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  • “Esta vez quizás cambie”
    ¡Despertad! 2001 | 8 de noviembre
    • “Esta vez quizás cambie”

      ROXANAa es una atractiva señora llena de vitalidad que vive en América del Sur con su marido, un respetado cirujano, y sus cuatro hijos. “Mi esposo —señala— es un encanto con las mujeres y goza de las simpatías de los hombres.” Pero tiene su lado oculto, que desconocen hasta los amigos más íntimos del matrimonio: “En casa es un monstruo dominado por los celos”.

      La ansiedad se trasluce en su rostro mientras prosigue con el relato: “Todo comenzó cuando llevábamos casados unas pocas semanas. Nos visitaron mis hermanos y mi madre, y disfrutamos mucho hablando y riéndonos juntos. Pero cuando se fueron, me arrojó con furia al sofá. Yo no podía creerlo”.

      Por desgracia, la pesadilla apenas comenzaba, pues sufrió golpes durante años. Los abusos suelen seguir el mismo patrón: él la ataca, se deshace en disculpas, promete no hacerlo más, mejora por un tiempo y luego vuelve a las andadas. “Siempre me digo: ‘Esta vez quizás cambie’ —añade Roxana—. Aun si me voy de casa, acabo regresando a su lado.”

      Ella teme que la violencia vaya a más. “Ha amenazado con matarnos a mí y a los niños y también con suicidarse —agrega—. En una ocasión llegó a ponerme unas tijeras al cuello. En otra me intimidó con una pistola, me apuntó a la oreja y apretó el gatillo. Menos mal que no tenía balas, pero casi me muero del susto.”

      La tradición del silencio

      Al igual que Roxana, millones de mujeres de todo el mundo sufren a manos de hombres violentos.b A menudo guardan silencio sobre el suplicio que padecen. Piensan que será inútil denunciar el abuso. A fin de cuentas, más de un maltratador ha negado las acusaciones con frases como “Mi esposa es muy nerviosa” o “Es algo exagerada”.

      Es deplorable que buen número de mujeres vivan aterradas ante la posibilidad de que las ataquen en el lugar donde deberían sentirse más seguras: su propio hogar. Por desgracia, se suele compadecer más al agresor que a la víctima. Hay personas que se resisten a creer que un hombre que proyecta una imagen de perfecto ciudadano golpee a su cónyuge. Así ocurrió cuando una señora llamada Anita mencionó que su marido, muy respetado en la localidad, la atacaba. Ella relata: “Un amigo nuestro me dijo: ‘¿Cómo te atreves a acusar a un hombre tan bueno?’. Otro señaló que me lo habría buscado. Aun cuando fueron patentes sus agresiones, hubo amistades mías que comenzaron a evitarme. Creían que debería haber soportado la situación, pues ‘así son los hombres’”.

      Como indica esta experiencia, muchos no logran comprender la triste realidad del maltrato conyugal. ¿Qué lleva a un hombre a tratar con tanta crueldad a la mujer que dice amar? ¿De qué ayuda disponen las víctimas de la violencia?

  • ¿Por qué las golpean?
    ¡Despertad! 2001 | 8 de noviembre
    • ¿Por qué las golpean?

      SEGÚN algunos expertos, la mujer corre más riesgo de morir a manos de su pareja que a manos de cualquier otro agresor. Con objeto de poner coto al maltrato conyugal, se han llevado a cabo numerosos estudios: ¿Qué clase de hombres atacan a sus esposas? ¿Qué infancia tuvieron? ¿Fueron violentos durante el noviazgo? ¿Cómo responden al tratamiento médico?

      Los especialistas en el tema han descubierto que no existe un único tipo de maltratador, sino toda una gama. En un extremo se encuentra el que recurre a la violencia de forma esporádica, sin tener armas ni antecedentes de abuso conyugal; en su caso, el episodio violento es de carácter aislado y parece estar motivado por factores externos. En el otro extremo se halla quien ha convertido los golpes en un fenómeno crónico, continuo, y da pocas muestras de remordimiento, o ninguna.

      No obstante, la existencia de varias categorías de agresores no significa que algunas modalidades de abuso no revistan gravedad. Todo maltrato físico puede causar lesiones e incluso la muerte. Por consiguiente, el hecho de que la violencia de un individuo sea menos frecuente o intensa que la de otro no constituye una excusa. No existen palizas “aceptables”. Ahora bien, ¿qué puede inducir a un marido a atentar contra la integridad física de la persona que se comprometió a amar toda la vida?

      Un problema familiar

      Como cabría esperar, muchos agresores vivieron en su propia familia el abuso. “La mayoría [...] se crió en ‘campos de batalla’ domésticos —señala Michael Groetsch, quien pasó más de veinte años estudiando el abuso conyugal—. Desde su más tierna infancia crecieron en ambientes hostiles donde la violencia era ‘normal’.” Según una especialista en el tema, el varón que se desarrolle en tal medio “puede asimilar muy tempranamente el desprecio que su padre siente por las mujeres. El niño aprende que un hombre debe tener siempre controladas a las mujeres, y que la forma de conseguirlo es asustarlas, hacerles daño y humillarlas. Al mismo tiempo, aprende que la única forma segura de conseguir la aprobación del padre es conducirse como él se conduce”.

      La Biblia indica con claridad que, para bien o para mal, la conducta paterna incide significativamente en el hijo (Proverbios 22:6; Colosenses 3:21). Aunque el ambiente familiar no excusa nunca al agresor, tal vez ayude a explicar las raíces de su personalidad violenta.

      La influencia cultural

      Hay países donde resulta aceptable, e incluso normal, agredir a las mujeres. “En muchas sociedades es una convicción profundamente arraigada que el esposo tiene derecho a golpear o intimidar físicamente a su esposa”, señala un informe de la ONU.

      Hasta en naciones donde se consideran intolerables tales agresiones, muchos varones recurren a la violencia. En algunos casos es pasmosa la irracionalidad de su forma de pensar. Según el semanario sudafricano Weekly Mail and Guardian, un estudio realizado en la península de El Cabo reveló que la mayoría de quienes afirmaban no maltratar a sus esposas creían que era permisible darles un golpe y que esa acción no era violenta.

      Es patente que este criterio tan distorsionado suele adquirirse en la niñez. Por ejemplo, un estudio realizado en Gran Bretaña indicó que el 75% de los varones de 11 y 12 años consideran apropiado que un hombre golpee a una mujer si esta le provoca.

      Comportamiento inexcusable

      Los factores que acaban de exponerse ayudan a entender el abuso conyugal, pero de ningún modo lo disculpan. En pocas palabras, golpear al cónyuge es un grave pecado a los ojos de Dios, quien señala en la Biblia que “los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama, porque nadie jamás ha odiado a su propia carne; antes bien, la alimenta y la acaricia, como también el Cristo hace con la congregación” (Efesios 5:28, 29).

      Las Escrituras predijeron hace siglos que en “los últimos días” de este sistema muchos hombres serían “despiadados, implacables” e “inhumanos” (2 Timoteo 3:1-3, Biblia del Peregrino). La epidemia de abusos conyugales constituye una indicación más de que vivimos precisamente en el período del que habla esta profecía. Sin embargo, ¿cómo podemos ayudar a la víctima? ¿Hay esperanza de que el agresor modifique su conducta?

      [Comentario de la página 5]

      “Quien ataca a su esposa es tan delincuente como quien golpea a un extraño.” (When Men Batter Women [Cuando los hombres pegan a las mujeres].)

      [Recuadro de la página 6]

      El Machismo domina al mundo

      El vocablo machismo, que ha pasado del español a otros idiomas, designa la ideología de los hombres que se consideran superiores a las mujeres, actitud que se traduce en un comportamiento abusivo contra ellas. Pero este fenómeno no se limita en modo alguno al mundo hispano, como indican las siguientes noticias.

      Egipto: Un estudio de tres meses de duración realizado en Alejandría indicó que la violencia doméstica es la causa principal de lesiones entre las mujeres, así como del 27,9% de sus consultas a los servicios de traumatología (Resumen analítico 5 de la cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer).

      Tailandia: En el mayor suburbio de Bangkok, el 50% de las casadas padecen palizas frecuentes (Pacific Institute for Women’s Health).

      Hong Kong: “El número de mujeres que denuncian los abusos sufridos a manos de sus compañeros ha aumentado en más de un cuarenta por ciento durante el año pasado” (South China Morning Post, 21 de julio de 2000).

      Japón: La cantidad de mujeres que acudieron a un centro de acogida pasó de 4.843 en 1995 a 6.340 en 1998. “Un tercio de ellas dijo que habían solicitado ayuda en vista del comportamiento violento de sus maridos.” (The Japan Times, 10 de septiembre de 2000.)

      Gran Bretaña: “Cada seis segundos se viola, golpea o apuñala a alguien en un hogar británico”. Según un informe de Scotland Yard, “la policía recibe 1.300 llamadas diarias de víctimas de la violencia doméstica: más de 570.000 cada año. En el 81% de los casos se trata de mujeres agredidas por varones” (The Times, 25 de octubre de 2000).

      Perú: El 70% de los delitos denunciados son obra de maridos que golpean a sus mujeres (Pacific Institute for Women’s Health).

      Rusia: “En un año, 14.500 rusas murieron a manos del esposo, y 56.400 quedaron incapacitadas o malheridas en ataques domésticos” (The Guardian).

      China: “Es un nuevo problema que se extiende con rapidez, sobre todo en las zonas urbanas —señala la profesora Chen Yiyun, directora del Centro Familiar Jinglun—. [...] La presión de los vecinos ya no pone coto a la violencia en el hogar” (The Guardian).

      Nicaragua: “Se disparan los ataques contra la mujer en Nicaragua. Según un estudio, el 52% de las ciudadanas sufrieron el año pasado alguna agresión a manos de los hombres con quienes conviven” (BBC News).

      [Recuadro de la página 7]

      Indicadores de riesgo

      Según un estudio dirigido por Richard J. Gelles en la Universidad de Rhode Island (EE. UU.), los siguientes factores constituyen indicadores de riesgo de que el hombre abuse física y emocionalmente de su compañera:

      1. Ha cometido antes alguna agresión doméstica.

      2. Está desempleado.

      3. Consume drogas al menos una vez al año.

      4. Vio al padre golpear a la madre cuando vivía con ellos.

      5. Cohabita sin haberse casado.

      6. Percibe un salario bajo.

      7. No ha finalizado los estudios de secundaria.

      8. Tiene entre 18 y 30 años.

      9. Él (o su mujer) maltrata a los hijos.

      10. Se encuentra por debajo del umbral de la pobreza.

      11. Proviene de una cultura diferente a la de su pareja.

      [Ilustración de la página 7]

      La violencia doméstica deja graves secuelas en los niños

  • Ayuda para la mujer maltratada
    ¡Despertad! 2001 | 8 de noviembre
    • Ayuda para la mujer maltratada

      ¿QUÉ ayuda puede darse a la mujer agredida? En primer lugar, hay que comprender sus circunstancias. Además de golpes, no es raro que sufra abusos verbales e intimidación, por lo que se siente inútil e indefensa.

      Tomemos como ejemplo a Roxana, cuya historia se refirió en el primer artículo. A veces, su esposo emplea la lengua como arma. “Me aplica calificativos denigrantes —confiesa—. Me dice: ‘Ni siquiera acabaste la escuela. ¿Cómo ibas a cuidar tú de los niños sin mí? Eres una holgazana y una pésima madre. ¿Crees que te los dejarían si me abandonaras?’.”

      También la controla fiscalizando hasta el último centavo. No le permite usar el automóvil y realiza varias llamadas durante el día para saber qué está haciendo. Además, Roxana ha aprendido a reservarse siempre la opinión, pues su marido se encoleriza cuando ella manifiesta su preferencia en algún particular.

      Como vemos, el maltrato conyugal es un asunto complejo. Para apoyar a la víctima, debemos escucharla con actitud compasiva, pues por lo general no le resultará fácil hablar de lo que le pasa. El objetivo es fortalecerla para que lidie con la situación al paso que estime oportuno.

      En algunos casos, la mujer quizá tenga que recurrir a las autoridades. A veces tiene que presentarse una crisis —como la intervención policial— para que el maltratador comprenda la gravedad de sus actos. Pero muy a menudo este pierde la motivación de cambiar tan pronto pasa el difícil trance.

      ¿Debería la víctima dejar al esposo? Aunque la Biblia indica que la separación conyugal no debe tratarse nunca a la ligera, tampoco obliga a la mujer a quedarse junto a alguien que ponga en peligro su salud o incluso su propia vida. El apóstol Pablo escribió: “Si hubiese de separarse, que permanezca sin casarse o se reconcilie con su marido” (1 Corintios 7:10-16, Biblia interconfesional). Dado que las Escrituras no prohíben la separación en casos extremos, lo que ella haga es una decisión personal (Gálatas 6:5). Nadie debe presionarla para que deje al esposo, pero tampoco para que siga a su lado cuando corra peligro su salud, su vida o su espiritualidad.

      ¿Hay esperanza para el golpeador?

      Las agresiones conyugales constituyen una violación flagrante de los principios bíblicos. Dice Efesios 4:29, 31: “No proceda de la boca de ustedes ningún dicho corrompido [...]. Que se quiten toda amargura maliciosa y cólera e ira y gritería y habla injuriosa, junto con toda maldad”.

      Nadie que afirme ser cristiano puede maltratar a su esposa y decir que la ama. Si abusara de ella, ¿qué valor tendrían las buenas obras que hiciera? Además, ningún “golpeador” reúne los requisitos para recibir privilegios especiales en la congregación cristiana (1 Timoteo 3:3; 1 Corintios 13:1-3). Lo que es más, quien se deje llevar por los arrebatos de cólera en repetidas ocasiones y no demuestre arrepentimiento se arriesga a ser expulsado de la congregación (Gálatas 5:19-21; 2 Juan 9, 10).

      ¿Pueden modificar su conducta los hombres violentos? Algunos lo han hecho. Pero, por lo general, no cambiarán a menos que 1) admitan que obran mal, 2) deseen enmendarse y 3) pidan ayuda. Los testigos de Jehová han constatado que las Escrituras son un poderoso medio para propiciar dicha transformación. Muchas personas que estudian la Biblia con ellos llegan a desear fervientemente agradar a Jehová Dios y aprenden que “Su alma ciertamente odia a cualquiera que ama la violencia” (Salmo 11:5). Claro, para que el agresor se reforme no basta con que deje de pegar a su esposa. Es necesario que aprenda a verla con nuevos ojos.

      Cuando el hombre adquiere el conocimiento divino, aprende que su esposa no es una criada, sino una “ayudante”, y que no es inferior, sino una compañera que merece “honra” (Génesis 2:18; 1 Pedro 3:7). También asimila conceptos como la compasión y la necesidad de escuchar su opinión (Génesis 21:12; Eclesiastés 4:1). El programa de estudio bíblico que ofrecen los testigos de Jehová ha beneficiado a muchos matrimonios. En efecto, en la familia cristiana no hay lugar para el despotismo, la tiranía ni la intimidación (Efesios 5:25, 28, 29).

      Dado que “la palabra de Dios es viva, y ejerce poder” (Hebreos 4:12), la sabiduría bíblica permite que las parejas analicen los problemas que afrontan y les infunde el valor necesario para solventarlos. Más aún, las Escrituras ofrecen una esperanza fidedigna y alentadora: vivir en un mundo sin violencia cuando el Rey celestial de Jehová gobierne a todos los seres humanos obedientes. La Biblia dice que “él librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. De la opresión y de la violencia les redimirá el alma” (Salmo 72:12, 14).

      [Comentario de la página 12]

      En la familia cristiana no hay lugar para el despotismo, la tiranía ni la intimidación

      [Recuadro de la página 8]

      ERRORES MUY DIFUNDIDOS

      • La maltratada es culpable de las agresiones que sufre. El marido violento no suele hacerse responsable por sus actos, que achaca a la provocación de su esposa. Hasta algunos amigos de la familia llegan a creer que se trata de una mujer difícil, y que no es raro que él pierda los estribos ocasionalmente. Pero este razonamiento defiende al atacante y acusa a la víctima, quien, en realidad, suele realizar grandes esfuerzos por calmarlo. En todo caso, no hay justificación alguna para tales abusos. La obra El golpeador: un perfil psicológico dice: “Los hombres a quienes los tribunales envían a [recibir] tratamiento por haber agredido a sus esposas son adictos a la violencia. Se valen de ella para librarse de la ira y la depresión; para asumir el control y resolver conflictos, y para reducir la tensión. [...] A menudo ni siquiera son capaces de reconocer su rol ni de tomar en serio el problema”.

      • El alcohol lleva al hombre a golpearla. Aunque es cierto que hay quienes se vuelven más violentos al beber, ¿es lógico culpar al alcohol? “El agresor se escuda en la borrachera para no asumir su error —señala K. J. Wilson en su libro When Violence Begins at Home (Cuando la violencia comienza en casa)—. [...] Por lo visto, en nuestra sociedad resulta más comprensible la brutalidad si el perpetrador está ebrio. Al considerar que su compañero es bebedor o alcohólico, la agredida evita verlo como maltratador.” Tal modo de razonar, señala Wilson, quizás le haga concebir vanas esperanzas de que “si él deja el alcohol, cesará la violencia”.

      En la actualidad, buen número de estudiosos ve como dos problemas diferenciados la bebida y el maltrato. A fin de cuentas, la mayoría de los consumidores de sustancias adictivas no golpean a sus cónyuges. “La razón principal por la que se perpetúan las agresiones es por su eficacia para controlar, intimidar y subyugar a las mujeres —señalan los autores del libro When Men Batter Women (Cuando los hombres pegan a las mujeres)—. [...] Aunque el alcohol y las drogas forman parte de la vida del golpeador, sería erróneo concluir que son los desencadenantes de la violencia.”

      • El agresor conyugal es violento con todo el mundo. Por el contrario, muchas veces es capaz de ser un magnífico amigo con los demás. Presenta dos personalidades totalmente diferentes, como el doctor Jekyll que se transforma en el cruel míster Hyde. De ahí que a los amigos de la familia les parezca inconcebible que sea violento. Lo cierto es que escoge la brutalidad como medio para dominar a su esposa.

      • A ellas no les importa recibir golpes. Esta idea probablemente se deba a la incomprensión de las circunstancias desesperadas que dejan a la mujer sin salida. Cierto, tal vez pueda recurrir a amigos que la acojan una o dos semanas, pero ¿y luego? La idea de buscar trabajo, pagar un alquiler y al mismo tiempo cuidar de los hijos desalienta a cualquiera. Además, las leyes tal vez prohíban que se marche con los niños. Algunas esposas han intentado irse, pero sus maridos han averiguado su paradero y las han hecho volver, a la fuerza o con promesas melosas. Las amistades que no logran entender los factores implicados quizás crean que a la víctima no le importa sufrir.

  • “A veces creo que es un sueño”
    ¡Despertad! 2001 | 8 de noviembre
    • “A veces creo que es un sueño”

      Lourdes contempla el panorama de la ciudad por la ventana de su apartamento, tapándose con los dedos la boca temblorosa. Esta señora latinoamericana soportó las agresiones de Alfredo, su esposo, por más de veinte años. Aunque él recibió la motivación necesaria y logró cambiar, a ella aún le cuesta hablar del dolor físico y mental que padeció.

      “Todo comenzó a las dos semanas de la boda —señala Lourdes en voz baja—. Una vez me hizo saltar dos dientes de un puñetazo. En otra ocasión esquivé el golpe, y dio con el puño al armario. Pero lo que más me dolía eran los insultos. Me llamaba ‘trasto inútil’ y me trataba como si no tuviera inteligencia. Quería irme, pero ¿cómo iba a hacerlo con tres hijos?”

      Alfredo le acaricia el hombro. “Soy un profesional de alto rango —dice—. Así que el día en que me entregaron la citación y la orden de protección, me sentí humillado. Traté de cambiar, pero no tardé en volver a las andadas.”

      ¿Qué suscitó el cambio? “La tendera de la esquina es testigo de Jehová —señala Lourdes, ahora mucho más calmada—. Se ofreció a darme lecciones bíblicas, y así aprendí que Jehová Dios valora a la mujer. Comencé a asistir a las reuniones de los Testigos, aunque al principio Alfredo se enfureció. Para mí fue una experiencia nueva disfrutar de la compañía de los hermanos en el Salón del Reino. Me sorprendió ver que era capaz de tener mis propias convicciones, expresarlas con libertad e incluso enseñarlas. Comprendí que Dios me valoraba y cobré ánimo.

      ”Entretanto, Alfredo seguía yendo a misa todos los domingos y se quejaba de mis actividades con los testigos de Jehová. Entonces llegó el momento decisivo que nunca olvidaré. Un día lo miré fijamente a los ojos, y con calma, pero segura, le dije: ‘Alfredo, tus creencias no son las mías’. ¡Y no me golpeó! Poco después me bauticé, ya hace cinco años, y desde entonces no me ha vuelto a poner la mano encima.”

      Pero iban a sucederse cambios mayores. Alfredo explica: “Unos tres años después del bautismo de Lourdes, me invitó un colega a su casa. También era testigo de Jehová y me mencionó puntos fascinantes de las Escrituras. Sin decírselo a mi esposa, comencé a estudiar la Biblia con él. Enseguida empecé a acompañarla a las reuniones, en las que oí muchos discursos sobre la vida de familia, lo que a menudo me abochornaba”.

      Algo que le impresionó fue ver que hasta los varones de la congregación barrían el piso al acabar las reuniones. En las visitas que realizó a sus hogares, vio que los maridos ayudaban a su mujer a lavar los platos. Estos detalles le enseñaron cómo actúa el amor verdadero.

      Poco después se bautizó, y en la actualidad tanto él como su esposa son evangelizadores de tiempo completo. “Él me ayuda muchas veces a quitar la mesa y hacer las camas —comenta Lourdes—. Hace cumplidos sobre la comida y me deja elegir, mientras que antes ni siquiera me hubiera permitido seleccionar la música que prefiero o los artículos domésticos. Hace poco me compró por primera vez un ramo de flores. A veces creo que es un sueño.”

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