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  • El amor de mi familia a Dios pese a encarcelamientos y muertes

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  • El amor de mi familia a Dios pese a encarcelamientos y muertes
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1985
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1985
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El amor de mi familia a Dios pese a encarcelamientos y muertes

Según lo relató Magdalena Kusserow Reuter

MI HERMANO Wilhelm había de ser ejecutado por los nazis la mañana siguiente. ¿Qué crimen había cometido? Había rehusado servir en el ejército alemán por razones de conciencia. Tenía 25 años de edad y estaba consciente de que se acercaba el momento de ser ejecutado por el pelotón de fusilamiento. Durante aquella noche del 26 de abril de 1940, él nos escribió la siguiente carta de despedida, después de lo cual tranquilamente se acostó y durmió profundamente.

“Queridos padres, hermanos y hermanas:

Todos ustedes saben lo mucho que los quiero, y recuerdo esto repetidas veces cada vez que veo la fotografía de nuestra familia. ¡Qué armonía existía siempre en casa! Sin embargo, sobre todo tenemos que amar a Dios, como mandó nuestro Líder [Führer], Jesucristo. Si nos ponemos firmemente a su favor, él nos recompensará.”

En su última noche de vida nuestro querido Wilhelm estuvo pensando en nosotros... sus padres cristianos y sus cinco hermanos y cinco hermanas, familia excepcionalmente grande y armoniosa. Al pasar por los trastornos del tiempo, nos hemos asegurado como familia de que nuestro amor a Dios siempre ocupe el primer lugar.

Nuestro hogar de la “Edad de Oro”

Mis padres, Franz y Hilda Kusserow, habían sido celosos Estudiantes de la Biblia, o Bibelforscher (testigos de Jehová), desde que se bautizaron en 1924, año en que nací yo, la séptima de entre sus hijos. Nosotros, los 11 hijos, tuvimos una maravillosa juventud con nuestros padres. Puesto que mi padre se jubiló de su empleo seglar a una edad temprana, pudo dedicarnos mucho tiempo. Hizo esto en armonía con los principios bíblicos. No pasaba un día sin que recibiéramos consejo e instrucción de la Biblia. Nuestros padres reconocían que los niños no se vuelven alabadores de Jehová automáticamente tan solo porque lo sean los padres.

En 1931 mi padre aceptó la invitación de la Sociedad Watchtower de mudarse con su familia grande a un territorio donde no había ninguna congregación local en aquel entonces. En Paderborn y los alrededores —que consistía en aproximadamente 200 pueblos y aldeas— teníamos mucho que hacer en la obra de predicar el mensaje del Reino. Mi hermana mayor, Annemarie, servía de precursora especial, y mi padre y mi hermano Siegfried, de 15 años de edad, servían de precursores regulares.

Aun desde lejos las personas podían ver dos grandes letreros pintados en ambos lados de nuestra casa, que quedaba en Bad Lippspringe. Allí, en alemán, mi padre había escrito: LESEN SIE ‘DAS GOLDENE ZEITALTER’ (LEA ‘LA EDAD DE ORO’, nombre que anteriormente llevaba la revista ¡Despertad!). Nuestra casa estaba situada al lado de una línea de tranvía que conectaba Paderborn y Detmold. Cada vez que el tranvía se detenía en frente de la casa, el conductor gritaba: “¡Parada LA EDAD DE ORO!”. Y de hecho, nuestra casa, situada en 1,2 hectárea (tres acres) de terreno y rodeada de un bello jardín con arbustos y árboles, llegó a ser para nosotros un centro de educación y actividad, que giraba en torno a la edad de oro venidera del Reino de Dios. (Mateo 6:9, 10.)

Todo en armonía

Una familia que había sido bendecida con tantos hijos necesitaba dirección. Frecuentemente se tenían que cosechar las verduras y las frutas. Se tenía que atender a las gallinas y los patos, y el cordero de la familia necesitaba que se le alimentara en biberón. Nuestro perrito de raza dachshund llamado “Fiffi” y nuestro gato “Pussi”, que también eran “miembros” queridos de la familia, necesitaban atención. Por eso mi padre hizo un horario de los quehaceres domésticos, el trabajo en el jardín, y el cuidado de los animales domésticos. Cada uno de los niños hacía su parte de los diversos quehaceres, para los cuales los muchachos se turnaban con las muchachas cada semana.

En el horario, papá también incluía tiempo para que nos recreáramos, lo cual incluía música, pintura y otras actividades, todo bajo la supervisión de mi madre, quien era maestra profesional. Teníamos en la casa cinco violines, un piano, un armonio, dos acordeones, una guitarra y varias flautas. Sí, nuestros padres no solo supervisaban nuestras tareas escolares, sino que también hacían que la música y el canto fueran parte de nuestro programa educativo.

Lo que hoy considero de mayor importancia es que no pasaba un solo día sin que se nos diera alguna forma de instrucción espiritual, ya fuera por medio de contestar nuestras preguntas mientras estábamos sentados a la mesa o por medio de hacernos aprender de memoria diferentes textos bíblicos. Mi padre también insistía en que aprendiéramos a expresarnos correctamente. En otras palabras, nuestra vida de familia era ideal, mejor de lo que se pudiera dar a entender en un relato. Claro, también teníamos nuestras debilidades, y mi padre frecuentemente nos disciplinaba con palabras que dolían más que cualquier castigo físico. Siempre nos enseñaba a pedir perdón por nuestros errores y perdonar a otros. No nos dábamos cuenta entonces cuán importante llegaría a ser todo este entrenamiento.

El miembro más joven de nuestra familia, el pequeño Paul-Gerhard, nació en 1931. Tanto sus hermanos Wilhelm, Karl-Heinz, Wolfgang, Siegfried y Hans-Werner como mis hermanas Annemarie, Waltraud, Hildegard, Elisabeth y yo le dimos la bienvenida.

Empieza la tribulación

Alrededor de ese tiempo Adolfo Hitler estaba subiendo al poder en Alemania. Parece que mi padre sabía que habría problemas, y nos preparaba cada vez más para los años difíciles que habrían de venir. Usando la Biblia, nos mostró que a algunos Testigos fieles se les perseguiría, se les encarcelaría, y hasta se les quitaría la vida (Mateo 16:25; 2 Timoteo 3:12; Revelación 2:10). Recuerdo haber pensado que esto no necesariamente sucedería a nuestra familia. No tenía la menor idea de lo que el futuro nos reservaba.

El primer golpe fue la muerte de mi hermano Siegfried, quien murió ahogado accidentalmente a los 20 años de edad. Luego, en la primavera de 1933 estuvimos bajo el escrutinio de los socialistas nacionales, que ahora se conocen comúnmente por el nombre de nazis. La policía secreta mandó que cubriéramos los letreros de nuestra casa con pintura. ¡Pero en aquellos tiempos la pintura era de tan mala calidad que aún se podían divisar las palabras “EDAD DE ORO” a través de la pintura! Además, el conductor de tranvía continuó gritando: “¡Parada LA EDAD DE ORO!”.

Gradualmente fueron aumentando las presiones. Otros Testigos, que sufrieron severo maltrato a manos de la gestapo, buscaron refugio en nuestro hogar. La pensión de mi padre fue reducida debido a que él rehusó decir “Heil Hitler”. Entre 1933 y 1945, la gestapo registró nuestro hogar unas 18 veces. Pero ¿nos intimidó aquello a nosotros los niños? Mi hermana Waltraud recuerda: “Sin embargo, aun cuando la persecución era intensa, nosotros nos sentíamos fortalecidos gracias a nuestros padres, quienes con regularidad estudiaban la Biblia con nosotros. Seguíamos apegándonos al horario que mi padre había preparado”.

Los más jóvenes bajo presión

Con mucho miedo, los más jóvenes íbamos a la escuela todos los días. Los profesores exigían que saludáramos la bandera, cantáramos canciones nazis, y dijéramos “Heil Hitler” alzando el brazo. Debido a que rehusamos hacer esto, llegamos a ser blanco de burla. Pero ¿qué nos ayudó a mantenernos firmes? Todos concordamos en que fue el hecho de que a diario nuestro padre y nuestra madre consideraban nuestros problemas individuales con nosotros a medida que estos surgían (Efesios 6:4). Nos mostraron cómo obrar y cómo defendernos con la Biblia (1 Pedro 3:15). Frecuentemente teníamos sesiones de práctica, durante las cuales se hacían preguntas y se daban respuestas.

Mi hermana Elisabeth recuerda una prueba severa que le sobrevino a ella: “Un momento sumamente difícil para nosotros, que nunca olvidaremos, fue cuando, en la primavera de 1939, el director de la escuela hizo la acusación de que nosotros como niños estábamos siendo desatendidos en sentido espiritual y moral e hizo arreglos mediante el tribunal para que se nos sacara de la escuela y se nos secuestrara para llevarnos a un lugar desconocido. Yo tenía 13 años de edad, Hans-Werner tenía 9, y el pequeño Paul-Gerhard tenía solo 7 años de edad”.

Hace poco, más de 40 años después de aquello, Paul-Gerhard recibió una carta de un oficial a quien aún le remordía la conciencia. Él escribió: “Yo soy el policía que lo llevó a usted junto con su hermano y hermana al reformatorio. Yo los entregué esa misma noche”. ¡Imagínese, aquellos tres niños indefensos fueron secuestrados de la escuela, sin que se dijera una sola palabra a nuestros padres!

Mi madre trató de averiguar adónde los habían llevado. Por fin, después de varias semanas, los encontró en un reformatorio de Dorsten. Al poco tiempo el director se dio cuenta de que eran niños bien educados y que no merecían estar allí, de modo que después de varios meses les dejaron salir. Pero no llegaron a casa. ¿Qué había sucedido?

La gestapo había detenido a mis hermanos y a mi hermana y los había llevado de Dorsten a Nettelstadt, cerca de Minden, a una escuela de entrenamiento nazi. Por supuesto, se prohibía la visita de parientes, pero mi madre procuró de toda manera posible fortalecer a sus hijos, incluso por medio de mandarles cartas ocultas. En una ocasión hasta logró verlos y hablarles. Luego separaron a los niños y los llevaron a diferentes lugares. Sin embargo, mantuvieron su integridad y rehusaron saludar la bandera o decir “Heil Hitler”. Señalaron Hechos 4:12, donde, respecto a Jesucristo, se dice: “No hay salvación [Heil, en alemán] en ningún otro”.

Se somete a prueba a toda la familia

Mientras tanto, mi padre fue sentenciado a prisión dos veces. El 16 de agosto de 1940, lo liberaron de la prisión, solo para mandarlo a prisión por tercera vez ocho meses después, ahora a la penitenciaría de Kassel-Wehlheiden. Pero durante su corto período de libertad, experimentó el gozo de bautizar a tres de nosotros... a Hildegard, de 19 años de edad, a Wolfgang, de 18 años de edad, y a mí, que entonces tenía 16 años de edad.

Volvieron a poner a mi padre en la prisión, y a la vez encarcelaron a mi madre y a Hildegard. A mí también me llevaron al tribunal y a los 17 años de edad me sentenciaron a estar en incomunicación en la prisión juvenil de Vechta. Allí no tenía casi nada que hacer. No era fácil levantarme temprano por la mañana y simplemente sentarme todo el día mirando las paredes blanqueadas. Traté de recordar cuanto pude de lo que había aprendido y quedé maravillada ante las riquezas espirituales que descubrí. Pude recordar canciones del Reino por completo y desarrollé temas bíblicos. ¡Cuán agradecida me sentía del entrenamiento cuidadoso que mis padres me habían dado!

Cuando estaban por cumplirse los seis meses de mi sentencia, la directora de la prisión me llamó a su oficina y explicó que me pondrían en libertad si firmaba un papel en el que renunciaba a mis creencias por ser estas enseñanzas falsas. Nuevamente tuve el privilegio de defender mi fe. La directora contestó con silencio. Entonces, con voz triste, dijo que tendría que entregarme de nuevo a la gestapo. Cuatro meses después me transportaron al campo de concentración de Ravensbrück.

Mi madre e Hildegard aún estaban en otra prisión. Me encontré con ellas después, cuando fueron asignadas a Ravensbrück. Entonces mi madre y yo pudimos permanecer juntas hasta el fin de la guerra. Annemarie y Waltraud también estaban en la prisión. Para ahora todos los miembros de nuestra familia habían sido encarcelados o secuestrados. La casa grande que teníamos en Bad Lippspringe, que en un tiempo había estado llena de la risa y el canto de niños despreocupados, ahora estaba vacía. Se habían aplicado muchas capas de pintura a los letreros en ambos lados de la casa. Las palabras EDAD DE ORO habían desaparecido.

Ravensbrück... amigos y enemigos

Cuando llegué a Ravensbrück, a pesar de sentirme aprensiva, anhelaba encontrarme con otras Testigos. Pero ¿cómo las encontraría entre aquellos miles de prisioneras? Parte del procedimiento de admisión era el despiojar a las prisioneras. La prisionera que me examinó la cabeza me preguntó en voz baja: “¿Por qué estás aquí?”. “Soy Bibelforscher”, contesté yo. Gozosamente ella contestó: “¡Te doy una sincera bienvenida, mi querida hermana!”. Entonces me llevaron al bloque de los Bibelforscher, donde la hermana Gertrud Poetzinger cuidó de mí.

Al día siguiente me llamaron a la oficina del comandante del campo. Sobre su escritorio había una Biblia grande que estaba abierta al capítulo 13 de Romanos. Él me ordenó que leyera el primer versículo Ro 13:1, que dice: “Toda alma esté en sujeción a las autoridades superiores”. Después que yo había terminado de leer, él dijo: “Y ahora usted me explicará por qué no quiere obedecer a las autoridades superiores”. Contesté: “Para explicar esto, tendría que leer todo el capítulo”. Con esto él cerró la Biblia bruscamente y me despidió. Así empecé a cumplir mi sentencia de tres años y medio en Ravensbrück.

Aparte del trato brutal de los guardias de la SS, quizás lo peor de aquella experiencia fueron los inviernos. Todas las mañanas formábamos filas y permanecíamos de pie en el frío glacial para el recuento oficial. ¡Esto empezaba a las 4 de la madrugada y podía durar entre dos y cinco horas! No se nos permitía poner las manos en los bolsillos, de modo que me salieron sabañones en las manos y los pies y tuve que recibir atención médica.

Pero mientras estábamos en fila, utilizábamos también aquellas horas perdidas para edificarnos unas a otras espiritualmente. Cuando los guardias de la SS estaban bastante lejos como para no poder oírnos, solíamos repetir algún texto bíblico una tras otra y así concentrábamos nuestra mente en la Palabra de Dios. En cierta ocasión todas aprendimos el Salmo 83, y lo repetimos una tras otra, teniendo cuidado de que no se diera cuenta de ello ninguno de los guardias. Esta ayuda espiritual contribuyó a que perseveráramos. Pero regresemos a la primavera de 1940.

El primer mártir

Mi hermano mayor Wilhelm fue sentenciado a muerte y fue ejecutado públicamente en el jardín del hospital de Münster. Él fue el primer mártir de la familia. Mi madre y yo lo visitamos poco antes de su muerte. Quedamos impresionadas al ver lo resuelto y tranquilo que estaba. Quiso que mi madre se llevara su abrigo, pues dijo: “No lo necesito ahora”.

Hitler rechazó la tercera petición que hizo Wilhelm en contra de la sentencia de muerte y personalmente firmó la orden de ejecución. Pero aun mientras le vendaban los ojos a Wilhelm le ofrecieron una última oportunidad de renunciar a su fe. Él rechazó dicha oferta. ¿Cuál fue su último deseo? Que dispararan sin errar al blanco. El abogado asignado por el tribunal escribió luego a la familia: “Él murió inmediatamente, y se mantuvo derecho de pie al encararse a la muerte. Su actitud dejó una profunda impresión en los del tribunal y en todos nosotros. Murió en conformidad con sus convicciones”.

Mi madre fue inmediatamente a Münster para reclamar el cadáver. Estaba resuelta a enterrarlo en Bad Lippspringe. Pues dijo ella: “Daremos un gran testimonio a los que lo conocieron”. Agregó: “Haré que Satanás pague por haber matado a mi Wilhelm”. Solicitó permiso para que mi padre tuviera cuatro días de libertad para asistir al funeral, y, para sorpresa nuestra, ¡se los concedieron!

Mi padre pronunció la oración en el funeral, y Karl-Heinz, el segundo hijo, pronunció palabras bíblicas de consuelo a una gran multitud de dolientes que se reunió ante la tumba de Wilhelm. Unas semanas después, sin que hubiera un proceso legal, Karl-Heinz también fue enviado a un campo de concentración, primero a Sachsenhausen y luego a Dachau.

El segundo mártir

Mi otro hermano mayor, Wolfgang, se había puesto a favor del Dios verdadero al bautizarse, aunque sabía que esto podría resultar en muerte para él también. Pero él no podía olvidar los ejemplos sobresalientes de firmeza de su padre y hermanos, de hecho, los de toda su familia. El 27 de marzo de 1942, año y medio después de su bautismo, él mismo estuvo sentado en una celda en Berlín escribiendo la siguiente carta de despedida:

“Ahora, yo, su tercer hijo y hermano, tengo que dejarlos mañana por la mañana. No se sientan tristes, pues llegará el tiempo en que estaremos nuevamente juntos. [...] ¡Qué grande será entonces nuestro gozo, cuando estemos reunidos! [...] Ahora hemos sido separados a la fuerza, y cada uno tiene que perseverar ante la prueba; entonces recibiremos nuestro galardón”.

Hitler había decidido que los que rehusaban servir en el ejército por razones de conciencia no merecían morir fusilados. Mandó que fueran decapitados en la guillotina. Como segundo mártir de nuestra familia, Wolfgang fue decapitado en la penitenciaría de Brandenburg. Tenía solo 20 años de edad.

El amor a Dios sigue siendo lo primordial

¿Qué hay de los miembros de la familia que sobrevivieron a la era nazi? Waltraud y Hans-Werner fueron los primeros en regresar a Bad Lippspringe a fines de la II Guerra Mundial. Hildegard, Elisabeth y Paul-Gerhard llegaron después. Mi padre tenía una pierna fracturada e hizo el viaje a casa recostado entre ovejas en un vagón de ganado.

“Nos sentimos muy felices de que nuestro padre estuviera libre y se encontrara nuevamente entre nosotros —recuerda Waltraud—. Pero él estaba muy enfermo. En junio de 1945, una enfermera trajo del campo de concentración de Dachau a nuestro hermano Karl-Heinz, quien estaba gravemente enfermo. En julio de 1945, Annemarie regresó de la penitenciaría de Hamburg-Fuhlsbüttel por medios indirectos. Los últimos miembros de la familia que aún faltaban, nuestra madre y Magdalena, regresaron de Ravensbrück en septiembre de 1945 después de pasar muchas dificultades. ¡Teníamos tanto de qué hablar!”

¿Murió nuestro amor a Dios como resultado de aquel período de persecución y de la pérdida de miembros de nuestra familia? ¡De ningún modo! Nuestro padre, aunque estaba enfermo no quedó tranquilo sino hasta haber reorganizado la obra, incluso la actividad de predicar de casa en casa, e hizo arreglos para que se celebraran reuniones. Mientras preparamos un horario para la familia, el cual proporcionaba tiempo para cuidar de los enfermos y también satisfacer la necesidad de ganarnos la vida, no olvidamos que nuestro amor a Dios debía ocupar el primer lugar. Consideramos las posibilidades del servicio de tiempo completo. Así Elisabeth y yo nos hicimos precursoras especiales en 1946, mientras que Annemarie y Paul-Gerhard sirvieron de precursores regulares.

Los efectos secundarios

Pero los efectos secundarios de la persecución no tardaron en manifestarse en nuestra salud. En octubre de 1946 Karl-Heinz murió a los 28 años de edad de tuberculosis. En julio de 1950 mi querido padre terminó su carrera terrestre convencido de que sus obras lo acompañarían. Mi madre, que también tenía la esperanza de vida celestial, murió en 1979. (Véase Revelación 14:13.) Elisabeth tuvo que dejar el servicio de tiempo completo, pero siguió fiel hasta su muerte en 1980. En 1951 mi madre emprendió el servicio de precursora y, aunque tenía más de 60 años de edad, pudo continuar en este servicio por tres años y medio. ¡Qué gran gozo fue para ella ver, antes de morir, que la mayor parte de sus nietos emprendieron el ministerio de tiempo completo!

Mi hermano menor, Paul-Gerhard, trabajó en la imprenta de Betel de Alemania hasta que fue invitado a asistir a la escuela de Galaad para misioneros. Se graduó en 1952 en la clase 19. Después de varios años adicionales de servicio de tiempo completo, se vio obligado a renunciar a este servicio cuando su esposa enfermó gravemente. Aunque ella todavía está postrada en cama, él sirve de anciano y su hija Brigitte está sirviendo actualmente de precursora especial. Su hijo Detlef ha estado sirviendo de precursor por 14 años. Los dos hijos de Elisabeth, Jethro y Wolfgang, también han estado en el servicio de tiempo completo por muchos años.

En 1948, yo también fui a servir en el Betel de Wiesbaden. En la familia de Betel me sentía segura, exactamente como en mi hogar. Trabajábamos duro, muchas veces hasta tarde en la noche, desembarcando enormes cargamentos de libros provenientes de las oficinas centrales de Brooklyn. En 1950 me casé con George Reuter, quien también servía en Betel. Con esto empezó un nuevo período de mi vida, pues tuve maravillosas experiencias al lado de mi esposo en el servicio de circuito y distrito y en la obra misional en Togo, África, en Luxemburgo, y ahora en el sur de España.

¿Qué hay del resto de la familia? En 1960, Annemarie, Waltraud e Hildegard, junto con nuestra madre, se mudaron a una ciudad grande de Alemania donde podían efectuar la obra en congregaciones de habla inglesa e italiana. Hildegard, quien había sobrevivido a casi cinco años de prisión y al campo de concentración, sucumbió finalmente a la muerte en 1979. Annemarie y Waltraud han seguido adelante con su espíritu abnegado y su devoción a la obra.

Verdaderamente, nuestra familia, que ha puesto en primer lugar el amor a Dios, ha experimentado lo que describió Jesús al decir que “el Diablo seguirá echando a algunos [...] en la prisión”, para poner a prueba la fidelidad de los siervos de Dios “hasta la misma muerte”. Pero nunca hemos olvidado que Jesús también dijo: “El que venza no recibirá daño de ninguna manera de la muerte segunda”. (Revelación 2:10, 11.)

Por eso, tenemos toda razón para esperar con anhelo volver a estar reunidos en la venidera “EDAD DE ORO”... la cual ya no consistirá simplemente en palabras escritas en una pared. ¡Bajo el Reino de Dios la edad de oro será una realidad! (Revelación 20:11–21:7.)

[Fotografía en la página 11]

La última fotografía que se sacó de toda la familia. De izquierda a derecha, fila de atrás: Siegfried, Karl-Heinz, Wolfgang, mi padre, mi madre, Annemarie, Waltraud, Wilhelm, Hildegard. Fila de abajo: Paul-Gerhard, Magdalena, Hans-Werner y Elisabeth

[Fotografía en la página 12]

La casa de nuestra familia situada en la parada de tranvía llamada “EDAD DE ORO”

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