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  • Hebreos, Carta a los
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • Habían transcurrido unos veintiocho años desde la muerte y resurrección de Jesucristo, y en la primera parte de ese período los líderes religiosos judíos desencadenaron una persecución severa contra los judíos cristianos de Jerusalén y Judea, que resultó en que algunos de ellos muriesen y en la dispersión de la gran mayoría. (Hch 8:1.) Los que habían sido esparcidos siguieron activos, declarando las buenas nuevas por dondequiera que iban. (Hch 8:4.) Los apóstoles permanecieron en Jerusalén y mantuvieron unida la congregación que había quedado en esta ciudad, una congregación que había crecido aun con oposición tenaz. (Hch 8:14.) Después, la congregación comenzó a disfrutar de un período de paz. (Hch 9:31.) Más tarde, Herodes Agripa I hizo matar al apóstol Santiago, el hermano de Juan, y maltrató a otros miembros de la congregación. (Hch 12:1-5.) Algún tiempo después, los cristianos de Judea se vieron necesitados de ayuda material, circunstancia propicia para que los de Acaya y Macedonia (aproximadamente en 55 E.C.) demostraran su amor y unidad enviándoles ayuda. (1Co 16:1-3; 2Co 9:1-5.) Es obvio que la congregación de Jerusalén había sufrido muchas dificultades.

      El propósito de la carta. La congregación de Jerusalén se componía casi enteramente de judíos y de antiguos prosélitos de la religión judía. Muchos de estos habían llegado a conocer la verdad después del período de persecución enconada. Para cuando se escribió la carta a los Hebreos, la congregación disfrutaba de una relativa paz, puesto que Pablo les dijo: “Ustedes todavía no han resistido hasta la sangre”. (Heb 12:4.) Sin embargo, el que la abierta persecución física hasta la muerte disminuyera no atenuó la pertinaz oposición de los líderes religiosos judíos. Los nuevos miembros de la congregación tuvieron que enfrentarse a la oposición tal como lo habían hecho los demás. Otros aún eran inmaduros; no habían progresado hacia la madurez como deberían haberlo hecho en vista del tiempo (5:12). La oposición diaria de los judíos puso a prueba su fe; tuvieron que cultivar la cualidad del aguante (12:1, 2).

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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • Oposición de los judíos. Valiéndose de la difamación, los líderes religiosos judíos habían hecho todo lo posible por agitar el odio contra los seguidores de Cristo. Su determinación de luchar contra el cristianismo con toda arma a su alcance quedó demostrada por sus acciones, según se registra en Hechos 22:22; 23:12-15, 23, 24; 24:1-4; 25:1-3. Tanto ellos como sus apoyadores hostigaban constantemente a los cristianos con argumentos que tenían como objetivo quebrantar su lealtad a Cristo. Atacaban al cristianismo con lo que a un judío le podría parecer razonamiento de peso y difícil de rebatir.

      En ese tiempo el judaísmo tenía mucho que ofrecer en lo referente a cosas materiales, tangibles, y ornato exterior. Estas cosas —dirían los judíos— demostraban que el judaísmo era superior y que el cristianismo era una simpleza. Habían llegado a decirle a Jesús que la nación tenía por padre a Abrahán, a quien le habían sido dadas las promesas. (Jn 8:33, 39.) Moisés, a quien Dios habló “boca a boca”, fue el gran siervo y profeta de Dios. (Nú 12:7, 8.) Los judíos tenían la Ley y las palabras de los profetas desde el principio. ¿No identificaba esta mismísima antigüedad al judaísmo como la religión verdadera?, argüían los judíos. En la inauguración del pacto de la Ley, Dios había hablado por medio de ángeles, pues la Ley fue transmitida mediante ángeles a través del mediador Moisés. (Hch 7:53; Gál 3:19.) En esa ocasión, Dios efectuó una impresionante demostración de poder al hacer temblar el monte Sinaí con el fuerte sonido del cuerno, humo, truenos y relámpagos. (Éx 19:16-19; 20:18; Heb 12:18-21.)

      Además de todos estos antecedentes, aún permanecía el magnífico templo con su sacerdocio instituido por Jehová, que desempeñaba sus deberes diariamente con muchos sacrificios. Junto a estas cosas estaban la riqueza de las vestiduras sacerdotales y el esplendor de los servicios que se realizaban en el templo. ‘¿No había ordenado Jehová que los sacrificios por el pecado se llevasen al santuario? ¿Y no entraba el sumo sacerdote, el descendiente de Aarón, el propio hermano de Moisés en el Santísimo el Día de Expiación, con un sacrificio por los pecados de toda la nación? En esta ocasión, ¿no se acercaba de manera representativa a la mismísima presencia de Dios?’, quizás argumentaran los judíos. (Le 16.) ‘Además, ¿no era el reino la posesión de los judíos, con aquel (el Mesías que aún tenía que venir, según ellos) que se sentaría sobre el trono en Jerusalén para gobernar?’

      Si la carta a los Hebreos se escribió para proporcionar a los cristianos respuestas a objeciones reales que planteaban los judíos, esto quería decir que aquellos enemigos del cristianismo argüían en los siguientes términos: ¿Qué tenía esta nueva “herejía” que pudiera señalarse como prueba de su autenticidad y del favor de Dios? ¿Dónde estaban su templo y su sacerdocio? De hecho, ¿dónde estaba su líder? ¿Fue este —Jesús, un galileo, hijo de un carpintero, sin ninguna educación rabínica— de alguna importancia entre los líderes de la nación durante su vida? ¿Y no había muerto una muerte ignominiosa? ¿Dónde estaba su reino? ¿Y quiénes eran sus apóstoles y seguidores? Simples pescadores y recaudadores de impuestos. Por otra parte, ¿a quiénes atraía mayormente el cristianismo? A las personas pobres y humildes de la tierra, y aún peor, a gentiles incircuncisos, que no eran de la descendencia de Abrahán. ¿Por qué debería alguien confiar en este Jesús, que había sido ejecutado por blasfemo y sedicioso? ¿Por qué escuchar a sus discípulos, hombres iletrados y del vulgo? (Hch 4:13.)

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