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  • Filipos
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • La visita de Pablo. Filipos tuvo el privilegio de ser la primera ciudad de Europa que escuchó a Pablo predicar las buenas nuevas, alrededor del año 50 E.C., durante su segunda gira misional. Él fue allí en obediencia a una visión que tuvo por la noche en Troas (Asia Menor), en la que un macedonio le suplicó: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. (Hch 16:8-10.) Pablo y sus compañeros, entre quienes debía estar el cronista Lucas, se quedaron allí varios días, y el sábado salieron “fuera de la puerta junto a un río”, donde, según relata Lucas, “pensábamos que había un lugar de oración”. Hay quien cree que no había ninguna sinagoga en Filipos debido al carácter militar de la ciudad, y que a los judíos probablemente se les prohibió reunirse dentro de la ciudad para adorar. De todas formas, Pablo habló a las mujeres que había reunidas, y halló una, de nombre Lidia, una adoradora de Dios, a quien “le abrió el corazón ampliamente para que prestara atención a las cosas que Pablo estaba hablando”. Ella y los de su casa se bautizaron, y su aprecio y hospitalidad eran tan grandes que ‘sencillamente obligó’ a Pablo y a sus compañeros a quedarse en su casa. (Hch 16:11-15.)

      Después de responder al llamamiento para ir a Macedonia, Pablo se enfrentó a persecución ya en la primera ciudad, Filipos, mas esta vez no procedente de los judíos, como había sucedido en Galacia. Los magistrados de la ciudad se guiaron de las falsas acusaciones de los dueños de la muchacha endemoniada, que habían perdido sus ingresos debido a que ya no podía continuar con su práctica de predicción, de la que habían sacado mucha ganancia. Pablo y Silas fueron golpeados con varas, se les echó en prisión y se les aseguraron los pies en el cepo. (Hch 16:16-24.)

      Sin embargo, a la mitad de la noche, mientras oraban y alababan a Dios con canción a oídos de los demás prisioneros, ocurrió un milagro. Un terremoto soltó las cadenas de los prisioneros y dejó las puertas abiertas. El carcelero, sabiendo que se enfrentaba a la pena de muerte por la pérdida de los prisioneros que se le habían encomendado, estaba a punto de quitarse la vida cuando Pablo clamó: “¡No te hagas ningún daño, porque todos estamos aquí!”. Luego el carcelero y su casa escucharon a Pablo y a Silas, les lavaron sus heridas y llegaron a ser creyentes bautizados. (Hch 16:25-34; GRABADO, vol. 2, pág. 749.)

      A la mañana siguiente, posiblemente cuando llegó a sus oídos el milagroso acontecimiento, los magistrados civiles ordenaron al carcelero que libertase a Pablo. Pero Pablo estaba interesado en vindicar, defender y establecer legalmente las buenas nuevas más que en una liberación inmediata. No se iba a conformar con ser liberado en secreto por alguna “puerta trasera” para que los magistrados salvaran las apariencias. ¡De ninguna manera! Llamó la atención a su propia ciudadanía romana y al hecho de que les habían golpeado públicamente a él y a Silas sin haber sido condenados. Tenían que reconocer abiertamente que eran ellos, no los cristianos, quienes habían actuado ilegalmente. Al oír que Pablo y Silas eran romanos, los magistrados tuvieron temor, fueron a ellos personalmente, “les suplicaron”, les soltaron y les solicitaron que partiesen de la ciudad. (Hch 16:35-40.)

      No obstante, Pablo había fundado una buena congregación en Filipos, por la que siempre tuvo mucho cariño. Los filipenses se desvivieron por él y atendieron sus necesidades, aun cuando estaba en otros lugares, demostrando el amor que le tenían. (Flp 4:16.) Pablo volvió a visitar Filipos durante su tercera gira misional, y posiblemente lo hizo una tercera vez después de ser liberado de su primer período preso en Roma. (Hch 20:1, 2, 6; Flp 1:19; 2:24.)

  • Filipenses, Carta a los
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • FILIPENSES, CARTA A LOS

      Libro de las Escrituras Griegas Cristianas escrito por el apóstol Pablo a la congregación de la ciudad de Filipos, en la provincia de Macedonia, congregación que Pablo había fundado alrededor del año 50 E.C. durante su segunda gira misional.

      Cuándo y dónde se escribió. El contenido de la carta indica que se escribió en Roma la primera vez que Pablo estuvo preso. En ella dice que “toda la guardia pretoriana” conocía la razón por la que estaba en cadenas, y envía saludos de “los de la casa de César”. (Flp 1:13; 4:22.) Por lo general, se cree que el tiempo que Pablo estuvo preso en Roma por primera vez transcurrió de 59 a 61 E.C. Entre la llegada de Pablo a Roma y su decisión de escribir a los filipenses ocurrieron varios sucesos: Epafrodito había hecho el viaje desde Filipos, había trabajado para ayudar a Pablo y había enfermado gravemente. Los filipenses, a unos 1.000 kilómetros de distancia, habían recibido noticias de su enfermedad. Una vez recuperado Epafrodito, Pablo lo enviaba de regreso con la carta. De manera que esta se escribió hacia el año 60 ó 61 E.C.

      Antecedentes y razones para escribirla. La congregación de Filipos había mostrado un gran amor e interés por Pablo. Poco después de su visita, generosamente la congregación le había enviado provisiones durante su estancia de varias semanas en la cercana Tesalónica. (Flp 4:15, 16.) Más tarde, cuando los hermanos de Jerusalén sufrieron intensa persecución y necesitaron ayuda material, los cristianos de Filipos, a pesar de que eran muy pobres y estaban pasando por pruebas severas, demostraron su presteza para contribuir incluso más allá de sus posibilidades. Pablo apreció tanto su excelente actitud que los mencionó como ejemplo a otras congregaciones. (2Co 8:1-6.) Por otra parte, parece que debido a haber estado muy ocupados en predicar las buenas nuevas, no habían tenido mucha relación con Pablo por algún tiempo. Pero entonces, mientras estaba en cadenas de prisión, no solo le enviaron abundantes regalos materiales, sino también a Epafrodito, alguien que les era valioso. Este celoso hermano ayudó valerosamente a Pablo, hasta el punto de poner en peligro su vida. Por consiguiente, Pablo lo recomienda a la congregación con notable entusiasmo. (Flp 2:25-30; 4:18.)

      El apóstol expresa su confianza en que será liberado, en armonía con las oraciones de ellos, y podrá visitarlos de nuevo. (Flp 1:19; 2:24.) Sabe que si continúa vivo, es para servirles, aunque anhela el tiempo en que Cristo le ‘recibirá en casa a sí mismo’. (Flp 1:21-25; compárese con Jn 14:3.) Mientras tanto, les enviará a Timoteo, quien, más que ningún otro, se preocupará genuinamente de los intereses de ellos. (Flp 2:19-23.)

      La carta emana amor. Pablo, que nunca se abstuvo de encomiar como tampoco de reprender cuando las circunstancias lo requerían, vio que en este caso lo que se necesitaba era estímulo. La congregación tenía opositores, “obradores de perjuicio”, que querían jactarse de su ascendencia y de la circuncisión de la carne, pero parece que no habían influido seriamente en los hermanos. (Flp 3:2.) De manera que Pablo no tuvo que argüir ni reprender con contundencia, como hizo en sus cartas a las congregaciones de Galacia y Corinto. El único indicio de corrección fue su exhortación a la unidad dirigida a Evodia y Síntique. A lo largo de toda la carta, animó a la congregación de Filipos a continuar en su buen proceder, a que procurasen más discernimiento, una mayor dependencia de la palabra de vida y una fe y esperanza más fuertes en el premio venidero.

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