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AsiriaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Militarismo. Asiria era básicamente una potencia militar, y en el cuadro histórico que ha quedado de sus hazañas se observa una gran crueldad y rapacería. (GRABADOS, vol. 1, pág. 958.) Uno de sus monarcas guerreros, Asurnasirpal, describe de la siguiente manera el castigo que infligió a varias ciudades rebeldes:
“Edifiqué una columna cerca de la puerta de su ciudad y desollé a todos los principales que se habían sublevado, y cubrí la columna con su piel. A algunos los emparedé dentro de la columna, a algunos los colgué en maderos de la columna [...]. Y desmembré a los oficiales, a los oficiales reales que se habían rebelado [...]. A muchos de sus cautivos los quemé con fuego, y a otros muchos los capturé vivos. A algunos les amputé las manos; a otros, la nariz, las orejas y los dedos; a muchos les saqué los ojos. Hice un montón de los vivos y otro de las cabezas, y até sus cabezas a postes (troncos de árboles) alrededor de la ciudad. Quemé en el fuego a sus jóvenes y a sus vírgenes. Capturé vivos a veinte hombres y los emparedé en el muro de su palacio [...]. Al resto de sus guerreros los consumí de sed en el desierto del Éufrates [...].” (Ancient Records of Assyria and Babylonia, de D. D. Luckenbill, 1926, vol. 1, págs. 145, 147, 153, 162.)
En muchos relieves se les representa tirando de sus cautivos por cuerdas en cuyos extremos había garfios que les traspasaban la nariz o los labios, o sacándoles los ojos con la punta de una lanza. La tortura sádica era un rasgo frecuente de las guerras asirias, rasgo del que se jactaban con total desvergüenza y que registraban con sumo cuidado. El que otros pueblos supieran de su crueldad sin duda les dio ventaja militar, pues aterrorizaba a los que estaban en su línea de ataque y desmoronaba su resistencia. El profeta Nahúm llamó con acierto a Nínive, la capital de Asiria, un “albergue de leones” y una “ciudad de derramamiento de sangre”. (Na 2:11, 12; 3:1.)
¿Qué tipo de religión tuvieron los asirios?
Asiria heredó su religión sobre todo de Babilonia, y aunque los asirios consideraban que su dios nacional, Asur, era el dios supremo, seguían aceptando a Babilonia como el principal centro religioso. Los reyes asirios también servían de sumos sacerdotes de Asur. En un sello que encontró A. H. Layard en las ruinas de un palacio asirio y que ahora se conserva en el Museo Británico, se representa al dios Asur con tres cabezas. La adoración asiria se destacaba por la creencia en tríadas de dioses, así como en una pentada o grupo de cinco dioses. La tríada principal la formaban: Anu, que representaba el cielo; Bel, que representaba la región habitada por el hombre, los animales y los pájaros, y Ea, que representaba las aguas terrestres y subterráneas. Una segunda tríada la componían: Sin, el dios de la Luna; Shamash, el dios del Sol, y Rammán, el dios de la tormenta, aunque en su lugar a menudo estaba Istar, la reina de las estrellas. (Compárese con 2Re 23:5, 11.) Después estaban los cinco dioses que representaban cinco planetas. La obra Unger’s Bible Dictionary (1965, pág. 102) comenta lo siguiente sobre los dioses que formaban los grupos trinos: “A veces se invoca a estos dioses individualmente con expresiones que parecen ensalzar a cada uno de ellos a una posición de supremacía sobre los demás”. Sin embargo, en su panteón había otras innumerables deidades secundarias, muchas de las cuales eran patronas de las ciudades. Cuando Senaquerib fue asesinado, el registro menciona que estaba adorando a Nisroc. (Isa 37:37, 38.)
Talla procedente del palacio septentrional de Nínive. El rey y la reina disfrutan de una fiesta en los jardines; del árbol que se halla frente a los arpistas cuelga la cabeza de un rey conquistado
La religión practicada en torno a estas deidades era animista, es decir, creía que todo objeto y fenómeno natural estaba animado por un espíritu. Sin embargo, se distinguía en cierto modo de las religiones de las naciones circundantes que adoraban a la naturaleza, pues los asirios pensaban que la guerra era la mejor manera de expresar la religión nacional. (GRABADO, vol. 1, pág. 956.) Por esta razón, Tiglat-piléser I dijo en cuanto a sus luchas: “Mi Señor, ASUR, me instó”; y en sus anales, Asurbanipal registró: “Por la orden de ASUR, SIN, SHAMASH, mis grandes dioses y señores cuya protección me otorgaron, entré en la tierra de Mannai y marché a través de ella victoriosamente”. (Records of the Past: Assyrian and Egyptian Monuments, Londres, 1875, vol. 5, pág. 18; 1877, vol. 9, pág. 43.) Sargón solía invocar la ayuda de Istar antes de ir a la guerra. Los ejércitos marchaban detrás de los estandartes de los dioses, que debieron ser símbolos de madera o metal colocados sobre postes. Se daba mucha importancia a los agüeros, y para conocerlos examinaban el hígado de animales sacrificados, el vuelo de los pájaros o la posición de los planetas. El libro Ancient Cities (de W. B. Wright, 1886, pág. 25) informa: “La guerra era la ocupación de la nación, y los sacerdotes la fomentaban sin cesar. Su manutención procedía en gran medida de los despojos de guerra, de los que siempre se les asignaba un porcentaje fijo antes que otros pudiesen participar de ellos, pues esta raza de saqueadores era extremadamente religiosa”.
Cultura, literatura y leyes. Los asirios construyeron palacios impresionantes, con las paredes revestidas de losas esculpidas, en las que representaban con muchísimo realismo escenas de guerra y paz. Las entradas estaban adornadas con toros alados que tenían cabeza humana, esculpidos en un solo bloque de piedra caliza que pesaba unas 36 Tm. En sus sellos cilíndricos se observan intrincados grabados. (Véase ARQUEOLOGÍA.) Debieron tener considerables conocimientos metalúrgicos, a juzgar por su fundición de metales. Sus reyes construyeron acueductos y perfeccionaron los sistemas de riego, hicieron parques reales, tanto botánicos como zoológicos, en los que había plantas, árboles y animales de muchos países. Sus edificios palaciegos dan prueba de que poseían un sistema de desagüe bien estudiado y unas medidas sanitarias bastante buenas.
Carros asirios llevando estandartes religiosos al campo de batalla
Relieve procedente de Nimrud; muestra a soldados asirios llevándose los dioses de una ciudad conquistada
Un aspecto de especial interés han sido las grandes bibliotecas construidas por ciertos monarcas asirios, con decenas de miles de tablillas de barro, prismas y cilindros, inscritos todos con escritura cuneiforme, en los que se explican importantes acontecimientos históricos, datos religiosos y asuntos legales y comerciales. Sin embargo, algunas leyes de cierta época de la historia asiria ilustran de nuevo la dureza que con tanta frecuencia caracterizó a aquella nación. El castigo estipulado para ciertos delitos era la mutilación. Por ejemplo: a una muchacha esclava no se le permitía presentarse en público cubierta con un velo, y si violaba tal ordenanza, se le amputaban las orejas. La siguiente ley ilustra la desprotección legal que tenía la mujer casada: “Dejando aparte las penas que se inscriben en la tablilla con respecto a una mujer casada, un hombre puede azotar a su esposa, arrancarle el pelo, cortarle y lastimarle las orejas. Legalmente no hay en ello ninguna culpa (imputable)”. (Everyday Life in Babylonia and Assyria, de H. W. F. Saggs, 1965, pág. 152.)
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Asurnasirpal II y Salmanasar III. La amenaza asiria empezó a acercarse a Israel durante el reinado de Asurnasirpal II, célebre por sus despiadadas campañas bélicas y crueldades ya mencionadas. Según algunas inscripciones, cruzó el río Éufrates, invadió la zona septentrional de Siria y exigió tributo de las ciudades fenicias. Su sucesor, Salmanasar III, es el primer rey que registra haber tenido un contacto directo con el reino septentrional de Israel. Los registros asirios informan que Salmanasar avanzó hacia Qarqar, junto al río Orontes, donde luchó contra una coalición de reyes. Aquella batalla no tuvo resultados decisivos. El Obelisco Negro de Salmanasar, en Nimrud, registra que Jehú (c. 904-877 a. E.C.) le pagó tributo, y tiene un relieve que probablemente representa al emisario de Jehú entregando el tributo a dicho monarca asirio. (Véase SALMANASAR núm. 1.)
Adad-nirari III y sus sucesores. Después de Samsi-adad V, sucesor de Salmanasar III, ascendió al trono asirio Adad-nirari III. Las inscripciones informan que atacó Damasco y recibió tributo de Jehoás de Samaria. Tal vez fue hacia mediados del siglo IX a. E.C. (c. 844) cuando se comisionó al profeta Jonás para que fuera a Nínive, la capital de Asiria. Como resultado de su advertencia de la inminente destrucción que les iba a sobrevenir, todos los habitantes de la ciudad, incluso el rey, se arrepintieron. (Jon 3:2-6.) Puede ser que por aquel entonces el rey de Asiria fuese Adad-nirari III, aunque esto no se sabe con certeza.
Según el registro histórico, entre los reyes que sucedieron a Adad-nirari III estuvieron sus hijos: Salmanasar IV, Asur-dan III y Asur-nirari V. Sin embargo, cabe destacar que en ese período la agresividad asiria estaba en decadencia.
Tiglat-piléser III. El primer rey asirio que se menciona por nombre en la Biblia es Tiglat-piléser III (2Re 15:29; 16:7, 10), también llamado “Pul” en 2 Reyes 15:19. Debido a que en 1 Crónicas 5:26 aparecen ambos nombres, en el pasado se pensó que se trataba de dos reyes distintos. Sin embargo, las listas de reyes babilonios y asirios dan ambos nombres a la misma persona. De modo que es posible que en un principio se conociera a este rey por el nombre de Pul y que al ascender al trono asirio, adoptara el nombre de Tiglat-piléser. (Véase PUL núm. 1.)
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Sargón II. Los registros de Sargón hablan de la deportación de 27.290 israelitas a diferentes lugares del Alto Éufrates y Media. También se narra la campaña contra Filistea, en la que conquistó Gad, Asdod y Asdudimmu.
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Estos acontecimientos, con la excepción de la aniquilación de las tropas asirias, también están registrados en el Prisma de Senaquerib y en un prisma de Esar-hadón. (GRABADOS, vol. 1, pág. 957.)
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Sea como sea, en algunas inscripciones se menciona a Menasi (Manasés) de Judá entre los que pagaban tributo a Esar-hadón.
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La caída del imperio. La Crónica de Babilonia (B. M. [Museo Británico] 21901) relata la caída de Nínive, capital de Asiria, después del sitio al que la sometió el rey babilonio Nabopolasar, con el apoyo de Ciaxares el medo, en el año decimocuarto de su reinado (632 a. E.C.). Esta dice: “La ciudad [convirtieron] en montes de ruinas y cúmu[los (de restos)]”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 239.) De esta manera llegó a un fin ignominioso el cruel gobierno asirio. (Isa 10:12, 24-26; 23:13; 30:30-33; 31:8, 9; Na 3:1-19; Sof 2:13.)
Según esta misma crónica, en el año decimocuarto de Nabopolasar (632 a. E.C.), Asur-uballit II intentó perpetuar el dominio asirio, con la ciudad de Harán como capital de su reino. Respecto al decimoséptimo año (629 a. E.C.) de Nabopolasar, dice: “En el mes Duʼuzu, Asur-uballit, rey de Asiria, (y) un gran [ejército de] E[gip]to [que había venido en su ayuda] cruzó el río (Éufrates) y [marchó a] la conquista de Harán”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 305.) De hecho, lo que este pasaje narra es el intento de Asur-uballit de reconquistar Harán, pues con anterioridad se le había hecho huir de la ciudad.
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