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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová (lenguaje sencillo) 2013
ws13 15/4 págs. 27-31

BIOGRAFÍA

Cincuenta años de precursoras cerca del círculo polar ártico

Relatada por Aili y Annikki Mattila

En una ocasión le dijimos a una amiga nuestra: “Para ti es fácil ser precursora porque tus padres están en la verdad y te apoyan”. Pero ella respondió: “Todos tenemos el mismo Padre”. Con estas palabras nos recordó algo muy importante: que nuestro Padre celestial cuida de todos sus siervos y los fortalece. Y tenía razón. Nuestra vida ha sido un ejemplo de esto.

VIVÍAMOS con nuestros ocho hermanos y nuestros padres en una granja en Ostrobotnia Septentrional (Finlandia). Durante la Segunda Guerra Mundial éramos pequeñas y vivíamos lejos de la mayoría de los conflictos. Aun así, sabíamos que había gente sufriendo. Una noche lanzaron bombas en las ciudades de Oulu y Kalajoki, y el cielo se puso rojo por el fuego. Nuestros padres nos enseñaron a escondernos tan pronto viéramos aviones de guerra. Así que nos gustó oír hablar a nuestro hermano mayor, Tauno, de que un día toda la Tierra sería un paraíso donde nadie sufriría.

Tauno aprendió la verdad a los 14 años, gracias a que leyó algunos libros de los Estudiantes de la Biblia. Debido a lo que había aprendido, no quiso unirse al ejército cuando empezó la Segunda Guerra Mundial. Así que lo metieron en la cárcel y lo trataron muy mal. Pero eso solo consiguió aumentar su deseo de servir a Jehová. Cuando por fin lo liberaron, empezó a predicar más. Su buen ejemplo nos animó a ir a las reuniones de los Testigos en un pueblo cercano. Nos pusimos a trabajar y ahorrar dinero para poder ir a las asambleas de distrito. Empezamos a cultivar cebollas y recoger frutos del bosque, y a coser para nuestros vecinos. Pero teníamos tanto trabajo que no siempre podíamos ir juntas a las asambleas.

De izquierda a derecha: Matti (padre), Tauno, Saimi, Maria Emilia (madre), Väinö (bebé), Aili y Annikki en 1935

Mientras más aprendíamos de Jehová y sus promesas, más lo amábamos. Las dos nos bautizamos en 1947. (Annikki tenía 15 años y Aili 17.) Saimi, otra de nuestras hermanas, también se bautizó ese año. Además, empezamos a darle clases de la Biblia a nuestra hermana Linnea, y con el tiempo ella y su familia también se hicieron Testigos. Después de bautizarnos, nos propusimos hacer de vez en cuando el precursorado de vacaciones, lo que hoy llamamos precursorado auxiliar.

NOS HACEMOS PRECURSORAS

De izquierda a derecha: Eeva Kallio, Saimi Mattila-Syrjälä, Aili, Annikki y Saara Noponen en 1949

En 1955 nos mudamos a Kemi, una ciudad más al norte. Las dos trabajábamos a tiempo completo. Queríamos ser precursoras, pero nos parecía que si trabajábamos menos no ganaríamos suficiente. Por eso queríamos ahorrar algún dinero. Fue entonces cuando la precursora mencionada al principio nos ayudó a ver que sí podíamos ser precursoras. En vez de confiar en nosotras mismas o en nuestra familia, debíamos confiar en Jehová.

Kaisu Reikko y Aili predicando

En ese entonces ya habíamos ahorrado suficiente para hacer el precursorado dos meses. Así que en mayo de 1957 solicitamos servir dos meses de precursoras en Pello, un pueblo de Laponia. Cuando acabaron esos dos meses, todavía nos quedaba todo el dinero. Así que pedimos quedarnos dos meses más. Después de aquellos cuatro meses, todavía no habíamos tocado nuestros ahorros. Entonces nos dimos cuenta de que no teníamos que preocuparnos, porque Jehová nos cuidaba. Después de cincuenta años en el precursorado, todavía guardamos ese dinero. Nos sentimos como si Jehová nos hubiera dicho lo mismo que le dijo a Isaías: “No tengas miedo. Yo mismo ciertamente te ayudaré” (Isaías 41:13).

Llevamos cincuenta años de precursoras y nunca nos ha faltado dinero

De viaje a la asamblea de Kuopio en 1952. De izquierda a derecha: Annikki, Aili y Eeva Kallio

En 1958, el superintendente de circuito nos propuso servir de precursoras especiales en Sodankylä, un pueblo de Laponia todavía más al norte. Para ese entonces había solo una hermana allí. Ella había aprendido la verdad de una forma muy curiosa. Un hijo suyo había ido de excursión con sus compañeros de clase a Helsinki, la capital de Finlandia. Durante la visita, una hermana mayor le dio una Atalaya y le dijo que se la diera a su madre. Cuando ella la leyó, se dio cuenta de inmediato de que enseñaba la verdad de la Biblia.

En el pueblo había un aserradero, o sea, un lugar donde se cortaba madera. Nosotras vivíamos en una habitación encima del aserradero, y allí mismo hacíamos las reuniones. Al principio solo nos reuníamos nosotras dos, la hermana y su hija, y lo único que hacíamos era leer la información que tocaba para esa semana. Con el tiempo, un hombre que había estudiado la Biblia con los Testigos empezó a trabajar en el aserradero. Tanto él como su familia comenzaron a venir a las reuniones, y más tarde él y su esposa se bautizaron. ¡Por fin había un hermano que podía dirigir las reuniones! Otros hombres que trabajaban en el aserradero también se animaron a venir a las reuniones y se hicieron Testigos. Así, aquel grupito pronto se convirtió en una congregación.

NO ERA FÁCIL PREDICAR

Para predicarles a las personas del territorio, a menudo teníamos que viajar largas distancias. En verano íbamos a pie, en bicicleta y hasta en barca. Las bicicletas eran muy útiles para ir a las asambleas y para visitar a nuestros padres, que vivían a cientos de kilómetros. En invierno nos íbamos temprano en autobús a algún pueblo, y al llegar empezábamos a predicar de casa en casa. Cuando terminábamos de visitar todas las casas, caminábamos hasta el siguiente pueblo. Algunas veces había mucha nieve en el camino. Así que era más fácil caminar cuando alguien había pasado antes. Lo malo era cuando nevaba de nuevo, porque entonces ya no podíamos seguir sus marcas en la nieve. Y al comenzar la primavera, cuando la nieve se iba derritiendo, era muy difícil caminar.

Predicando juntas en invierno

Aprendimos a abrigarnos muy bien contra el frío y la nieve. Nos poníamos medias de lana, dos o tres pares de calcetines y botas altas. Aun así, casi siempre se nos metía nieve en las botas. Por eso, al llegar a una casa, nos quitábamos las botas en la entrada y les sacudíamos la nieve. Para colmo, los abrigos se mojaban al rozar la nieve y el borde se congelaba. En una ocasión caminamos más de 11 kilómetros (7 millas) para llegar a una casa. Cuando llegamos, la señora nos dijo que debíamos de tener mucha fe para haber salido de casa con ese tiempo.

Cuando estábamos en un pueblo y empezaba a anochecer, le preguntábamos a la gente si podíamos pasar la noche en su casa. Las personas eran amables y abiertas, así que a menudo nos ofrecían un sitio donde dormir y algo de comer. Muchas veces dormíamos sobre la piel de un animal. Aunque las casas eran sencillas, algunas tenían cuarto para invitados. En una ocasión nos quedamos en una casa muy grande. La señora nos llevó arriba y nos dejó dormir en una cama preciosa con sábanas limpias. Muchas noches nos quedábamos hasta tarde conversando sobre temas bíblicos con la familia que nos alojaba. Por ejemplo, un matrimonio tenía tanto interés que una noche nos quedamos respondiendo sus preguntas hasta el amanecer. Ellos durmieron en un extremo de la habitación, y nosotras en el otro.

LAS ALEGRÍAS QUE NOS DIO LA PREDICACIÓN

El paisaje en Laponia era muy bonito, pero lo mejor de todo era la gente que escuchaba el mensaje de la Biblia. Algunos eran leñadores que se habían mudado allí para trabajar. A veces íbamos a predicar a una cabaña y nos sorprendía ver cuántos vivían allí. Les encantaba escuchar las verdades bíblicas y leer nuestras publicaciones.

Disfrutábamos mucho predicando. Un día, el reloj de la estación estaba adelantado y perdimos el autobús por cinco minutos, así que nos subimos en otro que iba a otro pueblo. Nunca habíamos predicado allí, por eso nos sorprendió cuando una joven nos dijo en la primera puerta: “Aquí están, las estaba esperando”. Resulta que nosotras le habíamos dado clases de la Biblia a su hermana, y la joven le había pedido a ella que nos dijera que fuéramos a visitarla ese día. Pero nadie nos lo había dicho. Empezamos varios estudios bíblicos con la joven y con algunos parientes suyos que vivían cerca. Pero al poco tiempo comenzamos a darles clases a todos juntos. En total estudiaban con nosotras doce personas. Con el tiempo, muchos de esa familia se hicieron Testigos.

En 1965 nos pidieron que nos mudáramos a Kuusamo, un pueblo más al sur. Cuando llegamos, la congregación era muy pequeñita, y predicar no era nada fácil. La gente era muy religiosa y no quería que le predicáramos. Aun así, había muchas personas que respetaban la Biblia. Nos esforzamos por conocer a la gente, y después de dos años fue más fácil empezar estudios bíblicos.

TODAVÍA SEGUIMOS PREDICANDO

También disfrutamos de la predicación cuando llueve

En la actualidad seguimos predicando casi a diario, aunque ya no aguantamos todo el día. Como el territorio de la congregación es tan grande, nuestro sobrino animó a Aili para que aprendiera a conducir. Así que en 1987, cuando Aili tenía 56 años, se sacó la licencia. Gracias a eso, hoy nos resulta más fácil llegar a las zonas más lejanas de nuestro territorio. Además, ahora vivimos en un apartamento al lado de nuestro nuevo Salón del Reino.

Nos emociona ver cuántas personas han aceptado la verdad en el norte de Finlandia. Cuando empezamos el precursorado, había muy pocos publicadores. Ahora hay varias congregaciones y forman un circuito. No es raro que en las asambleas se nos acerque alguien y nos diga que, cuando era niño, le dábamos clases bíblicas a su familia. Sin duda, Jehová ha bendecido nuestros esfuerzos (1 Corintios 3:6).

Con algunos hermanos a los que les enseñamos la verdad

En 2008 cumplimos cincuenta años de precursoras especiales. Le agradecemos a Jehová que hayamos podido servirle juntas todos estos años. Así nos hemos podido animar la una a la otra. Hemos llevado una vida sencilla, pero nunca nos ha faltado nada (Salmo 23:1). Hemos visto que las preocupaciones que teníamos al comenzar el precursorado no tenían ningún sentido. Nos ha fortalecido ver cómo se ha cumplido en nuestra vida lo que Jehová le prometió a Isaías: “Yo cierta y verdaderamente te ayudaré. Sí, yo verdaderamente te mantendré firmemente asido con mi diestra” (Isaías 41:10).

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