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AtenasPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Atenas era también una ciudad muy religiosa, y por esta razón el apóstol Pablo comentó que los atenienses “[parecían] estar más entregados que otros al temor a las deidades”. (Hch 17:22.) Según el historiador Josefo, los atenienses eran ‘los más religiosos de todos los griegos’. (Contra Apión, libro II, sec. 130.) El Estado controlaba la religión y la fomentaba pagando por los sacrificios públicos, ritos y procesiones en honor de los dioses. Se encontraban ídolos en los templos, en las plazas públicas y en las calles, y antes de participar en sus banquetes intelectuales o simposios, sus asambleas políticas y sus competiciones atléticas, las personas solían orar a los dioses. A fin de no ofender a ninguno de ellos, los atenienses incluso erigieron altares “A un Dios Desconocido”, hecho al que Pablo hace referencia en Hechos 17:23. Pausanias, geógrafo del siglo II, confirma esto en el relato de su viaje por la carretera que iba desde el puerto de la bahía de Falero hasta Atenas (por la que posiblemente pasó Pablo), al decir que vio “altares de los dioses llamados desconocidos, [y] de héroes”. (Descripción de Grecia, traducción de Antonio Tovar, Orbis, 1986, Ática, cap. I, sec. 4.)
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AtenasPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Ciertos filósofos de los estoicos y los epicúreos entablaron una polémica con Pablo en la plaza de mercado y sospecharon que era “publicador de deidades extranjeras”. (Hch 17:18.) En el Imperio romano existían muchos tipos de religiones, pero tanto la ley griega como la romana prohibían la introducción de dioses extraños y costumbres religiosas nuevas, en especial si estaban en oposición a la religión del país. Por lo visto Pablo se topó con dificultades debido a la intolerancia religiosa que reinaba en la ciudad romanizada de Filipos. (Hch 16:19-24.) Los habitantes de Atenas resultaron ser más escépticos y tolerantes que los filipenses, pero aun así es obvio que estaban preocupados por cómo afectaría esta nueva enseñanza la seguridad del Estado. Pablo fue conducido al Areópago, aunque no es posible determinar si habló ante el tribunal conocido por ese mismo nombre. Se ha dicho que en los días del apóstol Pablo el tribunal ya no se reunía en la colina, sino en el ágora.
El elocuente testimonio de Pablo ante su educado auditorio de Atenas es una lección de tacto y discernimiento. Les hizo ver que no estaba predicando a una nueva deidad, sino al mismísimo Creador del cielo y de la Tierra. Con prudencia hizo alusión al “Dios Desconocido” cuyo altar había visto, e incluso citó de Los fenómenos, de Arato, un poeta de Cilicia, y del Himno a Zeus, de Cleantes. (Hch 17:22-31.) Aunque la mayoría lo ridiculizó, algunos atenienses se hicieron creyentes, entre ellos, Dionisio, juez del Areópago, y una mujer llamada Dámaris. (Hch 17:32-34.)
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