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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • Fuerza de vida y aliento. En las criaturas terrestres o “almas” se conjugan la fuerza activa de vida, o “espíritu” que las anima, y el aliento que sustenta esa fuerza de vida. Tanto el espíritu (fuerza de vida) como el aliento son dones de Dios; Él puede destruir la vida quitando cualquiera de estas dos cosas. (Sl 104:29; Isa 42:5.) En el tiempo del Diluvio, los animales y los humanos se ahogaron; su aliento cesó y la fuerza de vida se extinguió. “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento de la fuerza de vida [literalmente, “todo en lo que [había] el aliento de la fuerza activa (espíritu) de vida en sus narices”], a saber, cuanto había en el suelo seco, murió.” (Gé 7:22, nota; compárese con ATI, BAS, CI, CJ, DK, Mod, SA, Val; véase ESPÍRITU.)

  • Vida
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • La transmisión de la fuerza de vida. Jehová dio origen a la fuerza de vida de las primeras criaturas de cada “género” (por ejemplo: de la primera pareja humana), fuerza de vida que podría transmitirse después a la prole por medio de la reproducción. Tras la concepción, los mamíferos le aportan oxígeno y otros nutrientes a la criatura hasta el momento de su nacimiento, cuando esta ya empieza a respirar por sí misma, lactar y, finalmente, comer.

      Cuando Dios creó a Adán, formó su cuerpo, que necesitaba tanto el espíritu (fuerza de vida) como la respiración para poder vivir y mantenerse vivo. En Génesis 2:7 se dice que Dios procedió a “soplar en sus narices el aliento [forma de nescha·máh] de vida, y el hombre vino a ser alma viviente”. La expresión “aliento de vida” debe referirse a algo más que el mero hecho de respirar. Dios puso en Adán el espíritu o germen de vida, así como el sistema respiratorio para sostenerla. Fue entonces cuando Adán se convirtió en persona viviente y pudo dar expresión a las características de su personalidad, como también demostrar mediante la facultad del habla y sus acciones que era superior a los animales, que era un “hijo de Dios”, hecho a Su imagen y semejanza. (Gé 1:27; Lu 3:38.)

      La vida del hombre y de los animales depende de la fuerza de vida iniciada en el primer ejemplar de cada especie y de la función de la respiración, esencial para sostenerla. La ciencia biológica da testimonio de este hecho por la forma en la que algunas autoridades intentan clasificar las diversas facetas del proceso de morir: muerte clínica, que es el cese de las funciones del sistema circulatorio y respiratorio; muerte cerebral, que es el cese absoluto e irreversible de las funciones cerebrales; muerte somática, que consiste en la desaparición gradual y finalmente definitiva de las funciones vitales de todos los órganos y tejidos del cuerpo. Así que, aunque se haya producido el cese completo de la función respiratoria, cardiaca y cerebral, la fuerza de vida todavía subsiste por un tiempo en los tejidos del cuerpo.

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