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Limpio, limpiezaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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La mujer debía contar siete días como período de inmundicia por su menstruación regular.
Sin embargo, si una mujer tenía un flujo irregular, anormal o prolongado, tenía que contar otros siete días después de que este terminaba.
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Cualquier cosa que un hombre o una mujer tocara o sobre la que se sentase durante su condición de inmundicia (camas, sillas, sillas de montar, prendas, etc.) quedaba inmunda, y, a su vez, cualquiera que tocara esos artículos o a la persona inmunda tenía que bañarse, lavar sus prendas de vestir y permanecer inmundo hasta el atardecer. Además de bañarse y lavar sus prendas de vestir, tanto el varón como la mujer tenían que llevar al octavo día dos tórtolas o dos palomos a la tienda de reunión, y el sacerdote tenía que ofrecerlos, uno como ofrenda por el pecado y el otro como sacrificio quemado para hacer expiación por la persona limpiada. (Le 15:1-17, 19-33.)
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Si inadvertidamente comenzaba la menstruación de la esposa durante el coito, el esposo era inmundo siete días, al igual que su esposa (Le 15:24), pero si mostraban desprecio por la ley de Dios deliberadamente y tenían relaciones sexuales durante la menstruación, se imponía la pena de muerte tanto al varón como a la mujer. (Le 20:18.)
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Surge la pregunta: ¿por qué consideraba la Ley que cosas tan normales y propias como la menstruación, las relaciones sexuales entre personas casadas y el dar a luz hacían “inmunda” a la persona? Por un lado, elevaba las relaciones más íntimas del matrimonio al nivel de santidad, y enseñaba a ambos cónyuges a ejercer autodominio, a tener gran consideración por los órganos reproductores y a mostrar respeto por la santidad de la vida y la sangre. También se han escrito comentarios sobre los beneficios higiénicos que se derivaban de observar escrupulosamente estas reglas.
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Los requisitos de la Ley con respecto a las funciones de los órganos genitales enseñaron a los hombres y a las mujeres autodisciplina, restricción de las pasiones y respeto a los medios de reproducción dados por Dios. Las regulaciones de la Ley recordaban obligatoriamente a las criaturas su estado pecaminoso. No eran simples medidas sanitarias para asegurar la limpieza o la protección profiláctica contra la propagación de enfermedades. Como recordatorio de su pecaminosidad heredada, era apropiado que tanto el varón como la mujer que tuviesen flujos genitales normales observaran un período de inmundicia.
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