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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • Tres meses después de haber salido de Egipto, se convirtieron en una nación independiente bajo el pacto de la Ley inaugurado en el monte Sinaí. (Heb 9:19, 20.) Las Diez Palabras o Diez Mandamientos escritos “por el dedo de Dios” formaban la armazón de ese código nacional, al que se añadieron aproximadamente otras 600 leyes, estatutos, regulaciones y decisiones judiciales. Fue el conjunto de leyes más amplio de cualquier nación antigua, leyes que explicaban con gran detalle la relación del hombre con su Dios y con su semejante. (Éx 31:18; 34:27, 28.)

      Por tratarse de una teocracia pura, toda la autoridad judicial, legislativa y ejecutiva descansaba en Jehová. (Isa 33:22; Snt 4:12.) A su vez, el Gran Teócrata delegaba parte del poder administrativo en los representantes que Él escogía. El código de la Ley mismo hasta contemplaba que finalmente habría una dinastía de reyes que representarían a Jehová en asuntos civiles. Estos reyes, sin embargo, no eran monarcas absolutos, ya que el sacerdocio era una institución separada e independiente de la realeza, y, en realidad, los reyes se sentaban en “el trono de Jehová” como sus representantes, de modo que estaban sujetos a sus directrices y disciplina. (Dt 17:14-20; 1Cr 29:23; 2Cr 26:16-21.)

      El código constitucional situaba la adoración a Jehová sobre cualquier otro asunto y dominaba todo aspecto de la vida y actividad de la nación. La idolatría constituía una traición que se pagaba con la muerte. (Dt 4:15-19; 6:13-15; 13:1-5.) El centro visible de adoración, donde se hacían los sacrificios prescritos, fue en principio el tabernáculo y más tarde el templo. El sacerdocio instituido por Dios poseía el Urim y el Tumim, mediante los que se recibía la respuesta de Jehová a cuestiones difíciles y de importancia vital. (Éx 28:30.) A fin de mantener la unidad y la salud espiritual de la nación, se celebraban asambleas regulares para hombres —cuya asistencia era obligatoria—, mujeres y niños. (Le 23:2; Dt 31:10-13.)

      También se organizó un sistema de jueces sobre “decenas”, “cincuentenas”, “centenas” y “millares”, lo que permitía resolver con prontitud los asuntos judiciales del pueblo. En caso de apelación, se recurría a Moisés, quien, si lo juzgaba necesario, presentaba el caso ante Jehová para tomar una decisión definitiva. (Éx 18:19-26; Dt 16:18.) La organización militar, reclutamiento y distribución del mando, guardaba una disposición numérica parecida. (Nú 1:3, 4, 16; 31:3-6, 14, 48.)

      Los cabezas hereditarios de las tribus, ancianos experimentados, sabios y prudentes, ocuparon los diversos puestos civiles, judiciales y militares. (Dt 1:13-15.) Estos ancianos representaban a la congregación de Israel delante de Jehová, y por medio de ellos Jehová y Moisés hablaron al pueblo en general. (Éx 3:15, 16.) Eran hombres que escuchaban con paciencia causas judiciales, ponían en vigor los diversos aspectos del pacto de la Ley (Dt 21:18-21; 22:15-21; 25:7-10), acataban las decisiones divinas que ya se habían pronunciado (Dt 19:11, 12; 21:1-9), proporcionaban jefatura militar (Nú 1:16), confirmaban tratados ya negociados (Jos 9:15) y, como comité bajo la jefatura del sumo sacerdote, desempeñaban otras responsabilidades (Jos 22:13-16).

      Este nuevo estado teocrático de Israel, con su autoridad centralizada, todavía conservaba el sistema patriarcal de doce divisiones tribales. Sin embargo, a fin de librar a la tribu de Leví de prestar servicio militar (de manera que pudiese dedicar su tiempo exclusivamente a asuntos religiosos) y aun así contar con doce tribus que se dividiesen en doce partes la Tierra Prometida, se reajustaron las listas genealógicas oficiales. (Nú 1:49, 50; 18:20-24.) También había que resolver la cuestión de los derechos de primogénito. Rubén, el primogénito de Jacob, tenía derecho a una porción doble de la herencia (compárese con Dt 21:17), pero había perdido este derecho al tener relaciones inmorales incestuosas con la concubina de su padre. (Gé 35:22; 49:3, 4.) Había que llenar la vacante de Leví entre los doce, así como la vacante del que tenía los derechos de primogénito.

      De una forma relativamente sencilla Jehová resolvió ambos asuntos con una sola acción. Los dos hijos de José, Efraín y Manasés, recibieron reconocimiento completo como cabezas tribales. (Gé 48:1-6; 1Cr 5:1, 2.) Así volvía a haber doce tribus, aparte de la de Leví, y se le daba representativamente una porción doble de la tierra a José, el padre de Efraín y Manasés. De ese modo se le quitaron los derechos de primogénito a Rubén, el primer hijo de Lea, y se le dieron a José, el primogénito de Raquel. (Gé 29:31, 32; 30:22-24.) Con estos ajustes, los nombres de las doce tribus (no levitas) de Israel fueron: Rubén, Simeón, Judá, Isacar, Zabulón, Efraín, Manasés, Benjamín, Dan, Aser, Gad y Neftalí. (Nú 1:4-15.)

  • Israel
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • Israel bajo los jueces. Después de la muerte de Moisés, Josué condujo a los israelitas a través del Jordán en el año 1473 a. E.C. a una tierra ‘que manaba leche y miel’. (Nú 13:27; Dt 27:3.) En una campaña arrolladora que duró seis años, conquistaron el territorio situado al O. del Jordán, dominado hasta entonces por 31 reyes, y también ciudades fortificadas, como Jericó y Hai. (Jos 1–12.) Las llanuras costeras y ciertos enclaves, como la fortaleza jebusea que posteriormente llegó a ser la Ciudad de David, fueron excepciones. (Jos 13:1-6; 2Sa 5:6-9.) Esos elementos desafiadores de Dios a los que se permitió permanecer en la tierra fueron para Israel como espinas y cardos en su costado, y los matrimonios entre ellos y los israelitas no hicieron más que aumentar el dolor. Durante un período de más de trescientos ochenta años, desde la muerte de Josué hasta que David los subyugó por completo, esos adoradores de dioses falsos actuaron “como agentes para probar a Israel, para saber si obedecerían los mandamientos de Jehová”. (Jue 3:4-6.)

      Como Jehová había mandado a Moisés, el territorio recién conquistado se dividió entre las tribus de Israel por sorteo. Se seleccionaron seis “ciudades de refugio” para la seguridad de los homicidas involuntarios. Esas y otras 42 ciudades, junto con su terreno agrícola circundante, se asignaron a la tribu de Leví. (Jos 13–21.)

      Todas las ciudades nombraron jueces y oficiales en sus puertas para encargarse de los asuntos judiciales, tal como preveía el pacto de la Ley (Dt 16:18), así como ancianos que administraban los intereses generales de la ciudad en representación del pueblo. (Jue 11:5.) Aunque las tribus mantuvieron su identidad y sus herencias, desapareció una buena parte del control centralizado que se había ejercido durante la estancia en el desierto. La canción de Débora y Barac, las incidencias de las batallas de Gedeón y las actividades de Jefté revelan los problemas que surgieron por no actuar en unidad después que Moisés y su sucesor Josué desaparecieron de la escena y el pueblo dejó de buscar la guía de su cabeza invisible, Jehová Dios. (Jue 5:1-31; 8:1-3; 11:1–12:7.)

      Tras la muerte de Josué y de los ancianos de su generación, el pueblo empezó a vacilar en su fidelidad y obediencia a Jehová, como un gran péndulo que se desplaza de un lado para otro entre la adoración verdadera y la falsa. (Jue 2:7, 11-13, 18, 19.) Cuando abandonaban a Jehová y se volvían a servir a los baales, Él quitaba su protección y permitía a las naciones circundantes que se lanzasen al saqueo de la tierra. Tal opresión les hacía ver la necesidad de actuar unidamente, por lo que el descarriado Israel clamaba a Jehová y Él, a su vez, levantaba jueces o salvadores para librar al pueblo. (Jue 2:10-16; 3:15.) Hubo una sucesión de esta clase de jueces valientes después de Josué, como Otniel, Ehúd, Samgar, Barac, Gedeón, Tolá, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón y Sansón. (Jue 3–16.)

      Cada liberación tuvo un efecto unificador en la nación. También hubo otros incidentes unificadores. En una ocasión, cuando la concubina de un levita fue salvajemente violada, once tribus se unieron contra la tribu de Benjamín movidos por un sentimiento de culpa y responsabilidad nacional. (Jue 19, 20.) En otra ocasión, todas las tribus se congregaron en torno al arca del pacto en el tabernáculo que erigieron en Siló. (Jos 18:1.) Por lo tanto, supuso una pérdida nacional que los filisteos capturaran el Arca por culpa del comportamiento impropio y disoluto del sacerdocio de aquella época, en especial el de los hijos del sumo sacerdote Elí. (1Sa 2:22-36; 4:1-22.) Después de la muerte de Elí, el profeta y juez Samuel hizo el circuito de varias ciudades para encargarse de las preguntas y disputas del pueblo, lo que tuvo un efecto unificador en Israel. (1Sa 7:15, 16.)

      El reino unido. Samuel se disgustó mucho cuando en el año 1117 a. E.C. Israel suplicó: “Nómbranos un rey que nos juzgue, sí, como todas las naciones”. Sin embargo, Jehová le dijo a Samuel: “Escucha la voz del pueblo [...] porque no es a ti a quien han rechazado, sino que es a mí a quien han rechazado de ser rey sobre ellos”. (1Sa 8:4-9; 12:17, 18.) De modo que el benjamita Saúl llegó a ser el primer rey de Israel, y aunque inició bien su gobernación, no mucho después su presuntuosidad le condujo a la desobediencia; la desobediencia, a su vez, a rebelión, y la rebelión, a que finalmente consultase a una médium espiritista. Al cabo de cuarenta años, su gobernación demostró ser un completo fracaso. (1Sa 10:1; 11:14, 15; 13:1-14; 15:22-29; 31:4.)

      Se ungió por rey a David, de la tribu de Judá, un ‘hombre agradable al corazón de Jehová’ (1Sa 13:14; Hch 13:22), y bajo su mandato las fronteras de la nación se extendieron hasta los límites prometidos, desde “el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates”. (Gé 15:18; Dt 11:24; 2Sa 8:1-14; 1Re 4:21.)

      Durante el reinado de cuarenta años de David, se crearon varios cargos especializados, además del sistema tribal. Aparte de los ancianos, que eran hombres influyentes al servicio del gobierno central, el rey tenía su propio círculo íntimo de consejeros. (1Cr 13:1; 27:32-34.) Luego había un cuerpo administrativo del gobierno, más amplio y compuesto de príncipes tribales, jefes, oficiales de la corte y personal militar, que tenía responsabilidades administrativas. (1Cr 28:1.) David nombró a 6.000 levitas como jueces y oficiales para encargarse eficazmente de ciertos asuntos. (1Cr 23:3, 4.) Se crearon otros departamentos con sus superintendentes nombrados para supervisar el cultivo de los campos y para administrar cosas tales como viñas y lagares, olivares y suministros de aceite y el ganado y los rebaños. (1Cr 27:26-31.) Los intereses financieros del rey se atendían de manera similar por medio de un departamento de tesorería central, distinto del que supervisaba los tesoros almacenados en otros lugares, como, por ejemplo, en ciudades adyacentes y pueblos. (1Cr 27:25.)

      Salomón sucedió en el trono a su padre David en el año 1037 a. E.C. Reinó “sobre todos los reinos desde el Río [Éufrates] hasta la tierra de los filisteos y hasta el límite de Egipto” durante cuarenta años. Su reinado se destacó especialmente por la paz y la prosperidad, puesto que las naciones circundantes siguieron “llevándole regalos y sirviendo a Salomón todos los días de su vida”. (1Re 4:21.) La sabiduría de Salomón fue proverbial, siendo el rey más sabio de tiempos antiguos, y durante su reinado Israel alcanzó el apogeo de su poder y gloria. Uno de los mayores logros de Salomón fue la construcción del magnífico templo, realizado de acuerdo con los planos que había recibido su padre por inspiración divina. (1Re 3–9; 1Cr 28:11-19.)

      Pero a pesar de toda esta gloria, riquezas y sabiduría, Salomón terminó fracasando, pues permitió que sus muchas esposas extranjeras lo desviasen de la adoración pura de Jehová a las prácticas profanas de las religiones falsas. Al final, Salomón murió con la desaprobación de Jehová, y le sucedió su hijo Rehoboam. (1Re 11:1-13, 33, 41-43.)

      Rehoboam, con falta de sabiduría y previsión, incrementó las ya pesadas cargas gubernamentales sobre el pueblo. Esto a su vez hizo que las diez tribus norteñas se separasen bajo Jeroboán, como el profeta de Jehová había predicho. (1Re 11:29-32; 12:12-20.) Así fue como el reino de Israel se dividió en el año 997 a. E.C.

      Véanse más detalles sobre el reino dividido en ISRAEL núm. 3.)

      Israel después del exilio en Babilonia. Durante los trescientos noventa años que siguieron a la muerte de Salomón y la división del reino, y hasta la destrucción de Jerusalén en el año 607 a. E.C., la expresión “Israel” por lo general solo aplicaba a las diez tribus bajo la gobernación del reino norteño. (2Re 17:21-23.) Pero con el regreso del exilio de un resto de las doce tribus, y hasta la segunda destrucción de Jerusalén, en el año 70 E.C., el término “Israel” volvió a abarcar de nuevo a la totalidad de los descendientes de Jacob que vivían en ese tiempo. De nuevo se llamó a las doce tribus “todo Israel”. (Esd 2:70; 6:17; 10:5; Ne 12:47; Hch 2:22, 36.)

      En 537 a. E.C. regresaron a Jerusalén con Zorobabel y el sumo sacerdote Josué (Jesúa) casi 50.000 exiliados (42.360 israelitas, junto con más de 7.500 esclavos y cantores profesionales), que dieron comienzo a la reedificación de la casa de adoración de Jehová. (Esd 3:1, 2; 5:1, 2.) Posteriormente, en el año 468 a. E.C., otros israelitas regresaron con Esdras (Esd 7:1–8:36), y más tarde, en el año 455 a. E.C., probablemente hubo otros que acompañaron a Nehemías a Jerusalén con la comisión especial de reedificar los muros y las puertas de la ciudad. (Ne 2:5-9.) Sin embargo, muchos israelitas se hallaban esparcidos a través del imperio, como puede verse en el libro de Ester. (Est 3:8; 8:8-14; 9:30.)

      Aunque Israel no recuperó su antigua soberanía como nación independiente, llegó a ser un estado hebreo con considerable libertad bajo la dominación persa. Se nombraron gobernantes diputados y gobernadores (como Zorobabel y Nehemías) de entre los mismos israelitas. (Ne 2:16-18; 5:14, 15; Ag 1:1.) Los hombres de mayor edad de Israel y los príncipes tribales continuaron actuando como consejeros y representantes del pueblo. (Esd 10:8, 14.) Se restableció la organización sacerdotal, basada en los registros genealógicos antiguos, que habían sido cuidadosamente preservados, y, al funcionar de nuevo tal organización levítica, se observaron los sacrificios y otros requisitos del pacto de la Ley. (Esd 2:59-63; 8:1-14; Ne 8:1-18.)

      Con la caída del Imperio persa y la aparición de la potencia mundial griega, Israel se vio perjudicado por el conflicto entre los tolomeos de Egipto y los seléucidas de Siria. Estos últimos intentaron erradicar la adoración y las costumbres judías durante la gobernación de Antíoco IV Epífanes. Sus esfuerzos alcanzaron su punto máximo en el año 168 a. E.C., cuando erigieron un altar pagano sobre el altar del templo de Jerusalén y lo dedicaron al dios griego Zeus. Sin embargo, esta vejación tuvo un efecto contrario, puesto que fue la chispa que desencadenó el levantamiento de los macabeos. Tres años después, en el mismo día, el victorioso líder judío Judas Macabeo volvió a dedicar el templo purificado a Jehová con una fiesta que desde entonces han conmemorado los judíos con el nombre de Hanuká.

      El siglo siguiente fue un período de gran desorden interno, durante el cual Israel se alejó cada vez más de las disposiciones administrativas tribales del pacto de la Ley. La suerte de la autonomía de los macabeos o asmoneos fue muy variable durante este período, y surgieron dos grupos: los saduceos proasmoneos y los fariseos antiasmoneos. Finalmente se acudió a Roma, que para entonces era la potencia mundial, con el fin de que mediase en el conflicto. El general Cneo Pompeyo intervino y, después de un sitio de tres meses, tomó Jerusalén en 63 a. E.C. y anexionó Judea al imperio. Roma nombró rey de los judíos a Herodes el Grande aproximadamente en 39 a. E.C., y unos tres años más tarde este rey consiguió aplastar la gobernación asmonea. Poco antes de la muerte de Herodes, en el año 2 a. E.C., Jesús nació como “una gloria de tu pueblo Israel”. (Lu 2:32.)

      La autoridad imperial de Roma sobre Israel durante el siglo I E.C. estaba distribuida entre los gobernantes de distrito y los gobernadores o procuradores. La Biblia menciona como gobernantes de distrito a Filipo, Lisanias y Herodes Antipas (Lu 3:1), y habla de los gobernadores Poncio Pilato, Félix y Festo (Hch 23:26; 24:27) y de los reyes Agripa I y II. (Hch 12:1; 25:13.) No obstante, en el régimen interno de Israel aún subsistían vestigios de la institución genealógica tribal, como se ve en el hecho de que César Augusto ordenara que los israelitas se registrasen en las ciudades respectivas de sus casas paternas. (Lu 2:1-5.) Los “ancianos” y los funcionarios sacerdotales levitas todavía tenían mucha influencia en el pueblo (Mt 21:23; 26:47, 57; Hch 4:5, 23), aunque habían sustituido los requisitos escritos del pacto de la Ley por las tradiciones de los hombres a un grado considerable. (Mt 15:1-11.)

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