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La antigua Corinto, próspera y licenciosaLa Atalaya 1959 | 15 de octubre
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ciudad más licenciosa de la Grecia antigua. En el santuario de esta diosa mil hieroduli, o sacerdotisas, ofrecían su cuerpo a forasteros en prueba de su devoción a Afrodita. Las hetarias de Corinto, o mancebas, eran notorias tanto por su belleza perversa como por el elevado precio que cobraban por sus favores. Corinthiázesthai significaba “practicar la ocupación de alcahuete.” A los hombres y mujeres libertinos los llamaban “corintiastas” y “muchachas corintias.”
En 146 a. de J.C., el general romano Mummio destruyó a Corinto, saqueando muchos de sus tesoros de arte por motivos comerciales. Un siglo más tarde, en 46 a. de J.C., Julio César reconstruyó la ciudad y la pobló de romanos y griegos. Aunque “la ubicación era el único vínculo de conexión entre la nueva Corinto y la antigua, no obstante parece que los esplendores históricos del lugar lograron dominar la mente de los nuevos habitantes, quienes dentro de poco comenzaron a reanudar todos los cultos locales, y a reclamar [la] gloria pasada [de ella] como de ellos mismos.” (Encyclopedia Britannica) De nuevo Corinto se hizo famosa como una ciudad tanto próspera como licenciosa. Fué esta Corinto la que Pablo visitó alrededor de 50 d. de J.C., permaneciendo allí dieciocho meses y estableciendo una congregación.
Después de eso Corinto fué tomada repetidamente por los turcos, francos, venecianos, etc., y una vez fué allanada por un terremoto. La Corinto moderna, Korinthos, está ubicada a nueve kilómetros y medio del sitio de la antigua ciudad y tiene aproximadamente 18,000 habitantes. Igual que sus dos antiguas tocayas, es un importante centro de transporte. En ella se hallan dos florecientes congregaciones de testigos de Jehová. Incidentalmente, en el sitio original está la Corinto Antigua, pueblo de aproximadamente 1,000 personas.
Los hechos susodichos arrojan luz sobre las dos cartas que Pablo escribió a la congregación de Corinto, la cual él estableció. Explican por qué Pablo habló tan vigorosamente acerca de la conducta correcta y la adoración pura, especialmente en los capítulos cinco hasta siete de su primera carta. De hecho, Pablo menciona la fornicación más a menudo en estas dos cartas que en sus otras doce. Esto también explica por qué aconsejó a los corintios que era mejor casarse que estar distraídos por la pasión.
En vista de la prosperidad de Corinto podemos entender bien el que Pablo censurara a los hermanos de aquella ciudad por su falta de hospitalidad, por qué él recalcó que cada uno debería dar según lo que tuviera y por qué les hizo recordar que “el que siembra escasamente también cosechará escasamente.” Aunque el consejo de Pablo respecto al dar generoso y la vida limpia es siempre apropiado y oportuno, tiene fuerza especial para con todos aquellos que vivan en lugares que, semejantes a las Corintos antiguas, son prósperos y licenciosos.—2 Cor. 9:6.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1959 | 15 de octubre
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Preguntas de los lectores
● ¿Tuvieron que ser bautizados de nuevo con el bautismo de Jesús los que se sometieron al bautismo de Juan?—A. R., EE, UU.
El bautismo a que se hace referencia como “el bautismo de Juan” fué el bautismo de los judíos naturales y prosélitos que se arrepentían de sus pecados contra el pacto de la Ley. Fué un bautismo autorizado por Jehová, pero para efectuar el cual él instruyó a Juan. (Luc. 3:2, 3; Juan 1:33) Ya que el bautismo de tales judíos arrepentidos era una evidencia de su arrepentimiento de pecados contra el pacto de la Ley, el que se efectuara era válido mientras lo fuere el pacto de la Ley. Eso quiere decir que este bautismo podía efectuarse válidamente hasta el Pentecostés de 33 d. de J.C. No hay ningún registro de que persona alguna que fuere bautizada válidamente con el bautismo de Juan fuera bautizada de nuevo en el nombre de Jesucristo.
Juan fué enviado por Jehová para preparar al pueblo para el aparecimiento del Mesías. Se les había dado a los israelitas la Ley como un ayo para conducirlos hasta Cristo, pero como nación no habían seguido sus enseñanzas y no estaban en condición de reconocer y aceptar a aquel a quien ella los dirigía. (Gál. 3:24) Lucas 3:3-6 explica: “De modo que él entró en todo el campo alrededor del Jordán, predicando el bautismo de los que se arrepentían para el perdón de pecados, así como está escrito en el libro de las palabras de Isaías el profeta: ‘Voz de un hombre que clama en el desierto: “Preparen el camino de Jehová, hagan derechas sus calzadas. Hay que rellenar todo barranco, y allanar todo monte y cerro, y las curvas tienen que hacerse caminos rectos y los lugares escarpados caminos suaves; y toda la humanidad verá el medio de salvar de Dios.”’” Después que identificó a Jesús como “el Cordero de Dios” Juan el Bautista mismo explicó por qué él predicaba y bautizaba, diciendo: “La razón por la cual yo vine bautizando en agua fué para que él fuera hecho manifiesto a Israel.”—Juan 1:31.
Cuando Jesús comenzó su ministerio él no les dijo a sus discípulos que habían sido instruidos por Juan que volviesen a ser bautizados en el nombre de Jesús. De ninguna manera. El bautismo de ellos había sido efectuado por un siervo de Dios de acuerdo con las instrucciones de Jehová mismo y por lo tanto era válido. Ni tampoco les dio instrucciones de efectuar un bautismo diferente para con los que llegarían a ser sus seguidores durante el ministerio terrenal de él. Por eso, cuando leemos en Juan 3:22 que “Jesús y sus discípulos entraron en la región de Judá, y allí pasó algún tiempo con ellos y bautizaba,” entendemos que el bautismo efectuado tenía el mismo significado que el que Juan efectuaba.
No obstante, si alguien era bautizado con el bautismo de Juan después del Pentecostés de 33 d. de J.C., esa acción era incorrecta. Indicaría que el tal no apreciaba el significado de ese bautismo. Leemos acerca de un caso de esta clase en Hechos 19:3-5: “Y él dijo: ‘¿En qué, entonces, fueron bautizados?’ Dijeron: ‘En el bautismo de Juan.’ Pablo dijo: ‘Juan bautizó con el bautismo de los que se arrepentían, diciendo al pueblo que creyera en el que venía después de él, es decir, en Jesús.’ Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús.” Puesto que esto aconteció cuando Pablo estaba en su tercera gira misional, la cual comenzó alrededor de 52 d. de J.C., es evidente que estas personas habían sido bautizadas después que el bautismo de Juan había cesado de tener valor a los ojos de Jehová Dios. Correctamente, fueron bautizadas de nuevo.
Sin embargo, no hay por qué bautizarse de nuevo cada vez que se cumple otra profecía de la Palabra de Dios o que se comprende con más claridad alguna verdad. El siervo bautizado de Dios que verdaderamente se ha arrepentido de su proceder anterior seguirá la dirección de Jehová en estos asuntos. Por lo tanto, cuando Cristo fué entronizado como Rey en 1914 d. de J.C. no fué necesario que todo cristiano verdadero se bautizara de nuevo en reconocimiento de su posición gobernante. Así también, cuando Juan el Bautista señaló a Cristo como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,” no fué necesario que sus discípulos fueran bautizados nuevamente. El que aceptaran a Jesús como el Cristo no era más que consistente con el bautismo al cual ya se habían sometido. Y así como su bautismo siguió válido en ese tiempo, de igual manera cuando Cristo ascendió al cielo y “Dios también le exaltó a un puesto superior y bondadosamente le dió el nombre que está por encima de todo otro nombre,” no hubo ninguna necesidad de que sus discípulos mostraran su reconocimiento de esto por medio de ser bautizados de nuevo.—Fili. 2:9.
No obstante, un cambio de bautismo había de venir cuando dejara de ser válido el pacto de la Ley. Por lo tanto, no al principio de su ministerio, sino después ‘de su resurrección y antes de su ‘ascensión al cielo, Jesús les dijo a sus discípulos: “Vayan pues y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles que observen todas las cosas que yo les he mandado.” (Mat. 28:19, 20) Él les dijo además: “No se retiren de Jerusalén, sino sigan esperando lo que el Padre ha prometido, tocante a lo cual oyeron de mí.” “Ustedes recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos míos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria y hasta la parte más lejana de la tierra.” (Hech. 1:4, 8) De manera que desde el Pentecostés en adelante se efectuaba un bautismo diferente, no para el arrepentimiento de pecados contra el pacto de la Ley, sino “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo,” simbolizando la dedicación del creyente.
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