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CiudadPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Como la defensa solía ser de primordial importancia, las ciudades antiguas por lo general estaban situadas en lugares altos. Aunque de este modo quedaban totalmente a la vista, se hacía difícil llegar hasta ellas. (Mt 5:14.) Las ciudades costeras y las que estaban a lo largo de las orillas de los ríos eran excepciones. Aparte de las barreras naturales, solían construirse alrededor de la ciudad muros fuertes o un complejo de muros y torres, y, en algunas ocasiones, también fosos. (2Re 9:17; Ne 3:1–4:23; 6:1-15; Da 9:25.) El crecimiento de las ciudades a veces hacía necesario extender los muros para abarcar mayores perímetros. Las entradas de las murallas estaban protegidas con fuertes puertas, que podían aguantar sitios prolongados. (Véanse FORTIFICACIONES; MUROS; PUERTA, PASO DE ENTRADA.) Al otro lado de las murallas estaban los campos, las dehesas y los suburbios, muchas veces indefensos en caso de ataque. (Nú 35:1-8; Jos 21:41, 42.)
Algo imprescindible que no debía pasarse por alto al escoger un emplazamiento para una ciudad era que hubiera cerca un buen abastecimiento de agua. Por esta razón se consideraba ideal el que las ciudades tuvieran manantiales o pozos dentro de sus límites. En algunos casos, entre los que se destacan Meguidó, Gabaón y Jerusalén, había túneles de agua subterráneos, acueductos y encañados para llevar intramuros el agua de las fuentes exteriores. (2Sa 5:8; 2Re 20:20; 2Cr 32:30.) A menudo se construían depósitos y cisternas para recoger y guardar el agua durante la estación lluviosa con el fin de usarla más tarde; por ello, en algunos lugares el terreno estaba lleno de cisternas, pues cada casa procuraba tener su propio suministro de agua. (2Cr 26:10.)
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