Nota
a En ocasiones, los mismos caudillos religiosos han sido guerreros. En la batalla de Hastings (1066), el obispo católico Odo justificó su participación activa en la guerra llevando un mazo en vez de una espada. Decía que si no derramaba sangre, el hombre de Dios podía matar legítimamente. Cinco siglos más tarde, el cardenal Cisneros dirigió personalmente la invasión española del norte de África.