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  • Cómo logré controlar mi genio violento
    ¡Despertad! 1982 | 22 de febrero
    • Cómo logré controlar mi genio violento

      ¡ZAS! De un manotazo mi padre derribó al suelo la copa del hombre. Hubo un grito de protesta, algún forcejeo y empellones, entonces... ¡pum! El hombre le dio un puñetazo a mi padre en pleno rostro y le hizo sangrar profusamente. Me levanté de un salto en defensa de mi padre. Otros se unieron a la pelea. Inmediatamente se armó una refriega en aquel café francés. Las sillas volaban, los cristales quedaron hechos añicos y las mesas destrozadas. La policía recibió aviso de la reyerta y se presentó inmediatamente en el lugar. El simplemente ver los uniformes de la policía fue para mí como cuando el toro ve la capa encarnada del torero. Arremetí y llovieron los puñetazos. Tres policías quedaron fuera de combate antes que se me pudiera dominar, y tanto a mi padre como a mí se nos condujo esposados a la comisaría de policía de la localidad.

      Aquel sábado allá en marzo de 1953, mi padre y yo habíamos salido de casa para ir de compras. Nos encontramos con algunos compañeros de trabajo y terminamos yendo de un café de la localidad a otro. Mi padre se emborrachó y pronto ambos nos envolvimos en aquella pelea. Al día siguiente nuestros nombres aparecieron en el periódico bajo el titular: “Padre e hijo provocan camorra entre parroquianos... tres policías resultaron gravemente heridos.” Se nos envió a la cárcel por un mes, y nos tomó todo un año el pagar la multa que se nos impuso.

      Ese fue solo un episodio que pudo haberme llevado a una vida de violencia. Pero desde que eso sucedió he aprendido a controlar mi genio violento. ¿Cómo lo he logrado? Primero, permítame contarle algo acerca de mi pasado y de cómo desarrollé dicho genio.

      De tal palo, tal astilla

      Nací en Le Mans (en la parte occidental de Francia) en 1929, el año en que la gran depresión azotó a los Estados Unidos y después a Europa occidental. Había muchas personas sin empleo en Francia al principio de los años treinta. Mi padre —un albañil— era un buen trabajador; de modo que se las arregló para encontrar empleo en obras de construcción. A medida que la situación económica fue empeorando, él se interesó en la política, en los sindicatos y en las demandas laborales. Desarrolló un genio agresivo y comenzó a beber en exceso.

      Cuando mi padre regresaba al hogar, a menudo tarde de noche, mi madre tenía que soportar sus terribles arrebatos de cólera y muchas veces el que le diera una golpiza y rompiera los platos y los muebles. Los sábados por la noche la pasábamos muy mal, porque era el día de pago semanal. Mamá acostaba a mi hermana y a mí en la cama, y muchas veces temblábamos de miedo al esperar que él llegara al hogar... ¡borracho! Algunas veces él y sus amigos salían de cacería y regresaban borrachos, haciendo disparos al aire con sus escopetas.

      Así que, no es de extrañar el que al llegar a adulto tuviera mal genio y que fuera brutal y egoísta. Cierto día, después que estuve de correrías con un amigo, mi padre me quitó la bicicleta y la cerró bajo llave en un cobertizo. Luego acerté a oír una conversación entre mi padre y uno de sus amigos en la que el amigo le pedía la bicicleta para su hijo; me las arreglé para entrar al cobertizo, tomé un hacha grande y destrocé la bicicleta, y enterré los pedazos en el jardín. Está de más decir que cuando mi padre se enteró de ello, me dio una buena zurra.

      Llegué a ser un “pez gordo” entre los pilletes de nuestra vecindad, siempre dispuesto a dar consejos a los que estuvieran tramando alguna diablura. Una de nuestras travesuras era el interrumpir las vísperas (servicio religioso que se celebra hacia el anochecer) por medio de inesperadamente, repicar las campanas de la iglesia o arrojar piedras sobre la techumbre de hojalata de un edificio próximo a la iglesia. A mi modo, estaba siguiendo el ejemplo de mi padre. El se convirtió en una molestia para la gente y ésta le temía, y yo estaba haciendo lo mismo.

      Me convierto en boxeador

      En el ínterin, abandoné la escuela y me hice aprendiz de ebanista. En marzo de 1945, poco antes del fin de la II Guerra Mundial, mi madre murió de cáncer. Había tenido una vida dura, no había tenido el amor y la felicidad que la mayor parte de las mujeres buscan. Su muerte fue un gran golpe para mí, y mi vida quedó sin propósito.

      Las cosas que vi durante la guerra no ayudaron en nada a eliminar el placer que obtenía de la violencia. Por eso, a modo de entretenimiento, escogí emprender el boxeo. En el gimnasio, daba salida a mi agresividad por medio de golpear el saco de arena o por medio de entrenarme con compañeros. Llegué a ser buen boxeador, y con el tiempo llegué a los cuartos de final de un campeonato para aficionados de Francia.

      Mis habilidades boxísticas satisfacían mi ego y me ayudaban a sobreponerme al complejo de inferioridad que había desarrollado a consecuencia de una niñez infeliz. Además del boxeo, mi entretenimiento principal era el asistir a los bailes de la aldea donde vivía. Con mi actitud de bravucón, parecía que siempre hallaba alguna “causa digna” que defender, algún “entuerto” que necesitara ser corregido. Y siempre estaba listo para poner manos a la obra y tener una “buena pelea.”

      Un soldado violento y un esposo violento

      En 1950 fui reclutado por el ejército y fui a dar a Argelia con un uniforme a cuestas. Allí también tuve problemas a causa de mi genio violento. Por un asunto trivial aporreé a otro soldado. Comparecí ante un grupo de oficiales, pero recurrí a insultos y a burla. Me dijeron que yo no era el que mandaba y que ellos me meterían en cintura. Me arrojaron en una celda de concreto por tres semanas. Es muy extraño pero fue allí donde, de otro confinado, oí por primera vez el nombre “Jehová.” Ese nombre se me quedó grabado en la mente. Después de esto me enviaron a un campo disciplinario en Biskra, Argelia.

      Después que fui licenciado del ejército, regresé a mi antiguo trabajo en una fábrica de automóviles y comencé a boxear otra vez, esta vez con una licencia de profesional. En 1952 conocí a la chica que más tarde llegó a ser mi esposa. Pero el matrimonio no cambió mi comportamiento violento. En cierta ocasión, salí a comprar unas papas o patatas, pero puesto que me tardé, mi esposa fue a ver qué pasaba y alcanzó a ver mi bicicleta frente a un café. Ella entró llorando y me halló sentado a la mesa con unos amigotes. La acompañé afuera, en medio de las exclamaciones de burla, pero tan pronto como llegué a casa le propiné una paliza. Pronto la gente comenzó a aconsejar a mi esposa que me abandonara.

      Nuestra vida de casados se vio afectada también por la pérdida de nuestro primer niño. Dos años más tarde mi esposa quedó encinta otra vez, pero la muerte azotó nuevamente. Una monja católica trató de convencernos de que Dios necesitaba muchos ángeles alrededor de él, pero esto no nos sirvió de consuelo alguno. De hecho, fortaleció mi convicción de que Dios no existía. Nos hallábamos sumidos en desesperación y nuestro matrimonio se encaminaba al desastre.

      Hallo los medios para controlar mi genio

      Una mañana mi padre me mostró un libro que había adquirido de un testigo de Jehová. Lo hojeé, pero no despertó ningún interés en mí, excepto por el hecho de que noté el nombre “Jehová” y recordé haber oído ese nombre cuando estaba en el ejército en Argelia. Cuando el Testigo regresó a visitar a mi padre, le pedí que me trajera una Biblia, y me suscribí a la revista ¡Despertad! Puesto que todavía estaba activo en el boxeo, cuando el Testigo regresaba para visitarme rara vez me hallaba en casa, y por eso finalmente le dije que no se molestara en visitarme más. Sin embargo, cuando venció mi suscripción a la ¡Despertad!, la renové.

      Poco tiempo después de esto, mi esposa y yo recibimos la visita de Antoine Branca, el ministro presidente de la congregación de los testigos de Jehová en Le Mans. Con su afectuoso acento del sur de Francia, nos explicó los propósitos de Jehová y la esperanza de la resurrección. (Hechos 24:15) A mi esposa le emocionó particularmente la idea de poder ver a sus dos niñitos otra vez, y también al hermano de 19 años de edad que había perdido. Yo no me expresé tanto como ella, pero acepté el estudio de la Biblia.

      Por supuesto, el conocimiento de la Biblia que había adquirido recientemente no afectó milagrosamente mi mal genio. Después que Antoine Branca partió de Le Mans para ser misionero en Madagascar, otros dos Testigos estudiaron la Biblia con nosotros. Mi padre se dio cuenta de estas visitas y se burló de nosotros. Se suscitó una discusión. Pude ver lo que iba a suceder, y mi padre era un hombre alto. De modo que le golpeé antes que él me golpeara a mí. ¡Lo derribé de un golpe! Pero me sentí muy avergonzado. Cuando se recobró, nos echó de la casa que habíamos edificado entre los dos. Mi esposa estaba embarazada, y ahora no teníamos un lugar donde vivir. ¡Todo a causa de mi genio violento!

      Los padres de mi esposa bondadosamente nos recibieron en su hogar y hasta accedieron a que continuáramos estudiando la Biblia con los Testigos, pues esperaban que eso me ayudara a cambiar mi modo de ser. Poco después de esto nació nuestra hija Katrina. Eso me hizo muy feliz, pero todavía sentía la necesidad de boxear. Estaba dividido entre mi personalidad violenta y los principios bíblicos que estaba aprendiendo. Se estaba efectuando una batalla dentro de mí, y para desahogarme, me desquitaba de mi frustración en mi oponente en el boxeo. Pero para acallar mi conciencia, permitía que él diera el primer golpe. Pero algo dentro de mí impedía que golpeara en la forma que acostumbraba hacerlo en el pasado. Un día el Testigo que estaba estudiando conmigo lo dijo clara y llanamente... el boxeo no era la clase de deporte que me ayudaría a dominar mi genio. Finalmente decidí abandonar el boxeo.

      Poco antes de eso, tuvimos que mudarnos a otro lugar debido a que nuestra pequeña Katrina estaba creciendo. Así que un día decidí visitar a mi padre y hacer las paces. Quería preguntarle si podría venderme la casita de madera que habíamos edificado juntos de modo que pudiera mudarla a otro solar. El se alegró de verme y de conocer a su nieta, a quien nunca había visto. Tuvo mucho gusto en notar los cambios que yo había hecho, y hasta me ayudó a reconstruir la casa. Creo que los buenos modales y la sinceridad de los testigos de Jehová le causaron una buena impresión. Más tarde, durante una de las asambleas de los Testigos, hasta accedió a que algunos de ellos colocaran tiendas de campaña y casas de remolque en su propiedad.

      Otra pelea estaba a punto de comenzar

      En 1957 asistí por primera vez a una asamblea de los testigos de Jehová. Esta se celebró en el edificio de un viejo circo de París, el Cirque d’Hiver. Debido a mi disposición violenta, quedé sumamente impresionado por la apacibilidad y el gozo calmado de los que se hallaban allí presentes. Muchos de ellos venían y me decían: “Bonjour,” y hasta me llamaban “Frere” (Hermano). Le conté todo eso a mi esposa cuando regresé a casa. Más tarde, durante ese mismo año, mi esposa y yo dedicamos nuestra vida a Jehová y fuimos bautizados el 23 de noviembre de 1957.

      Es cierto, yo había dejado el boxeo, pero tenía ahora otra pelea en mis manos... la pelea contra mi “vieja personalidad.” (Efesios 4:22) A medida que se llegó a saber que ahora yo era testigo de Jehová, perdí a muchos de mis amigos anteriores. (1 Pedro 4:4) Algunos de mis compañeros de trabajo se burlaban de mi fe recién adquirida. Cierto día, cuando se estaban burlando de mí, perdí los estribos y los golpeé a todos. Gané la pelea contra ellos, pero perdí la pelea contra mi genio violento.—Romanos 7:18-23.

      No obstante, con el tiempo y con la ayuda del espíritu de Dios y de mis compañeros Testigos, gradualmente fui ganando la pelea y pude dominar mi mal genio. Con el tiempo, me gané la confianza de mis hermanos cristianos y fui recomendado para servir de superintendente presidente de la congregación de los testigos de Jehová en Le Mans.

      Tengo que ejercer vigilancia continua

      Al principio, los esfuerzos continuos por desarrollar gobierno de mí mismo afectaron mi salud. Tuve problemas con los nervios y comencé a padecer de psoriasis. Por ésta y por otras razones, en noviembre de 1965 nos mudamos a Grenoble, una ciudad en los Alpes franceses. Desde que estoy aquí mi salud ha mejorado muchísimo.

      Todavía tengo el privilegio de servir como anciano cristiano. Sin embargo, tengo que cuidarme del peligro de deslizarme de vuelta a mi proceder violento. Recuerdo que en una ocasión, mientras visitaba de casa en casa para considerar la Biblia con las personas, un hombre comenzó a gritarme y a proferir insultos contra mí y a golpear la puerta con los puños. Las reacciones violentas de antaño comenzaron a aflorar en mí. Dí un paso atrás y apreté los puños, listo para atacar. Entonces me invadió un sentimiento de vergüenza. Afortunadamente, el hombre se calmó y pude retirarme tranquilamente. Le di gracias a Jehová por protegerme de aquel hombre... ¡y de mí mismo!

      En otra ocasión, un abogado a quien visité se encolerizó y fue a buscar un revólver y amenazó con dispararme si no me marchaba inmediatamente. Me sorprendí cuando le respondí calmadamente: “Au revoir, Monsieur, seguiré adelante y hablaré con sus vecinos.” ¡Qué diferente de la forma en que hubiese reaccionado unos años atrás!

      Después que nació Katrina, mi esposa y yo tuvimos dos hijos, y como familia cristiana los cinco hemos podido vivir una vida pacífica y feliz.

      Aunque a menudo acostumbraba “echar chispas,” el estudio y la aplicación personal de la Palabra de Dios me han ayudado. Creo que si hubiese reconocido esa fuente de ayuda antes, hubiera progresado más rápidamente. Hay un punto en particular que me impresionó sobremanera: el poder de Jehová. Quizás esto se deba a que tengo un espíritu de combatividad. Aprendí que nadie puede oponerse a la fuerza de Jehová y quedar impune. Ahora Jehová era mi verdadero “apoderado,” El que yo necesitaba. El me proveyó una “guardia” que no falla con la cual protegerme, y conocimiento exacto para “pelear” a favor del mensaje del Reino... ¡pero sin causar ningún daño! Realmente le doy gracias a Jehová porque me ha permitido, por medio de su Palabra y con la ayuda de sus testigos, controlar mi genio violento.—Contribuido.

      [Comentario en la página 18]

      “Siempre estaba listo para poner manos a la obra y tener una ‘buena pelea’”

      [Comentario en la página 19]

      ‘Todavía tengo que tener cuidado para no deslizarme de vuelta a mi proceder violento’

      [Ilustración en la página 17]

      Para dar salida a mi genio violento, emprendí el boxeo

  • ¿Es la Biblia un libro del hombre blanco?
    ¡Despertad! 1982 | 22 de febrero
    • ¿Es la Biblia un libro del hombre blanco?

      “EL CRISTIANISMO nos lo trajeron aventureros y oportunistas, quienes nos dejaron la Biblia y se llevaron todo lo demás.” Esta opinión de un locutor de radio de Botswana expresa lo que muchos africanos creen. En otras partes del mundo se opina de modo similar. En África muchas personas de la raza negra lo expresan así: ‘La Biblia es un libro del hombre blanco. La trajeron al África y la utilizaron junto con la religión de ellos para dominarnos y robar nuestra tierra.’

      ¿Son ciertas esas acusaciones? ¿‘Robaron la tierra’ los hombres blancos? ¿Fueron los “aventureros y oportunistas” quienes llevaron el cristianismo al África? ¿Es la Biblia realmente “un libro del hombre blanco”?

      ¿‘Robaron la tierra’ los hombres blancos?

      Al examinar detenidamente las páginas de la historia, notamos que en muchos lugares sí lo hicieron. En el siglo quince, las naciones poderosas de Europa occidental —con barcos más grandes y mejores métodos de navegación— se aventuraban más lejos en el océano Atlántico. ¿Por qué? Además del espíritu de aventura y la curiosidad característicos de los europeos, había también, y esto principalmente, el deseo de “enriquecerse rápidamente” que los movía a hacer tantos viajes de descubrimiento y conquista.

      Por ejemplo, en 1492 Colón navegó hacia el oeste y halló, no las Indias Orientales ni el Asia oriental, según creía, sino las islas del Caribe, que ahora se conocen como las Antillas. Con el tiempo, aventureros españoles como Cortez y Pizarro se apoderaron de extensas áreas de América del Norte, Central y del Sur. Al principio los españoles encontraron pueblos primitivos, y a éstos los “asesinaron, les robaron, los esclavizaron y los bautizaron,” como informó H. G. Wells en su obra Outline of History. Al poco tiempo “cargamentos de oro y plata comenzaron a hacer constantemente la travesía del Atlántico para el Gobierno español.”

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