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  • w66 15/11 págs. 675-676
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  • ‘Síganme’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1966
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1966
w66 15/11 págs. 675-676

‘Síganme’

ESTA fue la declaración imperativa que oyeron dos hermanos cuando estaban diligentemente ocupados en su trabajo diario. Y obedecieron, dejando su trabajo de pescadores inmediatamente para seguir a quien habló.

¿Quién podía mandar con tal confianza? ¿Quién podía inspirar a sus oyentes para abandonar todo a lo que habían estado dedicados por algo nuevo? Quien habló ya les era bien conocido, porque Juan el Bautista les había dicho que éste era “el Cordero de Dios.” Informes de sus maravillosos milagros se habían esparcido por toda Galilea. Sí, era la voz de Jesús de Nazaret, y ya estos hombres sabían en su corazón que él era el prometido Mesías.—Juan 1:36.

Lejos de obedecer un mandato semejante hoy día, la mayoría de la gente no tiene intención de seguir a nadie. Prefiere ser guiada por sus propios antojos y deseos, sea que éstos sean perjudiciales para ella y otros o no. Le gusta creer que es totalmente independiente, que no necesita de la guía de nadie. Alega que quiere obtener lo más de la vida, y la única manera que conoce es complaciendo sus propios impulsos egoístas. No obstante, no logra felicidad ni tranquilidad de ánimo duraderas. Descubre que ha estado siguiendo tras el viento.

Por supuesto, hoy día hay multitudes que alegan haber acatado el mandato susodicho. Se llaman “seguidores” de Cristo, no obstante cuando comparamos su proceder con el de Pedro y Andrés, que hicieron caso al mismo mandato hace mil novecientos años, notamos una gran discrepancia.—Mat. 4:19, Versión Autorizada.

Pedro y Andrés no solo siguieron a Jesús mientras estuvo en la carne, sino que aun después de su muerte continuaron siguiéndolo. ¿Cómo? Llevando la clase de vida que él llevó; llevando a cabo la gran obra de predicación que comenzó mientras todavía estaba con ellos; adoptando el mismo punto de vista hacia la gente e instituciones mundanas que él tuvo; ‘siguiendo sus pasos con sumo cuidado y atención.’—1 Ped. 2:21.

Esos discípulos sabían que el mandato de Jesús no quería decir que habían de ser simplemente observadores de lo que él dijo e hizo. Habían de llegar a ser imitadores de él, porque él explicó que los haría “pescadores de hombres.” Que así entendieron el asunto se demuestra por el registro de la Biblia de cómo aprendieron de él, lo copiaron y transformaron su vida de acuerdo con el modelo que presentó.

En aquel primer siglo los que siguieron a Jesús estuvieron ansiosos de ser entrenados y de participar con él en su campaña de predicación. Aun hombres casados como Pedro, y hombres de familia como Felipe el evangelizador, respondieron de todo corazón y siguieron el ejemplo de Jesús. (1 Cor. 9:5; Hech. 21:8, 9) Los que tenían obligaciones de familia no descuidaban a su familia mientras salían a predicar. No, desempeñaban sus deberes para con su familia, pero también apartaban tiempo para estudiar el ejemplo de Jesús y luego participaban como podían en su campaña de predicación. Realmente “seguían” a su Amo.

Aquellos cristianos primitivos no se acobardaron por la advertencia de Jesús de que los que lo seguían tenían que estar preparados para negarse muchas cosas agradables, tenían que usar sus haberes para adelantar la obra del Reino, tenían que estar dispuestos a aguantar penalidades. (Mat. 16:24-26; 19:16-21; Luc. 9:58) Estuvieron ansiosos de ser sus seguidores. Aun cuando se les recordó que no se debía permitir que el padre y la madre se antepusieran a su lealtad a Cristo, continuaron fieles. Después de todo, ¿no era éste el propio Hijo de Dios, y no lo había nombrado Dios para ser Rey de todos los humanos que obtendrán la vida eterna? ¡Ciertamente, jamás podría haber alguna verdadera pérdida por medio de obedecer su mandato, respondiendo a la maravillosa oportunidad de seguirlo a él!

El hecho escueto es que en este siglo veinte las personas que creen que no pueden negarse pequeñas comodidades, aficiones, intereses personales de la vida, la libertad de proceder como desean, realmente nunca pueden llegar a ser, mientras tengan esa actitud, seguidores de Cristo. El permitir que cualquier otra meta de la vida rivalice o eclipse la meta que Jesús coloca delante de uno es descalificarse uno mismo como seguidor del Hijo de Dios, Aquel sumamente ensalzado que dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida.”—Juan 14:6.

El seguirlo significa oír y captar el sentido de su enseñanza, esforzándose por esparcir esa enseñanza a otros, mientras que siempre mantenemos en nuestra vida cotidiana la misma buena conducta que ejemplificó él. Por eso se distinguieron los cristianos del primer siglo. Trabajaban con las manos y proveían para sus necesidades cotidianas, pero rehusaron permitir que otras actividades llegaran a ser más importantes en su vida que el participar en la predicación del mensaje del Reino y atender a compañeros cristianos.

En nuestro día hay oportunidades aun mayores para que hombres, mujeres y jóvenes presten atención al mandato de Jesús y verdaderamente lleguen a ser sus seguidores. Se puede responder a la declaración conmovedora ‘Síganme’ en nuestro día con la misma prontitud y ahínco que mostraron los apóstoles, y con los mismos resultados benditos. Con aprecio de este hecho, Max Larson, un director de la Sociedad Watchtower Bible and Tract de Nueva York, Inc., al dirigir la palabra a una clase de misioneros que se graduaban de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower el 27 de febrero de 1966, usó el mandato de Jesús: ‘Síganme,’ como su tema. Entre otras cosas, dijo: “Ustedes quieren ser misioneros fieles en su asignación y recibir el premio de la vida eterna. Esa es su meta. Ustedes pueden realizarla siguiendo a su Guía, Cristo Jesús, y permaneciendo fieles a la Palabra de Dios y a su organización.”

Esas palabras aplican igualmente a todos los seguidores de Cristo hoy, porque dondequiera que esté ubicado un cristiano, hay una asignación para él de equiparse para predicar y enseñar a otros. El cristiano hallará provechoso el comenzar cada día considerando con oración la intensidad de significado sintetizado en aquel mandato: ‘Síganme.’ Constantemente hallará maneras adicionales de aplicar en su vida el ejemplo maravilloso de Aquel que dio ese mandato. Ningún privilegio puede ser mayor que el de seguir con sumo cuidado y atención los pasos del propio Hijo amado de Dios.

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