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LegisladorPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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También el hombre, como creación de Jehová, está sometido a sus leyes físicas. Por ser una criatura racional, con capacidad moral y espiritual, está igualmente sujeto a sus leyes morales. (Ro 12:1; 1Co 2:14-16.)
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De igual manera, las leyes morales de Dios son irrevocables y no pueden evadirse o violarse con impunidad. Son tan ineludibles como sus leyes naturales, aunque puede que el castigo no sea tan inmediato. “De Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará.” (Gál 6:7; 1Ti 5:24.)
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Antes de que Dios diese su ley a Israel, ¿cómo determinaba una persona lo que Dios esperaba de él?
Aunque desde la rebelión de Adán hasta el Diluvio la maldad fue en aumento entre la mayoría de sus descendientes, algunos hombres fieles “[siguieron] andando con el Dios verdadero”. (Gé 5:22-24; 6:9; Heb 11:4-7.) Los únicos mandatos específicos registrados que Dios dio a tales hombres son las instrucciones a Noé con relación al arca, que este obedeció a cabalidad. (Gé 6:13-22.) No obstante, había principios y precedentes que guiaban a los humanos fieles mientras ‘andaban con el Dios verdadero’.
Sabían que al hombre se le habían dado generosas y abundantes provisiones en Edén, y tenían muestra palpable del altruismo e interés amoroso de Dios. Además, no ignoraban que desde el mismo comienzo había existido el principio de la jefatura: jefatura de Dios sobre el hombre y jefatura de este sobre la mujer. Tampoco desconocían el trabajo que Dios había delegado en el hombre, ni su deseo de que cuidara apropiadamente de aquello que Él le había dado para uso y disfrute. Por ejemplo: sabían que las relaciones sexuales tenían que mantenerse entre hombre y mujer, y que aquellos que se unieran tendrían que hacerlo constituyéndose en matrimonio, es decir, ‘dejando padre y madre’ para unirse en un enlace duradero, no de carácter temporal (como ocurre en la fornicación). Asimismo, el mandato de Dios concerniente a los árboles del jardín de Edén, en particular el relativo al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, hacía que apreciaran tanto el principio de los derechos de propiedad como el respeto que estos merecen. Naturalmente, se dieron cuenta de los malos resultados que fueron consecuencia de la primera mentira. También sabían que Dios había aprobado la adoración de Abel y desaprobado la envidia y el odio de Caín a su hermano, y no ignoraban que Dios le había impuesto un castigo a Caín por el asesinato de Abel. (Gé 1:26–4:16.)
De esta manera, sin más declaraciones específicas, decretos o estatutos procedentes de Dios, aquellos hombres podían recurrir a estos principios y precedentes para que les sirvieran de guía en otras situaciones similares que pudieran presentarse. Así fue como vieron los acontecimientos anteriores al Diluvio Jesús y sus apóstoles siglos más tarde. (Mt 19:3-9; Jn 8:43-47; 1Ti 2:11-14; 1Jn 3:11, 12.) Una ley es una regla de conducta. Por las palabras y acciones de Dios, ellos podían tener algunas nociones sobre su manera de hacer las cosas y sus normas, y estas deberían constituir para ellos la regla de conducta o ley que habrían de seguir. Si obraban así, podían ‘seguir andando con el Dios verdadero’. Los que no lo hacían, pecaban, es decir, ‘erraban el blanco’, aunque no hubiera ningún código de leyes que los condenase.
Después del Diluvio, Dios le dio a Noé una ley —que obligaba a toda la humanidad— según la cual se le permitía comer carne, pero se le prohibía comer la sangre; además, enunció el principio de la pena capital por asesinato. (Gé 9:1-6.) En los comienzos del período postdiluviano, hombres como Abrahán, Isaac, Jacob y José mostraron un interés genuino por la manera de obrar de Dios, es decir, por sus reglas de conducta. (Gé 18:17-19; 39:7-9; Éx 3:6.) A pesar de que Dios dio ciertos mandamientos específicos a hombres fieles (Gé 26:5), por ejemplo, la ley de la circuncisión, no hay ningún registro de que les transmitiese un código de leyes detallado para que lo observasen. (Compárese con Dt 5:1-3.) No obstante, no solo contaban con la guía de los principios y preceptos del período antediluviano, sino también con otros principios y preceptos extraídos de las expresiones de Dios y de su relación con la humanidad en el período posterior al Diluvio.
Así que si bien Dios no había dado un código de leyes detallado, como dio más tarde a los israelitas, los hombres no estaban sin medios para determinar lo que era propio e impropio. Por ejemplo, todavía no se había enunciado una ley que condenase específicamente la idolatría; sin embargo, como muestra el apóstol Pablo, tal práctica era inexcusable en vista de que “las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad”. Venerar y rendir “servicio sagrado a la creación más bien que a Aquel que creó” era completamente irrazonable. Aquellos que siguieran un proceder tan necio después se desviarían hacia otras prácticas injustas, como, por ejemplo, la homosexualidad, cambiando ‘el uso natural de sí mismos a uno que es contrario a la naturaleza’. De nuevo, aunque no se había dado ninguna ley específica, esta práctica era obviamente contraria a lo que había hecho el Creador, como se desprende de la misma configuración del varón y de la hembra. Por haber sido hecho a la imagen de Dios, el hombre tenía suficiente inteligencia para ver estas cosas. Por lo tanto, era responsable ante Dios si obraba en contra de Su manera de hacer las cosas: pecaba o ‘erraba el blanco’, aunque no hubiese una ley explícita que le imputase culpa. (Ro 1:18-27; compárese con 5:13.)
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