siempre por darle lo mejor de nosotros.