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Limpio, limpiezaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Cuando un hombre tenía coito con su esposa y se producía una emisión de semen, ambos debían bañarse, y eran inmundos hasta el atardecer. (Le 15:16-18.) Si inadvertidamente comenzaba la menstruación de la esposa durante el coito, el esposo era inmundo siete días, al igual que su esposa (Le 15:24), pero si mostraban desprecio por la ley de Dios deliberadamente y tenían relaciones sexuales durante la menstruación, se imponía la pena de muerte tanto al varón como a la mujer. (Le 20:18.) Por las razones mencionadas, los hombres debían abstenerse de tener coito con sus esposas cuando se requería limpieza ceremonial, como, por ejemplo, cuando se les santificaba para una expedición militar. (1Sa 21:4, 5; 2Sa 11:8-11.)
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Limpio, limpiezaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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¿Por qué decía la ley mosaica que las relaciones sexuales y el parto hacían “inmunda” a la persona?
Surge la pregunta: ¿por qué consideraba la Ley que cosas tan normales y propias como la menstruación, las relaciones sexuales entre personas casadas y el dar a luz hacían “inmunda” a la persona? Por un lado, elevaba las relaciones más íntimas del matrimonio al nivel de santidad, y enseñaba a ambos cónyuges a ejercer autodominio, a tener gran consideración por los órganos reproductores y a mostrar respeto por la santidad de la vida y la sangre. También se han escrito comentarios sobre los beneficios higiénicos que se derivaban de observar escrupulosamente estas reglas. Pero todavía hay otro aspecto que analizar.
En el principio Dios creó los impulsos sexuales y la facultad de reproducción en el primer hombre y la primera mujer, y les mandó que cohabitaran y dieran a luz hijos. Por lo tanto, no era ningún pecado que la pareja perfecta tuviera relaciones sexuales. Sin embargo, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer del fruto prohibido, no al tener relaciones sexuales, se produjeron cambios drásticos. Súbitamente sus conciencias culpables y condenadas por el pecado los hicieron conscientes de su desnudez, y cubrieron de inmediato sus órganos genitales para ocultarlos de la vista de Dios. (Gé 3:7, 10, 11.) Desde entonces en adelante, los hombres no podrían cumplir con el mandato de procrear en estado de perfección, sino que, por el contrario, los padres transmitirían a los hijos la mancha hereditaria del pecado y la pena de muerte. Hasta los padres más rectos y temerosos de Dios producen hijos contaminados por el pecado. (Sl 51:5.)
Los requisitos de la Ley con respecto a las funciones de los órganos genitales enseñaron a los hombres y a las mujeres autodisciplina, restricción de las pasiones y respeto a los medios de reproducción dados por Dios. Las regulaciones de la Ley recordaban obligatoriamente a las criaturas su estado pecaminoso. No eran simples medidas sanitarias para asegurar la limpieza o la protección profiláctica contra la propagación de enfermedades. Como recordatorio de su pecaminosidad heredada, era apropiado que tanto el varón como la mujer que tuviesen flujos genitales normales observaran un período de inmundicia.
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