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ArqueologíaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Palestina y Siria. En este territorio se han excavado unos seiscientos lugares cuyos restos pueden fecharse. Muchos de los datos obtenidos son de carácter general, es decir: más bien que referirse a acontecimientos específicos, apoyan el registro bíblico en un sentido amplio. Por ejemplo, en el pasado se hicieron esfuerzos por desacreditar el relato bíblico de la desolación completa de Judá durante el cautiverio babilonio. No obstante, las excavaciones verifican en su conjunto el relato bíblico. En este sentido W. F. Albright dice: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico. Para subrayar el contraste, señalaremos que Betel, que en los tiempos preexílicos se hallaba precisamente al otro lado de la frontera norte de Judea [Judá], no fue destruida en esa época, sino que prosiguió ocupada hasta finales del siglo VI [a. E.C.]”. (Arqueología de Palestina, 1962, pág. 144.)
En la antigua ciudad fortificada de Bet-san (Bet-seán), que guardaba el acceso al valle de Esdrelón por el E., se hicieron excavaciones de gran importancia que revelaron la existencia de dieciocho niveles, lo que exigió que se cavara hasta una profundidad de 21 m. (GRABADO, vol. 1, pág. 959.) El registro bíblico muestra que Bet-san no era una de las ciudades que en un principio ocuparon los israelitas y que para el tiempo de Saúl, la habitaban los filisteos. (Jos 17:11; Jue 1:27; 1Sa 31:8-12.) Las excavaciones apoyan en general este registro e indican que Bet-san sufrió destrucción algún tiempo después de que los filisteos se apoderaran del arca del pacto. (1Sa 4:1-11.) Fue de particular interés el descubrimiento en esta ciudad de ciertos templos cananeos. En 1 Samuel 31:10 se dice que los filisteos pusieron la armadura del rey Saúl “en la casa de las imágenes de Astoret, y su cadáver lo fijaron en el muro de Bet-san”, mientras que 1 Crónicas 10:10 lee: “Pusieron su armadura en la casa del dios de ellos, y su cráneo lo fijaron en la casa de Dagón”. Dos de los templos descubiertos pertenecían a la misma época, y uno de ellos al parecer era el templo de Astoret, mientras que se considera que el otro correspondía a Dagón. Esto armonizaría con los textos citados antes, que hablan de la existencia de dos templos en Bet-san.
Ezión-guéber fue la ciudad portuaria de Salomón situada en el golfo de ʽAqaba. Es posible que corresponda al Tell el-Kheleifeh (desenterrado entre los años 1937 y 1940), donde se hallaron pruebas de la existencia de una antigua fundición de cobre, puesto que en un montículo poco elevado de esa región se encontró escoria de cobre y restos de ese mismo mineral. Sin embargo, el arqueólogo Nelson Glueck modificó radicalmente sus conclusiones originales concernientes al lugar en un artículo publicado en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 73). Su punto de vista de que allí había habido un sistema de altos hornos de fundición se basó en el descubrimiento en el más importante de los edificios excavados de lo que —para él— eran “agujeros de chimeneas”. Más tarde llegó a la conclusión de que estas aberturas en los muros del edificio eran el resultado del “deterioro o la quema de vigas de madera que estaban colocadas a lo ancho de los muros y que servían de soportes”. Ahora se cree que el edificio que antes se había considerado una fundición era en realidad una estructura que servía de almacén y granero. Si bien todavía se sostiene que en esa ciudad se llevaban a cabo actividades metalúrgicas, hoy día no se piensa que hayan sido de la envergadura que antes se creyó. Esto subraya el hecho de que los datos arqueológicos dependen en primer lugar de la interpretación individual del arqueólogo, interpretación, por otra parte, que en ningún caso es infalible. La Biblia misma no habla de industrias de cobre en Ezión-guéber, en tanto que alude a la fundición de artículos de este metal en una localidad del valle del Jordán. (1Re 7:45, 46.)
En tiempos de Josué se dijo que la ciudad de Hazor, en Galilea, era “la cabeza de todos estos reinos”. (Jos 11:10.) Las excavaciones practicadas en la zona han demostrado que en su día la ciudad ocupó unas 60 Ha. y debió tener una población numerosa, por lo que debió ser una de las ciudades más importantes de la región. Salomón la fortificó, y, por otra parte, el testimonio de aquel período manifiesta que pudo ser una de las “ciudades de los carros”. (1Re 9:15, 19.)
Con motivo de tres expediciones diferentes (1907-1909; 1930-1936; 1952-1958), la ciudad de Jericó pasó por varios períodos de excavaciones. Las interpretaciones que siguieron a los hallazgos ponen de manifiesto una vez más que la arqueología, como ocurre con otros campos del saber humano, no es una fuente de información absolutamente estable. Aunque cada una de las tres expediciones sacó a la luz información, fueron distintas sus conclusiones respecto a los antecedentes históricos de la ciudad y, en particular, a la fecha de su caída ante el ejército israelita. En cualquier caso, es posible afirmar que, en su conjunto, los hallazgos de estas tres expediciones presentan un cuadro general como el que se ofrece en el libro Arqueología bíblica (de G. E. Wright, 1975, pág. 113), que dice: “La ciudad sufrió una terrible destrucción o una serie de destrucciones durante el segundo milenio antes de Cristo y [...] permaneció prácticamente desierta durante varias generaciones”. La destrucción estuvo acompañada de un gran incendio, como lo muestran los restos desenterrados. (Véase Jos 6:20-26.)
En 1867 se descubrió en Jerusalén un viejo túnel de agua que salía de la fuente de Guihón y penetraba en la colina situada a sus espaldas. (Véase GUIHÓN núm. 2.) Este descubrimiento puede arrojar luz sobre el relato de la toma de la ciudad por David, registrado en 2 Samuel 5:6-10. Entre 1909 y 1911, se despejó el entero sistema de túneles conectados con la fuente de Guihón. Uno de ellos, conocido como el túnel de Siloam, tenía un promedio de unos 2 m. de altura y estaba labrado en roca a lo largo de unos 533 m., desde Guihón hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón (dentro de la ciudad). Así que parece tratarse del proyecto del rey Ezequías mencionado en 2 Reyes 20:20 y 2 Crónicas 32:30. Resultó de gran interés la antigua inscripción hallada en la pared del túnel, escrita en hebreo primitivo, y que narra la perforación de dicho túnel e informa de su longitud. Esta inscripción se usa como punto de referencia para fechar otras inscripciones hebreas que se han encontrado.
A unos 44 Km. al OSO. de Jerusalén, se hallaba Lakís, importante fortaleza del sistema defensivo que protegía la región montañosa de Judá. A este respecto, el profeta menciona en Jeremías 34:7 que “las fuerzas militares del rey de Babilonia estaban peleando contra Jerusalén y contra todas las ciudades de Judá que quedaban, contra Lakís y contra Azeqá; porque estas, las ciudades fortificadas, eran las que quedaban entre las ciudades de Judá”. Las excavaciones realizadas en Lakís han demostrado que en el transcurso de muy pocos años la ciudad fue pasto de las llamas en dos ocasiones, lo que parece indicar que sufrió dos ataques babilonios (618-617 y 609-607 a. E.C.); después permaneció desolada por un largo período de tiempo.
Entre las cenizas del segundo incendio se encontraron veintiún ostraca (fragmentos de vasijas de barro con escritura grabada), que, según se cree, forman parte de una correspondencia mantenida poco antes de que Nabucodonosor destruyese la ciudad en su último ataque. Se les conoce como las Cartas de Lakís, y reflejan una situación crítica y angustiosa. Parece que se escribieron a Yaós, el comandante del ejército de Lakís, desde un destacamento de las fuerzas judaítas. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) La carta IV dice lo siguiente: “¡Quiera Yahweh que mi señor oiga hoy buenas noticias! [...] Y sepa (mi señor) que vigilamos las señales de Lakiš, según las indicaciones que mi señor dio, pues no vemos Azeqah”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 252.) Esto recoge con notable parecido la misma situación referida en el pasaje de Jeremías 34:7, citado antes, y parece que deja entrever que o bien Azeqá ya había caído o por alguna razón no se comunicaba por medio de las señales de humo convenidas.
La carta III, escrita por un tal Hosaya, contenía el siguiente comunicado: “¡Quiera Yahweh que mi señor escuche noticias de paz! [...] Y se ha notificado a tu siervo, diciendo: ‘El jefe de la hueste, Konyah, hijo de Elnatán, ha descendido para ir a Egipto; y a Hodawyah, hijo de Ahiyyah, y sus hombres ha enviado para obtener ... de él [es decir, obtener alimentos]’”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, págs. 251, 252.) El fragmento bien podría referirse al hecho de que Judá buscase la ayuda de Egipto, algo que los profetas habían condenado. (Jer 46:25, 26; Eze 17:15, 16.) Los nombres de Elnatán y Hosaya, que se hallan en el texto de esta carta, también se encuentran en Jeremías 36:12 y 42:1. Otros nombres en esta colección de cartas aparecen asimismo en Jeremías: Guemarías (36:10), Nerías (32:12) y Jaazanías (35:3). No se puede afirmar que estos nombres correspondan a las mismas personas, pero si se tiene en cuenta que Jeremías vivió ese agitado período, la coincidencia es notable.
Llama la atención el uso frecuente del Tetragrámaton en estas cartas, pues pone de manifiesto que los judíos de esa época no tenían aversión alguna al empleo del nombre divino. También es de interés la impresión en arcilla de un sello con la inscripción: “Guedalías, que está sobre la casa”. Guedalías era el nombre del gobernador de Judá que nombró Nabucodonosor después de la caída de Jerusalén, y para muchos es probable que la inscripción del sello se refiera a él. (2Re 25:22; compárese con Isa 22:15; 36:3.)
Meguidó era una ciudad fortificada con un emplazamiento estratégico que dominaba un paso importante al valle de Jezreel. La reedificó Salomón y se la menciona junto con las ciudades de depósitos y las ciudades de los carros de su reino. (1Re 9:15-19.) Excavaciones hechas en el lugar conocido como Tell el-Mutesellim, un montículo de algo más de 5 Ha., pusieron al descubierto lo que para algunos eruditos parecen haber sido establos con capacidad para unos 450 caballos. Al principio se pensó que estas construcciones pertenecían a la época de Salomón, pero después los expertos dijeron que eran de un período posterior, tal vez del reinado de Acab.
La Piedra Moabita fue uno de los primeros hallazgos de especial importancia en la zona que queda al E. del Jordán. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) Descubierta en 1868 en Dibón, al N. del valle de Arnón, presenta la versión del rey Mesá sobre su alzamiento contra Israel. (Compárese con 2Re 1:1; 3:4, 5.) La inscripción dice en parte: “Yo (soy) Meša, hijo de Kemoš-[...], rey de Moab, el Dibonita [...] En cuanto a Omrí, rey de Israel, humilló a Moab muchos años (lit.: días), pues Kemoš [el dios de Moab] se había enojado con su país. Y su hijo le siguió y dijo también: ‘Humillaré a Moab’. En mi época habló (así), pero ¡he triunfado sobre él y sobre su casa, al paso que Israel ha perecido para siempre! [...] Y Kemoš me dijo: ‘Ve, ¡toma a Nebo de Israel!’. Por lo tanto, fui de noche y combatíla desde el alba hasta el mediodía, conquistándola y matando a todos [...]. Y tomé de allí los [vasos] de Yahweh, arrastrándolos ante Kemoš”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 248.) Puede verse, por consiguiente, que la estela no solo menciona el nombre del rey Omrí de Israel, sino también el Tetragrámaton: las cuatro letras hebreas del nombre divino.
La Piedra Moabita también hace referencia a muchos topónimos mencionados en la Biblia, como por ejemplo: Atarot y Nebo (Nú 32:34, 38); el Arnón, Aroer, Medebá y Dibón (Jos 13:9); Bamot-baal, Bet-baal-meón, Jáhaz y Quiryataim (Jos 13:17-19); Bézer (Jos 20:8); Horonaim (Isa 15:5), y Bet-diblataim y Queriyot (Jer 48:22, 24). En consecuencia, apoya la historicidad de todos estos lugares.
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Samaria, capital sumamente fortificada del reino septentrional de Israel, se edificó sobre una colina que se elevaba a más de 90 m. desde el fondo del valle. Los restos de sus macizas murallas dobles, que en algunos puntos formaban un baluarte de casi 10 m. de ancho, dan prueba de su fortaleza para resistir sitios prolongados, como los mencionados en 2 Reyes 6:24-30 (en el caso de Siria) y en 2 Reyes 17:5 (en el caso del poderoso ejército asirio). La mampostería de piedra encontrada en el lugar —que, según se cree, pertenece al tiempo de los reyes Omrí, Acab y Jehú— es de una artesanía espléndida. Lo que parece ser el embasamiento del palacio tiene una medida aproximada de 90 por 180 m. En el recinto del palacio se ha encontrado una gran cantidad de fragmentos, placas y paneles de marfil, que podrían tener relación con la casa de marfil de Acab mencionada en 1 Reyes 22:39. (Compárese con Am 6:4.) En el extremo NO. de la cima de la colina se descubrió un gran estanque revestido de cemento de unos 10 m. de largo por 5 de ancho, que bien pudiera tratarse del “estanque de Samaria” en el que se lavó la sangre del carro de Acab. (1Re 22:38.)
Han resultado de gran interés los sesenta y tres fragmentos de vasijas (ostraca) con inscripciones en tinta, que probablemente datan del siglo VIII a. E.C. El sistema israelita de escribir los números usando trazos verticales, horizontales e inclinados, aparece en los recibos de embarques de vino y aceite a Samaria desde otras ciudades. En un recibo típico leemos lo siguiente:
En el décimo año.
A Gaddiyau [probablemente, el encargado del tesoro].
De Azzo [quizás el pueblo o distrito desde donde se enviaba el vino o el aceite].
Abibáal, 2
Ahaz, 2
Seba, 1
Merib-báal, 1
Estos recibos también revelan el uso frecuente de la palabra Baal como parte de los nombres, ya que por cada once nombres que contienen alguna forma del nombre Jehová, unos siete incluyen el de Baal, lo que con toda probabilidad indica la infiltración de la adoración a Baal, como se explica en el registro bíblico.
La Biblia también da cuenta de la ardiente y violenta destrucción de Sodoma y Gomorra, así como de la existencia de pozos de betún (asfalto) en aquella región. (Gé 14:3, 10; 19:12-28.) Son muchos los eruditos que opinan que en aquel tiempo el nivel de las aguas del mar Muerto debió experimentar una inesperada subida, y se extendió así el extremo meridional de este mar por una distancia considerable y anegó con ello el lugar donde debieron estar emplazadas estas dos ciudades. Las exploraciones llevadas a cabo en la zona demuestran que se trata de una tierra calcinada debido a la presencia de petróleo y asfalto. A este respecto, Jack Finegan hace el siguiente comentario en su libro Light From the Ancient Past (1959, pág. 147): “Un minucioso examen de los testimonios literarios, geológicos y arqueológicos conduce a la conclusión de que las depravadas ‘ciudades de la llanura’ que fueron destruidas (Gé 19:29) se hallaban en una franja de tierra hoy sumergida [...], y que su destrucción tuvo lugar a causa de un gran terremoto que probablemente estuvo acompañado de explosiones, descargas eléctricas, combustión de gases naturales y fenómenos ígneos”. (Véase también SODOMA.)
La arqueología y las Escrituras Griegas Cristianas. El hallazgo de un denario de plata con la imagen de Tiberio puesto en circulación alrededor del año 15 E.C. (GRABADO, vol. 2, pág. 544) confirma el relato del uso que Jesús hizo de un denario que llevaba la efigie de ese césar. (Mr 12:15-17; compárese con Lu 3:1, 2.) Una losa encontrada en Cesarea con los nombres Pontius Pilatus y Tiberieum corrobora el hecho de que por aquel entonces Poncio Pilato era el gobernador romano de Judea. (Véanse PILATO; GRABADO, vol. 2, pág. 741.)
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